martes, 22 de diciembre de 2015

LA CULPA SERÁ TUYA...Y LO SABES

       Una de las voces del libro “El fin del Homo Sovieticus”, de la premio Nobel de Literatura, Svetlana Alexiévich, dice: “Los rusos necesitan la libertad igual que un mono unas gafas”. En la entrevista del Magazine del 13 de diciembre, Alexiévich profundiza en esa afirmación aseverando, desde su punto de vista, que por la propia naturaleza rusa nunca se va a poder instaurar una democracia real y libre: “Algo llevamos en los genes: Pedro el Grande, Stalin…mientras que Alejandro II el Libertador, que abolió la esclavitud y dio libertad a Rusia, fue asesinado. Y a Gorbachov lo echamos. Los checos buscaron un Václav Havel, pero nosotros nunca dimos protagonismo a Sájarov, nosotros queríamos un padre autoritario”.

            A veces creo que en los países democráticos, pero que han sufrido dictaduras largas, de amplio espectro, se modifica el ADN humano hasta el punto que involucionan social y políticamente, que incorporan a la naturaleza de sus habitantes, como una especie de síndrome de Estocolmo, el papel de dependientes, de menores de edad eterna, que dejan en manos de sus autoproclamados tutores, las decisiones que van a conformar su destino, convencidos de que “ellos” son más listos, más capaces, más competentes que nosotros. Padres de la patria que simbolizan nuestro fracaso, nuestra negación  para tomar las riendas de nuestro destino y asumir la responsabilidad que todo esto conlleva.

            Este país, ejemplo de todo lo dicho, es como ese cliente adicto al sado, que cada cuatro años acude a sacudirse el complejo de culpa, a renegar de sus obligaciones aduciendo su papel de esclavo. No conoce otra cosa, o si la conoce, le da miedo. Tomar decisiones es traumático, genera incomodidad, mejor dejarlo en otras manos, esas que, una vez te utilizan, serán las que te echen a la calle hasta una nueva visita. No estás cómodo, te sangra la espalda, estás lleno de escupitajos, a cuatro patas imploras más castigo, pero ¡azótame otra vez, mater misericordia!, que yo conservaré el espíritu de la raza, nuestra estirpe de hijosdalgo, conservaré y conservaré por ti hasta el final de mis días.

            Nos contaron tantas veces que éramos los descendientes del Imperio en el que nunca se ponía el sol, luego que éramos europeos de primera, que nos lo acabamos creyendo. En este país nadie es un trabajador, un asalariado, todos somos clase media o empresarios de estirpe. Intentamos conservar ese sueño con todas nuestras fuerzas no siendo que al despertar nos demos cuenta de que hemos vivido una mentira, la verdad de otros. Devoramos esa quimera como los niños engullen las golosinas, con devoción, con patetismo, casi hasta la nausea. Obsesionamos la vida que nos venden y actuamos en consecuencia. Intentamos participar del pastel sin caer en la cuenta de que no somos bienvenidos, que solamente nos dejan asomar las narices cada cuatro años, echándonos las migajas y regalándonos el oído con frases del tipo: “sin ti esto no sería posible”. Y seguimos creyendo en el cuento.

            Pero debemos afrontar el hecho de que nuestros actos tienen consecuencias y que debemos conocer la magnitud de nuestras acciones y como afrontarlas. Reflexionar y valorar antes de actuar, en definitiva, ejercer la responsabilidad de forma ética para con nosotros y los demás. Al votar estamos, en primer lugar, si votamos al partido gobernante, dando carta de naturaleza a lo hecho en los cuatro años anteriores, sea bueno o malo. No podemos esperar abrazos del Ama cuando nos ha estado dando latigazos, así no funciona esto. Si aceptamos insultos nos obsequiarán con más de lo mismo. No se puede votar en función de unas caras, de unos brindis al sol en debates populistas, sino en función de los programas, del grado de ejecución de los anteriores, de los proyectos, etc.

¿Alguien es su sano juicio cree de veras en que el partido del gobierno, de derechas, por si no lo sabíais, que introdujo la reforma laboral más tóxica para los trabajadores va a dar marcha atrás por volver a salir en las urnas? ¿Qué va a dar marcha atrás en la Ley de Educación? ¿Qué va a dar prioridad a la sanidad pública? ¿Qué va a exigir a los bancos que devuelva los fondos del rescate? ¿Qué va a devolver el dinero sustraído del fondo del pensiones cuando su objetivo es la privatización de las mismas?... Después del mayor expolio en derechos sociales y económicos de la democracia, todavía le otorgáis 123 escaños al Partido Popular, a los que hay que sumar los 40 escaños del partido gemelo, Ciudadanos.  
            Y sin embargo les seguís votando. Vosotros, esa inocentemente autoproclamada clase media, pero que no llega, apenas, a fin de mes, vestidos con la bisutería barata de los contratos basura, que aceptáis como mal menor, sin pararos a pensar en quién engendró este entramado de engaños y sin pensar en que existen otras opciones, difíciles de conseguir, pero factibles. Si algo ha quedado claro con estas elecciones generales es que la culpa ha cambiado de bando. No se puede culpabilizar siempre a los mismos, los políticos, a fin de cuentas, ellos hacen su trabajo de políticos, sino que los verdaderos culpables son los ciudadanos que los votan, haciendo del voto un ejercicio de dejadez, apatía, pereza y desidia que se vuelve contra nosotros más pronto que tarde. Aunque cuando llega el caso, curiosamente, nadie es culpable, nadie los votó. Deberíais leer Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago.

            Pero, ahora, ya no te puedes esconder: la culpa será tuya…y lo sabes.

domingo, 13 de diciembre de 2015

SE TE HARÁ BOLA EL MAZAPÁN

                En plena campaña electoral, convendría reflexionar un poco sobre la forma en que cada ciudadano decanta su voto hacia un partido u otro. Estamos acostumbrados a oír la acomodada letanía del yo voto a mi partido porque representa lo que yo pienso, primer error, el partido no es suyo sino de unas elites que lo manipulan a su antojo con sus listas cerradas, sin caer en la cuenta de que hace ya mucho tiempo que los intereses de ese partido son otros, que simplemente compone cada cuatro años una serie de idearios genéricos destinados a conformar a la masa, los cuales son simplemente la red en la que caemos con demasiada frecuencia.

            Sería necesario repasar lo ocurrido durante los últimos cuatro años de legislatura para cerciorarnos de si lo prometido e incluido en su programa electoral en aquel inicio se ha llevado a cabo por quien, ahora, nos pide el voto con los mismos argumentos ya caducos. Enumerar los candidatos propuestos y observar si son los mismos que nos vendieron el fracaso actual y molestarse en indagar cual ha sido su actividad parlamentaria, estatal o autonómica, o municipal, para estar seguros de que no volvemos a votar a quienes no son más que un bluf verborreico, parásitos de lo público, políticos profesionales en busca de la pensión garantizada, que atienden con mayor energía a las directrices de su partido que a las exigencias de los ciudadanos que les han votado, disyuntiva que ellos siempre resuelven, ¡cómo no!, a favor de favores.

            En la actual campaña electoral el ciudadano tendrá la ocasión de darle una patada en el culo a quienes durante cuatro años han mentido a la ciudadanía con la soberbia de quienes saben que volverán a ser votados, aunque las encuestas nos digan que parece ser que no, que no habrá patada en el culo al Partido Popular. Se juega la partida electoral en los límites de la indecisión sin importar el resultado final, como si fuera ese partido que se juega sin ganas, por obligación, para el tercer o cuarto puesto de cualquier torneo. Parece ser, en consonancia con nuestra ancestral vocación para votar sin mirar que votamos, que el oropel, la pompa y el boato sin brillo de un nuevo partido de la derecha, que representa lo que no es, pero que así se hacen llamar, Ciudadanos, emerge con la fuerza de la ignorancia del votante que desconoce, por no ejercer su obligación, ¡sí!, obligación y deber de ciudadano, su origen, sus verdaderos intereses, a quien representa realmente.

            Todo esto, unido por el otro lado del espectro electoral al surgimiento del partido representante del lado oscuro de la soberbia, hace que en esta ocasión sea todavía más importante ejercer el voto con honestidad, con ética, olvidándonos de la tradicional impostura de darle más importancia al hecho de votar, en los setenta estaba bien, volvíamos a tener democracia después de cuarenta años de barbarie totalitaria, que a lo que se vota. Con todo lo realizado durante estos últimos años por el partido en el gobierno, su programa continuista y el verdadero alcance de las intenciones del partido naranja, su Mini Yo más radical, cosa que parecía imposible, ningún trabajador, ningún inmigrante, ningún pensionista, ningún parado, etc, debería votar, por conciencia, a cualquier de estas dos agrupaciones. Pero si, a modo de ejemplo, en las elecciones autonómicas a Castilla y León, ganó el P.P., cuando más de cuarenta y cinco mil jóvenes han tenido que emigrar durante estos años, es que ni a esos jóvenes le importa el hecho en sí, ni a sus padres tampoco, por mucha pose que pongan en las barras de los bares despotricando contra todo lo que se mueve, aunque voten siempre lo mismo. ¿No es hora de que os mováis y no os quejéis?

            Sin embargo, a día de hoy, lo que reflejan las encuestas es que vamos a dar carta de naturaleza a todas las medidas tomadas en contra de la sociedad durante este último cuatrienio. Que los trabajadores se van a olvidar de la desregulación del mercado laboral implantada a gusto de empresario, volviendo a los trabajados precarios, mal pagados y sin derechos. Que los parados se van a olvidar de quien ha reducido a la nada las prestaciones por desempleo. Que los pensionistas presentes y futuros se van a olvidar de quien ha estado metiendo la mano en la Caja de las Pensiones hasta dejarla exhausta, como principio del la privatización de las mismas. Que los inmigrantes se van a olvidar de las mandolinas, de las devoluciones en caliente… Que todos nos vamos a olvidar del paso atrás que hemos sufrido en materia de derechos sociales, laborales, judiciales, en educación, en sanidad, etc.

            Para terminar, lo que ha provocado esta entrada: el señor Martínez-Maíllo Toribio, declara en portada del La Opinión de Zamora, que el hecho de votar al Senado a la candidata Clara San Damián, ambos del P.P. será beneficioso para Zamora, ya que el señor Guarido no pasa del Alto de los Curas. Una matización, señor candidato: el alcalde de Zamora no pasa del Alto de los Curas porque lo hemos elegido para regir esta ciudad, no cuidar cualquier interés distinto que, según parece, usted debe tener para no pisar el pueblo por el que usted ha sido elegido para el mismo cargo: Casaseca de las Chanas. Por otra parte, será más beneficioso para Zamora el que la candidata San Damián ejerza, de una vez por todas, su cargo de jefa de la oposición municipal, cargo al que parece hacerle ascos, dando la impresión de que entiende que está llamada a más altas misiones.

            Luego no vale quejarse en los bares. 

jueves, 10 de diciembre de 2015

EL JINETE CALVO

         Confieso que soy un clásico, un clásico moderno, como se definía así mismo, debo decir que con acierto, uno de los hombres más elegantes que han paseado por Zamora y que regentaba una tienda de ropa en la Avenida de Portugal, ahora desaparecida. Nacido en los sesenta, yo, no el dueño de la tienda, mi juventud se desarrolló en plena efervescencia setentera y ochentera lo que, a la larga, supuso en aquella generación una pervivencia en nuestro interior de unos principios muy arraigados, no de usar y tirar, sobre todo en cuestiones políticas, musicales o intelectuales. Así que, a mi alargada edad, son ya mayoría las batallas pasadas sobre las que narrar algo que las que me puedan quedar por vivir y relatar.   
         
Por eso, aún a riesgo de que mi pareja me llame de nuevo abuelo cebolleta, debo dejar constancia, porque así lo creo, de que, en cuestiones publicitarias sobre la lotería de navidad, cualquier tiempo pasado fue mejor, mucho mejor, muchísimo mejor. No me refiero a la campaña publicitaria del año pasado, la más embustera y farsante de todos los tiempos, ni a la parada de monstruos que realizaron la campaña anterior a ésa, sino a las campañas realizadas por el entrañable calvo de la lotería que, junto con Lobato, eterno narrador de la Formula Uno en España, han formado parte de nuestra más entrañable y cercana realidad,  realidad alopécica por otra parte.

La presente campaña publicitaria de la lotería de Navidad, en consonancia con la decadente y debilitada calidad instalada en Televisión Española, es el canto sentimentaloide, sensiblero, melodramático, manipulador y rancio, de una forma sesgada de entender la realidad actual. Va directo a las vísceras del espectador como cualquier vulgar telenovela, relatando una historia, que como las malas películas, suena a impostada, irreal, con un lenguaje visual anticuado, más propio de una antigua película de Disney, melifluo, candoroso, ingenuo, queriendo hacer aflorar los componentes de generosidad, amor, solidaridad, etc, que, efectivamente, posee la ciudadanía, pero que en este caso son utilizados de forma grosera para engrosar los ingresos del tragaldabas económico en que se ha convertido el Estado.

Da la sensación inequívoca de que el gobierno intenta por todos los medios difundir una sensación de normalidad social y laboral que, de todos es conocido, no es cierta. No existe ese lugar de trabajo que refleja el anuncio. La realidad indica que el protagonista, que se pasa la vida moviendo maniquíes de un lado a otro, ¿por qué?, ¿para qué?, ya hubiera sido despedido hace tiempo a través de cualquiera de las fórmulas algorítmicas que tan graciosamente ha legislado este gobierno de derechas para mayor solaz y gloria del empresariado español. Y de nada le hubiera servido su perseverancia en intentar, eso cree él, hacer feliz la vida a los demás. Esos otros que, después de encontrarse un día tras otro los maniquíes en los lugares más insospechados de la fábrica, lo llamarían al orden, después de que el Jefe les hubiera hecho recogerlos y volverlos a su sitio. ¡Pues no tienen ellos otra cosa que hacer para que venga este moñas a tocarles las narices! Por cierto, ¿no hay demasiada gente en la fábrica? ¡Cómo se nota que es virtual! En las reales los ajustes de plantilla a gusto del empresario, amparados por el brazo tonto de la ley del gobierno, hubieran reducido a la mitad su número a mayor beneficio de los mercados. Y en cualquier caso, ¿nos quieren hacer creer que esta fábrica está en España, aquí que van cerrando una tras otra, y no en cualquier país con mano de obra barata?

Por todo ello, exijo la vuelta del mítico calvo de la lotería. El sí supo entendernos. Nunca nos engañó porque nunca dijo palabra alguna. Sabiendo de la imposibilidad de que nos toque el premio a todos, haciéndonos millonarios,  nos regalaba con una pose de absoluto lucimiento y derroche, esos polvos blancos redentores de la navidad que, seguramente, nos hacían olvidar el anual fracaso aleatorio y lotero, alejándonos mentalmente de la doméstica realidad, llevándonos por mundos siderales, volviendo a la era de Acuario, intuyendo el futuro en su bola de cristal donde llovía con fruición el maná de la resurrección como si de un gran airbag repleto de risas se tratara. Soplo a soplo, convertidos en huracán, nos devolvía y sumergía en la blanca y nívea Navidad.

¡Vuelve héroe calvo, vuelve por navidad! Soplen y vuelvan a soplar de nuevo tus polvos mágicos que arranquen de esta casposa realidad publicitaria actual el síndrome de la víscera fácil, la solidaridad falsaria y la corsaria generosidad.

martes, 17 de noviembre de 2015

EL ARREPENTIDO SIMULADO

            En páginas interiores del periódico local, leí hace días una reseña mínima, de esas que rellenan de oficio la información diaria, unas veces por falta de noticias reseñables, otras veces por falta de agilidad periodística para su búsqueda y otras muchas por el peralte político subyacente que hace que se obvien y pasen por alto informaciones que pueden herir susceptibilidades en ciertos ámbitos políticos locales de rancio abolengo; que relataba de forma breve la peripecia policial y judicial de un individuo al que asistió la Guardia Civil tras colisionar su coche contra una casa y comportarse pendencieramente con los agentes durante su, ¡efectivamente!, detención y puesta a disposición judicial.

            El individuo en cuestión, ya lo habréis imaginado, dio positivo de largo, de muy largo, en la prueba de alcoholemia, lo que motivó su imputación y lo que explica de forma simple su anormal comportamiento. Sin embargo, lo que me atrajo de la reseña fue el último párrafo, aquel en donde se relata de forma muy somera la práctica judicial realizada y su condena. Un procesamiento judicial basado en el trueque, tú me das y yo te doy, que me hizo pensar en muchas de las figuras que existen en el código civil y penal y que suponen, en muchos de los casos, puertas de salida, que ni la propia masificación de los juzgados puede, o no, quien sabe a que sirven, justificar.

             En este caso en concreto se recurrió a la figura del arrepentimiento para rebajarle la pena, después de que la defensa llegara a un acuerdo con el fiscal por el cual el sujeto en cuestión reconocía los hechos ocurridos, pantomima procesal que sugiere varias preguntas: ¿cómo se pueden reconocer unos hechos ya probados? ¿No es el arrepentimiento algo instintivo que surge en el momento inmediatamente posterior al hecho y no algo estudiado con posterioridad y fingimiento? ¿Se puede admitir el arrepentimiento en individuos reincidentes? ¿Existen variables de calidad y cantidad en el arrepentimiento? En cualquier caso, la pena fue rebajada por este artificio legal.

              Parece ser que esta figura religiosa, recordemos que en la religión católica uno puede pecar con la tranquilidad que da el poder arrepentirse en el último momento, pantomima similar a la relatada anteriormente, vetea la jurisprudencia como la grasa vetea al jamón ibérico, fina y sutilmente, como si el Derecho Canónico y el Derecho Civil tuvieran concomitancias ancestrales de defensa.

            Existen otras figuras atenuantes, como la actuación bajo los efectos de las drogas, que también resultan chocantes, si te drogas y sabes que luego puedes delinquir, pues no te drogues, y controvertidas, a veces, a la vista de algunas sentencias que se han hecho públicas, pero, en definitiva, si se ha molestado a alguien por estas letras, público en general, aplíquenme misericordiosamente el atenuante de arrepentimiento espontáneo, ¡no me ven, pero me estoy arrepintiendo ya y con mucha intensidad! Y si no, la enajenación mental transitoria estaría bien. Los porros ya los deje…

lunes, 9 de noviembre de 2015

EL POLÍTICO QUE SOÑABA CON PELUCHES GIGANTES

Un ruido ensordecedor despertó bruscamente a los vecinos del pueblo. Era de mañana, muy de mañana, en esas horas donde despuntan las tenues luces del alba, y los vecinos, alarmados por el estruendo continuo, el cual se iba incrementando cada vez más, como si el murmullo sónico se estuviera acercando desde un lugar lejano, salieron a la calle en tropel. Inmediatamente, casi sin querer, se fueron suscitando entre ellos los comentarios más variopintos sobre la procedencia de la insoportable eufonía, un eco metalúrgico, fabril, industrial, férrico, hasta que por la línea del horizonte se fueron dibujando la siluetas, todavía algo difusas, que lo provocaban: sobre la carretera que unía la capital de la provincia con el pueblo, distantes apenas unos kilómetros, avanzaban como un ejército futurista gigantescos buldozers, retroexcavadoras, camiones, y, en definitiva, toda suerte de maquinaria pesada utilizada en las grandes obras públicas, que como dijo burlonamente un vecino, más parecían los cuatro jinetes del apocalipsis cabalgando hacía el pueblo con el objetivo de difuminarlo de la faz de la tierra, a lo que otro vecino contestó, socarrón: - pues sí, pecados no nos faltan.

Al frente de la comitiva, un coche negro, de alta gama y con los distintivos oficiales del estado, comandaba tan singular procesión. Pasado el tiempo y el primer susto, los vecinos, reunidos de forma instintiva en la plaza mayor, tuvieron al fin ante sus ojos el gran cortejo y, por fin, tuvieron la oportunidad de ver de cerca a quien iba dentro de aquel vehículo que con tanta pompa y boato lideraba tan grandilocuente pelotón: era su alcalde, quien después de saludar con gran entusiasmo a sus atribulados y sorprendidos vecinos se introdujo en el edificio consistorial cuya corporación él presidia, saliendo al balcón del mismo con el objetivo de facilitar las explicaciones pertinentes que dieran a conocer, urbe et orbi, la buena nueva con la que había sido agraciado el pueblo gracias a sus megalómanas dotes políticas. Subido en el balcón y micrófono en mano, comenzó su explicación: “queridos convecinos, estas máquinas que hoy me acompañan, son la avanzadilla de lo que, dentro de poco tiempo, será la entrada de nuestro pueblo en la plenitud del siglo XXI. Aprovechando la llegada del tren de alta velocidad a la capital, he conseguido el compromiso de la ministra de Fomento, con el visto bueno de nuestro amado Presidente del gobierno, para que se incluyan en los presupuestos generales del estado una partida con el objetivo de construir un ramal de dicho tren de alta velocidad desde la capital hasta nuestra villa. Con ello alcanzaremos una comunicación fluida con la capital y atraeremos poderosas empresa que se instalarán en nuestros terrenos, convertidos en polígonos industriales, proporcionándonos el nivel de riqueza que, hasta mi llegada a la alcaldía, no podíais ni soñar”……

La voz dulce de la megafonía del tren lo arrancó de su sueño. Sentado en los mullidos asientos del enésimo tren de alta velocidad que inauguraba la línea férrea hasta la capital zamorana, esbozó una sonrisa. Acababa de tener la madre de todos los sueños, la suave epifanía de lo que podría ser su mayor logro en política, algo que daba sentido a su tendencia por los proyectos mastodónticos, tendencia que nunca supo explicar muy bien, pero que con este sueño, sin duda provocado por los grandes histriones de la historia, quedaba justificada en toda su extensión. Aunque, pensándolo bien, tampoco sabía muy bien qué hacía allí.

¿Por qué a él, que no ocupaba un puesto político publico que tuviera una referencia cercana con el tren de alta velocidad, su cargo actual estaba dentro de la esfera privada del partido y el municipio del que era alcalde no quedaba en la línea férrea a inaugurar, se le había invitado a tan suculento banquete de vanidades? La ministra de Fomento, una versión 3.0 de Paseando a Miss Daisy, quizás lo había seleccionado como una especie de chofereso o guía ferroviario, o solamente era la natural propensión de su partido a convertir en un hecho político privado lo que no dejaba de ser algo público y de todos. En cualquier caso, el viaje le había proporcionado uno de los placeres más intensos jamás experimentados.

            “Un ramal de alta velocidad a Casaseca de las Chanas. No iría nadie, sería un auténtico despilfarro, sería deficitario, pero quedaría tan bonito en mi curriculum politicae”. 

miércoles, 28 de octubre de 2015

ESCUPIR HACIA ARRIBA ES LA FORMA MÁS ESTÚPIDA DE BAÑARSE

“Me gusta cuando callas porque estás como ausente”. Estos versos de Neruda, algunas veces malinterpretados por ciertos talibanes de la corrección política y de las buenas costumbres, bien se podrían aplicar a ciertos personajes que pululan por la política española y, más concretamente, en el doméstico devenir político de esta ciudad, Zamora, al oeste del oeste, simbolizado en la cabeza visible, a veces, de la oposición municipal. La viajera del Chester provincial, vintage donde los haya, el Chester digo, no la viajera, no termina de ubicar su habitual hacer ante la variedad de frentes, políticos y laborales, que parece ser tiene abiertos.

            Para ejercer mínimamente las labores de oposición en política hay que tener bien claro que aspectos de la vida municipal son susceptibles de controversia y no enlodar a la ciudadanía en asuntos de patio de vecinos que no interesan a nadie o que no aportan nada al acontecer ciudadano. A pesar de su distancia, física y mental, de sus obligaciones municipales, doña Clara, así se llama, pretende dar lustre a su cargo sacando de la chistera mágica cuestiones inverosímiles que no disipan la sensación instalada en los ciudadanos de desapego que tiene con esta ciudad. Esta falta de seguimiento diario de la política municipal o, en su defecto, el deterioro de la información que le surten  los paladines de su grupo municipal, hace que, para la susodicha, escupir hacia arriba sea la forma más estúpida de bañarse.

            El último conejo extraído del sombrero fue la acusación al Alcalde de Zamora de utilizar el Ayuntamiento como sede de Izquierda Unida, partido al que pertenece y con el que concurrió a las elecciones. ¡Nada ni nadie había reparado en esta gran afrenta a la praxis política que tanto disgusto le ha supuesto a doña Clara! En estos poco más de cien días al frente del Ayuntamiento, ni los más sagaces detectives han podido inferir que los militantes de I.U. hayan hecho mudanza de sus enseres de la sede del partido a la Casa de las Panaderas. Que se sepa, ningún periodista avezado en periodismo de investigación, tan de moda en la actualidad, ha detectado o ha conseguido imágenes que confirmen que en sus dependencias se hayan producido ruedas de prensa, comités locales o provinciales o mítines del partido. Pero a doña Clara le parece que sí.

            Pero curiosamente, al mismo tiempo que doña Clara vertía estas acusaciones, que salían publicadas en el periódico local, en el mismo y varias páginas más adelante, salía publicada la noticia de la presentación mitinera, repleta de pompa y circunstancia, de los logros del gobierno del partido al que pertenece doña Clara, el Partido Popular, por parte de la señora Vicepresidenta del Gobierno, en el vestíbulo principal del Congreso de los Diputados, casa de todos los españoles, como punto de arranque a la carrera electoral de la nueva legislatura. ¿Acaso no piensa doña Clara que su partido está haciendo lo mismo apropiándose del Congreso? Y si no es así, ¿por qué acusa a I.U. en esta ciudad? ¿Cuál es la diferencia? ¿Haber perdido el municipio? Por favor, doña Clara, sin acritud, no fastidie, no sea tan intensamente simple.

             El Chester viajero produce vértigos. Como las líneas regulares acumula hijuelas en un escandaloso frenesí. Zamora, Valladolid y… ¿el Senado? ¡Qué tendrá Madrid que tanto seduce! Dice la letra de una canción de Asfalto de hace ya muchos años: “vueltas y más vueltas da el síndrome de la espiral, aunque cambies de dirección solo por el este sale el sol”, pues eso mismo, puerta giratoria tan de moda en política, que con los hilos invisibles mueve a sus particulares polichinelas.

viernes, 16 de octubre de 2015

VUELVO A GRANADA

Fue allá por octubre de 2010 cuando comencé el blog “La noche del Alquimista”, blog nacido de la voluntad de poner por escrito aquellas ideas u opiniones que se iban formando en mi cabeza al albur de cualquier motivo que hiciera saltar el resorte de la manifestación voluntaria e individual, hasta alcanzar algunos de ellos la forma de relatos cortos. No había ningún afán de trascender sino la simple aspiración de poder volver sobre esas narraciones más tarde, releerlas y observar como el paso del tiempo va evolucionando el pensamiento, la forma, la imagen, el conjunto de coordenadas que estructuran un yo, acaso demasiado atormentado. A veces he pensado que, realmente, hace las veces de psicoanalista, lo cual no deja de ser una ventaja, por lo menos en el dinero que me ahorro.

En aquel tiempo, un grupo de amigos habíamos decidido realizar un viaje celebrativo de fin de temporada folclórica, todos éramos en aquel tiempo miembros de la Asociación Etnográfica “Bajo Duero”, de Zamora, y decidimos ir a Granada. Así que así lo hicimos y nos plantamos en la ciudad del Darro y del Genil dispuestos a pasar un gran fin de semana. Todo el relato de lo acontecido en aquella ciudad quedó plasmado en la primera entrada de este blog, la cual titulé: “La pena de ser timado en Granada”, remedando, lo cual no dice mucho en mi favor, la cita de Francisco de Icaza: “Dale limosna, mujer, que no hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada”. Un fin de semana pasado por la batidora del cabreo más absoluto ante la falta de respuestas de un ente como el Patronato de la Alhambra y sus trabajadores, los cuales no supieron solucionar el atropello que sufrimos. Pero como digo, acudir a aquella primera entrada y leerla y ella os dará la pauta para entender el porqué de ésta.

Personalmente salí muy defraudado de aquella visita a La Alhambra. Tuve la impresión todo el día de que aquel símbolo del Al Andalus era en la actualidad un simple cajero automático, un facilitador de dinero fresco a una ciudad y a una administración que más parecían unos recaudadores de impuestos. Abarrotado de gente, descuidado en el aspecto cultural, olvidado de la espiritualidad que emana, a pesar de todo, de aquellas paredes y edificios. Todo tan aséptico, tan banal. Simplemente una gran estructura donde lo que menos importa es el visitante, el cual no es más que un número de entrada, un donador del metálico dinero, que hará que haya interés por conservarla mientras vaya siendo rentable. Me temo que en otro caso ya habría allí una gran superficie, eso sí, con sus trabajadores vistiendo a la moda nazarí.

Arribar a la meseta donde se encuentra enclavada La Alhambra es todo un espectáculo…bochornoso. Cual playa de Benidorm en agosto, aquello está abarrotado de una muchedumbre deambulando por la plaza de entrada, unos esperando a entrar, otros en las interminables colas, otros sin saber que hacer. En torno a esta colectividad, se intercalan ciertos personajes, con algunos de los cuales nos topamos nosotros, que viven del monumento, en un ejercicio más propio de la novela picaresca. Bufones, pícaros, videntes, brujas, encantadores, trileros, echadores de cartas, rateros, escribas, clérigos, nobles, caballeros y rufianes, todos viven a costa del atractivo edificio, todos se conocen, pero no se molestan entre ellos: hay para todos.

Pero el motivo de todo esto es que, después de cinco años del viaje, cinco años de La Noche del Alquimista, cinco años de la primera entrada en el blog hablando del desencanto de la visita, aparece en la revista Interviú de la semana pasada un artículo anunciando la imputación de diversos cargos del Patronato de la Alhambra por administración desleal, corrupción en la concesión de contratos a las diversas empresas que allí operan, desvío de fondos, venta masiva y desproporcionada de entradas, etc. Algo que ya barruntamos en aquel viaje, por fin, sale a la luz. Simplemente había que ver aquello con algo de espíritu crítico y no con la conciencia anulada como cuando vamos coleccionando visitas, culturales o no, en nuestros viajes, sin enterarnos de nada de lo ocurre a nuestro alrededor.

         Espero que la justicia funcione de forma correcta y caiga con todo el peso sobre estos siniestros personajes que han sido capaces de llevar a la más extrema vulgaridad un complejo que fue paradigma del refinamiento y el buen gusto en un tiempo escaso de estos atributos, hasta que las huestes del norte, empapadas del fervor religioso de la reconquista, lo avasallaron.

lunes, 12 de octubre de 2015

EL OTOÑO ROBADO

El otoño en Zamora es corto, demasiado corto. El otoño en esta ciudad de extremos se presenta en los colores verdes y amarillos de los trajes que visten los brigadistas, componentes de la fuerza de choque contra la que se topará la incipiente estación. El otoño se presenta con las formas asesinas de motosierras y hachas que, como el acelerante en un incendio, reducen el contenido otoñal a la forma simple de la nada. Aberrante coalición que ejecuta de forma grosera y artificial, en días o, apenas, semanas, lo que la naturaleza ejecuta cual danza multicolor en toda su dimensión trimestral, acomodándonos así, de forma suave y dócil  al crudo invierno venidero como el alpinista se aclimata poco a poco a la dura ascensión que posteriormente realizará. En esta ciudad, en Zamora, no.

Las hojas, cansadas y avejentadas del fulgor primaveral y veraniego, van cambiando su estado, su color, ofreciéndonos su último regalo en forma de paleta pictórica cargada de ocres, de tierras, de naranjas, de amarillos, en una postrera naturaleza que devendrá, en muy poco tiempo, en muerta. Pero a los moradores de esta ciudad al oeste del oeste se nos niega el placer de la melancolía, de la espiritualidad del paseo evocador, del recuerdo alegre o amargo del pasado más reciente o lejano, esa añoranza por la levedad crítica del verano, o simplemente por la nostalgia desatada por ese raro clima que se crea y evapora al andar sin destino entre la lluvia de hojas soliviantadas por la leve brisa que las incomoda en su último suspiro, removiendo a nuestro paso su estancia terrenal con el sosiego y el reposo  de la delicada tranquilidad.

Sin embargo, aquí el otoño está condenado de antemano. Como si su nacimiento estuviera marcado por la desgracia, como si cada año un decreto superior de los hombres pusiera en evidencia su infortunio, es arrasado por la maquinaria infernal del progreso. Ya avanza la atalaya con su infernal ejército desmochando la vida que se niega a perecer. Sin solución, va desvistiendo de su natural ropaje a los que hace escaso tiempo portaban orgullosos su verdosa frondosidad en sus múltiples formatos, dejándolos desvalidos, a la intemperie, exponiendo su esquelética y triste figura a los ojos escrutadores de todos nosotros. Su anoréxica figura nos recuerda nuestro propio desamparo ante la barbaridad artificial de un progreso desbocado que anula toda conciencia natural, que anula toda la belleza que protesta ante el inmenso error que supone ignorar nuestro propio origen.

Poco a poco, la ciudad va quedando despejada de vida, aunque sea una vida otoñal y caduca, como las hojas mortecinas que caen irremisiblemente contra el asfalto avasallador, caja mortuoria que certifica la muerte vital. La ciudad muestra el agrio cemento, el hormigón lacerante que, con su color gris, parece querer decir que no tenemos escapatoria, que ya estamos absorbidos por una forma de vivir de espaldas a la naturaleza y su contemplación. Ahora ya el viento puede ir y venir a su antojo entre las calles desnudas, vacías, solamente ocupadas por figuras que van y vienen sin reparar en el camino, en el viaje, sin dedicar un minuto a contemplar su circunstancia ante tanto vacío. ¿Por qué negarnos la fantasía de imaginar las hojas cayendo como copos de nieve de colores? Aquí, en esta ciudad donde el mismo apestoso invierno nos niega, siquiera, la posibilidad de gozar del espectáculo níveo. Y jugar, sí, como si nos lanzáramos bolas de nieve aventando las hojas amontonadas por el viento en los distintos rincones. ¿Por qué no? ¿Acaso la adustez y la aspereza, tan propias de esta tierra, nos han robado las ganas de ser niños, de disfrutar de la normalidad?

Pero sigue avanzando el brazo ejecutor del otoño por el callejero. Una vez finalizada su tarea la ciudad estará preparada para su servil destino. Sin ninguna protección, nada impedirá que sobre nosotros se instale de nuevo el hongo nuclear de la niebla. Esa cúpula que nos aísla del mundo, que nos vuelve invisibles ante el resto de la humanidad, que, a pesar de que nosotros pensemos que nos protege, simplemente nos anula, nos difumina como territorio. En Zamora se dice que el invierno dura ocho meses, pero no es verdad, simplemente nos negamos a vivir una estación, el otoño, borrando sus señales, como si ellas nos recordaran algo que no debemos recordar. Las pocas hojas que consiguen llegar al suelo son barridas con prontitud acelerada, como si la brigada estuviera siempre vigilante. ¿Por qué pretender que en otoño los jardines luzcan la pulcritud aséptica, esterilizada, más propios de esas urbanizaciones burguesas de extrarradio, “de las casitas del barrio alto, todas hechas con recipol”?

           El otoño en Zamora es corto, demasiado corto. Aquí no caen las hojas, sino que suicidan las ramas mismas.

martes, 22 de septiembre de 2015

CARTA DESDE JUAN DE HERRERA, 2º

        A veces me cuesta imaginar, y no ha pasado tanto tiempo, apenas unos meses, lo perfecto que fue todo entre los dos. Cada actuación, ese acto aceptado de forma voluntaria y, por ello, obligatorio desde el punto de vista ético y personal, desencadenaba el torbellino propio de lo desacostumbrado durante el resto del año generando por si misma una cascada de acontecimientos torrenciales, desencadenados; preparándonos con la acostumbrada meticulosidad, casi milimétrica, ordenada, como si cualquier atisbo de anarquía y caos en el orden habitual fueran a traer insospechadas consecuencias a la hora de la representación. Desde entonces, la nada.

            Durante todo este tiempo pasado en la trágica agonía camino de mi silencio, han ido aflorando como lágrimas repletas de recuerdos, los distintos aromas y olores que se fueron pegando a mí mientras me portabas en aquel tiempo atávico y orgulloso, construyendo casi sin querer el mapa irreal de lo que ahora parece ser simplemente un sueño. Tierras y personajes que empaparon la urdimbre de la que estoy hecho, de la que estás hecho, sin que una y otra puedan entenderse por separado como si fueran unidades de medida extrañas una de la otra. Destinos, cercanos y lejanos, que hubieran tejido la capa  que cobijara estos dos mundos hasta el día, entonces pensábamos que lejano, de decir adiós.

            Meses esperando una respuesta que, ahora lo entiendo, no tenías, pero que tú también esperabas. Allí, postrado en la cama de la habitación del fondo, como un enfermo más en el dolorido hospital de la omisión, hemos conversado sin palabras cada vez que entrabas, con la mirada, escudriñando cada matiz, intentando averiguar en cada gesto la posibilidad de una solución menos traumática, menos agresiva, menos tajante, de la que me ha llevado hasta aquí, hasta este vertical féretro donde se recogen las migajas del pasado, reducidas a la simple visión conceptual y museística de lo que fue y ya no es posible que sea nunca más. Quizás un lugar menos vulgar, menos prosaico, más acorde con mi pasado al servicio del movimiento circular, monótono y repetitivo del juglar, que el simple abandono entre las vestimentas domésticas amontonadas al desdén de su vida miserable, pero mortuorio al fin.

            Reconozco que los nuevos tiempos no auguraban nada bueno para mí. Al fin y al cabo el espectáculo avanza y en él se van introduciendo, casi sin querer, nuevos formatos en los que ya no tengo cabida, reduciendo mi papel a mísero disfraz, reliquia fuera del contexto ortodoxo del que nací. Pero ahora estoy seguro de que ya no habrá vuelta atrás. Que esta segunda piel que he sido para ti durante años se ha desprendido por completo y, cual muda de serpiente, quedaré varada entre las espinas  de los arbustos que ocultaron y envenenaron el camino haciendo que huyéramos campo a través en busca de la dirección correcta.

            Desconozco cuál ha sido el resorte postrero que ha hecho que por fin te decidieras a poner fin a mi calvario. Seguramente no habrá sido nada baladí, pero en ti es difícil sospechar el por qué de las cosas cuando una leve brisa puede desencadenar una tempestad. Quizás el olvido asimétrico, el desinterés mutuo entre los intereses contrapuestos, el orgullo sutil del conocimiento… O la visión prostituida de una versión sustituta de algo tan querido para ti. O nada, simplemente el extrañamiento de un mundo en el cual ya no te reconoces.

            Pero de cualquier forma, no olvides, que allí al fondo, al final de la escapada, descanso.

martes, 15 de septiembre de 2015

¡MALDITA SEA!

          ¡Maldita sea! Mi primer día de unas vacaciones diferidas en el tiempo, concretamente catorce días, gracias al nivel organizativo de esta nuestra Comunidad, y a la gilipollas de la ciclogénesis explosiva le da por venir a visitarme, aquí, en esta ciudad al oeste del oeste, tan ignorada, que cuando llueve ni las gotas de agua llegan al suelo. Supongo que si la tostada cae siempre del lado de la mantequilla, era de esperar, aunque un poquito de prórroga del veranito hubiera sido de agradecer. Así que comienzo la cuenta atrás del descanso vacacional inmerso en tareas de doméstico proceder, vamos, ¡una fiesta!

            Y comienzo por el wáter. Por cierto, ya que hablamos del wáter, oigo en la televisión, la cual está encendida a modo de acompañamiento solidario, que han imputado judicialmente, por quítame allá unas subvenciones, a Manuel Pimentel, aquel ministro de trabajo del Partido Popular en el primer gobierno de Aznar. Tengo que reconocer que la noticia me causa sorpresa ya que siempre había considerado a Pimentel como lo más potable de aquel gobierno. Creo recordar que su discurso poseía una coherencia y una densidad algo extraña para el nivel habitual de nuestros gobiernos. Incluso en su dimisión, hubo algo de justicia ética, de integridad, algo que hizo que a lo largo del tiempo le siguiera teniendo simpatía. Pero mira por donde, era ¡simpatía por el diablo! Observando la fotografía del aquel primer gobierno del P.P., creo que es necesaria la construcción de una galería más en Alcalá Meco, porque a este paso todo un gobierno va a ir yendo a la trena.

            ¡Necesito un café! Es lo menos que puedo hacer después de realizar la operación más difícil, la tarea más ardua y, a la vez cómica, que se puede realizar en una casa: cambiar la funda a un edredón nórdico. Es algo inhumano. Con el edredón y su funda es como que te den la bienvenida a la Republica Bananera Independiente de tu casa. A lo que iba, que con el café en la mano reparo de pasada en nuestra nunca denostada lo suficiente ministra de no hay trabajo. Sus manifestaciones: “España es el país en el que más ha crecido el ánimo”. Y digo yo: ¿por qué no hablan con sus confesores y legalizan los porros ya que parece ser que, de esta manera, se los fuman ellos solos? Si no, es imposible entender sus palabras.

            Por cierto, sigo oyendo que, según diversos analistas económicos, los presupuestos generales para el dos mil quince incumplen de partida el límite del déficit público impuesto por la U.E. (por Merkel, vamos). Ya llevamos varios años así, pese a las explicaciones del gobierno sobre que el ajuste era necesario para su cumplimiento, lo que da una idea del discurso tan falsario que gastan. Por tanto, unos presupuestos, los del dos mil quince, electoralistas y propagandísticos que traerán más ajustes en cuanto Europa, perdón Merkel, nos coja la matrícula. Así que votad, votad, malditos, al mismo, total, votáis imputados como quien va a misa. Luego nos rasgaremos las vestiduras en plan apocalíptico por la corrupción que impera en la clase política, sin darnos cuenta que el político corrupto no es el problema, el problema es el ciudadano que le vota. Nunca he entendido el afán que tienen los españoles por poner al zorro a cuidar las gallinas. A lo mejor eso aclara el número de sicoanalistas que existen en este país.

            Y por si no me creéis, esto vi y escuché en las noticias de la Sexta. Por fin y después de ser inaugurado hace cuatro años, el aeropuerto de Castellón recibe su primer avión, de Ryanair, ya podéis imaginar por donde van los tiros conociendo el proceder de esta compañía, y al preguntar el periodista por el evento a una señora entrada, no en años, sino en laca, le responde: “le doy las gracias a Fabra por habernos construido este aeropuerto”. No hay nada que decir, salvo ¡viva España y la madre que la parió! Puro esperpento cañí.

            Voy terminando y la borrasca de toda la vida, ciclogénesis explosiva para los modernos climatólogos de tendencias, sigue campando a sus anchas. Voy a dar por finalizado este primer día de vacaciones. ¡Una mierda! 

viernes, 11 de septiembre de 2015

FUSIÓN RESIDUAL

       Es incuestionable que el reciclado de residuos es una parte fundamental para la pervivencia del medio natural, tanto el más cercano, aquel que disfrutamos todos los días como parte de nuestro propio yo o como parte de nuestra propia circunstancia vital, como aquel tan lejano que no consideramos que su degradación física nos afecte, a veces por cuestiones de desconocimiento y a veces por cuestiones de pura ignorancia. Es innegable pensar que esas pequeñas acciones que todos podemos realizar, separación de residuos, utilizar medios de transporte público, etc, son ineficaces ante el grado de contaminación que se ve en los medios provocado por las grandes empresas y conglomerados industriales y ante los que parece que no existe ningún poder político que les pueda oponer ninguna traba cuando en multitud de casos sería justo sospechar la connivencia entre unos y otros.

Sin embargo, también cabe señalar que este es un caso de asimilación, aceptación e incorporación al ejercicio vital y personal que, como muchos otros, debería empezar desde abajo, desde nosotros mismos, para poder exigir a los gobiernos una mayor diligencia en este tipo de asuntos en los que, valga la redundancia, nos jugamos el tipo. Por ahora el nuestro y dentro de poco, si no es ya, el de las generaciones futuras.

            Todo esto viene a cuento del desarrollo de una escena que vi hace días y que me quedó totalmente perplejo. Enfrente de la casa familiar existe el tipo de contenedor de basuras clásico, el verde marrón de toda la vida, aquel que se reconoce porque está siempre lleno de mierda y con la tapa rota o desvencijada. Pues el día en cuestión salía por la puerta del portal, después de una visita a la familia, cuando una vecina de una casa contigua se dirigía al citado contenedor con tres bolsas de basura de un tamaño similar. El caso es que este hecho tan natural captó mi atención, no sé por qué, algunas veces la mente dirige su atención a las cosas más insospechadas llenando mi disco duro cerebral de información carente de interés. Cosas de la dispersión. Tuve tiempo de fijarme en el contenido de la primera bolsa de basura que estaba introduciendo en el contenedor y, así me pareció a mí, su contenido correspondía a lo que se denomina residuo orgánico. Hasta aquí todo correcto, pero cual no fue mi sorpresa al verle actuar con las otras dos bolsas de basura.

            Antes de todo, en este momento del relato hay que reflejar que a menos de setenta y cinco metros, metro arriba metro abajo, existe una batería de contenedores soterrados que incluyen depósitos para cualquier tipo de residuo, bien es verdad, que muy dados a la monumentalidad en esta ciudad al oeste del oeste, muchas de esas baterías se han colocado en las inmediaciones del afamado románico zamorano o en los pocos paseos o plazas con encanto que quedan. Aunque bien mirado puede ser una nueva experiencia de fusión entre el pasado y el presente, aunque chirríe por los cuatro costados y, en considerables ocasiones, estropee la foto del turista de turno, que se ve incapaz de captar la imagen sin el contenedor allí en medio. Frikada a la zamorana, como los urinarios portátiles en la fachada de la iglesia de San Juan, del siglo XII, en cualquier evento en la Plaza Mayor. 

            Pues bien, en este estado absurdo de las cosas pensaba yo que la vecina retrocedería unos pasos e iría a depositar las otras dos bolsas de basura en los contenedores especificados para ello, ya que había observado que una contenía envases de plástico y cartones de leche, de hecho llevaba en la mano una garrafa de cinco litros de aceite, y la otra contenía papel. Pero ¿qué conjunción catastrófica de astros ocurrió en ese momento, ¿qué trágica desestabilización del cosmos, de las leyes del universo, aconteció para que la buena señora depositara las dos bolsas restantes en el mismo contenedor de residuos orgánicos?

            Llevo pensando varios días en esto y no se me ocurre una explicación plausible. A veces pienso que a la mujer le venció la pereza de tener que recorrer un trecho más arriba para depositar el resto de residuos, vencida por la vaguedad intrínseca del ser humano. A veces pienso que, como indicaba en el comienzo de esta disertación, le saltó un resorte en el cerebro y se preguntó si, realmente, su gesto iba a servir para algo. A veces pienso que a esta persona no le ha llegado la información completa sobre la forma de reciclar los residuos domésticos y solamente le llegó la primera parte, la de la separación de los mismos, sin que luego sepa que hacer con ellos. O, simplemente, le importe un pimiento todo y, haciendo de su capa un sayo, separe y una en un comportamiento significativo de libre albedrío ciudadano, linaje abundante por la polis, ya que dan ganas de llorar por la poca conciencia ciudadana sobre este tema. Solamente hay que fijarse en los depósitos de los contenedores.

            Así que al final he llegado a la conclusión, más absurda pero más bonita, de que la mujer es en realidad una física experimental del doméstico residuo que a fuerza de repetición cuántica ha dado el paso decisivo en la búsqueda de la fusión de la materia: fisión para empezar, separación, expansión, para una vez realizado el proceso, con la consiguiente producción de calor, obtener la fusión de la materia residual en el contenedor de neutrones y, a semejanza de la aceleración de la nave Enterprise, teletransportar la materia oscura, mejor dicho marrón, al infinito, ese vertedero de quimeras, falsas esperanzas, y, desde este momento, basura vecinal.

lunes, 24 de agosto de 2015

SE VENDE

           En unas dimensiones reducidas, en los apenas 500 x 400 de un miserable cartel de color naranja donde se lee “SE VENDE”, se puede reflejar el fin de una vida, de dos vidas, de una vida en común y ubicar en el olvido sin retorno todas las imágenes, todas las conversaciones recíprocas, toda la intrahistoria de los personajes que habitaron aquella casa, cualquier casa vale, abandonada ahora. Consumiéndose en el olvido los sonidos que un día le dieron vida, las emociones, las alegrías, las tristezas, las risas y los llantos…la vida que se extingue desde que nos nacen sin pedir permiso, abocándonos sin remedio al tránsito mortuorio que nos devuelve al “no ser” que ya éramos. ¿Para qué?

            Asomado a la terraza del habitáculo de propiedad horizontal en el que habita, ve aquel cartel en la ventana que tantas veces observó. Y se da cuenta de que aquello que le era tan familiar ha desaparecido y que la propia dinámica diaria, repleta de prisas e individualidad desaforada, le ha hecho pasar desapercibido tal suceso. Comunidades de vecinos sin vecindad, soledades estabuladas en la colmena habitacional de la indiferencia. Ahora cae en la cuenta de que aquel matrimonio mayor, que salía con puntualidad horaria a su terraza, desde la cual observaban un mundo que se les escapaba de las manos, contrapunto visual de la suya, hacía tiempo que no tenían presencia.

            Y se dio cuenta de que aquella ausencia le provocaba soledad, no una soledad intrínseca, personal, sino una soledad comunitaria, de convivencia, como si hubieran amputado un pedacito del mundo que comenzó cuando él también fue a vivir, o morir, en aquel lugar. Todos los días, o casi todo, se asomaba a la terraza y allí estaban ellos, puntuales. Salían y nunca se apoyaban en la barandilla, se quedaban de pie, uno junto a otro, recibiendo el sol mortecino en el invierno o debajo de una sombrilla en el verano. Una de esas sombrillas de propaganda que afean las terrazas de cualquier edificio, pero que en la suya, encima de sus pequeñas figuras, les daba un punto de jovialidad que acrecentaba su imagen. Unas figuras, por cierto, a la antigua usanza, de otra época: ella, con el mandil gris y pañuelo a la cabeza y él, de traje desgastado y boina.

            Siempre se preguntó si ellos habían reparado en él, si le habían observado alguna vez. Siempre se preguntó si, como le pasaba a él a la inversa, esperaban verle a la misma hora en su terraza, como vecinos lejanos y sin palabras, pero haciéndose compañía visual. A veces, otra persona los acompañaba, quizás un hijo, en aquellas solaneras vespertinas, pero no se quedaba mucho rato. Con la caída del sol, desaparecían hacía el interior de la vivienda, a la penumbra que desgasta y que consume la vida, que la sesga por el cuello como si de una guadaña se tratara.

            Recordaba a sus abuelos. A su abuela Bernarda y a su abuelo Feliciano. Siempre salían a la calle por la tarde y sentados en el poyo de la puerta pasaban las horas observando y percibiendo el mundo que deambulaba por la cuesta de la Morana. Allí iba a verlos y conversaban, ¡hace ya tantos años!, pero la imagen actual de estos dos viejecitos es la misma, lo único que cambia es decorado: antes, una casa baja y un poyo en la puerta para sentarse, ahora, una terraza de colmena en el extrarradio. También recordaba a su abuela Josefa, que él siempre pensó que vivía más en la calle, sentada al filo de la vida que pasaba ante sus ojos, que en su casa, descifrando los enigmas vecinales con la misma nitidez con la que un bisturí corta la carne. O se los inventaba, ¡qué demonios!, era su entretenimiento.  Y, quizás, era precisamente todo esto lo que había hecho que se fijara en aquellas figuras vecinales que el azar había puesto ante sus ojos, el recuerdo de sus abuelos hace ya tanto tiempo desaparecidos.

            Actualmente, en la casa de enfrente, solamente se ven las ventanas cerradas a cal y canto en las que sobresale el letrero de color naranja con la leyenda “SE VENDE”. ¿Qué habrá sido de ellos? ¿Habrán muerto los dos? ¿Habrá muerto uno de ellos quebrando sin remedio el viaje emocional que comenzaron juntos hace tantos años, dejando en la más absoluta soledad al otro? Si es así, quizás el superviviente se acuerde de aquel tiempo en el que salían a la terraza y veían a aquel hombre, él, asomado a la suya y añore ese tiempo relativo de compañía distanciada.

            En cualquier caso, el tiempo ha pasado, también para él y, tal vez en este momento, es él quien es observado por alguien que ha ocupado su lugar, que no sabe nada de quienes ya no están y tampoco le importa. Ahora es solamente la imagen simbólica del recuerdo de otro, el depositario del testigo que marca el último tramo del olvido.

lunes, 27 de julio de 2015

DISPARANDO AL PIE CON EL QUE BAILAS

            Creo que, quizás, el folclore actual o la interpretación de su tradición, no sea más que un asentamiento temporal en el que solamente podemos estar el tiempo suficiente para iniciar un nuevo viaje. Y es esta trashumancia continua y vital la que lo empapa, lo renueva y así éste consigue pervivir adaptado al tiempo que lo reinterpreta desde la perspectiva de quien no lo vivió, sino que lo tiene en herencia, una herencia a veces peligrosa, sobre todo cuando no se sabe muy bien que hacer con ella.

            La mera repetición, anodina la más de las veces, de los cantos y bailes antiguos, ha envejecido aún más lo que ya de por sí era anciano, pervirtiendo su muestra y provocando el rechazo, cuando no la huída misma, de todo cuando tenga que ver con ello. Algunas posturas folclóricas han intentado vivificar el folclore haciendo un refrito de bailes y danzas, a veces contrapuestas, a veces inasumibles a la vista, parece ser que avergonzados de lo que de genial tiene: su simpleza, su originalidad, su inocencia; con el objetivo de darle más postureo, más aceptación, digamos, extranjera.  Por otra parte, y en el lado contrario, nos damos de bruces con las supuestas modernizaciones o puestas al día que se han quedado demasiado pronto por el camino, no se sabe si por cansancio o por hartazgo.

            El interés sobre el folclore ha descrito una curva descendente desde los años ochenta, punto de origen de la gran revolución etnográfica. En aquel momento, se abandonan las esclerotizadas muestras adoptadas por las huestes de la infumable sección femenina y se vuelve a lo verdadero. Se viaja y se recogen los bailes, los cantos y las tradiciones tal y como son, tal y como lo pueden contar quienes las han vivido. A partir de aquí, se estructuran toda una serie de postulados, que, más o menos intactos, han permanecido hasta nuestros días. Si bien es cierto que la música, y su interpretación, ha seguido un camino más ágil a los largo de estos años hasta conseguir una aceptable fusión con los sonidos más actuales, el baile y su presentación han viajado con mucha mayor lentitud, convirtiéndose de facto en aquello que un día se consiguió desterrar. Las nuevas perspectivas convertidas en antiguas en apenas treinta años.

Es en este contexto folclórico de todo a cien, en donde das una patada y, ¡chas!, aparecen como por arte de magia decenas de agrupaciones folclóricas cuyo origen no está en la investigación etnográfica y su puesta en valor, sino en la copia barata del trabajo de los que vinieron antes, carentes de rigor y, sobre todo, de calidad para subirse a un escenario, donde conviene volver a preguntarse: ¿por qué hacemos esto? y, lo más importante: ¿merece la pena seguir? Muchas pueden ser las causas, alguna ya entre líneas apuntada, para que este mundo haya perdido el vigor cualitativo y cuantitativo. Unas están en los propios grupos de representación folclórica y otras están en los propios espectadores de estos espectáculos. La pérdida de valor de la representación etnográfica, deflacionaria a todas luces, ha traído consigo un peligroso abaratamiento de dichos espectáculos, llegando incluso al coste cero, en detrimento de una calidad que se ha ido yendo poco a poco por el desagüe. Este peligroso posicionamiento ha sido aprovechado por los diversos estamentos contratantes de este tipo de espectáculos para solicitar agrupaciones baratas, destajistas, con pocos escrúpulos escénicos, cerrando el círculo de la mediocridad en pos de programas festivaleros que lo único que pretenden es llenar las horas con actividades varias, sin dar el valor que se merecen estas actuaciones y asimilando el hecho folclórico a la fiesta de la espuma o a la disco móvil.

Por otra parte el tipo de espectador medio de estos actos ha ido variando con los años al ir desapareciendo aquella gente que si vivió todo lo que se representa y lo aprecia en su justa medida. Gente a la que no puedes dar gato por liebre y que sabe cuando un grupo ejecuta el baile tal y como es, sin crear y coreografiar, con pasión por lo que están haciendo, sin permitirse reduccionismos de mercadillo que solamente dan como resultado la merma del original. Estos espectadores han venido siendo sustituidos por los nacidos en  la cultura del hilo musical, del sonido ambiente. Asisten al baile con la impronta de que hay que estar porque así ha sido programado, sin entusiasmo, como simples actores de las fiestas estivales de su pueblo, ejerciendo su papel, reduciendo la representación etnográfica a una mera representación turística y sin respeto al hecho cultural.

          Puede que el problema, a la vista de todos los años, no sea general y si más particular. Menos nacional que provincial y menos provincial que local, pero ante esta crisis del valor etnográfico, acelerada por una sobreabundancia de oferta barata en detrimento de la calidad, es incuestionable que conviene no aferrarse a fórmulas que están gastadas o a punto de agotarse, llevándose consigo al hecho etnográfico a una muerte lenta y conviene reinventarse de nuevo, como en los inicios, con nuevas propuestas alternativas, provocativas, que sacudan el polvo y la caspa que se está acumulando en torno al baile tradicional. Liberarse de cualquier tipo de ataduras y dirigirse hacia nuevos postulados, ¡ya probados, que cojones!, que marquen la diferencia entre la involución y la evolución.

 Vamos, que para los que me conocen, lo digo A Pelo  

miércoles, 15 de julio de 2015

EGO Y VANIDAD

          A la izquierda española, y más concretamente a Izquierda Unida, se le ha llamado de todo a lo largo de los años, incluidos sus simpatizantes, entre los cuales me encuentro, pero que nos definan como pitufos gruñones entra dentro de la categoría de talent shows, tan de moda en la televisión actual y matricula al autor de dicha definición en la misma categoría que Cañita Brava (véase Youtube).

Define el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española a la soberbia como: “Apetito desordenado de ser preferido a los otros”. También se puede definir como: “Sentimiento de superioridad frente a los demás que provoca un trato distante o despreciativo hacia ellos”. Esta cualidad de soberbio, altanero o altivo, sinónimos éstos últimos del primero, se convierte demasiado a menudo en la carta de presentación de ciertos individuos, que tras un ascenso rápido, capitalizan de forma torticera el éxito colectivo y común y lo convierten en un éxito individual simbolizado en su persona e imagen, apropiándose del mismo, presentándose ante la sociedad civil travestidos en los nuevos mesías de la política. Su puesta en escena, su discurso, sus argumentos, expelen acritud y desprecio de lo que no sea su monolítica concepción de la realidad, llegando en algunas ocasiones a rozar el apartheid ético.

Su excesiva satisfacción por la contemplación propia menospreciando a los demás, les hace burlarse de sus contrarios, minimizando sus ideas y propuestas. Están encantados de haberse conocido y verborrean ante su auditorio mitinero de su éxito continuo, incapaces de aceptar las críticas que ellos convierten en ataques carentes de razón. Obsesos del control, necesitan tener todo bajo su mando, convirtiéndose en fiscalizadores universales de cuánto y cuantos no comulgan con su ideario.

Pablo Iglesias, hasta la fecha, cabeza visible de la formación política Podemos, desprende ese tufillo sospechoso al que nos hemos referido y rezuma un cierto estalinismo conceptual, agresivo, con una deriva sospechosa e incierta hacia la arterioesclerosis política prematura, quedándole poco para convertirse, de facto, en el cacique de dicha entidad, enfrentado a parte significativa de las bases, contrarias a que se prostituya el origen de la misma. El destilado de ego y vanidad con el que nos obsequia en cada una de sus intervenciones públicas deja entrever una posible patología de tipo obsesivo: o conmigo o contra mí. Principio, por otra parte, que centra con gran habilidad en su persona, agrupando todos aquellos canales de representación y marginando al resto de correligionarios no coincidentes con sus ideas, provocando en el resto la actitud de sumisión y culto al líder supremo. Talantes de tintes tiránicos, con el consiguiente abandono de los postulados horizontales de decisión, que se asemejan en gran medida a otros históricos personajes, que llevaron al caos y a la destrucción todo aquello que tuvieron alrededor, perseguidos por el mismo concepto: individuos que se creen llamados a salvar la historia sin más razón que su propio yo. Ese yo freudiano, el súper yo, el súper ego, conductista moral de una sociedad que quieren y exigen a su imagen y semejanza. Lo(s) demá(s), para ellos, sobra(n).

Pero no aprende, no comparte. El supuesto éxito, del que tanto se jacta, en las últimas elecciones autonómicas y locales, fue, curiosamente, con las candidaturas que englobaban a distintas formaciones de izquierda, además de Podemos. Sin embargo, su soberbia, le impide reconocer que ese éxito fue fruto de la colaboración y el entendimiento de la izquierda y sus diversas sensibilidades. Con la perspectiva de las elecciones generales, vuelve a caer en el error del discurso prepotente y vanidoso, otro error, que le llevará a formar parte, si nadie lo remedia, de la Unidad de Destrucción en lo Universal, trasunto cómico de aquella otra, igual de perversa, Unidad de Destino en lo Universal, juguete franquista a mayor gloria de su estupidez y ceguera.

Así que aquí le esperamos, en esta aldea a la izquierda, perdida al oeste del oeste, que resiste como puede el embate del entorno azulado y cosmético. Pitufos gruñones con ganas de pitufarle a Don Pablo como se puede ser de izquierdas y no morir, de éxito, en el intento.

            De nada.

lunes, 6 de julio de 2015

LOS ÁNGELES NO CAGAN ARCO IRIS

             Resulta arduo, a veces extremo, encontrar la explicación justa a las señales que, como sombras dispuestas de equipaje, amortajando nuestro pensamiento desde el inicio prometedor, se nos aparecen por la superficie circular del horizonte en esa travesía dilatada, que a veces nos autoimponemos, empeñados en arrastrar por la caleidoscópica y asamblearia tiranía del caos más pueril, una responsabilidad no correspondida, quizás, no entendida, o, simplemente, ignorada. Sombras señaladas con la cruel perversidad de la autocomplacencia y oposición de la futilidad otrora, que nos impide razonar y deducir nuestra propia caducidad, cuando ya conocemos de antemano, sin saberlo, que conviene regresar a la otra orilla para no ser engullidos por el ostracismo: el producto resultante de las secuelas señaladas por la  indiferencia absoluta.

            A veces hacen daño y dejan secuelas las ausencias, solamente las justas, las sentidas, provocando la ausencia propia. A veces es complicado explicar, escrutar los rostros ajenos, que como extranjeros condicionales, judicializan las percepciones inquisitorialmente. A veces es espinoso sospechar en cada facción la plena colmatación del hastío más profundo. Acusaciones subrogadas en una generalidad cínica y mediocre, amparada en una insolente y jerarquizada obediencia debida, que renace en cuanto huele la debilidad subyacente y profunda de una sobreexposición agónica y no solicitada. Comportamientos intrusos envueltos en papel de estraza, como se envuelve la casquería humana agresiva y despreciable, hasta que su contenido se muestra en toda su verdadera magnitud, publicando las vísceras del continuado y silencioso descuartizamiento que, imperceptiblemente, se ha ido consumando en las formas, en los fondos, en los comportamientos.

            Demasiado a menudo, como en un sueño, hemos dirigido nuestros pasos, presos de la cotidianidad aprendida y, en un tiempo, deseada, hacia esa ágora, ahora infernal, valle repleto de caídos, penetrando en sus entrañas malsanas al mismo tiempo que en nuestros oídos se van clavando las voces que, como flechas, van zahiriendo la solidez de una acepción, pronunciadas sin remordimientos, carentes de la más mínima caridad. Rodeados de ángeles adustos y de mirada fiera, ángeles que no cagan arco iris sino que vomitan fuego mientras blanden su espada justiciera en pos de una realidad antigua; convertidos de motu propio en paladines de la mediocridad inocente, nos convertimos en los reos del producto nacido de nuestra propia incomodidad y limitación. Somos juzgados sin legalidad compasiva alguna, mudados en sambenitos de pim, pam, pum, señalados por el tribunal popular como símbolos de la infamia, al negar el capricho arbitrario como forma de presentación: ¡CULPABLES!

            No llueve, pero los paraguas se abren a la menor señal de peligro. Paraguas ¿protectores? y serviles, hechos jirones de tanta agitación. Sus varillas, convertidas en lanzas agresoras, horadan sin el menor rubor los cuerpos avejentados por el paso, no del tiempo, sino de la monotonía repetitiva, casuística barata del anarcosimplismo. A fin de cuentas, son solamente paladines de una mediocridad nada inocente. Mentira, egoísmo, expolio, abandono,…adjetivos adyacentes de los sujetos sin predicado alguno, sin verbo transitivo que coordine tanto sustantivo insustancial. De paso, ahora rezuma el fango escondido entre las costras resecas de este apocalíptico estío, al acecho, y se ofrece barato y taimado: en un plis, plas, solucionada tanta deserción. Algo estará buscando la corneja, algún brillo estará tronando en la lejanía. Rezar y besar el santo como conductismo irracional contra aceptación resignada por cobarde. ¡NO!

            P.D.

            “Estimado cliente, nos ponemos en contacto con usted para agradecerle, una vez más la desconfianza depositada en nosotros e informarle que disfrutará, como todos los años, de un merecido descanso en estas fechas veraniegas. Estamos siempre a su servicio y nosotros trabajaremos por usted.

            Atentamente…”