Se
dice que uno sabe que está enamorado cuando la luna ha entrado en sus ojos.
Entonces ¿Qué hacer cuando, una vez dentro, no se ve reflejada en los ojos de
la persona amada cuando cruzas tu mirada con la suya? ¡Es tan difícil conjugar
este deseo! Porque es extraño aceptar la romántica aseveración cuando afecta a tantas
personas que inician un camino de esa búsqueda de la reciprocidad visual que,
en la mayoría de los casos, termina en fracaso. Extraña medicina que no asegura
el éxito del tratamiento y, en cambio, provoca la enfermedad del desánimo o del
amor no correspondido. Si es así, ¿se equivocó la luna o nos equivocamos
nosotros? Vidas que se convierten metafóricamente en el reverso del vampiro.
Negar la noche y negar su influjo. Salir, si acaso, solamente en jornadas
noctámbulas protegido por el escudo de las nubes, que se interponen entre
nosotros y la hechicera provocadora de mareas, subidas y bajadas en las que,
como peleles, somos zarandeados sin compasión.
Porque
es muy difícil asistir a ese instante en el cual dos personas saben que se
aman. Compartir esa reciprocidad de bailar al mismo compás. En la mayoría de
los casos es el contratiempo, la asimetría del amor quien regula nuestras
relaciones. Amar a quien no te ama y ser amado por quien no amas. Triángulo
irregular de difícil solución. Y realmente la normalidad es ésta. No la
compañía, la amistad, el hábito en el que la mayoría de las veces se van
convirtiendo el común de las relaciones amorosas. Peregrinar sin rumbo dentro
de la cotidianeidad, de la rutina que camufla nuestra desilusión. Es fácil
reconocerse en los otros, en los iguales, aquellos a los que la luna forjó en
los ojos la ilusión vana de ser amados. Siempre con la sensación de estar en el
lugar equivocado, desentonando de la decoración general, provocando inquietud
en los demás ante la inocultable sensación de fracaso, que como aureola, rodea
nuestro caminar. Perdida la mirada en el horizonte más cercano, pensativos sin
idea que pensar, mientras alrededor seres afortunados, pocos, muestran su
felicidad lunática acompasados los tempos de su vida.
Y
si esto es así, ¿cuándo terminar? ¿Cuándo dar por concluido todo? No es tan
fácil aceptar que nos hemos equivocado. Perseveramos en el intento creyendo que
el tiempo posibilitará que el amor elegido se convierta en uno con el nuestro.
Cuando lo aceptamos y superamos el dolor, hemos de aceptar también la nueva
posibilidad de errar en el próximo intento. Eso puede llevarnos a convertir, en
cruel venganza inútil, a la luna en la roca estéril que realmente es,
despojarla de todo imaginario emocional y llenar de polvo la trastienda de
nuestro corazón. Y regresar al antiguo reflejo lunar fracasado, pero
reconocible, y vivir de lo que pudo ser. Quedando el deseo arrinconado en el
devenir del tiempo como ese regalo que ya no se puede descambiar.
Pero
es imposible borrar todo vestigio cuando no se acierta a no ver sus ojos. Y
entonces, tomamos la decisión de desaparecer, aunque eso suponga abandonarlo
todo. Y somos cobardes y no lo hacemos. Y ya nada es lo que debería ser, todo
se convierte en una mentira repleta de conjeturas falsas. Sufrimos brotes de
irracionalidad que nos hacen recaer, como las enfermedades malsanas, en el amor
que nos rechazó, convirtiendo la vida en un recorrido circular y, en demasiadas
ocasiones, en una estructura de pesadilla, sobre todo cuando se descubre la
realidad en unas palabras dichas sin pretensión de respuesta. Con la dureza
blasfema de no intentar su aceptación, sino su imposición natural por la fuerza
de los hechos. Nos convertimos en daño colateral de nuestra propia batalla, esa
que al final hemos originado de manera unilateral, cuando en realidad no hubo
provocación alguna.
Entonces,
a partir de ese momento, solamente queda evitar todo tipo de aproximación
consciente para evitar otro fracaso. O, puesto que se ha fracasado,
convertirnos en el propio fracaso para poder salvarnos. Sufrir el vértigo de
cerrar los ojos y dejar que el cerebro rellene la realidad con sus trampantojos
ajados por el tiempo. A fin de cuentas, la percibida hasta ahora, en el amor no
correspondido, era mentira. Pierdes
luego existes, amas luego pierdes.