miércoles, 13 de julio de 2011

TRIANGULO DE AMOR CONVEXO

Caminaba lentamente por la calle con la mirada fija en el suelo sumido en el mundo virtual de sus pensamientos, ajeno a todo y a todos. El tiempo había cambiado a peor, a pesar de ser julio, y la temperatura invitaba a levantarse el cuello de la americana y protegerse del viento. La gente a su alrededor circulaba con prisa intentando acabar sus quehaceres habituales e irse a casa y le dirigía miradas furtivas de extrañeza por su lento caminar. Aunque pudiera parecer que no era el mejor momento para pasear, al él le servía para despejar la mente y reorganizar a posteriori, cosa nada recomendable, los acontecimientos que se habían producido en los últimos tiempos y darles con ello un mínimo sentido.

A su edad nunca hubiera pesando que aquella muchacha se interesara por él, más allá de una relación de amistad surgida por el constante verse habitual de las ciudades pequeñas. Sin embargo este hecho dio paso al típico ritual de coqueteo que les llevó irremediablemente a una relación íntima en la que no importaba la edad sino la pura atracción física. Era atractiva y dulce y tendría alrededor de 25 años, nunca le preguntó la edad. A diferencia de él, con la luz del atardecer cayendo sobre su vida, en los ojos de aquella muchacha se podía descubrir una sed contagiosa de reír y de vivir. Una luz luminosa que recargaba sus pilas gastadas. Tuvieron claro desde el principio que su relación sería un juego secreto entre los dos. La sociedad pacata y conservadora en la que vivían hubiera visto con malos ojos dicha relación. No es que les importara, pero se divertían más con sus encuentros furtivos transgresores, al mismo tiempo que en presencia de conocidos comunes establecían una relación visual y de caricias disimuladas, que les hacían subir la adrenalina y el deseo carnal.

También tenían claro que eran libres. Que su relación no era exclusiva y que podían tener otras relaciones, incluso serias, si eran capaces de soportarlo. La suya era como el mínimo común múltiplo de todas ellas. Algo ajeno a todos y vivido como si fueran vidas paralelas.

Por eso tampoco se extraño cuando, sin saber muy bien como, se vio envuelto, al mismo tiempo, en una nueva relación casual con otra mujer. En este caso con una mujer madura, más cerca de su edad descendente, pero que todavía conservaba casi intacto el atractivo original y una belleza vehemente, que un día no muy lejano, debió de estar en todo su esplendor.

Como era habitual en su vida plagada de secretos, también esta relación se desarrollaba en la clandestinidad. Una relación con una mujer casada no invitaba a la tolerancia y compresión en el entorno más cercano e incluso en el más alejado del mundo vital en el que se movía. Aquella mujer casada le hacía sumergirse, sin poder evitarlo, en un mundo en el que los riesgos no estaban calculados y cuyo único resultado, en caso de salir a la luz, era el escándalo y la soledad más absoluta. Pero de esta última andaba muy sobrado, así que tampoco lo tenía muy en cuenta. A diferencia de la relación con la muchacha joven, ésta bien podía calificarse como una relación de máximo común divisor.

Así pues, tenía una vida dividida en tres: su vida pública normal que no dejaba traslucir lo que se escondía tras la fachada, aunque a duras penas lo conseguía, y su dos vidas secretas. A ninguna quería renunciar y estaba decidido a continuar hacia adelante y llegar al final de todas ellas, ya que sin resultado final, de que sirve plantear los problemas.

El frio arreciaba y era tarde. En la calle ya solamente quedaban él y algún perro vagabundo. Se estremeció al pensar que él, que tenía casa, le daba miedo volver a ella y que los fantasmas de su vida se le aparecieran como testigos fiscales de sus crímenes y sin embargo el perro vagabundo daría amistad eterna con tal de que alguien lo llevara a la suya y le diera cobijo. Ya en casa se miró en el espejo. En un acto reflejo siempre esperaba que le devolviera su imagen junto a la del verdadero amor. Pero la hondura de su mirada era tan grande que no consiguió ver el fondo.

 A fin de cuentas ¿ángel o diablo?, qué más da.    

4 comentarios:

  1. Me encanta la frase final: la hondura de su mirada era tan grande que no consiguió ver el fondo. Cuantas veces nos habremos mirado al espejo y no nos hemos reconocido. Solo por hacernos meditar en esto, ya te merece la pena seguir escribiendo.
    Tus historias ademas de cautivar hacen a uno reflexionar. Brindo por ello.
    Un saludo

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  2. Gracias por vuestros comentarios

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  3. Muy bien el recorrido de una vida cualquiera,de cualquiera, en una ciudad cualquiera...es la vida misma. oliva

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