miércoles, 20 de abril de 2016

EL EXMINISTRO SORIA Y EL IMPERATIVO MENTIROSO

                A través del tiempo se ha ido demostrando como la política y la mentira han sido, demasiadas veces, buenas compañeras, correligionarias en el poder, tanto en el asalto a este último como en su férreo mantenimiento, sin importar quién y quiénes podían salir perjudicados, solamente en busca del beneficio propio, ya sea personal, como grupo político, como grupo social o como grupo económico. En regímenes de tintes absolutistas (viejo régimen) o totalitarios (dictaduras), cuyos conceptos políticos están basados en el engaño permanente a los ciudadanos, en la falta de libertad de estos últimos y en aparatos propagandísticos que persiguen que dichas mentiras, a fuerza de repetirlas, se conviertan en verdad incondicional y sean aceptadas militarmente, véase el holocausto judío en la Alemania nazi, y en los cuales se han eliminado los resortes de control de la ciudadanía hacía sus dirigentes, permaneciendo aquellos como meros súbditos, los dirigentes, digamos, mentirosos, obedecen al propio mandato con el cual consiguieron el poder extrayendo de él su fuerza encubridora y hostil, obtenido de sus propios preceptos y sin efectos expiatorios ante los demás, que, por otra parte, carecen de los derechos fundamentales para su control.

            Pero en regímenes democráticos la mentira en el discurso político es uno de los pecados más detestables en cualquier clase de dirigente al basarse su mandato en la confianza que los ciudadanos ponen en ellos para el desarrollo de la rex pública, depositando la soberanía que las leyes conceden a los pueblos en sus representantes legítimos votados en libertad y bajo el contrato social de los programas electorales, uno programas electorales convertidos ya en fraude de ley ante la falta de compromiso y cumplimento de los mismos y ante lo cual no se han tomado las medidas oportunas, siguiendo los ciudadanos, en eso llevamos toda la culpa, sin castigar dichas violaciones. Pero parece ser que en la actualidad el engaño, la trampa o las tretas con las cuales los políticos pretenden encubrir las actuaciones que son incompatibles con su quehacer público están trufadas de torpeza, de ineptitud y de ignorancia. Mentir y negar siempre la mentira descubierta se ha convertido en un mantra en aquellos que han sido descubiertos en su engaño, incluso cuando se presentan pruebas del mismo, abocando al interesado a la burla y a la mofa, aparte del enfado y el cabreo consiguiente, de unos ciudadanos que asisten incrédulos a la burlesca representación.

            El caso del Ministro de Industria español, José Manuel Soria, es un ejercicio libre ajustado al milímetro al manual del mentiroso compulsivo cogido in fraganti en su error. Podemos discutir si la creación de empresas en paraísos fiscales es ética desde el punto de vista personal en relación con el país que representas, si es legal o no desde el punto de vista del derecho internacional, si sirvió para evadir impuestos no, si se hizo antes de ocupar el cargo público que ostentó hasta hoy o durante su nombramiento, pero una vez descubierto hay que aceptarlo y tener dignidad. Comenzar negando su implicación en los papeles de Panamá cuando figuraba en ellos, intentar desviar la atención hacia sus familiares en una tentativa por eludir su responsabilidad, seguir negando su implicación cuando salieron a luz más documentos con su firma en empresas de otros paraísos fiscales, Jersey, y, por último, declarar que dichas actuaciones opacas pertenecían al pasado, cuando su última firma era del año pasado, resulta de un hipocresía insultante, de una doblez ofensiva para unos ciudadanos castigados por la crisis y por las medidas de ajuste tomadas por el gobierno al que él mismo pertenecía, ya dimitió gracias a dios, y que supusieron la primera gran mentira de su trayectoria política a nivel nacional al incumplir el programa con el cual su partido ganó las elecciones.

            Cuando leáis esto ya habrán pasado unos días de la dimisión, quince de abril, pero dicha noticia, el mismo día de mi cumpleaños, fue el primer regalo del día. Y un buen regalo.

jueves, 14 de abril de 2016

EL PASAPORTE SIRIO

        De pronto dejaron de existir. Dejaron de constar, no como seres humanos físicos, químicos, espirituales, sino como acusación colectiva sobre nuestras conciencias sociales, sobre nuestra presunta condición humana. Su visibilidad permaneció mientras sirvió como escusa a la sociedad occidental para purgar sus más íntimos pecados, creyendo que con dos golpes de pecho, un padrenuestro y dos avemarías, todos ateos, faltaría más, seríamos absueltos de nuestra falta de solidaridad, apoyo y defensa con los inmigrantes. Grandes muestras de confraternización, adhesiones inquebrantables a la causa que, como brindis al sol, se fueron por el desagüe de la cloaca política europea en el momento justo en que esta cayó en la cuenta de que esa misma solidaridad podía poner en entredicho, amenazar, el aparente y fraudulento estado del bienestar  alcanzado.

            No hizo falta mucho. Esta misma sociedad de la información, atragantada de noticias y siempre a punto de vomitar sucesos, se encargó de suplantar el desastre humanitario que se desarrollaba en nuestras mismas narices con la celeridad acostumbrada, reemplazándolo por nuevas y más frescas informaciones. Curiosamente, cuanto más informados se supone que estamos, menos procesamos los acontecimientos, menos razonamos sobre ellos y su repercusión en nuestras vidas, o menos tiempo tenemos o menos le dedicamos. Es este un mundo de titulares informativos, de letra gorda, como se decía antiguamente. Como si la evolución de los mecanismos informativos, capaces de producir y llevar noticias en el momento a cualquier rincón del mundo, tuviera como contrapartida la incapacidad de nuestro cerebro para procesar toda este amontonamiento noticiable, de separar el grano de la paja, como si cada paso tecnológico hacia el futuro supusiera, por el contrario, un paso atrás en nuestra evolución como especie, en nuestra capacidad de reflexión y crítica, involucionando del homo sapiens al australopiteco simplón, merodeador poligonero en ciento cuarenta caracteres.

            Tal cantidad de paquetes informativos se almacenan, inservibles ya, uno sobre otros en estratos geológicos-informativos, trazando en el tiempo el perfil de los acontecimientos históricos que vamos relegando sin ningún tipo de “mea culpa” por nuestra parte, proscritos para hacer sitio a nuevos sucesos que serán arrinconados con la misma rapidez que aquellos que, ellos mismos, ayudaron a arrinconar. No nos interesa ni lo más mínimo observarnos en el espejo. Quizás descubramos que la imagen que nos devuelve no es la nuestra sino la de aquellos a los que hemos enterrado, informativamente hablando, en este momento tan crítico y determinante de nuestra historia. Con rebosante frivolidad hemos cambiado de nacionalidad en multitud de ocasiones: hemos sido franceses y hemos sido belgas con gran aflicción, hemos sido sirios, eso sí, a tiempo parcial con gran naturalidad, y, desgraciadamente, no hemos sido pakistanís porque, parece ser, que no vestía tanto dentro del backstage de los ambientes del undeground social. Un gran aquelarre de nacionalidades en pos de una fútil bacanal de solidaridad bizarra de red social.

            Y así, con tanta mudanza de nacionalidad intencionada de cliché solidario, no caímos en la cuenta, tan ocupados estábamos, de la cruel y criminal decisión, que gracias a nuestro innato aborregamiento, tomaba la vieja y decrépita Europa. Buscó en los estantes de su historia, en su estratigrafía sentimental, el papel a desempeñar después de su traidor paso atrás con el pueblo sirio, pero, ignorando de nuevo su pasado más aborrecible, ha errado de nuevo en su decisión, desenterrando su lado más oscuro: campos de concentración simulados en diferido como campos de refugiados donde esconder su vergüenza. Guetos cercados y vigilados policialmente por el estado mamporrero contratado al efecto y que se cobrará, antes o después, su servilismo. Expulsiones, detenciones…todo un ignominioso catálogo, un Guantánamo a la europea. ¿Cuántos muertos? ¿Cuántos desaparecidos? ¿A alguien le importa?

            Ya nadie se acuerda. Como único indicio solamente quedarán en los pasaportes virtuales de los profesionales de la solidaridad los sellos aduaneros de aquellos países de los cuales, por unas horas, fueron ciudadanos de salón.