lunes, 23 de mayo de 2016

EL CONCEPTO DEL ABSURDO EN CLAVE ROMERO-ZAMORANA

               “Tenía 16 años y corría el año 1980. Por entonces tenía una novieta dos años mayor que yo, con lo que eso suponía de diferencia de madurez pero también de farde ante los amigos por su desarrollo, digamos, físico. Era de un pueblo del alfoz de Zamora al que se podía, entonces, ir en tren, en esos míticos ferrobuses, con ambiente a diligencia del oeste, cargados de cotidianidad rural. Un día de aquella lejana pubertad, la acompañé hasta la estación de Renfe y, entreteniendo la espera, nos abrazamos y nos besamos como se besan dos inexpertos amantes: con castidad y torpeza. Nos dimos cuenta enseguida de que, a nuestro lado, un coro de urracas vestidas de negro nos observaba con las miradas típicas de desaprobación de los manuales del decoro de la España franquista, dejada atrás, en teoría, hacía algunos años. No pasaron ni unos minutos cuando un guardia de seguridad de la compañía ferroviaria se acercó hasta nosotros y nos conminó, con muy malas maneras y talante autoritario, a que suspendiéramos tan depravadas muestras de amor. Su explicación, relatada a mi manera venía a decir, más o menos, lo siguiente: violentábamos el monótono discurrir de las vidas vacías de quienes teníamos a nuestro alrededor en ese momento, poniendo en evidencia su fracaso vital”.

            Esta historia me ha venido a la memoria a cuento del folclore ocasionado ante la decisión de la Alcaldía de Zamora de no ofrecer el edificio municipal para el retiro y solaz de la proclamada por unos como patrona de la ciudad, la Virgen del Concha, con lo cual se demuestra que el nacionalcatolicismo vetea todavía de forma grosera, como en los malos jamones, la vida pública y social de esta ciudad al oeste del oeste. La oposición de mantilla y peineta de la señora San Damián, desde el Observatorio que la cobija, ha puesto el grito en el cielo tachando de sectaria dicha decisión, llegando incluso a pedir un referéndum para dilucidar la cuestión, broma cósmica de mal gusto democrático, por cierto, ya que el partido al que representa, el PP, no ha sido muy proclive a los referéndums solicitados últimamente.

            Reconozco que no entiendo muy bien esto de que una figura estrictamente religiosa se convierta en patrona o patrón de una ciudad o de cualquier colectividad aconfesional por definición, salvo en lo que afecta a los fieles de dicha confesión, que pueden adorar a cuantas deidades deseen, como si quieren rellenar un álbum. Me la suda. Pero adjudicarnos a los demás una patrona confesional no solicitada es, cuanto menos, ofensivo para nuestra libertad de elección y de albedrío. En un país en el que la norma fundamental que lo regula legalmente, La Constitución, lo proclama laico y aconfesional, es una falta de respeto adueñarse, por una supuesta tradición, del lugar común de todos, ese lugar que nunca debería significarse por ninguna inclinación que supusiera la prevalencia de una idea sobre otra. La tradición, que en derecho puede informar o usarse como fuente, siempre que no exista legislación al respecto, no puede, en este caso, ponerse por encima de la norma fundamental del estado, teniendo en cuenta que dicha tradición nace en los años cuarenta, recién terminada la guerra civil, a partir de la cual la iglesia se convierte en un factor más de decisión política vertebrando toda una serie de conductas más proclives a legislar en función del credo religioso de los golpistas que en las verdaderas necesidades del pueblo, parte del cual quedó atrapado en la tela de araña de la casposa realidad creada. Ahora se explica lo de la estación de tren.

            Pero si todo lo dicho anteriormente es lo suficientemente grave por la disfunción democrática mostrada por la oposición y por el colectivo católico-romeril, éste, al parecer, traicionando las conversaciones con el alcalde y sacando un comunicado por su cuenta contrario a lo dialogado con la representación municipal de gobierno, no es menos peligroso para el correcto funcionamiento de las instituciones democráticas proclamar titulares tóxicos e infectados de oportunismo como el expuesto por el señor Balbino Lozano en la columna de opinión del periódico local: La virgen desalojada de su casa. Ante esta reflexión tan terriblemente mediocre y falaz, solamente cabe ponerse serios de una vez.

Señor Balbino Lozano, desalojados de su casa han sido y siguen siendo las víctimas de un ideario económico basado en las diferencias de clases que ha empujado a parte de la población a la pobreza más extrema sin que el gobierno de la nación, más preocupado por contentar a los poderes económicos y que, casualidad, es del mismo signo político que ostenta la oposición municipal, haya hecho nada, salvo encomendar a sus sacrificados conciudadanos a la posible ayuda divina, ¡qué ironía! Prefiero una casa municipal que de cobijo a los inmigrantes, a los sin techo, a los que lo ha perdido todo, a los que verdaderamente lo necesitan, que llena de imágenes cubiertas de oro, sean de la confesión que sean.

En esta ciudad, en esta provincia, que ve como sus habitantes huyen en busca de las oportunidades que aquí se les niegan, el pensamiento crepuscular, maduro, perdón, decrépito, se dedica a entorpecer la labor municipal que, por lo menos, intenta sacar del atolladero nuestro posible e incierto futuro, bastante comprometido en las décadas anteriores por quienes, ahora, se autoproclaman los adalides de nuestra salvación espiritual y de la santa cofradía del gozo profundo.

       Dejen de entorpecer, de hacer el gilipollas y de crear falsos problemas. Desfilen o procesionen, la calle está a su disposición, pero cada uno en su casa y dios, solamente, en la de los católicos. 

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