miércoles, 28 de noviembre de 2012

LUNA MENGUANTE DEL AMOR


Se dice que uno sabe que está enamorado cuando la luna ha entrado en sus ojos. Entonces ¿Qué hacer cuando, una vez dentro, no se ve reflejada en los ojos de la persona amada cuando cruzas tu mirada con la suya? ¡Es tan difícil conjugar este deseo! Porque es extraño aceptar la romántica aseveración cuando afecta a tantas personas que inician un camino de esa búsqueda de la reciprocidad visual que, en la mayoría de los casos, termina en fracaso. Extraña medicina que no asegura el éxito del tratamiento y, en cambio, provoca la enfermedad del desánimo o del amor no correspondido. Si es así, ¿se equivocó la luna o nos equivocamos nosotros? Vidas que se convierten metafóricamente en el reverso del vampiro. Negar la noche y negar su influjo. Salir, si acaso, solamente en jornadas noctámbulas protegido por el escudo de las nubes, que se interponen entre nosotros y la hechicera provocadora de mareas, subidas y bajadas en las que, como peleles, somos zarandeados sin compasión.

Porque es muy difícil asistir a ese instante en el cual dos personas saben que se aman. Compartir esa reciprocidad de bailar al mismo compás. En la mayoría de los casos es el contratiempo, la asimetría del amor quien regula nuestras relaciones. Amar a quien no te ama y ser amado por quien no amas. Triángulo irregular de difícil solución. Y realmente la normalidad es ésta. No la compañía, la amistad, el hábito en el que la mayoría de las veces se van convirtiendo el común de las relaciones amorosas. Peregrinar sin rumbo dentro de la cotidianeidad, de la rutina que camufla nuestra desilusión. Es fácil reconocerse en los otros, en los iguales, aquellos a los que la luna forjó en los ojos la ilusión vana de ser amados. Siempre con la sensación de estar en el lugar equivocado, desentonando de la decoración general, provocando inquietud en los demás ante la inocultable sensación de fracaso, que como aureola, rodea nuestro caminar. Perdida la mirada en el horizonte más cercano, pensativos sin idea que pensar, mientras alrededor seres afortunados, pocos, muestran su felicidad lunática acompasados los tempos de su vida.

Y si esto es así, ¿cuándo terminar? ¿Cuándo dar por concluido todo? No es tan fácil aceptar que nos hemos equivocado. Perseveramos en el intento creyendo que el tiempo posibilitará que el amor elegido se convierta en uno con el nuestro. Cuando lo aceptamos y superamos el dolor, hemos de aceptar también la nueva posibilidad de errar en el próximo intento. Eso puede llevarnos a convertir, en cruel venganza inútil, a la luna en la roca estéril que realmente es, despojarla de todo imaginario emocional y llenar de polvo la trastienda de nuestro corazón. Y regresar al antiguo reflejo lunar fracasado, pero reconocible, y vivir de lo que pudo ser. Quedando el deseo arrinconado en el devenir del tiempo como ese regalo que ya no se puede descambiar.

Pero es imposible borrar todo vestigio cuando no se acierta a no ver sus ojos. Y entonces, tomamos la decisión de desaparecer, aunque eso suponga abandonarlo todo. Y somos cobardes y no lo hacemos. Y ya nada es lo que debería ser, todo se convierte en una mentira repleta de conjeturas falsas. Sufrimos brotes de irracionalidad que nos hacen recaer, como las enfermedades malsanas, en el amor que nos rechazó, convirtiendo la vida en un recorrido circular y, en demasiadas ocasiones, en una estructura de pesadilla, sobre todo cuando se descubre la realidad en unas palabras dichas sin pretensión de respuesta. Con la dureza blasfema de no intentar su aceptación, sino su imposición natural por la fuerza de los hechos. Nos convertimos en daño colateral de nuestra propia batalla, esa que al final hemos originado de manera unilateral, cuando en realidad no hubo provocación alguna.

Entonces, a partir de ese momento, solamente queda evitar todo tipo de aproximación consciente para evitar otro fracaso. O, puesto que se ha fracasado, convertirnos en el propio fracaso para poder salvarnos. Sufrir el vértigo de cerrar los ojos y dejar que el cerebro rellene la realidad con sus trampantojos ajados por el tiempo. A fin de cuentas, la percibida hasta ahora, en el amor no correspondido, era mentira.  Pierdes luego existes, amas luego pierdes.  

miércoles, 21 de noviembre de 2012

NO PUEDE NI DEBE HABER TREGUA


Después de una semana de la huelga general del 14 M y con la perspectiva que da el tiempo, solamente cabe preguntarse: “¿y ahora qué?”. Los motivos que causaron la protesta y la masiva salida a la calle de miles ciudadanos con el objetivo de hacer llegar a los políticos su mensaje de oposición, quedaron prontamente diluidos ante las posteriores manifestaciones de los principales ministros del gobierno. En un alarde sin precedentes de insensibilidad democrática, se han apresurado a hacer llegar a los medios de comunicación su dogmático convencimiento en su propuesta económica para salir de la crisis, aunque las medidas de su propuesta supongan la exclusión de miles de ciudadanos del tejido productivo y, lo que es más importante, de la sociedad, convirtiéndolos en ciudadanos de segunda sin el menor atisbo de nuevas oportunidades a corto y medio plazo.
Una huelga general que nació disminuida precisamente por la tremenda situación de precariedad laboral de los trabajadores, gracias a la última reforma laboral del gobierno, y a las presiones patronales en dicho sentido. Trabajadores que temen perder su empleo si acuden a la huelga, sondeos más o menos explícitos sobre la opción a tomar ese día, etc, hacen que disminuya el número de trabajadores que optan por no acudir a sus trabajos aún estando de acuerdo con la convocatoria de las movilizaciones. De esta manera queda cercenado en gran medida uno de los derechos recogidos en la Constitución Española, como es el derecho a la huelga. No hace falta suprimirlo o regularlo a la baja como solicitan o exigen los miembros más recalcitrantes de la derecha española y su perrito faldero, la patronal, según el nivel de totalitarismo con el que hayan sido “educados”, sino que dicho derecho se coarta a si mismo en la medida que el miedo y el temor a perder el trabajo, con sus consecuencias sociales, se cuela en la misma estructura proletaria del trabajador. Un reflejo de todo esto queda patente en la diferencia entre el porcentaje de seguimiento de la huelga general y el porcentaje de ciudadanos que acudieron a las manifestaciones celebradas en la tarde de dicha jornada.
Y las perspectivas no son nada halagüeñas. Las manifestaciones del ministro de Economía Luis de Guindos sobre el cumplimiento del objetivo del déficit público como cuestión innegociable, en contestación a las palabras del presidente del gobierno sobre la bajada del i.r.p.f. en el horizonte del 2.014, ponen al descubierto el estado de sordera con el que actúan nuestros dirigentes, más atentos a lo que le dictan desde fuera que a lo que le piden sus ciudadanos. Medidas de ajuste ultraconservadoras que ponen en cuestión el estado del bienestar y el futuro de los países afectados, como ya antes llevaron a la ruina y a un largo proceso de recuperación lento y doloroso a los países que solicitaron ayuda al Fondo Monetario Internacional o al Banco Mundial, los verdaderos instigadores de este tipo de asesinato económico. Lo curioso de este tipo de teorías económicas es que siempre, por defecto, excluye del sacrificio a las clases más pudientes, a las grandes fortunas y al entramado financiero que en la mayoría de los casos originó todo el derrumbe económico y social.
 La cuestión es si vamos a ser capaces de quitarnos esta camisa de fuerza con la que los poderes económicos nos han maniatado con la complacencia de los políticos a su servicio o seguiremos aguantado con la resignación propia del indolente. Hasta ahora esto ha sido así. Según relata el periodista Alberto Senante en el periódico digital periodismohumano.com, la situación sería esta: “dormir en el salón de un familiar, o pagar el alquiler gracias a la ayuda que te prestan. Tomar un aperitivo gracias a que invitan los amigos, o evitar un desalojo con la ayuda de desconocidos son situaciones frecuentes tras más de 4 años de crisis económica en España. Cada vez son más familias sin ningún tipo de ingreso y cada vez menos recursos de protección social, familiares, amigos y asociaciones se convierten en el bote salvavidas al que muchos han tenido que aferrarse”.

            Lo que queda fuera de toda duda, a pesar de que la huelga haya tenido un relativo éxito, es que resulta más productiva una movilización continua de los ciudadanos. Adoptar una posición radical civilizada que no de tregua a los que accedieron al gobierno con mentiras e incumpliendo el contrato social que, en democracia, se establece entre el programa electoral y el voto ciudadano. Como se demostró en la primavera de los países árabes, sus intentos de prohibir, maniatar a la opinión pública y manipular la información chocan con el activismo colectivo de las redes sociales, verdaderos motores de las movilizaciones en el siglo XXI y vehículos idóneos para superar los intentos de censura de los medios afines al poder. Hay que tener en cuenta que solamente se irán, o cambiarán su política económica en favor de los más débiles, cosa esta harto improbable, si somos capaces de darles una patada en el culo de sus ideas y demostrarles que no todo vale en política para mantener el poder. Porque quién comparó una catástrofe medioambiental de grandes proporciones como la del Prestige con unos hilillos de plastilina no está preparado ni puede tener una visión proporcional y verdadera del daño que está causando su maldita, perversa y reprobable forma de gobernar.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

LA POLÍTICA DEL MANDRIL


            No recuerdo bien si fue el genial humorista Quino o, su alter ego, Mafalda, el responsable de la frase: “no hay que decir siempre lo que se piensa, pero si pensar todo lo que se dice”. Quizás fue otra persona o personaje y me estoy confundiendo, pero no importa, el hecho en sí no cambia. Me ha venido a la cabeza la frase, supongo que porque la habré leído u oído hace poco, al leer las últimas declaraciones sobre la huelga general del catorce de noviembre de la expresidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, ejemplo de cómo se puede llegar a la política sin pensamiento político alguno, salvo, quizás, por algunos apuntes subidos al Rincón del Vago por algún estudiante de botellón. El nivel político medio es tan mediocre que hace que personajes con esta morfología populista y con este escaso bagaje alcancen puestos de responsabilidad, inundando el órgano político al que representan, en este caso representaba, del tufillo a algodón de azúcar y churros requemados de una verbena. Todo muy rancio y cañí.
            Sus manifestaciones a favor de la prohibición del derecho a la huelga, recogido en la Constitución Española, se alinean claramente en consonancia con la mejor tradición de las corrientes políticas autoritarias, tanto de derechas como de izquierdas, que dieron lugar a regímenes totalitarios, donde los trabajadores fueron despojados de sus derechos básicos en favor de las clases sociales económicamente pudientes, que, en la mayoría de los casos, se solapaban con la clase política dirigente. Una política de compadreo y favores indigna y vergonzosa. Por otra parte, sus manifestaciones ponen al descubierto lo difícil que ha tenido que ser, para esta derecha mandril, ponerse el traje democrático después de tantos años de dictadura y estar conteniendo la respiración y metiendo el estómago para que a dicho traje no se le rompan las costuras. Aunque en ocasiones como ésta le haya sido imposible. La cabra siempre tira al monte y el búfalo cafre ataca siempre sin sentido alguno.
            Sin embargo, no es el objeto de esta entrada hablar de su pensamiento político sino de su puesta en escena, que supone una mezcla entre el vodevil más gañán y el absurdo carpetovetónico. Hace unas semanas repusieron en Televisión Española la película de José Luis Cuerda, Total,  primera parte de la trilogía que forma con Amanece que no es poco y Así en la tierra como en el cielo. En la película nos cuenta el director como nos encontramos en el Londres del año 2.598, con la peculiaridad de que este Londres es un pueblo de Soria. En él las casas se derrumban sin razón aparente ante la indiferencia de los lugareños, existe una escuela donde se reproduce la batalla entre la enseñanza reglada y la escuela de la vida, es decir, a tortas, y un rebaño de ovejas y otro de vacas que representan las diferentes filosofías vitales de sus habitantes.
El personaje de Agustín González, pastor de ovejas, nos cuenta cómo sucedió la gran catástrofe del fin del mundo y nos presenta a los demás convecinos. Hay una señora, la mujer del alcalde, que se aparece a su antojo y trata de curar a un ciego para hacer negocio con la venida de los peregrinos al pueblo. El hijo de González, niño en edad escolar, da un estirón tan grande que cumple de repente más de 60 años. La madre, solidaria, envejece tan rápido, que muere en seguida. El niño, deprimido, se convierte en un delincuente juvenil. Las vacas quieren entrar a la escuela y, como el maestro no les deja, su pastora trata de enseñarles la tabla de multiplicar en el establo. Un retrato surrealista sobre la sociedad y sobre el hecho de que, independientemente del lugar que se escoja, el absurdo es el mismo.
Y es aquí donde se produce la conexión, la terrible conexión: la política y el ejercicio de la misma de Dña. Esperanza Aguirre es perfectamente encajable en el sentido de la película y ésta no sufriría ninguna merma en el surrealismo que la recorre si incorporásemos sus imágenes públicas al metraje y sus manifestaciones a los diálogos. Su personaje estaría perfectamente justificado precisamente por el advenimiento de fin del mundo, formaría la causa y el resultado del mismo y sería un elemento más dentro del absurdo general al que enriquecería.
Pongamos en valor su incontinencia verbal irracional, descabellada y necia, antes de que sus palabras se pierdan por las alcantarillas y desagües de la estupidez. La suya.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

YO NO SOY DE CONNECTICUT. ¿Y TÚ?


¿Truco o trato?, me preguntan unos niños disfrazados que han llamado a mi puerta. ¡Don Juan Tenorio! respondo yo, en pose suficiente y con voz atronadora, dibujándoseles en la cara, a partes iguales, expresiones de incredulidad e ignorancia sobre mi conato de interpretación, para ellos locura, que hace entristecer mi ánimo. Ese que ama el teatro y a los clásicos, el mundo de la interpretación y del conocimiento intelectual. Ante mi respuesta, los niños se dan media vuelta y desandan el camino recorrido hasta mi casa, supongo que entre maldiciones hacia mi persona ante la sorpresa recibida. En formación de Santa Compaña, sus variados disfraces de piratas, diablos, hadas, etc, carnavalean en dirección a otra casa más acorde con su espíritu halloweniano, donde sus moradores habiten la Zamora que conocemos, pero que vivan más acordes con el más puro estilo de vida de Connecticut.
Y es que no tengo el mayor apego ni cercanía con una fiesta importada desde el más allá, nunca mejor dicho, y que pertenece al bagaje cultural de un país que no es el mío. Respeto sus tradiciones, pero no son las mías y, por supuesto, éstas últimas no podrán ser nunca sustituidas por algo tan ajeno a mi raíz. La colonización cultural a la que hemos sido sometidos por el mundo anglosajón, especialmente el norteamericano, vía televisión y su mercadotecnia, es inversamente proporcional a una apreciable vergüenza por nuestra cultura y su contenido, aceptando unas veces sin reparos lo que nos viene de fuera y otras disculpándonos por nuestra forma de ver la vida, como si su manifestación pública fuera antigua y pasada de moda. Dando por cierto que para ir con el tiempo que nos marcan los países que rigen el mundo, debiéramos parecernos a ellos. Así caemos a menudo en una orgía de internacionalismo barato que olvida la esencia del origen ancestral del que provenimos. Un paso más en la implantación del pensamiento único, de la uniformidad sin personalidad. Viendo el mundo bajo el prisma impuesto por la cultura dominante con gafas de una sola graduación, aunque con bastante colaboración nuestra.
Hemos sustituido el bocadillo de chorizo o jamón por hamburguesas y perritos calientes, a Don Juan Tenorio y Doña Inés por brujas y zombis, celebramos la fiesta de la cerveza como si hubiéramos nacido en Baviera y fuéramos altos y rubios y, a este paso, nos vemos celebrando el día de acción de gracias y el 4 de julio. Aceptamos a Papa Noel o Santa Claus en lugar de los Reyes Magos, bien es verdad que estos llegan el día anterior a ir a la escuela, pero con cambiar el día nos bastaría. Asistimos con fervor casi religioso al concierto de año nuevo en Viena, como verdaderos ciudadanos austriacos, cuando la realidad es que vemos desde muy lejos la música clásica. Cuando si nos paramos a pensar y nos fijamos un poco, lo primeramente dicho forma parte de nuestra vida, la que nos ha hecho ser como somos, ni mejor ni peor. Hasta en el baile tradicional se coreografían los bailes de nuestros mayores para que encajen en una supuesta forma de ver el folclore más vendible al público, pero más impostora. Aunque, en un nivel más local, cuando ves en algunos pueblos de nuestra tierra como visten de sevillanas a la niñas en las fiestas patronales, te das cuenta de que el absurdo empieza por nosotros mismos.   
Y lo peor de todo es que es un problema educacional, que empieza en el colegio. En estos días pasados, los niños han realizado múltiples y variadas fiestas de Halloween en las aulas, comenzando sin querer a forjarse en ellos la idea de que todo ello forma parte del calendario emocional con el que crecen. Salen a la calle en busca de caramelos como si fueran de Connecticut y decoran calabazas al más puro estilo de Wisconsin. Al final, acaban aceptando como suyos patrones de comportamiento y cánones sociales que no pertenecen a la cultura de su tierra y destierran por extraños los que realmente les corresponden por nacimiento. Patrones y cánones pertenecientes a una historia de más de dos mil años suplantados por una cultura nacida, como quien dice, la semana pasada. Respetable, pero la semana pasada.
¿Aceptarían los estadounidenses sustituir sus disfraces de personajes varios y su truco o trato por los personajes de la obra de José Zorrilla, los buñuelos y los huesos de santo? ¿Alguien ha ido a Connecticut y se ha encontrado con esta situación? La proposición encontraría el rechazo lógico de quien no entiende porque tiene que adjurar de lo suyo, mientras que por el contrario, aquí lo hacemos con gran alegría y regocijo.
Sería más lógico que en estos días los lugares de ocio se decoraran con motivos donjuanescos, que la gente saliera vestida con la ropa de los personajes descritos en la obra de José Zorrilla: Don Juan, Doña Inés, Don Gonzalo, el Comendador, Don Luis Mejía, etc. Serviría de estímulo para que los niños se interesaran y se acercaran, como en un juego, a la historia y a la literatura que les pertenece: El Burlador de Sevilla, de Tirso de Molina, de la que el Don Juan bebe, Don Álvaro o la fuerza del sino, del Duque de Rivas, Gonzalo Torrente Ballester y su Don Juan. E incluso, literatura extranjera que se acerca también al mito como la ópera Don Giovanni, Casanova y Romeo y Julieta, en su similitud con la muerte de los amantes. Algo propio, nuestro y con el mismo nivel de apego al origen que el formato del carnaval de Venecia. ¿Alguien ha visto a la abeja Maya en dicho Carnaval? Pues eso.
Y para no cansar a vuestras mercedes ya termino. Y boto a bríos que nada de truco o trato. Y como el Comendador dijo: “Aquí me tienes, Don Juan, y he aquí que vienen conmigo los que tu eterno castigo de Dios reclamando están”.