“Tenía 16 años y corría el año 1980. Por entonces tenía una novieta dos
años mayor que yo, con lo que eso suponía de diferencia de madurez pero también
de farde ante los amigos por su desarrollo, digamos, físico. Era de un pueblo
del alfoz de Zamora al que se podía, entonces, ir en tren, en esos míticos
ferrobuses, con ambiente a diligencia del oeste, cargados de cotidianidad rural.
Un día de aquella lejana pubertad, la acompañé hasta la estación de Renfe y,
entreteniendo la espera, nos abrazamos y nos besamos como se besan dos
inexpertos amantes: con castidad y torpeza. Nos dimos cuenta enseguida de que, a
nuestro lado, un coro de urracas vestidas de negro nos observaba con las
miradas típicas de desaprobación de los manuales del decoro de la España
franquista, dejada atrás, en teoría, hacía algunos años. No pasaron ni unos
minutos cuando un guardia de seguridad de la compañía ferroviaria se acercó
hasta nosotros y nos conminó, con muy malas maneras y talante autoritario, a
que suspendiéramos tan depravadas muestras de amor. Su explicación, relatada a
mi manera venía a decir, más o menos, lo siguiente: violentábamos el monótono
discurrir de las vidas vacías de quienes teníamos a nuestro alrededor en ese
momento, poniendo en evidencia su fracaso vital”.
Esta historia me ha venido a la
memoria a cuento del folclore ocasionado ante la decisión de la Alcaldía de
Zamora de no ofrecer el edificio municipal para el retiro y solaz de la
proclamada por unos como patrona de la ciudad, la Virgen del Concha, con lo
cual se demuestra que el nacionalcatolicismo vetea todavía de forma grosera,
como en los malos jamones, la vida pública y social de esta ciudad al oeste del
oeste. La oposición de mantilla y peineta de la señora San Damián, desde el
Observatorio que la cobija, ha puesto el grito en el cielo tachando de sectaria
dicha decisión, llegando incluso a pedir un referéndum para dilucidar la
cuestión, broma cósmica de mal gusto democrático, por cierto, ya que el partido
al que representa, el PP, no ha sido muy proclive a los referéndums solicitados
últimamente.
Reconozco que no entiendo muy bien
esto de que una figura estrictamente religiosa se convierta en patrona o patrón
de una ciudad o de cualquier colectividad aconfesional por definición, salvo en
lo que afecta a los fieles de dicha confesión, que pueden adorar a cuantas
deidades deseen, como si quieren rellenar un álbum. Me la suda. Pero adjudicarnos
a los demás una patrona confesional no solicitada es, cuanto menos, ofensivo
para nuestra libertad de elección y de albedrío. En un país en el que la norma
fundamental que lo regula legalmente, La Constitución, lo proclama laico y
aconfesional, es una falta de respeto adueñarse, por una supuesta tradición,
del lugar común de todos, ese lugar que nunca debería significarse por ninguna
inclinación que supusiera la prevalencia de una idea sobre otra. La tradición,
que en derecho puede informar o usarse como fuente, siempre que no exista
legislación al respecto, no puede, en este caso, ponerse por encima de la norma
fundamental del estado, teniendo en cuenta que dicha tradición nace en los años
cuarenta, recién terminada la guerra civil, a partir de la cual la iglesia se
convierte en un factor más de decisión política vertebrando toda una serie de
conductas más proclives a legislar en función del credo religioso de los
golpistas que en las verdaderas necesidades del pueblo, parte del cual quedó
atrapado en la tela de araña de la casposa realidad creada. Ahora se explica lo
de la estación de tren.
Pero si todo lo dicho anteriormente
es lo suficientemente grave por la disfunción democrática mostrada por la
oposición y por el colectivo católico-romeril, éste, al parecer, traicionando
las conversaciones con el alcalde y sacando un comunicado por su cuenta
contrario a lo dialogado con la representación municipal de gobierno, no es
menos peligroso para el correcto funcionamiento de las instituciones
democráticas proclamar titulares tóxicos e infectados de oportunismo como el
expuesto por el señor Balbino Lozano en la columna de opinión del periódico
local: La virgen desalojada de su casa. Ante esta reflexión tan terriblemente
mediocre y falaz, solamente cabe ponerse serios de una vez.
Señor
Balbino Lozano, desalojados de su casa han sido y siguen siendo las víctimas
de un ideario económico basado en las diferencias de clases que ha empujado a
parte de la población a la pobreza más extrema sin que el gobierno de la
nación, más preocupado por contentar a los poderes económicos y que,
casualidad, es del mismo signo político que ostenta la oposición municipal,
haya hecho nada, salvo encomendar a sus sacrificados conciudadanos a la posible
ayuda divina, ¡qué ironía! Prefiero una casa municipal que de cobijo a los
inmigrantes, a los sin techo, a los que lo ha perdido todo, a los que
verdaderamente lo necesitan, que llena de imágenes cubiertas de oro, sean de la
confesión que sean.
En
esta ciudad, en esta provincia, que ve como sus habitantes huyen en busca de
las oportunidades que aquí se les niegan, el pensamiento crepuscular, maduro,
perdón, decrépito, se dedica a entorpecer la labor municipal que, por lo menos,
intenta sacar del atolladero nuestro posible e incierto futuro, bastante
comprometido en las décadas anteriores por quienes, ahora, se autoproclaman los
adalides de nuestra salvación espiritual y de la santa cofradía del gozo
profundo.
Dejen de entorpecer, de
hacer el gilipollas y de crear falsos problemas. Desfilen o procesionen, la
calle está a su disposición, pero cada uno en su casa y dios, solamente, en la
de los católicos.
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