lunes, 28 de julio de 2014

EL ESTETA DE LA INACTIVIDAD*

                  Resultaba evidente que la posición de aquel sujeto había quedado demasiado expuesta a los ojos de todos nosotros. La última remodelación espacial, en la que había sido modificada su ubicación, había traído consigo una manifestación visual evidente que nosotros creíamos que intentaba superar con el mismo cinismo laboral con el que había medrado desde su ya lejana incorporación a la estructura productiva. Demasiado espacio, demasiado diáfano, para no ser pasto de las habladurías que su posición de escaparate ofrecía, como una vulgar rebaja de finales de temporada. Ya quedaban lejanos aquellos tiempos en los que desarrollaba la supuesta actividad laboral que tenía asignada en su cubil, aquél que había sido su escondrijo, alejado de los ojos escrutadores de compañeros y visitantes.

         Además pensábamos que era consciente de que su nuevo lugar, más bien el posicionamiento físico del mismo, su orientación, le revestía de un áurea intrigante, de característica chivata, de murmurador, de expía, a los ojos de los demás. Habíamos notado que ese mismo posicionamiento tenía unas características innatas para la captación de cualquier sonido por baja que fuera su frecuencia, llegando a creer que, en un tiempo no muy lejano, y siempre antes de su jubilación, iría mutando en radar humano, a lo que ayudaba la facilidad de giro que las ruedas de su silla le proporcionaban y que utilizaba con gran soltura, mimetizándose con ella y llegando a ser difícil vislumbra quién era quién. Su capacidad para intentar enterarse del trabajo de los demás era inversamente proporcional a su incapacidad para justificar con su escaso trabajo el sueldo que religiosamente se le abonaba y que más parecía un impuesto revolucionario por cuota de ineptitud que cualquier otra cosa.

            A pesar de las sucesivas remodelaciones de las condiciones y clasificaciones que su relación laboral exigía y que le trajeron, como contrapartida a las sucesivas subidas de sueldo, la acumulación de tareas adecuadas a su grupo, su habilidad para el escaqueo le había hecho esquivar cualquier conato de actividad supletoria, siguiendo con el mínimo imprescindible que justificara su presencia en aquella oficina. Parecía que nada, y lo que es peor, nadie, pudiera conseguir que el citado sujeto trabajara en serio alguna vez en su vida.     

            Siempre hemos pensado que, a semejanza de los súper héroes de cómic, se levantaba todas las mañanas y se disfrazaba con su traje de hipocresía, confeccionado en el vulcano infierno de la estulticia, y con él puesto emprendía la ardua batalla diaria contra esa estupidez tan malsana que para él era el trabajo. Como si estuviera recubierto de vaselina, todas las tareas oficinescas resbalaban cuando tocaban su hermoso traje yendo a parar a los compañeros que, para su desgracia, no poseían el mismo atuendo. El mero intento de hacer que trabajara se convertía en una especie de caza del cochino untado con grasa, inevitable en cualquier fiesta popular que se precie. Se escabullía entre las intenciones con la zorrería de quién, aparte de jeta, posee muchos años ganados en este tipo de escenarios.

          Sin embargo, este esteta de la inactividad, poseía un rasgo muy llamativo: su creída dignidad como trabajador siempre estaba amenazada por cualquier rumor que afectara a su colectivo. En ese momento se ponía al frente de las barricadas y arremetía contra todo aquello que afectara a su derecho al trabajo, aunque ¿cuál, si no hacía nada?, a unas condiciones dignas para ejercerlo, ¿no le valía con el periódico, el crucigrama, Internet, etc? y a un salario digno ¿no le pagaban ya de más? La verborrea estética que exteriorizaba en aquellos eventos solamente podía provenir de su deseo de camuflar aún más su desfachatez diaria. Esta contradicción siempre me ha resultado chocante, pues pone de relieve hasta que punto este tipo de personajes viven en una realidad paralela que no se corresponde con la cercana y palpable y que puede, no sé, ser el resultado de una nueva especie laboral derivada de la evolución del homo sapiens hacía el homo haragán.

   De lo que estoy seguro, es que si fuera verdad, éste sería el eslabón perdido. Mejor dicho, encontrado. Un yacimiento de Atapuerca en sí mismo.

          *Basado en hechos reales. Todos los nombres, situaciones, referencias o matices han sido suprimidos o ignorados para garantizar el anonimato. En cualquier caso, el lector tiene libertad para completar dichos aspectos en base a su conocimiento más cercano de situaciones similares, aunque la empresa no se hace responsable.

miércoles, 23 de julio de 2014

PATENTE DE CORSO

        Los días pasan y cada vez son más crueles. La guerra, acción preventiva la llaman los hipócritas de la agresión, se ceba con los más desprotegidos, como casi siempre, y su cruenta realidad hace vomitar de asco a la inteligencia, a la condición humana del hombre y a su ¿evolución? Ayer fueron siete niños, todos de la misma familia, los que fueron ejecutados sumariamente y sin posibilidad de defensa. En otra vivienda ahogaron de muerte a otros cinco. Otros cuatro murieron entre las ruinas de un hospital bombardeado por los elegidos de Dios. Y yo me pregunto: ¿de qué estúpido Dios? No, no se matan entre ellos, entre los que viven de esa posibilidad como forma de trabajo, sino que en su esquizofrenia militar identifican los edificios civiles, los hospitales… allí donde bulle la vida o se intenta recuperarla, como las amenazas más visibles contra su honor y su hombría de adictos a la muerte.

            ¿Y esta Europa que hace? Sus representantes abogan en sus manifestaciones públicas por el derecho a la defensa, pero en este caso, ¿quién tiró la primera piedra? ¿Quién dejó el derecho de todo un pueblo, el palestino, a vivir en la tierra de sus antepasados a merced de un supuesto derecho religioso, por el mismo motivo, contenido en un libro sagrado? A veces pienso que para este mundo occidental todas estas calamidades ajenas, en cualquier parte del mundo, se viven, desde la comodidad del bienestar, como si fuera un juego de rol en el que no existen víctimas reales. Sus declaraciones sobre la defensa proporcional y el respeto a las reglas del derecho internacional humanitario son solamente brindis al sol y actos de contrición farisea. ¿Acaso van a hacer algo, imponer sanciones, a los que las están incumpliendo? Pero lo más aberrante es que se acepten reglas sobre la cantidad y calidad de la muerte de inocentes, sobre su proporcionalidad y resultado.

             Y por supuesto, me niego a aceptar que deba contener mi rabia por esta macabra actualidad, en contraposición por lo acaecido antaño durante el Holocausto y La Segunda Guerra Mundial. En mi nombre no se puede utilizar esa patente de corso, parece ser que dada de por vida, para usarla como argumento omnipotente ante el resto de mundo y justificar todas las barbaries. Puedo entender el dolor de lo sucedido durante ese periodo, el horror de los que lo sufrieron la sinrazón consentida, pero no se puede intentar inocular ese sentimiento de culpa de por vida y aprovecharse eternamente de ello. En mi nombre, ¡NO! Hoy se han bombardeado los edificios de dos cadenas de información (ocultar la masacre), un edificio de la O.N.U. utilizado como refugio de civiles (¡qué gran amenaza!) y varias mezquitas (¿a fin de cuentas, el verdadero origen de todo?). Hoy ya son más de 600 los palestinos muertos, ¿es esa la línea de crédito que se solicitó? ¿Qué límite tienen abierto en el banco del remordimiento europeo ajeno? ¿Hasta completar seis millones?

            Me niego a soportar este chantaje emocional histórico. Porque aquello pasó, sí, pero se supone que aprendimos la lección de que algo, ni siquiera parecido, debe volver a ocurrir. Pero en este momento de lo que se trata es de no enlazar unos actos con otros y ver de forma objetiva los hechos de ahora mismo. Y esto nos lleva a muros y alambradas que conforman guetos, usurpación de bienes muebles e inmuebles, aniquilación del hecho inmaterial de ser, bloqueo económico, miseria, negación de futuro. ¿A qué nos suena todo esto? Dejemos que sean los pueblos, y no sus dirigentes y militares, quienes tomen las riendas de su propio destino como única formula para terminar con esta maquiavélica trama de la que se empeñan en vivir quienes tienen su corazón tan negro como sus razones para justificar sus vengativos actos.