miércoles, 26 de octubre de 2011

LOS HERREROS: CALLE DESEO

Calle sinuosa como las curvas de la mujer más bella que jamás hayas visto. Corta y difícil como aquellas calles medievales enrevesadas intentando dificultar las acometidas de sus enemigos. Calle putativa que acoge a sus hijos sin preguntarles por su pasado y cobijándolos en su seno de amor y disimulo. Como la gran puta entrada en años, oficia cada día el gran ritual del dios Baco dejando entrar en sus entrañas a las diferentes generaciones de devotos del culto al libre albedrío. Mezclas imposibles de licores con nombres que parecen inventados después de la más cruda y peligrosa resaca. Siempre tiene una palabra de ánimo para los jóvenes que se inician con temor en este arte lujurioso como para los que curtidos en mil batallas ya perdidas, solamente divisan ya la luz del atardecer en su libido otoñal.
            Calle canalla y nocturna, ha sabido a su modo, desarrollar la teoría de la relatividad. En ella todo es lo que parece, pero al mismo tiempo nada es cierto. Maneja sus códigos y se necesita tiempo para aprenderlos. Con ellos puedes circular en ese mundo de grandes verdades y grandes mentiras. Cuando entras en ella, como en un gran agujero negro, el tiempo corre más despacio. La vida, mejor dicho, la noche, tiene otros biorritmos. Su corto metraje es un mundo en miniatura sin nada que ver con el exterior. Cuando sales de ella es como salir de una burbuja de tiempo finito a un mundo mediocre que intenta venderte sus certezas infinitas. Las mismas verdades y mentiras pero revestidas de corrección política y social.   
            Calle democrática por excelencia. En ella cabe de todo: rockeros, hippies, modernos, bacaladeros, chonis, lolitas, maduras y hasta granjeros que buscan esposa. Ricos y pobres, todos juntos, sin que a nadie le importe la clase social, si subes o bajas. Todos ellos quedarán igualados por el ritual sudoroso de conquista, por la exhibición sensual de los cuerpos en busca del goce rápido y sin preguntas. Feria de vanidades superficiales. En sus bares, la calle alcahueta oficia sin descanso el arte de su gremio. Relaciones imposibles más allá de sus límites se tejen y destejen sin descanso al abrigo de sus paredes y de la oscuridad más obscena. Como en un lupanar de posibilidades infinitas, lolitas de cuerpo largo y falda corta coquetean con rockeros pasados de vueltas, maduras que intentan no dejarse vencer por el tiempo dan sus últimos coletazos de amor y sexo prohibido, chonis de mercadillo de todo a cien caminan pisando con fuerza haciendo babear al moderno de pocos años y menos inteligencia. Todo el mundo vende su mercancía en el escaparate del deseo. Nada está diseñado por la razón y ese es su encanto. Calle viva donde la alcahueta te hace jugar a la ruleta rusa de lo prohibido haciendo que los amantes vivan su vida oculta como un tiempo muerto del partido de la negación más absoluta.
            Cuando entras en ella todo te puede pasar. Su música atronadora, que atraviesa sin dificultad las paredes de su cárcel material, te va acunando entre los vapores etílicos del brebaje elegido dándote una nueva identidad. Ahora ya eres un miembro más y si quieres, a nada ella te obliga, puedes pasar el límite que te separa de lo sensual. Juegos y miradas con sabor a sexo que se cruzan y entrecruzan entre unos y otros dando lugar a las más inverosímiles visiones orgiásticas.
            Como toda calle vividora, también es peligrosa. Te puede inyectar vida o muerte, según escojas tú. La alcahueta no se esconde nada y todo lo muestra. Solamente espera de ti que hayas asimilado sus enseñanzas y elijas bien. Nadie es culpable cuando te han advertido. Entre sus paredes también existe el arrepentimiento y va poniendo una vela a Dios y otra al Diablo e intenta purgar sus pecados ganándose el cielo, o intentando evitar el infierno, celebrando a su Virgen en una imposible romería laica llena de jolgorio e inocencia perdida.
            Calle criticada y denostada por no realizar sus trucos con guantes blancos, sino con las manos desnudas, y ser el resultado a contracorriente de una sociedad biempensante en la que se incrusta como un grano en el culo. Aunque se intentase, es imposible que desaparezca. Nadie puede hacer desaparecer su imagen en el espejo. Es la otra cara de la moneda, la más real y la más cruda, de una sociedad unidireccional y de pensamiento único.
            Como cantaba Antonio Vega, el sitio de mi recreo. Bendita tú naces entre todas las calles. Ego te absolvo de todos tus pecados, que son los míos. 

miércoles, 19 de octubre de 2011

EL GUARDIAN DEL TIEMPO

En el devenir cotidiano de la vida uno recorre inconscientemente la ciudad en la que habita por las mismas calles y travesías de siempre, construyendo al azar caminos invisibles por los que discurre su movimiento urbano habitual. Itinerarios circulares grabados en la memoria con los años de uso, pero que solamente tienen principio y fin, sabiendo desde donde salimos y adonde queremos llegar, pero sin que reparemos en las vidas de quienes siempre estuvieron allí, viéndonos pasar cada día. Personas y negocios que han crecido al mismo tiempo que nosotros o que incluso ya estaban aquí cuando nosotros empezamos a hacernos visibles en el entramado de vidas que forman la cadena vital ciudadana. Con el paso del tiempo uno acaba por incluir en su memoria dicho paisaje, sobre todo en este caso, los negocios tradicionales que han resistido a duras penas el empuje del progreso y la modernidad y se niegan, con todo derecho, a desaparecer.
            Y eso me pasa a mí con uno de estos negocios. Todo empezó cuando vi la película La bicicleta, de Sigfrid Monleón. En ella el dueño de un viejo taller de bicicletas del extrarradio, un anciano llamado Mario, antiguo ciclista amateur, construye una bici con diferentes piezas. Cada una tiene su propia historia. Tras regalársela a un niño de su barrio, pasa por una joven mensajera para acabar en manos de una mujer madura que acaba reconociendo en ella la mano de quién fue su amor de juventud y a quién no ha vuelto a ver. Dejando aparte el desarrollo de las historias paralelas que forman la vida de la bicicleta y las etapas del ser humano de adolescencia, juventud y ancianidad, lo que me hizo pensar en todo esto fue la imagen del taller artesanal y su dueño, condenado al cierre por el paso del tiempo y su similitud con uno que se cruza constantemente en mi camino: ciclos Piti.
            Está el local subiendo hacia el Arco de Doña Urraca desde la Puerta de la Feria. Negocio dedicado al arreglo de bicicletas y ciclomotores, como tantos otros que hubo en Zamora. Recuerdo ciclos Tera, en la carretera de la Hiniesta, donde de pequeños íbamos a buscar las gomas de las cámaras que usaban las bicis para hacernos los tirachinas con los que aterrorizábamos a los pájaros. Locales de un tiempo en el que tener una bici era tener un tesoro, pues no estaba al alcance de todos. No te digo ya un ciclomotor o vespino. En los que te arreglaban la bici montándole piezas de otras de desguace, creando híbridos difíciles de ver. Pero que funcionaban.
Vidas y locales alicatados con sucios azulejos blancos que vistieron nuestra niñez y que quedaron atrás acorralados por los nuevos tiempos en color. Olor a grasa acumulada, humo de tabaco y calendarios que, atrapados en el tiempo, siempre tenían el mismo año y el mismo mes. Como si al dueño se le hubiera olvidado el paso del tiempo o nunca hubiera querido pasar del momento allí señalado y lo tuviera de esta manera, siempre presente, intentando esquivar los estragos de la memoria. Tiempo de Los Bravos y su canción “Quiero un motocicleta”, señal de que algo estaba cambiando y con ello el presentimiento de que otras formas de negocio se iban acercando e iban a socavar esta forma artesanal de ganarse la vida.
            Pero volviendo atrás, este local todavía resiste. O eso parece. A veces tengo la impresión de que realmente su actividad cesó hace tiempo. Que su dueño simplemente abre su puerta, se pone el mono de trabajo y recuerda. Simplemente recuerda. Ve pasar a la gente en su ir y venir diario y creo que imagina otros tiempos, llenos de juventud y actividad plena que ya pasaron. Como en un bucle atemporal, creo que si viviera dos vidas, siempre que pasara por este lugar allí me estaría esperando para recordarme de que nada muere si se le recuerda. A veces me paro y lo observo allí de pie delante de su negocio y lo imagino como el último soldado fiel de la princesa Dña. Urraca guardando su puerta y palacio. Y que nos recuerda que nuestro tiempo también pasara y nos quedaremos de pie a las puertas de nuestra vida intentando no hacernos invisibles.
            Como el guardián cansado de un tiempo pasado y caduco. De un tiempo ya gastado.

miércoles, 12 de octubre de 2011

BAJO DUERO EXPRESS: CONEXION BIAR

Viernes, 31 de septiembre. Los integrantes de la Asociación Etnográfica Bajo Duero nos disponemos a realizar el último ensayo y dar los últimos retoques de chapa y pintura a la actuación que realizaremos al día siguiente “aquí cerca”: en Biar (Alicante). Nada extraño por otra parte ya que, sin proponérnoslo, hemos inventado una nueva forma de llevar la tradición de nuestra provincia a los lugares más lejanos: el folclore exprés. Como cualquier compañía de paquetería que se precie, aseguramos el envío dentro de las 24 horas siguientes. Ciudades como Málaga, Sevilla, Lisboa, etc, han sentido como el aguijón etnográfico del grupo Bajo Duero ha llegado, picado y desaparecido, dejándoles el deseo de haber tenido más tiempo. Pero así somos, rápidos como el viento. Eligieron la compañía más fiable del ranking de transportes etnográficos.
            Hay que decir que este tipo de viajes exprés nos hace subir la adrenalina y vamos poseídos por el espíritu de la diversión. Como siempre, tomamos unas cervecitas después del ensayo, no había prisa, ya que lo de ir a dormir unas horas se notaba que no entraba entre nuestros planes. Y en ese momento de euforia por los efectos de la pócima mágica, el núcleo duro decidió quedar para sumergirnos totalmente en el espíritu del viaje y empezar a disfrutar desde el primer momento. Así que nos encomendamos a mahou y bajamos con el tiempo justo de recoger el traje y eliminar líquidos no deseados.
            A las cuatro de la mañana del uno de octubre, veintiocho miembros del grupo subían al autobús que nos había de llevar a nuestro destino, no sin antes dar a conocer el viaje que íbamos a llevar a cabo a nuestros vecinos del local de ensayo y que así lo proclamaran a los cuatro vientos, ya que los medios de esta ciudad no se ocupan lo suficiente de nuestra gran labor de promoción del folclore. Eso vecinos tan comprensivos y que siempre saben, sin quererlo, cuando entramos y salimos. Les damos todas nuestras bendiciones.
            Ya estamos rumbo a Biar. Como no hay barco sin polizones, a nosotros nos colocaron dos por la cara y en nuestra cara. A veces parecemos una ONG del transporte. Con la lógica preocupación de a qué hora haríamos la primera parada, ya que la pócima mágica hace sus efectos de manera fulgurante, y este grupo siempre ha tenido gran preocupación en todos los viajes, fuimos tragando kilómetros al mismo tiempo que los más cansados, iban cayendo en los brazos de Morfeo. Para nuestra sorpresa, a las dos horas hicimos la primera parada, así que gran celebración por visitar el baño y primer desayuno de la mañana. Después de dar un rodeo por Badajoz, que es donde casi te lleva la M-50 para no entrar en Madrid, y coger todos los peajes habidos y por haber, a mayor gloria de las compañías concesionarias, atravesamos la estepa manchega hasta la segunda parada del viaje. Otra visita al baño para disipar temores y segundo desayuno de la mañana. Por bien alimentados no iba a quedar. Para entonces el autobús era ya un ir y venir de gente por el pasillo, conversaciones cruzadas de planes para la noche y comentarios varios. Y así, cerca de la una de la tarde, llegamos a Biar.
            Allí nos esperaban Joan Lluís y Ana, que se ocuparon de llevarnos a nuestra residencia, donde ¿dormiríamos? y comeríamos. Aquí hay que hacer un inciso: la organización de las habitaciones siempre ha sido divertida en este grupo. Se hicieron varias proposiciones no excluyentes: por matrimonios, por parejas asimiladas, por edad, por ganas de fiesta, por frecuencia de ronquidos y por intensidad de estos últimos. Un galimatías que siempre tiene final feliz, pero que cuesta encajar. Llegaron Manuel y Rodrigo, que los tenemos expatriados por ahí, y comenzamos una carrera contrarreloj en la que se descubre el significado de la expresión no tener un minuto de descanso. Visita por Biar, comida, visita bis, preparación de indumentaria, para terminar vestidos para la ocasión.
            Aquí hay que hacer un inciso. Durante la visita al museo etnográfico de Biar, Lolo y yo decidimos crear una comparsa de moros y cristianos. Evidentemente iremos de moros, ya que solamente nuestros cuerpos elegantes y altivos pueden portar los ricos trajes con que aquéllos se adornaban. Grupo restringido y con examen para entrar en él. Los demás serán nuestros cristianos. Del harán ya hablaremos.
            Gran actuación, vive Dios. Si el viaje a Biar era exprés, la duración de la actuación que había preparado nuestro presidente no fue precisamente corta. Fue lo más parecido a aquellos trenes correo que hacían paradas en todas las estaciones: nosotros paramos en todas las comarcas de Zamora. Pero a nosotros nos va la marcha y nos gusta, y por dejar el grupo y su tradición en el lugar que le corresponde, somos capaces de estar bailando toda la tarde. Así que con el deber cumplido y con las felicitaciones del público por nuestro quehacer, volvimos a la residencia para una ducha reparadora y cenar. Para entonces, algunos llevábamos más de 36 horas sin dormir, pero debe ser que con la mezcla de ganas de juerga con el baile tradicional puedes llegar hasta el infinito y más allá. Y como ya imaginareis, algunos y algunas llegaron, llegamos, vaya que lo hicimos. Alegría de vivir.
            Después de la cena, nuestros anfitriones nos tenían preparada una fiesta a la que nos sumamos con mucho gusto. Nuestros cuerpos estaban castigados pero con unos licorcitos preparados al efecto y unas “pilas” de la marca Alhambra, no cabe duda que nos nombrará embajadores de honor, nos vinimos arriba y entre pitos y flautas estuvimos bailando hasta las cinco de la mañana. Dos actuaciones en una. De nada, un placer. Con la división de habitaciones que tanto nos había costado conseguir nos fuimos a la cama a intentar conciliar el sueño durante las pocas horas que quedaban hasta el amanecer.
            La mañana del domingo la abrió Lolo con sus espectaculares madrugadas, esta vez aderezada con unas ardillas que deben madrugar tanto como él, y que le hicieron compañía. Algunos la dedicamos, otros se vinieron abajo con excusas de “BAR”, a visitar el castillo de Biar. Después del trajín del día anterior, para despejar la empanada mental, nada mejor que meterse para el cuerpo diez minutos de empinada cuesta muy semejante al Angliru. O por lo menos a mí me lo pareció. Se te quita la tontería de tal manera que no necesitas ninguna pastilla para el dolor de cabeza. Pero mereció la pena. Al bajar recargamos “pilas”, no tenemos remedio, en el bar del pueblo, nos despedimos de Manuel y Rodrigo y sin solución de continuidad, vuelta para Zamora. De camino, buscando un lugar donde comer, casi merendamos. Pero nos salvó el conductor que encontró “su” sitio y así pudimos darle gusto al cuerpo. Pero este viaje nos tenía preparada otra sorpresa. Aunque no era martes, ¡¡¡había mercadillo!!! Nos dimos cuenta cuando, entre voces y risas, empezaron a volar por los aires calcetines, vestidos y polos que había en una gran caja de cartón, dentro del bar donde hicimos la segunda parada: Grandes Almacenes El Gasolinero Feliz. Predisposición a la fiesta que no falte. Y así, como si viniéramos de una excursión a los mercadillos portugueses, llegamos a Zamora. Dos destinos en uno.
            Viaje duro pero divertido. Estamos acostumbrados y nos gusta el folclore de nuestra provincia y darlo a conocer. Así que ya estamos preparados para la siguiente salida. ¿Quiénes serán los agraciados con la nueva picadura?
            P.D. Agradecer a Joan Lluís, Ana y todas las personas que estuvieron siempre pendientes de nosotros.  

miércoles, 5 de octubre de 2011

TRILOGIA INFANTIL: LA ROCA ESCONDIDA

Pasaba el tiempo y nos hacíamos mayores. La civilización y el supuesto progreso iban sitiando al bosque, convirtiéndolo en un espacio de tránsito y aglomeración, y con ello, nuestros refugios fueron despojados del halo de misterio y secreto del que les habíamos dotado. Se imponía un paso más en nuestra búsqueda y exploración de un espacio físico y vital que fuera solamente nuestro. La salida más lógica era en dirección hacia la ermita del Cristo de Valderrey, y hacia los dominios de ese lugar totémico y de peregrinación para una amplia capa de la sociedad zamorana nos encaminamos.
            Vagando por el valle del arroyo y las laderas adyacentes descubrimos una encina majestuosa a media ladera que atrajo nuestra atención. Subimos y nos dimos cuenta que aquella encina ocultaba una roca enorme de la que el mismo árbol parecía nacer, dando la impresión de que lo estéril podía engendrar vida. Allí nos situamos tomando posesión del nuevo enclave, repartiéndonos las distintas ramas de la encina como habitaciones individuales para cada uno de los miembros de nuestra sociedad secreta. Pero ya todos sabíamos que nuestro pequeño mundo infantil había pasado.
            Las tardes pasaban demasiado lentas, como si la imaginación, que nos había guiado hasta entonces no dejando desfallecer nuestra infancia, se hubiera secado y quisiera salir en busca de otros espacios. En nuestros pensamientos anidaba ya la sensación de que la expulsión de la roca inclinada era más que una expulsión física. Era una expulsión de un tiempo y de una sociedad que estaba cambiando a gran velocidad, dejando atrás una forma de vivir condenada al olvido, junto con nuestras pequeñas aventuras infantiles, y que nos ofrecía, a cambio, otras oportunidades más acordes con nuestra nueva etapa de juventud.
            Ya ese lugar no era una tierra de frontera que defender, sino el lugar de destierro donde quedaría arrinconada nuestra niñez. Un largo y cálido verano en el que poco a poco fuimos asumiendo que un nuevo mundo estaba naciendo delante de nuestras narices y que debíamos formar parte de él. Que otras generaciones debían coger el testigo y defender, si eran capaces, el mundo de imaginación que nosotros habíamos creado. Alegre final de los setenta y principio de los ochenta donde dejamos atrás tantas cosas.
            Un medio tiempo en el que con nuevas ganas cambiamos el rumbo de nuestras vidas y le dimos la espalda a la infancia natural para explorar y conquistar la juventud urbana de la ciudad, que desde nuestro barrio nos atraía con falsas promesas de modernidad, como compradas en los factory de moda de temporadas pasadas. En busca de la naciente “movida” y con las movidas ocasionadas por el choque entre diferentes formas de entender el nuevo mundo que nos rodeaba, lleno de baratijas y oropeles de cartón piedra, peligrosos travestidos de oscuras épocas felizmente terminadas, pero que daban sus últimas bocanadas.
            Al final, cualquier etapa de la vida, no es sino simplemente la exploración y conquista de innumerables islas, rocas inclinadas y rocas escondidas. Cada uno tendrá sus nombres propios. La búsqueda del Santo Grial del imposible lugar perfecto donde desarrollar una vida plena y satisfactoria. Con el tiempo, haciendo balance, cada uno habrá explorado y conquistado numerosos objetivos y habrá sido explorado y conquistado a su vez. Habrá tenido éxitos y fracasos. Pero el balance siempre saldrá en positivo, porque positivo es todo lo vivido y experimentado.
            Y por eso este caminar en el recuerdo por los lugares de la infancia, provenientes de un recorrido actual por esos mismos lugares y con la nostalgia que dan unos cuantos años más a la espalda.