
A su edad nunca hubiera pesando que
aquella muchacha se interesara por él, más allá de una relación de amistad
surgida por el constante verse habitual de las ciudades pequeñas. Sin embargo
este hecho dio paso al típico ritual de coqueteo que les llevó
irremediablemente a una relación íntima en la que no importaba la edad sino la
pura atracción física. Era atractiva y dulce y tendría alrededor de 25 años,
nunca le preguntó la edad. A diferencia de él, con la luz del atardecer cayendo
sobre su vida, en los ojos de aquella muchacha se podía descubrir una sed
contagiosa de reír y de vivir. Una luz luminosa que recargaba sus pilas
gastadas. Tuvieron claro desde el principio que su relación sería un juego
secreto entre los dos. La sociedad pacata y conservadora en la que vivían
hubiera visto con malos ojos dicha relación. No es que les importara, pero se
divertían más con sus encuentros furtivos transgresores, al mismo tiempo que en
presencia de conocidos comunes establecían una relación visual y de caricias disimuladas,
que les hacían subir la adrenalina y el deseo carnal.
También tenían claro que eran libres.
Que su relación no era exclusiva y que podían tener otras relaciones, incluso
serias, si eran capaces de soportarlo. La suya era como el mínimo común múltiplo
de todas ellas. Algo ajeno a todos y vivido como si fueran vidas paralelas.
Por eso tampoco se extraño cuando,
sin saber muy bien como, se vio envuelto, al mismo tiempo, en una nueva
relación casual con otra mujer. En este caso con una mujer madura, más cerca de
su edad descendente, pero que todavía conservaba casi intacto el atractivo
original y una belleza vehemente, que un día no muy lejano, debió de estar en
todo su esplendor.
Como era habitual en su vida plagada
de secretos, también esta relación se desarrollaba en la clandestinidad. Una
relación con una mujer casada no invitaba a la tolerancia y compresión en el
entorno más cercano e incluso en el más alejado del mundo vital en el que se movía.
Aquella mujer casada le hacía sumergirse, sin poder evitarlo, en un mundo en el
que los riesgos no estaban calculados y cuyo único resultado, en caso de
salir a la luz, era el escándalo y la soledad más absoluta. Pero de esta última andaba
muy sobrado, así que tampoco lo tenía muy en cuenta. A diferencia de la
relación con la muchacha joven, ésta bien podía calificarse como una relación
de máximo común divisor.
Así pues, tenía una vida dividida en tres: su vida pública
normal que no dejaba traslucir lo que se escondía tras la fachada, aunque a
duras penas lo conseguía, y su dos vidas secretas. A ninguna quería renunciar y
estaba decidido a continuar hacia adelante y llegar al final de todas ellas, ya
que sin resultado final, de que sirve plantear los problemas.
El frio arreciaba y era tarde. En la
calle ya solamente quedaban él y algún perro vagabundo. Se estremeció al pensar
que él, que tenía casa, le daba miedo volver a ella y que los fantasmas de su
vida se le aparecieran como testigos fiscales de sus crímenes y sin embargo el
perro vagabundo daría amistad eterna con tal de que alguien lo llevara a la
suya y le diera cobijo. Ya en casa se miró en el espejo. En un acto reflejo
siempre esperaba que le devolviera su imagen junto a la del verdadero amor.
Pero la hondura de su mirada era tan grande que no consiguió ver el fondo.
A fin de cuentas ¿ángel o diablo?, qué más da.
Me encanta la frase final: la hondura de su mirada era tan grande que no consiguió ver el fondo. Cuantas veces nos habremos mirado al espejo y no nos hemos reconocido. Solo por hacernos meditar en esto, ya te merece la pena seguir escribiendo.
ResponderEliminarTus historias ademas de cautivar hacen a uno reflexionar. Brindo por ello.
Un saludo
Bueno...
ResponderEliminarGracias por vuestros comentarios
ResponderEliminarMuy bien el recorrido de una vida cualquiera,de cualquiera, en una ciudad cualquiera...es la vida misma. oliva
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