martes, 22 de septiembre de 2015

CARTA DESDE JUAN DE HERRERA, 2º

        A veces me cuesta imaginar, y no ha pasado tanto tiempo, apenas unos meses, lo perfecto que fue todo entre los dos. Cada actuación, ese acto aceptado de forma voluntaria y, por ello, obligatorio desde el punto de vista ético y personal, desencadenaba el torbellino propio de lo desacostumbrado durante el resto del año generando por si misma una cascada de acontecimientos torrenciales, desencadenados; preparándonos con la acostumbrada meticulosidad, casi milimétrica, ordenada, como si cualquier atisbo de anarquía y caos en el orden habitual fueran a traer insospechadas consecuencias a la hora de la representación. Desde entonces, la nada.

            Durante todo este tiempo pasado en la trágica agonía camino de mi silencio, han ido aflorando como lágrimas repletas de recuerdos, los distintos aromas y olores que se fueron pegando a mí mientras me portabas en aquel tiempo atávico y orgulloso, construyendo casi sin querer el mapa irreal de lo que ahora parece ser simplemente un sueño. Tierras y personajes que empaparon la urdimbre de la que estoy hecho, de la que estás hecho, sin que una y otra puedan entenderse por separado como si fueran unidades de medida extrañas una de la otra. Destinos, cercanos y lejanos, que hubieran tejido la capa  que cobijara estos dos mundos hasta el día, entonces pensábamos que lejano, de decir adiós.

            Meses esperando una respuesta que, ahora lo entiendo, no tenías, pero que tú también esperabas. Allí, postrado en la cama de la habitación del fondo, como un enfermo más en el dolorido hospital de la omisión, hemos conversado sin palabras cada vez que entrabas, con la mirada, escudriñando cada matiz, intentando averiguar en cada gesto la posibilidad de una solución menos traumática, menos agresiva, menos tajante, de la que me ha llevado hasta aquí, hasta este vertical féretro donde se recogen las migajas del pasado, reducidas a la simple visión conceptual y museística de lo que fue y ya no es posible que sea nunca más. Quizás un lugar menos vulgar, menos prosaico, más acorde con mi pasado al servicio del movimiento circular, monótono y repetitivo del juglar, que el simple abandono entre las vestimentas domésticas amontonadas al desdén de su vida miserable, pero mortuorio al fin.

            Reconozco que los nuevos tiempos no auguraban nada bueno para mí. Al fin y al cabo el espectáculo avanza y en él se van introduciendo, casi sin querer, nuevos formatos en los que ya no tengo cabida, reduciendo mi papel a mísero disfraz, reliquia fuera del contexto ortodoxo del que nací. Pero ahora estoy seguro de que ya no habrá vuelta atrás. Que esta segunda piel que he sido para ti durante años se ha desprendido por completo y, cual muda de serpiente, quedaré varada entre las espinas  de los arbustos que ocultaron y envenenaron el camino haciendo que huyéramos campo a través en busca de la dirección correcta.

            Desconozco cuál ha sido el resorte postrero que ha hecho que por fin te decidieras a poner fin a mi calvario. Seguramente no habrá sido nada baladí, pero en ti es difícil sospechar el por qué de las cosas cuando una leve brisa puede desencadenar una tempestad. Quizás el olvido asimétrico, el desinterés mutuo entre los intereses contrapuestos, el orgullo sutil del conocimiento… O la visión prostituida de una versión sustituta de algo tan querido para ti. O nada, simplemente el extrañamiento de un mundo en el cual ya no te reconoces.

            Pero de cualquier forma, no olvides, que allí al fondo, al final de la escapada, descanso.

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