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jueves, 20 de diciembre de 2018

CREO QUE EL QUICIO ESTÁ HASTA LOS COJONES

            No, no se debe hacer. Definir la posición se realiza rápido y de forma simple y directa. La empatía, para quién no es un completo cretino, hace el resto. No hay porqué darle tantas vueltas de tuerca en una espiral de información, réplica, y contrainformación, contraréplica. Vuelan los mandobles de un lado a otro del ring informativo. Aislado lo realmente importante, nada queda, salvo la mierda ventilada por las hordas fundamentalistas arrimando el dolor ajeno a su mochila. No, no se debe hacer. Hace daño.

            Por eso esto se queda aquí. La obsesión por marcar géneros como vacas no es buena y, además, te puede hacer fallar, puede que no ahora pero, seguramente, fallarás. La verborrea sistémica y parcial es lo que tiene. Dejemos que las cosas se ajusten y respetemos lo esencial. Nadie, ni tú, Cristina, puede erigirse en juez y parte de un problema que va más allá de la exigible igualdad. No otorgues de forma omnímoda problemas disparando al pianista. El que me puedas conferir según tu escaleta ética nunca llevará mi nombre, así que no vomites utilizándolo. El bando es el mismo, no te equivoques.

viernes, 23 de noviembre de 2018

PODRÍA COMERME UN BOCATA DE HOJAS DE TABACO

          El runrún es constante durante las horas conscientes, las inconscientes son otro cantar,  tal y como corresponde a un síndrome de abstinencia respetable y que se precie. Un “como dios manda” que dirían los católicos, apostólicos y romanos, que ellos bien deberían saber de abstinencias varias y de su ¿cumplimiento? El tiempo cósmico se alarga, se ondula, se deforma y se percibe como si la condenada sensación  de abstemia nos empujara e hiciera caminar con funambulesca pose por el borde del horizonte de sucesos y fuéramos absorbidos por la implacable condena abstémica. Sentir y sufrir viendo pasar los días de veinticinco horas, las horas de setenta minutos y los minutos de setentas segundos.

            El reloj, con marcada impronta de bolero, parece no querer marcar las horas, no hace falta que se lo demandemos, aunque, a diferencia de la estrofa de la exitosa canción, en este caso uno quiere que se vaya para siempre y si puede ser antes, mejor. La abstinencia no es compañera deseable. La mariposa aletea en continuo movimiento y provoca la persistencia del deseo de lo prohibido, de lo auto-prohibido, con esa certeza de que, al alcance de la mano, se encuentra la solución a la fatiga, el remedio al agotamiento, tanto físico como mental, por la alerta permanente. Sucumbir definitivamente y no presentar excusas, no pedir perdón por nuestra debilidad. Porque… ¿es necesario sufrir sin fin hasta una previsible curación?

            Encender un cigarrillo con premeditada proposición, llenar de humo la estancia y conversar de nuevo con la secreta convicción del placer más infinito. No es sensato admitir que todo lo que provoca placer, gozo y deleite tiene que ser malo para el ser humano. En cualquier caso, es malo desde la óptica implantada como correcta, desde la visión estructural de la ortodoxia más inmovilista. Si la opinión es la contraria, ¿por qué poner trabas a este libre albedrío de gozo y sombra? ¡Ah!, adoro Roma y su predisposición absoluta a la fruición como forma de pensamiento, obra y destino como civilización. Si terminó por implosionar, no fue aquella la forma más bella de rendir tributo al vicio, a todos los vicios, como entes supremos y ejes vertebradores que dan sentido, o deberían darlo, a nuestra estrambótica aparición en la tierra.

            Por el camino que vamos recorriendo como seres vivos se llega al escenario en el que se representa la obra que marca el colapso del planeta. Y si es así, no merece la pena llegar al mismo lavado y duchado sino, creo yo, atiborrado de vicios y costumbres libidinosas y libérrimas. Es lo que nos llevaremos por delante porque, de lo contrario, nos daríamos golpes de pecho para preservar nuestra rectitud mientras los otros, aquellos que nos dirigen como marionetas, beben y comen en la mesa del capricho universal. Para eso, yo también, tú también todos. Al final, es una cuestión económica: si fuera rico tendría todos los vicios, gozaría cada minuto como si fuera el último y dejaría un bonito cadáver, pero, como no es así, planifico mi pobreza desde la credulidad de que la abstinencia viciosa es buena para mí y mis allegados. Una bonita mentira.

            He dejado de fumar y maldigo la decisión aunque la acato. Solamente espero que me aguanten durante el trayecto. Mientras tanto me tranquilizo escuchando a Camel.

jueves, 23 de agosto de 2018

EL AMBULANTE DE RECUERDOS AJENOS

         Hoy he sentido de nuevo en la memoria la armonía ondulante de un sonido, la llamada festiva de unas notas que agitan si querer los ecos vagos del recuerdo de un niño. Veo pasar de nuevo su figura arqueada sobre la rueda de hierro de un sinfín que se niega a morir en el apeadero del desuso. Se ha detenido retando al sol de de media tarde y exige con desgarro su derecho a coexistir en un mundo obsolescente en el que todo nace desechable, usado, letanía rigurosa apenas duradera. Mientras se producen los silencios entre la dulce melodía que interpreta, reclamo cimbreante, hipnótico, vuelven al visor del tiempo pasado escenas de la niñez que, como cortos cinematográficos, revelan historias polvorientas de veranos en donde el tiempo no pasaba, donde las horas tenían más de sesenta minutos, una densidad material y temporal de infinitud. La memoria, así, se convierte sin querer en un cine al aire libre de sesión continua en el que impresionar un celuloide de relatos mudos solamente amenizados por la musiquilla de este afilador vespertino atrapado en el devenir de su oficio.

            Se desgrana la repetitiva letanía musical en intervalos aprendidos del oficio continuo, de días eternos de inquebrantable deambular callejero en busca de la escasa soldada. Por cada pasaje musical repetido se ilumina una neurona allí donde reposan los recuerdos infinitos evocando en cada paso su paisaje relacionado de otro tiempo y que fueron almacenados de esta forma, dual, binaria, sin que uno fuera si no es el otro. Un largo laberinto de servidores cerebrales apagados, ya que la evocación, como plasma amalgamador y constructor de destinos, está en desuso ante la memoria inmediata e inmediatamente archivada y olvidada. Este flautista de Hamelin, fuera de un tiempo ya gastado, es capaz de revivir en los demás esa capa primigenia de sensaciones salvajes, de emociones intensas, porque es de este modo como se recuerdan momentos olvidados en el archivo del tiempo, pero que son nuestros, que son nosotros mismos. Ni siquiera el recuerdo amargo o la tristeza arrinconada son presentados en su original. Una leve sensación de protección, sin duda mecida por la musiquilla de su chiflo, esa flauta de pan hipnótica, recubre de distancia la vívida visión de su transmutación temporal. 

            Prosigue este amolador de recuerdos su errabundo deambular. Ya no pertenece a su antiguo oficio y él no lo sabe. O quizás sí. Ha convertido su aprendizaje gremial por el de zahorí de los recuerdos ajenos. El usurpador de nuestra propia incapacidad para devolver algo de notoriedad a lo que fuimos y por lo que somos hoy. El es ahora el monitor de nuestra memoria, aquel que, con solamente su tonada, es capaz de transportarnos a lugares lejanos o al mismo lugar pero en otro espacio temporal. Guardián de la peligrosa inclinación a ver solamente el futuro como si ese futuro fuera algo que podríamos manejar sin saber quiénes somos, quiénes fuimos y de donde arribamos en nuestra trayectoria. Parecer recordar por nosotros mismos lo que fuimos, charlatán de historias ajenas que a los propios se las cuenta.

            Debe seguir caminando. El sonsonete se va perdiendo en el infinito sonoro que nos rodea. Me deja a solas con los recuerdos provocados y extraídos de las galerías soterradas de nuestro ser más profundo. Y me pregunto: ¿cuándo volverá?, ¿cuándo regresará para hacernos tener presente lo olvidado de antemano? Puede que algún día, cuando el oficio haya desaparecido por completo, cuando este ambulante de recuerdos ajenos nos sea ajeno por completo, ya no nos sea posible recordar. 

jueves, 2 de agosto de 2018

DE HOSPITALES Y CAMPOSANTOS

       Nos vamos haciendo mayores, no cabe la menor duda. Pero una característica de hacerse mayor, por lo menos en mi caso, es darse cuenta de la existencia, sino has tenido una relación traumática con ellos, de unos edificios, los hospitales, que más pronto que tarde deberemos utilizar dada la decadencia física que acompaña a la edad madura. Recalco, siempre desde la perspectiva de alguien que no ha tenido una relación habitual con ellos, por sí mismo o por allegados. Un relevante ejemplo de nuestra sanidad gratuita y universal pero que, si no has hecho uso de ellos, son como esos edificios extraños y llenos de libros para la mayoría de discípulos de la ESO, que nada se les ha perdido en esos lugares.

            Por una cuestión sanitaria familiar no grave, he comenzado a visitarlos de forma más continua y, sin querer, siento una necesidad de conocer sus entresijos, su funcionamiento, su distribución. Conocer el lugar donde se ubican las distintas especialidades sanitarias que algún día pudiera necesitar proporciona esa seguridad modal que hasta este punto de mi vida no he necesitado trabajar. Incluso conocer como se distribuyen esas especialidades entre los diversos hospitales existentes da un plus innegable a la actuación que uno puede ejercer. Porque una vez dentro, uno se da cuenta de que son un mundo es sí mismos con su rotación y traslación, su día y su noche. Un microcosmos al que debemos adaptarnos si, por necesidad, requiere que los habitemos.

            Todos deberíamos pasar algún tiempo conociendo el modelo. Hace ya algún tiempo que me acostumbré a esas esperas desesperantes en los ambulatorios atestados de clientes, algunos de los cuales, puedo aseverar, que están allí por no tener mejor cosa que hacer que visitar al médico. Pero el microcosmos de las salas de espera en las consultas de los especialistas en los hospitales es otra cosa más definible, más determinable en su organización. Todo el mundo se mueve de forma natural en un mundo que, en principio, no parece asimilable a ese concepto. Sus movimientos medidos, casi ritualizados, como aprendidos en un manual de comportamiento hospitalario, convierten los pasillos, las salas, los vestíbulos, en unas autopistas por las cuales circulan de forma convincente profesionales y clientes sin parecer estorbarse unos a otros. Mesura, discreción, prudencia y  espacio vital son requisitos mínimos para desenvolverse en este mundo casi mágico en el cual están desterrados el grito, las estridencias y la arrogancia, pues la propia dinámica del lugar te puede poner en tu sitio.

            Incluso su interiorismo parece alejado de la concepción rigurosa y espartana de aquellos hospitales antiguos anclados en el sombrío augur de la parca. Hay luz y color, cosa que se agradecerá dada las causas previstas para las visitas venideras y sus exteriores muestran una arquitectura exenta del simbolismo médico más rancio y más cerca del diseño urbano en el que se circunscribe. No es que con todo esto esté haciendo proselitismo doliente y vayamos todos a ponernos enfermos para acudir al templo vestal en formato festivalero, nada más lejos de mi intención que crear una ruta de hospitales, ya sea bacaladera o en formato “todo incluido”, que siempre hay quien coge el rábano por las hojas y crea una empresa de eventos “rave medical”, sino que, de forma personal, he ido cayendo en la cuenta de que, para alguien que no ha pisado un hospital de motu propio en su vida, en este momento no le importaría tener más desenvoltura en este tipo de sitios. Es como cuando entras en un recinto cerrado, ya sea una sala de conciertos o un cine, para desenvolverse bien lo primero que hay que conocer es donde está el baño.

            Esta nueva perspectiva, sin duda proveniente del ocaso, creo que debo completarla con una visita al totem en el cual nos reuniremos todos. Un paseíto por el camposanto urbano hará que absorbamos su devenir, sus reglas, y que nos desenvolvamos con el donaire y la galanura merecida al acudir, ahora sí por una única vez, a nuestro entierro. Si os parece mucho estudio para tan poca oportunidad de probarlo siempre quedará el asado.  

jueves, 26 de julio de 2018

CALENTURA ESTIVAL

           Pues que no. Parece ser que las ideas no vienen a la cabeza, ni siquiera por atajo mal disimulado. A veces uno querría escribir sobre tantas cosas que luego, una vez maceradas, no parecen tener la importancia que se le dieron al principio. Desde luego no por su importancia intrínseca sino porque pasan por el orden neuronal como estos días de estío: uno tras otro siempre iguales. Y puede que sea eso, el estío y su calor, lo que hace que las palabras no encajen unas con otras para formar, siquiera, una suerte de pensamiento u opinión. También es verdad que levantarte cada dos por tres a matar moscas que entran sin ser invitadas, no ayuda a la concentración.

            Podría excusarme, a semejanza de lo que hizo Lennon en su canción God, en que ya no creo en la política española, en su justicia servil, en la Monarquía, en los gazpachos de diseño y en las sandías fashion... Esto me daría una cuartada para tomarme una semana de vacaciones blogueras y dejar que esta suerte de consulta siquiátrica se relanzara de nuevo. Pero…me da penica. Total, por unas cuantas frases que no lee nadie tampoco hace falta tanta angustia literaria y postureo retórico. Todo parece dar fatiga y pereza y escribir, por ejemplo, sobre esos tropiezos múltiples del PP eligiendo imputados o en vías de imputación es como hacer el guión de una serie que se retuerce sobre sí misma al no tener ya ninguna salida digna.

            Bueno, yo tampoco creí nunca en Lennon e Imagine, esa canción que se considera una icono musical de su tiempo, me parece una suerte de inyección letal de azúcar, una suerte de simplismo edulcorado construido sobre la certeza de que una letra más compleja sería ininteligible para las masas a las que despreciaba. Realmente mi cabeza está a estas horas tan vacía de contenido de casi la totalidad de las fiestas de los pueblos que, en estos meses estivales, se redundan una sobre otra de forma clónica: matutina de vermú, vespertina de orujo y nocturna de copas, todo ellos enlazado por hinchables y fiestas de la espuma. Luego escuchan la cancioncita de marras perpetrada por la orquesta de turno, cuando no por una disco-móvil, su low cost, y parecen ascender al Olimpo de la calidad.

            Seguro que lo que necesito son unas vacaciones. Esto no quiere decir que dicho periodo vaya a suponer un salto de calidad en la escritura y una abrumadora concatenación de ideas para dar rienda suelta semana tras semana. Pero estoy seguro que allí, en cualquier chiringuito frente al mar o en la montaña, estos pensamientos serían más llevaderos y puede, solamente puede, que me importaran una mierda. Así que habrá que experimentar la acción y ver el resultado.

            Por cierto, para quejas, reclamaciones o insultos sobre cualquier cosa dicha en esta entrada, podéis mandar un correo a la siguiente dirección: notengocriterio.oh!oh!oh!@veranodeverbena.com.

jueves, 19 de abril de 2018

PREFIERO MACERAR LOS AÑOS QUE MADURARLOS

               Vamos viajando con velocidad constante a través de un tiempo, para todos nosotros, finito. Detraemos instantes espaciales que, una vez vividos, se pierden en ese tiempo como lágrimas en la lluvia. Es este paso del tiempo, metódico, sistemático, graduado en unidades lineales de formato anual el que nos invita de forma insistente a asomarnos al abismo consecuente con la muerte más allá de toda creencia religiosa. La nada, al fondo, nos dice, desde la penumbra, que a su lado hay siempre sitio. La vida, todas las vidas, transitan a lomos de una primavera, que nunca es eterna, hacia ese otoño vital que nos espera de forma premeditada, deliberada, desde que nacemos, a fuerza de cumplir años. 

            ¿Maduramos así, de forma estructural, con el paso de los años? Mis años ya son muchos para el estándar temporal vigente pero me niego a madurar si eso significa la obligatoriedad de ralentizar mi vida, de hacerme a un lado para dejar paso al siguiente por el mero hecho postural de la edad. No asumo ni acato actitudes “acordes con la edad” que solamente me sugieren tristeza, abatimiento, desánimo. No respeto esa interpretación con sumisión del estándar vital, ese conjunto de normas decretadas de forma reglamentaria para que, conforme a la edad, ejecutemos la ciudadanía conforme a lo que se espera de unos ciudadanos de bien: ordenados, pulcros de actitud, bastantes conservadores, sin crítica ni protesta.

            Prefiero el verbo macerar. Macerar emocionalmente extrayendo a cada paso todo lo que de excitante puede uno poseer. Y repetir continuamente, hasta la propia extenuación, sin importar el tramo existencial en el que uno se encuentre. Solamente así puede uno sentirse satisfecho con lo realizado. Si ha exprimido el jugo de forma casi irracional para considerar que el tránsito ha merecido la pena, que no se ha dejado nada por experimentar por el que dirán, por las normas, por ser un ciudadano de bien conforme a derecho. Pero, no nos confundamos, nada de todo lo dicho está reñido con la responsabilidad, con la capacidad intelectual, con el acervo social que se le supone, intrínsecamente, a la madurez en la terminología bienpensante. Pero macerar con todos esos ingredientes le da un plus  de verdad, de autenticidad, de propiedad intelectual de uno mismo para dejar de ser uno más de esa masa amorfa, y ciertamente peligrosa, que camina pastoreada por el mayoral florido del consentimiento.

            Hace unos días cumplí 54 años y, de forma impía, he venido macerando en el tiempo con ese adobito justo de orégano, de pimentón, de perejil, de vinagre…Frito en harina de garbanzos, como la buena fritura andaluza. Estoy bueno, ¡y lo sabes!

jueves, 5 de abril de 2018

DESMONTANDO A ORTEGA

         Hora: 7:30 A.M. Entro en la cafetería de costumbre con el objetivo de tomarme el primer café de la mañana. Ante mí, el solar del bar se expande vacío e inerte en su actividad, solamente el perezoso y errático trajinar del camarero enturbia el silencio  nada habitual del lugar, normalmente ruidoso y alborotado. Miro a izquierda y derecha con el fin de ubicarme aunque el poso dubitativo de mi actitud no casara con lo observado, como he dicho la barra estaba huérfana total de parroquianos, sorteando mentalmente, como si mi cabeza se hubiera convertido en un bombo de bingo y estuviera a punto de vomitar la bolita, cuál sería el lado al que recurrir. Finalmente elijo la izquierda, cosas de la querencia, y allí me dirijo saludando, casi mentalmente por no quebrar el silencia, al barman.

            Pido la consumición de costumbre aún sabiendo que, posiblemente, haya que poner en marcha el aparato infame que lo muele hasta convertirlo en polvo con un nivel sónico inexplicable. Durante la espera elijo entre el muestrario de prensa a mi alcance. Tomo el más adecuado para esa hora de la mañana y mi estado de ánimo, o sea, el menos denso, el más ligero, simple, inicuo para la mente que se tiene que poner a cien en unos minutos. Opto por el deportivo. Ya llega el café humeante. Estoy en posición de disfrutar de unos minutos de lejana conciencia, de íntima soledad, de un poco de aislamiento. O eso esperaba yo, eso creía yo. Nada dura para siempre, todo es temporalidad. No es un bar un lugar para el lento tiempo.

            Voy dando el primer sorbo al café madrugador, quemándome como es costumbre en esos bares en los cuales prefieren la quemadura de tercer grado del cliente antes que la degustación placentera del brebaje en su punto justo de calentura, y oigo la puerta del local abrirse. Temo lo peor. El nuevo parroquiano, como hice yo unos minutos antes, mira a derecha e izquierda, el orden de factores no alterará el producto, y duda. Yo no tengo ninguna. Sé lo que va a pasar. Estoy seguro. Una vez convencido de su decisión gira a la izquierda y se encamina con paso firme hacia mi posición. Le observo de reojo, su cara sonriente, su gregarismo marcado a fuego en su sociópata sociabilidad y sus claras intenciones. Nada lo parará, me temo.

            Y me pregunto el por qué. ¿Qué mecanismos neuronales se disparan para que en un bar prácticamente vacío, la persona que entra en el mismo vaya a aposentar su culo al ladito mismo del único cliente presente? Y por fin se desarrolla la trama, la sucesión de actos que definen esta actitud. Arrastra un banco al lado del mío, con el consiguiente ruido extemporáneo que interrumpe mi silencio interior. Se sienta y puedo percibir su halo vital. Demasiado cerca, está demasiado cerca. ¡No sé da cuenta! Espero que no quiera entablar conversación, no me conoce y no tengo ganas de sociabilizar. Me importa una mierda lo que él piense. Para cualquier observador, parecería que somos amigos o conocidos, dada nuestras posiciones, pero no es así. Mi cabreo va en aumento.

            Voy acercando a mí la taza de café ya que temo que con tanta proximidad termine por bebérsela. Debo encoger el periódico pues su vitalidad ha ido esponjando en su actitud hasta ir ocupando cada vez más espacio. Al final, acabo arrinconado por una masa corporal insensible al espacio vital ajeno. Todo espacio es de su propiedad si esa propiedad está en manos de otro. Y lo reclama con ese parsimonioso abordaje que despliega como el pitu caleya en su cortejo. Ya está bien. Mi última reflexión es para Ortega. Su pensamiento ha sido superado. En esta sociedad ya nadie es él y su circunstancia sino que somos nosotros y las circunstancias de otros. Esa circunstancia que invade nuestra vida, nuestro espacio vital, aunque sea solamente en un bar una solitaria mañana de marzo.

jueves, 29 de junio de 2017

A BAJA REVOLUCIÓN

            Las temperaturas han descendido. Quizás llegue mayo de una vez, ahora que estamos a finales de junio. Supone que, con el tiempo, habrá que quitar meses, alargar unos, renombrar otros, modificar el calendario gregoriano por uno nuevo y ecléctico. Que todavía haya tarados que nieguen el cambio climático da la pauta del grado de involución que, como especie, estamos sufriendo. Aún así, sale de casa en modo estío. Ni las primeras gotas de lluvia que llegan al ritmo de un viento racheado le hacen dar la vuelta y esperar. Si es junio es junio. Ostias. Ya le jodieron el concierto de los Burning el domingo pasado.

            A pesar de su inconsciencia, camina rápido y molesto, mojado y fastidioso, enfriado y aburrido. Ve como todo dios va abrigado menos él, sintiendo las miradas conmiserativas, cuando no acusativas: ¿no lo vistes venir?, y sigue transitando hasta alcanzar algún sitio que le resguarde de la caladura y de este tiempo tan refrigerado. Aunque, realmente, no le importa. Prefiere que llueva, que llueva siempre, a soportar temperaturas más propias para hornear pan o asar pollos. Un trecho más y ya. Una cervecita de avituallamiento al calor del bar de siempre. Un momento para especular. Para comparar tiempos anuales.

            Antes de salir de casa asistió a las acrobacias aéreas de un grupo de aviones militares desplazados para deleite del personal. Mucho ruido y pocas nueces, cree, pero no será él quien entre en esa dialéctica. Allá cada cual con sus gustos malabares, pero piensa que saldría más rentable comprar una entrada para el Circo del Sol. Aquello lo pagamos todo el año. En cualquier caso, hubiera sido un guiño a la actualidad haber formado las figuras acrobáticas, ya que se usa humo para su visualización, con los colores del Día del Orgullo Gay, lo que hubiera dado un halo de normalización a algo tan churre como lo militar. Eso sí, a riesgo de algún soponcio entre la católica y apostólica comunidad de esta reserva espiritual al lado del Duero.

            Pero hay que seguir rondando el festivo, no queda otra, para que no te traten de marginal. Un festivo menos divertido que el del año pasado cuando aquel concejal absurdo, ahora desaparecido, alimentó la asonada civil de unos cuantos subnormales ante la supuesta deriva izquierdista de las fiestas. Un momento mágico que vino a engrandecer la estupidez de esta derecha zamorana atiborrada de garrapiñadas. En este año, sin embargo, solamente han enviado al becario de la lista electoral a hacer fotos de la supuesta suciedad y falta de limpieza municipal de los espacios festivos, ¿con bolígrafo espía?, me pregunto, para descalificar al municipio. Claro que, si los equipos de limpieza son los mismos y que no se les habrá olvidado limpiar de un año para otro, cabe preguntarse si no somos este año un poco más guarros o, simplemente, que depende de cuando hagas la foto. Tergiversación y manipulación para simpatizantes sin escrúpulos. Como dijo aquél: “la madre de la ignorancia siempre está embarazada”.

            Le da igual, en cualquier caso, no tiene mucha fe en la reflexión humana. Hace una compra rápida de un cacharro cerámico y para casa. Solamente espera que regrese, acurrucarse junto a ella y soñar.

jueves, 13 de octubre de 2016

LA EXCURSIÓN DE HAMBRE

          De nuevo en Granada. Quizás reconciliándome con una ciudad que, en aquel olvidado viaje, me opuso la cara más descarnada de ese centro comercial en que se ha convertido La Alhambra: ratera, pícara, bandolera. Y a fe que lo estaba consiguiendo, animado por la lejanía con la que afronté mi visita y el descubrimiento de la parte barroca, renacentista y moderna de la ciudad, antes ajena, pero atrayente, más lógica en su propuesta al viajero, o turista, como prefiráis, y lejos de las hordas fotoadictivas.

            También pudo influir el hecho de que el paseo arrancó con la soledad, relativa, de unas calles todavía no atestadas de turistas ávidos de esa instantánea que, sin alma, certifique su estancia, carta de pago con la que demostrar antes los amigos o conocidos la legitimidad de su ausencia. Códigos rutinarios y tópicos del viaje actual en el que, sin mucha ilusión aparente, me incluyo, uno no puede del todo extrañarse del hábito predominante. Bien es cierto que este viaje estaba trufado de nuevos matices y con una propuesta más cercana y estimulante: descubrimiento, cultura, teatro…, acompañado de gente tentadora y Paloma, mi pareja, a mi lado. Sosiego y tertulia vital despojada del doméstico habitual y una placentera y quimérica laxitud.

            Siguiendo con el viaje, uno no puede sino extrañarse de la enorme cantidad de teterías, kebabs y colmados de seudoproductos andalusíes desperdigados por el casco antiguo de la urbe, como si su pasado nazarí hubiera solapado cualquier otra época histórica que la ciudad hubiera vivido y hubiera quedado anulada por un enorme pastiche con sabor a incienso. Así que, sentado en una terraza de la orilla izquierda del Darro, en su circunvalación de La Alhambra, asistí, ya atónito, a la enésima foto sobre el puente que lo cruzaba y que nunca terminaban de cruzar los fotocazadores, perdiéndose los rincones más allá del mismo, escondidos, esos rincones que requieren aventura y esfuerzo para degustarlos. Mi segunda cerveza seguía reconciliándome con Granada y me solacé con una actuación de ¿música árabe? ejecutada por un grupo de jóvenes más voluntariosos que efectivos, sobresaliendo la joven aporreadora de castañuelas que, más bien, parecía que había descubierto el instrumento aquella misma mañana, tal era el grado de falta de técnica en su ejecución y falta de criterio musical del que hacía gala. Una pena.

            Pero como ya sabéis, si está por estropearse se estropeará y allí sentado, bien es verdad que un poco aturdido ya de tanta melodía árabe, le diré a Moncho que ponga de nuevo a Génesis en el viaje de vuelta, necesitaré progresivo en vena para recuperarme, y ante otra foto en el puente, esta vez de una despedida de soltera, ¡qué se les pasará por la cabeza a estas chicas para creer que pueden quedar bien en una foto de La Alhambra con penes de plástico en la cabeza!, vino el aquelarre.

En la mesa de al lado de la mía, en donde estaba solazándome en soledad viendo el eterno continuo de turistas hacía el Albaicín, aposentaron sus reales dos turistas, creo que inglesas, de mediana edad y rojas como el tomate, con un curso de risoterapia en sus cuerpos manifestado con grandilocuencia y esperpento hacia el resto de los mortales. Tomaron posesión de la mesa, y, por ende, de la terraza entera, y descubrí al fin la causa de tanta extroversión: las jarras de sangría que solicitaron al camarero denotaban que no eran las primeras, yo creo que había desayunado eso mismo, convirtiéndose aquella situación por momentos en un terremoto galopante, brexit ya, que agotó mi paciencia y mis ganas de seguir disfrutando de aquella mañana tan apetecible unas horas antes. Ya sé que no es culpa de la ciudad pero no quise prolongar más aquel estupor y que se cerrara definitivamente mi nueva relación urbana con Granada.

Volveré. Mi relación no terminará hasta que consiga encontrar y acomodar ese paso justo entre lo verdadero de sí misma y ese decorado “sui generis” en que la convierten por mor del turisteo, cuerpos sin alma, deambulantes sin sentido y carentes de ósmosis que les haga volver a casa diferentes.

            Para eso, vete a Benidorm.

viernes, 16 de octubre de 2015

VUELVO A GRANADA

Fue allá por octubre de 2010 cuando comencé el blog “La noche del Alquimista”, blog nacido de la voluntad de poner por escrito aquellas ideas u opiniones que se iban formando en mi cabeza al albur de cualquier motivo que hiciera saltar el resorte de la manifestación voluntaria e individual, hasta alcanzar algunos de ellos la forma de relatos cortos. No había ningún afán de trascender sino la simple aspiración de poder volver sobre esas narraciones más tarde, releerlas y observar como el paso del tiempo va evolucionando el pensamiento, la forma, la imagen, el conjunto de coordenadas que estructuran un yo, acaso demasiado atormentado. A veces he pensado que, realmente, hace las veces de psicoanalista, lo cual no deja de ser una ventaja, por lo menos en el dinero que me ahorro.

En aquel tiempo, un grupo de amigos habíamos decidido realizar un viaje celebrativo de fin de temporada folclórica, todos éramos en aquel tiempo miembros de la Asociación Etnográfica “Bajo Duero”, de Zamora, y decidimos ir a Granada. Así que así lo hicimos y nos plantamos en la ciudad del Darro y del Genil dispuestos a pasar un gran fin de semana. Todo el relato de lo acontecido en aquella ciudad quedó plasmado en la primera entrada de este blog, la cual titulé: “La pena de ser timado en Granada”, remedando, lo cual no dice mucho en mi favor, la cita de Francisco de Icaza: “Dale limosna, mujer, que no hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada”. Un fin de semana pasado por la batidora del cabreo más absoluto ante la falta de respuestas de un ente como el Patronato de la Alhambra y sus trabajadores, los cuales no supieron solucionar el atropello que sufrimos. Pero como digo, acudir a aquella primera entrada y leerla y ella os dará la pauta para entender el porqué de ésta.

Personalmente salí muy defraudado de aquella visita a La Alhambra. Tuve la impresión todo el día de que aquel símbolo del Al Andalus era en la actualidad un simple cajero automático, un facilitador de dinero fresco a una ciudad y a una administración que más parecían unos recaudadores de impuestos. Abarrotado de gente, descuidado en el aspecto cultural, olvidado de la espiritualidad que emana, a pesar de todo, de aquellas paredes y edificios. Todo tan aséptico, tan banal. Simplemente una gran estructura donde lo que menos importa es el visitante, el cual no es más que un número de entrada, un donador del metálico dinero, que hará que haya interés por conservarla mientras vaya siendo rentable. Me temo que en otro caso ya habría allí una gran superficie, eso sí, con sus trabajadores vistiendo a la moda nazarí.

Arribar a la meseta donde se encuentra enclavada La Alhambra es todo un espectáculo…bochornoso. Cual playa de Benidorm en agosto, aquello está abarrotado de una muchedumbre deambulando por la plaza de entrada, unos esperando a entrar, otros en las interminables colas, otros sin saber que hacer. En torno a esta colectividad, se intercalan ciertos personajes, con algunos de los cuales nos topamos nosotros, que viven del monumento, en un ejercicio más propio de la novela picaresca. Bufones, pícaros, videntes, brujas, encantadores, trileros, echadores de cartas, rateros, escribas, clérigos, nobles, caballeros y rufianes, todos viven a costa del atractivo edificio, todos se conocen, pero no se molestan entre ellos: hay para todos.

Pero el motivo de todo esto es que, después de cinco años del viaje, cinco años de La Noche del Alquimista, cinco años de la primera entrada en el blog hablando del desencanto de la visita, aparece en la revista Interviú de la semana pasada un artículo anunciando la imputación de diversos cargos del Patronato de la Alhambra por administración desleal, corrupción en la concesión de contratos a las diversas empresas que allí operan, desvío de fondos, venta masiva y desproporcionada de entradas, etc. Algo que ya barruntamos en aquel viaje, por fin, sale a la luz. Simplemente había que ver aquello con algo de espíritu crítico y no con la conciencia anulada como cuando vamos coleccionando visitas, culturales o no, en nuestros viajes, sin enterarnos de nada de lo ocurre a nuestro alrededor.

         Espero que la justicia funcione de forma correcta y caiga con todo el peso sobre estos siniestros personajes que han sido capaces de llevar a la más extrema vulgaridad un complejo que fue paradigma del refinamiento y el buen gusto en un tiempo escaso de estos atributos, hasta que las huestes del norte, empapadas del fervor religioso de la reconquista, lo avasallaron.

martes, 22 de septiembre de 2015

CARTA DESDE JUAN DE HERRERA, 2º

        A veces me cuesta imaginar, y no ha pasado tanto tiempo, apenas unos meses, lo perfecto que fue todo entre los dos. Cada actuación, ese acto aceptado de forma voluntaria y, por ello, obligatorio desde el punto de vista ético y personal, desencadenaba el torbellino propio de lo desacostumbrado durante el resto del año generando por si misma una cascada de acontecimientos torrenciales, desencadenados; preparándonos con la acostumbrada meticulosidad, casi milimétrica, ordenada, como si cualquier atisbo de anarquía y caos en el orden habitual fueran a traer insospechadas consecuencias a la hora de la representación. Desde entonces, la nada.

            Durante todo este tiempo pasado en la trágica agonía camino de mi silencio, han ido aflorando como lágrimas repletas de recuerdos, los distintos aromas y olores que se fueron pegando a mí mientras me portabas en aquel tiempo atávico y orgulloso, construyendo casi sin querer el mapa irreal de lo que ahora parece ser simplemente un sueño. Tierras y personajes que empaparon la urdimbre de la que estoy hecho, de la que estás hecho, sin que una y otra puedan entenderse por separado como si fueran unidades de medida extrañas una de la otra. Destinos, cercanos y lejanos, que hubieran tejido la capa  que cobijara estos dos mundos hasta el día, entonces pensábamos que lejano, de decir adiós.

            Meses esperando una respuesta que, ahora lo entiendo, no tenías, pero que tú también esperabas. Allí, postrado en la cama de la habitación del fondo, como un enfermo más en el dolorido hospital de la omisión, hemos conversado sin palabras cada vez que entrabas, con la mirada, escudriñando cada matiz, intentando averiguar en cada gesto la posibilidad de una solución menos traumática, menos agresiva, menos tajante, de la que me ha llevado hasta aquí, hasta este vertical féretro donde se recogen las migajas del pasado, reducidas a la simple visión conceptual y museística de lo que fue y ya no es posible que sea nunca más. Quizás un lugar menos vulgar, menos prosaico, más acorde con mi pasado al servicio del movimiento circular, monótono y repetitivo del juglar, que el simple abandono entre las vestimentas domésticas amontonadas al desdén de su vida miserable, pero mortuorio al fin.

            Reconozco que los nuevos tiempos no auguraban nada bueno para mí. Al fin y al cabo el espectáculo avanza y en él se van introduciendo, casi sin querer, nuevos formatos en los que ya no tengo cabida, reduciendo mi papel a mísero disfraz, reliquia fuera del contexto ortodoxo del que nací. Pero ahora estoy seguro de que ya no habrá vuelta atrás. Que esta segunda piel que he sido para ti durante años se ha desprendido por completo y, cual muda de serpiente, quedaré varada entre las espinas  de los arbustos que ocultaron y envenenaron el camino haciendo que huyéramos campo a través en busca de la dirección correcta.

            Desconozco cuál ha sido el resorte postrero que ha hecho que por fin te decidieras a poner fin a mi calvario. Seguramente no habrá sido nada baladí, pero en ti es difícil sospechar el por qué de las cosas cuando una leve brisa puede desencadenar una tempestad. Quizás el olvido asimétrico, el desinterés mutuo entre los intereses contrapuestos, el orgullo sutil del conocimiento… O la visión prostituida de una versión sustituta de algo tan querido para ti. O nada, simplemente el extrañamiento de un mundo en el cual ya no te reconoces.

            Pero de cualquier forma, no olvides, que allí al fondo, al final de la escapada, descanso.

martes, 15 de septiembre de 2015

¡MALDITA SEA!

          ¡Maldita sea! Mi primer día de unas vacaciones diferidas en el tiempo, concretamente catorce días, gracias al nivel organizativo de esta nuestra Comunidad, y a la gilipollas de la ciclogénesis explosiva le da por venir a visitarme, aquí, en esta ciudad al oeste del oeste, tan ignorada, que cuando llueve ni las gotas de agua llegan al suelo. Supongo que si la tostada cae siempre del lado de la mantequilla, era de esperar, aunque un poquito de prórroga del veranito hubiera sido de agradecer. Así que comienzo la cuenta atrás del descanso vacacional inmerso en tareas de doméstico proceder, vamos, ¡una fiesta!

            Y comienzo por el wáter. Por cierto, ya que hablamos del wáter, oigo en la televisión, la cual está encendida a modo de acompañamiento solidario, que han imputado judicialmente, por quítame allá unas subvenciones, a Manuel Pimentel, aquel ministro de trabajo del Partido Popular en el primer gobierno de Aznar. Tengo que reconocer que la noticia me causa sorpresa ya que siempre había considerado a Pimentel como lo más potable de aquel gobierno. Creo recordar que su discurso poseía una coherencia y una densidad algo extraña para el nivel habitual de nuestros gobiernos. Incluso en su dimisión, hubo algo de justicia ética, de integridad, algo que hizo que a lo largo del tiempo le siguiera teniendo simpatía. Pero mira por donde, era ¡simpatía por el diablo! Observando la fotografía del aquel primer gobierno del P.P., creo que es necesaria la construcción de una galería más en Alcalá Meco, porque a este paso todo un gobierno va a ir yendo a la trena.

            ¡Necesito un café! Es lo menos que puedo hacer después de realizar la operación más difícil, la tarea más ardua y, a la vez cómica, que se puede realizar en una casa: cambiar la funda a un edredón nórdico. Es algo inhumano. Con el edredón y su funda es como que te den la bienvenida a la Republica Bananera Independiente de tu casa. A lo que iba, que con el café en la mano reparo de pasada en nuestra nunca denostada lo suficiente ministra de no hay trabajo. Sus manifestaciones: “España es el país en el que más ha crecido el ánimo”. Y digo yo: ¿por qué no hablan con sus confesores y legalizan los porros ya que parece ser que, de esta manera, se los fuman ellos solos? Si no, es imposible entender sus palabras.

            Por cierto, sigo oyendo que, según diversos analistas económicos, los presupuestos generales para el dos mil quince incumplen de partida el límite del déficit público impuesto por la U.E. (por Merkel, vamos). Ya llevamos varios años así, pese a las explicaciones del gobierno sobre que el ajuste era necesario para su cumplimiento, lo que da una idea del discurso tan falsario que gastan. Por tanto, unos presupuestos, los del dos mil quince, electoralistas y propagandísticos que traerán más ajustes en cuanto Europa, perdón Merkel, nos coja la matrícula. Así que votad, votad, malditos, al mismo, total, votáis imputados como quien va a misa. Luego nos rasgaremos las vestiduras en plan apocalíptico por la corrupción que impera en la clase política, sin darnos cuenta que el político corrupto no es el problema, el problema es el ciudadano que le vota. Nunca he entendido el afán que tienen los españoles por poner al zorro a cuidar las gallinas. A lo mejor eso aclara el número de sicoanalistas que existen en este país.

            Y por si no me creéis, esto vi y escuché en las noticias de la Sexta. Por fin y después de ser inaugurado hace cuatro años, el aeropuerto de Castellón recibe su primer avión, de Ryanair, ya podéis imaginar por donde van los tiros conociendo el proceder de esta compañía, y al preguntar el periodista por el evento a una señora entrada, no en años, sino en laca, le responde: “le doy las gracias a Fabra por habernos construido este aeropuerto”. No hay nada que decir, salvo ¡viva España y la madre que la parió! Puro esperpento cañí.

            Voy terminando y la borrasca de toda la vida, ciclogénesis explosiva para los modernos climatólogos de tendencias, sigue campando a sus anchas. Voy a dar por finalizado este primer día de vacaciones. ¡Una mierda! 

lunes, 27 de julio de 2015

DISPARANDO AL PIE CON EL QUE BAILAS

            Creo que, quizás, el folclore actual o la interpretación de su tradición, no sea más que un asentamiento temporal en el que solamente podemos estar el tiempo suficiente para iniciar un nuevo viaje. Y es esta trashumancia continua y vital la que lo empapa, lo renueva y así éste consigue pervivir adaptado al tiempo que lo reinterpreta desde la perspectiva de quien no lo vivió, sino que lo tiene en herencia, una herencia a veces peligrosa, sobre todo cuando no se sabe muy bien que hacer con ella.

            La mera repetición, anodina la más de las veces, de los cantos y bailes antiguos, ha envejecido aún más lo que ya de por sí era anciano, pervirtiendo su muestra y provocando el rechazo, cuando no la huída misma, de todo cuando tenga que ver con ello. Algunas posturas folclóricas han intentado vivificar el folclore haciendo un refrito de bailes y danzas, a veces contrapuestas, a veces inasumibles a la vista, parece ser que avergonzados de lo que de genial tiene: su simpleza, su originalidad, su inocencia; con el objetivo de darle más postureo, más aceptación, digamos, extranjera.  Por otra parte, y en el lado contrario, nos damos de bruces con las supuestas modernizaciones o puestas al día que se han quedado demasiado pronto por el camino, no se sabe si por cansancio o por hartazgo.

            El interés sobre el folclore ha descrito una curva descendente desde los años ochenta, punto de origen de la gran revolución etnográfica. En aquel momento, se abandonan las esclerotizadas muestras adoptadas por las huestes de la infumable sección femenina y se vuelve a lo verdadero. Se viaja y se recogen los bailes, los cantos y las tradiciones tal y como son, tal y como lo pueden contar quienes las han vivido. A partir de aquí, se estructuran toda una serie de postulados, que, más o menos intactos, han permanecido hasta nuestros días. Si bien es cierto que la música, y su interpretación, ha seguido un camino más ágil a los largo de estos años hasta conseguir una aceptable fusión con los sonidos más actuales, el baile y su presentación han viajado con mucha mayor lentitud, convirtiéndose de facto en aquello que un día se consiguió desterrar. Las nuevas perspectivas convertidas en antiguas en apenas treinta años.

Es en este contexto folclórico de todo a cien, en donde das una patada y, ¡chas!, aparecen como por arte de magia decenas de agrupaciones folclóricas cuyo origen no está en la investigación etnográfica y su puesta en valor, sino en la copia barata del trabajo de los que vinieron antes, carentes de rigor y, sobre todo, de calidad para subirse a un escenario, donde conviene volver a preguntarse: ¿por qué hacemos esto? y, lo más importante: ¿merece la pena seguir? Muchas pueden ser las causas, alguna ya entre líneas apuntada, para que este mundo haya perdido el vigor cualitativo y cuantitativo. Unas están en los propios grupos de representación folclórica y otras están en los propios espectadores de estos espectáculos. La pérdida de valor de la representación etnográfica, deflacionaria a todas luces, ha traído consigo un peligroso abaratamiento de dichos espectáculos, llegando incluso al coste cero, en detrimento de una calidad que se ha ido yendo poco a poco por el desagüe. Este peligroso posicionamiento ha sido aprovechado por los diversos estamentos contratantes de este tipo de espectáculos para solicitar agrupaciones baratas, destajistas, con pocos escrúpulos escénicos, cerrando el círculo de la mediocridad en pos de programas festivaleros que lo único que pretenden es llenar las horas con actividades varias, sin dar el valor que se merecen estas actuaciones y asimilando el hecho folclórico a la fiesta de la espuma o a la disco móvil.

Por otra parte el tipo de espectador medio de estos actos ha ido variando con los años al ir desapareciendo aquella gente que si vivió todo lo que se representa y lo aprecia en su justa medida. Gente a la que no puedes dar gato por liebre y que sabe cuando un grupo ejecuta el baile tal y como es, sin crear y coreografiar, con pasión por lo que están haciendo, sin permitirse reduccionismos de mercadillo que solamente dan como resultado la merma del original. Estos espectadores han venido siendo sustituidos por los nacidos en  la cultura del hilo musical, del sonido ambiente. Asisten al baile con la impronta de que hay que estar porque así ha sido programado, sin entusiasmo, como simples actores de las fiestas estivales de su pueblo, ejerciendo su papel, reduciendo la representación etnográfica a una mera representación turística y sin respeto al hecho cultural.

          Puede que el problema, a la vista de todos los años, no sea general y si más particular. Menos nacional que provincial y menos provincial que local, pero ante esta crisis del valor etnográfico, acelerada por una sobreabundancia de oferta barata en detrimento de la calidad, es incuestionable que conviene no aferrarse a fórmulas que están gastadas o a punto de agotarse, llevándose consigo al hecho etnográfico a una muerte lenta y conviene reinventarse de nuevo, como en los inicios, con nuevas propuestas alternativas, provocativas, que sacudan el polvo y la caspa que se está acumulando en torno al baile tradicional. Liberarse de cualquier tipo de ataduras y dirigirse hacia nuevos postulados, ¡ya probados, que cojones!, que marquen la diferencia entre la involución y la evolución.

 Vamos, que para los que me conocen, lo digo A Pelo  

lunes, 1 de junio de 2015

LAS CONDESITAS DE BELFLOR

              Reafirmar una aparente madurez con arrebatos de un supuesto criterio imparcial, no consigue disimular el hedor a chantaje que el pretendido raciocinio asambleario provoca. Condicionar las decisiones a los gustos e intereses de todos es una quimera difícil de satisfacer, más cuando éstos solamente afloran en las situaciones que se nos vuelven desfavorables, nos pillan a contrapelo y ponen en entredicho el ejercicio de compromiso que, sutilmente, hicimos creer a los demás que existía. Los continuados y arbitrarios vuelcos en los comportamientos provocan la insatisfacción general, aparte de impedir el correcto funcionamiento grupal y la consecución de sus objetivos sistemáticos.

            El verdadero equilibrio entre exigencias, la que se pretende de los demás en sus distintas formas: individual y colectiva, para con nosotros y la que se está dispuesto a soportar en virtud del débito aceptado de forma inherente cuando dijimos sí al ofrecimiento, no puede vencerse de forma sistemática hacía el lado del antojo, con la extraña pretensión de imponer formas y valores de regulación que no se demandan cuando los posibles resultados no nos son favorables. Cabría preguntarse en ese caso si de verdad se actúa de forma similar cuando se suceden situaciones equivalentes, si la responsabilidad personal es la misma, si nos conducimos con la misma “dignidad” ante el oprobio.

            Todo este tipo de situaciones tensan las relaciones personales y grupales y enturbian y debilitan los hilos que, de forma difusa y apenas perceptible, engarzan y mantienen unidas a las colectividades. Ofrecer para que te ofrezcan debería ser una premisa fundamental en el comportamiento de los diversos elementos de un conjunto. La arbitrariedad como fórmula de decisión nunca puede ser el eje sobre el que pivote la jerarquía y el respeto que se pretende conseguir. Y más, cuando el único contrato existente es la voluntad personal de estar, ya que nadie fue obligado a incluirse y nadie está obligado a permanecer. Si es así, es que no se ha entendido nada.

            Porque, queda claro de antemano, nadie es imprescindible. Y si alguien parte de dicha premisa, es que su crecimiento personal va por el camino equivocado. Sentirse continuamente agraviado es síntoma de debilidad y formula, con exquisita presentación gráfica, el grado de puerilidad que todavía vetea el proyecto, mínimo todavía, de crecimiento íntimo. Establecerse en el escalón superior exige aceptar las reglas del juego del mismo, y por esa máxima, no se puede jugar en esa liga con las reglas más condescendientes del escalón inferior que se pretende dejar atrás.

            Una forma de iniciarse en esa andadura sería fijarse en los comportamientos de los demás ante análogas circunstancias. Sus resultados, sus razones, su ponderación de los múltiples contextos a tener en cuenta. La experiencia es un grado y no una rémora, como algún ímpetu juvenil cree. Y sobre todo, el grado de compromiso adquirido con los años y su proyección al exterior. Sus esfuerzos y sacrificios, bastante mayores que los que supuestamente hacen los oligarcas de la insatisfacción, pueden ser un buen reinicio. Colocar en último lugar, de relleno, la responsabilidad a la que nos comprometimos de forma voluntaria, “siempre que no haya otra cosa mejor que hacer”, proyecta una visión tóxica de la actitud, de la aptitud no hablamos.

            La continúa insatisfacción por cualquier formulación teórica o práctica que se presente y el excesivo vedetismo conceptual declarado de forma pretenciosa pueden suponer que la velocidad no sea igual al espacio partido por el tiempo o que el cansancio en los demás sí sea igual a la masa por la aceleración. 

jueves, 22 de enero de 2015

El silencio de LOS CORDEROS

        Fin. Se encienden los focos tras los aplausos y la pregunta viene directamente al cerebro, sin demora: ¿qué tal? Ante el aluvión de imágenes, referencias y conceptos que desde el escenario han sido disparados hacia el espectador, no puedo sino pensar que, así como se decantan los grandes vinos, con el objetivo de que respiren y recuperen todo su cuerpo y aroma tras años de envejecimiento y puedan ser degustados en toda su expresión, yo también voy decantando en mi interior el poliédrico espectáculo visual y metafórico al que acabo de enfrentarme, sin prejuicios, sin haber leído la contraetiqueta, a pelo.

            A la salida, en silencio, escuchando los comentarios que entre ellos se superponen y contrarrestan, intento apartar las respuestas ordinarias y evidentes, en este momento a todas luces superfluas, buscando las preguntas al por qué de la creación, del lenguaje visual, del lenguaje sonoro, del lenguaje físico, como contrapartida, sabiendo que dicho análisis encauzará de forma más certera mi resolución y respuesta a la pregunta.

            Encuadrado formalmente en el texto como lenguaje básico de comunicación, me es difícil contextualizar una obra teatral en la cual los lenguajes utilizados son todos menos el texto, o éste tiene una presencia testimonial. La relativa facilidad, recalco lo de relativa, para entender una obra, un mensaje, una proposición, cuando el texto se desarrolla de forma lineal, se torna borrosa, se te diluye entre los dedos cuando es la expresión corporal, los sonidos o la utilización de elementos, en principio, ajenos al formato clásico, las herramientas con las que los actores intentan construir el mensaje y exponerlo al espectador.  Sin embargo son esos nuevos formatos, con los cuales apenas he tenido experiencia, los que te pueden transformar. De alguna forma me siento interpelado, interrogado, y de esta manera, surgen nuevas ideas con las que enfrentarme a un hecho teatral nuevo para mí.

            Esto hace que el espectador, en este caso yo, haga un esfuerzo del que inevitablemente sale beneficiado, empeñado por comprender, entender, sumergirse en definitiva en la propuesta escénica y dejarse llevar por una nueva forma de experimentación teatral. Y es en esta tesitura, con la implicación propia del neófito, cuando van naciendo interpretaciones de la obra y uno comienza a darle sentido al espacio temporal y físico. Interpretaciones como la incomunicación por exceso de información, la decrepitud, la sustitución de dioses religiosos por dioses paganos en nuestra sociedad, la trascendencia, etc, que, seguramente, no tendrán nada que ver con la motivación que dio lugar a la misma, que no estuvieron, ni de cerca, en el imaginario del autor.

Pero es esto, precisamente, lo que hace que uno salga satisfecho, al poder, a la vista de lo experimentado hasta ese momento, darle sentido al bagaje argumental del que se ha ido proveyendo a lo largo de su vida y aplicarlo a las distintos retos culturales a los que asiste, darle significado y memoria, contenido y sentido. Comprende la obra porque al final se comprende a sí mismo.

            Y esto último es precisamente lo que al final supone una barrera para este tipo de manifestación cultural. El rechazo manifiesto por comprendernos a nosotros mismos para poder comprender lo que nos rodea, en un momento en que el arte se caracteriza por la disolución de los límites tanto en los medios empleados como en los conceptos utilizados, hace que sea un arte de supervivencia, lejos de los focos del arte más comercial y publicitado, ante el hecho de que ya no vale con observar sino que hace falta comprender.

Al calor de una copa de vino, ahora sí, ya decantado, vamos desgranando en buena compañía lo que en este momento puede hacer la educación por las generaciones venideras de espectadores. Es el hecho de que debe ofrecernos, de forma individual y colectiva, las herramientas precisas para desarrollar el pensamiento crítico y creativo. Recursos necesarios para que seamos capaces de colocarnos delante de lo desconocido e inesperado y disfrutar de ello precisamente por eso, por ser desconocido e inesperado. Aunque en este momento, por desgracia, las líneas formativas educan para que se busque el cuento conocido, el que no tiene sorpresas, el que no pone en tela de juicio los esquemas correctos, aquellos que nos orientan y nos indican que las cosas son como son y no deben ser de otra manera, amputando el pensamiento crítico y convirtiéndonos en corderos, aniquilando de facto el derecho a pensar.


            De vez en cuando hace falta parar, establecer un dialogo con nuestro propio interior y navegar en la ULTRAINOCENCIA.

martes, 2 de diciembre de 2014

PASAJERO EN TRÁNSITO

        Demasiado tiempo. O quizás ningún tiempo. Todo se vuelve relativo cuando la decisión de hacer choca con una cierta pereza, desánimo o duda, provenientes de la confusión, de la ingente proyección de imágenes y noticias que bombardean y destruyen la intención de reflexionarlas, y más ahora que ya no se puede uno refugiar siquiera en la intimidad del relato, germinada de soledad e imaginación, conceptos yermos, arrasados por la incapacidad insaciable de una voluntad quebrada, semejante y como tal, una mal estudiante que es incapaz de adaptarla a la finalidad intentada.

            Porque si ya está dicho para que incidir en ello. El pozo seco que ya no aporta nada, si es que alguna vez aportó algo, a lo ya proyectado. O el miedo a repetir, repetirse, a ser un mero transmisor de algo ya conocido, diseccionado, analizado e, incluso, intervenido estéticamente y convertido en algo que ya no es. Tiroteo de mensajes que hacen que la mera ponderación de uno de ellos quede desfasada en el poco o mucho tiempo que se necesita para su autopsia, para su análisis, para aportar lo mucho o poco de una visión individual o particular, desposeyéndola de la generalidad injusta. Dejar de condescender cuando una simple mirada te expulsa, te muestra que toda ilusión por los cambios es falsa.

            Las palabras glaseadas, las rimas escarchadas, los significados febriles de oropel, ponen de manifiesto la verdadera naturaleza de la madurez impostada, del compromiso falso, bisutería veteada de fraudulenta responsabilidad. Nacional, internacional, local, opinión, deportes… ¡qué más da! No deja de ser un puzle al que le faltan demasiadas piezas y cualquier conato de inicio está de antemano condenado al fracaso. Entonces, ¿de qué hablar? ¿En el fondo tienen algo de importancia ante la cercanía personal de los sucesos que desgarran? Dejar de ser un reflexionador de historias y convertirse en un francotirador de sumarios puede ser una salida, indigna, pero con la posibilidad de no fracasar, de no cejar de caminar y continuar el empeño, aún cuando la causa vaya quedando cada vez más lejos.

            A veces hay que aceptar que hay que orillarse al carril derecho de la autopista para dejar paso y no convertirse en aquél que por orgullo, por no aceptar la decadencia, sigue en el carril de velocidad aún cuando el vehículo que lo transporta ya no pertenece a este tiempo. Solamente una carcasa de aquel modelo que hace años fue puntero pero cuyo motor, desfasado, no aguanta el ritmo del tiempo nuevo. O, decididamente, tunear el motor de la intención y, aún cuando se viaje a la misma velocidad, ser capaces de acelerar en el momento que se requiera dicha condición y ronronear el resto del camino descubriendo el paisaje que nunca antes tuvimos la posibilidad de contemplar al fijarnos solamente en el horizonte más próximo. Sí, creo que modificar puede ser algo más que una intención. No importa ya cuantos viajeros suban en cada recorrido o cuántos de ellos elijan otro medio de transporte. Un simple botón puede llevarles con la rapidez que ellos demanden a través de infinitas carreteras virtuales, aunque la mayoría a ninguna parte. Viajes sesgados, murmullos de vecindad que se propagan con la celeridad con la que se propaga el veneno de la serpiente amortajando a su víctima.

            Hoy es martes y cuando deje de escribir, leeré. Orillado por fin, observaré plácidamente como el vértigo me sobrepasa y me precede, porque ya no importa la premura por contar(te).

martes, 7 de octubre de 2014

LA ÚLTIMA CONVERSACIÓN

Se acumulan los daños en cada paso de lenta, pero inmisericorde, letanía temporal hacia la finalidad prescrita por la finitud de la existencia. Depósitos de físicos estragos después de tanta voluntad de acompasar el tempo con el sonido nigromante de los hechiceros de la tierra natural. Dolores de punzante generosidad, que como nuestros miedos, atacan de improviso provocando esa tortura intensa, lacerante, que nos mortifica el devenir. Tan pronto como llegan ya desaparecen, anunciándose en esquelas mortuorias, repetitivas, periódicas, y notificando la decrepitud que nos abruma. Voy adquiriendo la certeza, ciertamente manifiesta, de que en este instante, apenas nos podemos fundamentar ya en nuestro propio yo y buscamos no desaparecer, no difuminarnos, en las imágenes que nos recuerden en los demás. Esqueletos de memoria ajena que no nos permiten ya ser, pero nos conceden estar.

Ahora los recuerdos apenas dan para vivir la cotidianidad, pero hacen falta recuerdos para ser y tiempo para recordar, aunque a veces, con esos mismos recuerdos morimos un poco cuando no somos capaces de apartarlos en los momentos en los que consumimos nuestros últimos instantes de una vida que se agota y comienza a gestarse un nuevo comienzo. En esos fugaces pulsos de la memoria, somos capaces de observar nuestra propia cara oculta de la luna y coexistir a través de esas reminiscencias los días que se nos fueron, que se evaporaron, que se diluyeron, esos días no vividos.

De vez en cuando nos asaltan desde la impropia belleza de lo desconocido y nos miran con la burla de la sutil venganza. Nos castigan sus ojos aún cuando saben que siempre hemos sufrido por su olvido, en este momento en que cada recuerdo se convierte en una vida no vivida, en una posibilidad escapada, porque los recuerdos no son más que eso, sustantividades sin gestar que nos hieren porque no supimos ver la probabilidad, o no fuimos audaces. Y ahora solamente nos queda agonizar con la pasión de lo que no tiene remedio y, seguramente, sin razón que lo disimule.

        Porque el pasado se ha ido y el presente se va con cada instante de futuro que deseamos. Porque los que nunca supieron declinar aquella lengua muerta, pueden ahora, en cada segundo que viven, morir declinando.



lunes, 11 de agosto de 2014

LA ELÍPTICA PELIGROSA DEL COMETA

Desde luego, no a todos les satisfacía aquella reunión. Puede que algunos de los allí presentes hubieran olvidado la difícil situación que meses antes se había producido con aquellas manifestaciones pronunciadas al desaire traídas hasta nuestros oídos por el boca a boca, ya que nunca nadie los implicados dio la cara en aquel asunto, o por el contrario, quisieran pasar una página complicada que conlleva toda evolución. Estoy seguro de que aquéllos que lo provocaron ni siquiera fueron conscientes de la crítica situación que originaron y la consecuente y preocupante propagación hacia el exterior del núcleo de lo que, sin duda, era un ¿conflicto? de intereses interno, o no, simplemente una nueva forma de entender nuestro mundo.

De hecho, cierto runrún corrió por los círculos más cercanos, algunos de éstos con satisfacción mal disimulada esperando en vano la culminación de su agorero vaticinio postrero. Sin embargo, parte de nosotros no podíamos dejar de pensar en cuan poco está valorado el recuerdo, ese recuerdo que deja marca, cicatriz visible del mal trago pasado. Y sobre todo lo natural que le resulta a cierto tipo de personas convivir con la doble condición de ser partícipes del origen del caos y de la naturalidad de, transcurrido el tiempo, transformar su conducta hasta llegar al “no pasa nada”. Ni siquiera una disculpa, un “lo siento”, un “no tenía razón”. Pero nada, comportarse como si jamás hubiera existido el riesgo, esperando con la faz de la esfinge que todo quede en el olvido.

Ni siquiera el voto de confianza desde del hastío de los largos años programados. Poder desterrar el conocimiento repetitivo circulando hacía la nada, hacia cierta inacción visual. Ni siquiera el voto de la confianza de la experiencia, la experimentación estética y evolutiva de lo atávico hacia un nuevo posicionamiento lúdico. Ni siquiera una alternativa dialéctica a la proposición expuesta salvo el abandono amoral del compromiso adquirido, la huida perdedora de la ignorancia. El miedo a lo nuevo, ese miedo que actúa como pegamento de la rutina, que no les deja probar una nueva exposición provocativa y que los sume en la mediocridad y la incapacidad para iniciar un nuevo aprendizaje hacia, quizás, lo desconocido.

Con el tiempo sobrevuelan los cometas alrededor de la ilusión renovada. Cada uno a su ritmo, es verdad. Algunos describen sus órbitas elípticas en un itinerario que les lleva a ser avistada su presencia tras un largo periodo de tiempo. Algunos orbitan de forma más frecuente, aún así, unos y otros trascienden ya muy poco con su núcleo, cansado éste de enfocar su poder gravitatorio sobre cuerpos tan difusos, tan carentes de masa, de silueta comprobable. Otros solamente muestran su caro contorno en los ocasionales choques que dan lugar al eventual aquelarre celebratorio de supuesta alcurnia. Bosones de Higgs de aletargada y vaga intención.

Aún así, la masa del núcleo no se modifica ante este desequilibrio sustantivo, se retuerce y se recoloca en cada disminución en el índice masivo de presencias estelares. Por necesidad e intención se configura más densa y cualitativa en su voluntad existencial. Acaso ya no sea nutricionalmente productiva tanta fatiga de atracción quimérica y sea, finalmente, propicia la ocasión para la transformación orgánica del cuerpo sustentador. Quizás un adiós definitivo alimente más el espíritu que un “de vez en cuando”.

Ahora, infiltrado el núcleo de futuro, que ha mitigado los dolores de tanta articulación gastada por el tiempo, abocada como estaba, sin remedio, a la nostalgia de un tiempo pasado ya perdido, luce una y otra vez, pero en este momento desde la certeza que dan ya las ausencias definitivas, las que forman parte, no ya de la opción de los ausentes, sino de quién ya definitivamente no espera. Ya no hacen falta, la propia dinámica los ha sustituido. Y no se nota.

Por fin.