jueves, 2 de agosto de 2018

DE HOSPITALES Y CAMPOSANTOS

       Nos vamos haciendo mayores, no cabe la menor duda. Pero una característica de hacerse mayor, por lo menos en mi caso, es darse cuenta de la existencia, sino has tenido una relación traumática con ellos, de unos edificios, los hospitales, que más pronto que tarde deberemos utilizar dada la decadencia física que acompaña a la edad madura. Recalco, siempre desde la perspectiva de alguien que no ha tenido una relación habitual con ellos, por sí mismo o por allegados. Un relevante ejemplo de nuestra sanidad gratuita y universal pero que, si no has hecho uso de ellos, son como esos edificios extraños y llenos de libros para la mayoría de discípulos de la ESO, que nada se les ha perdido en esos lugares.

            Por una cuestión sanitaria familiar no grave, he comenzado a visitarlos de forma más continua y, sin querer, siento una necesidad de conocer sus entresijos, su funcionamiento, su distribución. Conocer el lugar donde se ubican las distintas especialidades sanitarias que algún día pudiera necesitar proporciona esa seguridad modal que hasta este punto de mi vida no he necesitado trabajar. Incluso conocer como se distribuyen esas especialidades entre los diversos hospitales existentes da un plus innegable a la actuación que uno puede ejercer. Porque una vez dentro, uno se da cuenta de que son un mundo es sí mismos con su rotación y traslación, su día y su noche. Un microcosmos al que debemos adaptarnos si, por necesidad, requiere que los habitemos.

            Todos deberíamos pasar algún tiempo conociendo el modelo. Hace ya algún tiempo que me acostumbré a esas esperas desesperantes en los ambulatorios atestados de clientes, algunos de los cuales, puedo aseverar, que están allí por no tener mejor cosa que hacer que visitar al médico. Pero el microcosmos de las salas de espera en las consultas de los especialistas en los hospitales es otra cosa más definible, más determinable en su organización. Todo el mundo se mueve de forma natural en un mundo que, en principio, no parece asimilable a ese concepto. Sus movimientos medidos, casi ritualizados, como aprendidos en un manual de comportamiento hospitalario, convierten los pasillos, las salas, los vestíbulos, en unas autopistas por las cuales circulan de forma convincente profesionales y clientes sin parecer estorbarse unos a otros. Mesura, discreción, prudencia y  espacio vital son requisitos mínimos para desenvolverse en este mundo casi mágico en el cual están desterrados el grito, las estridencias y la arrogancia, pues la propia dinámica del lugar te puede poner en tu sitio.

            Incluso su interiorismo parece alejado de la concepción rigurosa y espartana de aquellos hospitales antiguos anclados en el sombrío augur de la parca. Hay luz y color, cosa que se agradecerá dada las causas previstas para las visitas venideras y sus exteriores muestran una arquitectura exenta del simbolismo médico más rancio y más cerca del diseño urbano en el que se circunscribe. No es que con todo esto esté haciendo proselitismo doliente y vayamos todos a ponernos enfermos para acudir al templo vestal en formato festivalero, nada más lejos de mi intención que crear una ruta de hospitales, ya sea bacaladera o en formato “todo incluido”, que siempre hay quien coge el rábano por las hojas y crea una empresa de eventos “rave medical”, sino que, de forma personal, he ido cayendo en la cuenta de que, para alguien que no ha pisado un hospital de motu propio en su vida, en este momento no le importaría tener más desenvoltura en este tipo de sitios. Es como cuando entras en un recinto cerrado, ya sea una sala de conciertos o un cine, para desenvolverse bien lo primero que hay que conocer es donde está el baño.

            Esta nueva perspectiva, sin duda proveniente del ocaso, creo que debo completarla con una visita al totem en el cual nos reuniremos todos. Un paseíto por el camposanto urbano hará que absorbamos su devenir, sus reglas, y que nos desenvolvamos con el donaire y la galanura merecida al acudir, ahora sí por una única vez, a nuestro entierro. Si os parece mucho estudio para tan poca oportunidad de probarlo siempre quedará el asado.  

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