viernes, 23 de noviembre de 2018

PODRÍA COMERME UN BOCATA DE HOJAS DE TABACO

          El runrún es constante durante las horas conscientes, las inconscientes son otro cantar,  tal y como corresponde a un síndrome de abstinencia respetable y que se precie. Un “como dios manda” que dirían los católicos, apostólicos y romanos, que ellos bien deberían saber de abstinencias varias y de su ¿cumplimiento? El tiempo cósmico se alarga, se ondula, se deforma y se percibe como si la condenada sensación  de abstemia nos empujara e hiciera caminar con funambulesca pose por el borde del horizonte de sucesos y fuéramos absorbidos por la implacable condena abstémica. Sentir y sufrir viendo pasar los días de veinticinco horas, las horas de setenta minutos y los minutos de setentas segundos.

            El reloj, con marcada impronta de bolero, parece no querer marcar las horas, no hace falta que se lo demandemos, aunque, a diferencia de la estrofa de la exitosa canción, en este caso uno quiere que se vaya para siempre y si puede ser antes, mejor. La abstinencia no es compañera deseable. La mariposa aletea en continuo movimiento y provoca la persistencia del deseo de lo prohibido, de lo auto-prohibido, con esa certeza de que, al alcance de la mano, se encuentra la solución a la fatiga, el remedio al agotamiento, tanto físico como mental, por la alerta permanente. Sucumbir definitivamente y no presentar excusas, no pedir perdón por nuestra debilidad. Porque… ¿es necesario sufrir sin fin hasta una previsible curación?

            Encender un cigarrillo con premeditada proposición, llenar de humo la estancia y conversar de nuevo con la secreta convicción del placer más infinito. No es sensato admitir que todo lo que provoca placer, gozo y deleite tiene que ser malo para el ser humano. En cualquier caso, es malo desde la óptica implantada como correcta, desde la visión estructural de la ortodoxia más inmovilista. Si la opinión es la contraria, ¿por qué poner trabas a este libre albedrío de gozo y sombra? ¡Ah!, adoro Roma y su predisposición absoluta a la fruición como forma de pensamiento, obra y destino como civilización. Si terminó por implosionar, no fue aquella la forma más bella de rendir tributo al vicio, a todos los vicios, como entes supremos y ejes vertebradores que dan sentido, o deberían darlo, a nuestra estrambótica aparición en la tierra.

            Por el camino que vamos recorriendo como seres vivos se llega al escenario en el que se representa la obra que marca el colapso del planeta. Y si es así, no merece la pena llegar al mismo lavado y duchado sino, creo yo, atiborrado de vicios y costumbres libidinosas y libérrimas. Es lo que nos llevaremos por delante porque, de lo contrario, nos daríamos golpes de pecho para preservar nuestra rectitud mientras los otros, aquellos que nos dirigen como marionetas, beben y comen en la mesa del capricho universal. Para eso, yo también, tú también todos. Al final, es una cuestión económica: si fuera rico tendría todos los vicios, gozaría cada minuto como si fuera el último y dejaría un bonito cadáver, pero, como no es así, planifico mi pobreza desde la credulidad de que la abstinencia viciosa es buena para mí y mis allegados. Una bonita mentira.

            He dejado de fumar y maldigo la decisión aunque la acato. Solamente espero que me aguanten durante el trayecto. Mientras tanto me tranquilizo escuchando a Camel.

No hay comentarios:

Publicar un comentario