De nuevo en Granada.
Quizás reconciliándome con una ciudad que, en aquel olvidado viaje, me opuso la
cara más descarnada de ese centro comercial en que se ha convertido La
Alhambra: ratera, pícara, bandolera. Y a fe que lo estaba consiguiendo, animado
por la lejanía con la que afronté mi visita y el descubrimiento de la parte
barroca, renacentista y moderna de la ciudad, antes ajena, pero atrayente, más
lógica en su propuesta al viajero, o turista, como prefiráis, y lejos de las
hordas fotoadictivas.
También pudo influir el hecho de que
el paseo arrancó con la soledad, relativa, de unas calles todavía no atestadas
de turistas ávidos de esa instantánea que, sin alma, certifique su estancia,
carta de pago con la que demostrar antes los amigos o conocidos la legitimidad
de su ausencia. Códigos rutinarios y tópicos del viaje actual en el que, sin
mucha ilusión aparente, me incluyo, uno no puede del todo extrañarse del hábito
predominante. Bien es cierto que este viaje estaba trufado de nuevos matices y
con una propuesta más cercana y estimulante: descubrimiento, cultura, teatro…,
acompañado de gente tentadora y Paloma, mi pareja, a mi lado. Sosiego y
tertulia vital despojada del doméstico habitual y una placentera y quimérica
laxitud.
Siguiendo con el viaje, uno no puede
sino extrañarse de la enorme cantidad de teterías, kebabs y colmados de
seudoproductos andalusíes desperdigados por el casco antiguo de la urbe, como
si su pasado nazarí hubiera solapado cualquier otra época histórica que la
ciudad hubiera vivido y hubiera quedado anulada por un enorme pastiche con
sabor a incienso. Así que, sentado en una terraza de la orilla izquierda del
Darro, en su circunvalación de La Alhambra, asistí, ya atónito, a la enésima
foto sobre el puente que lo cruzaba y que nunca terminaban de cruzar los
fotocazadores, perdiéndose los rincones más allá del mismo, escondidos, esos
rincones que requieren aventura y esfuerzo para degustarlos. Mi segunda cerveza
seguía reconciliándome con Granada y me solacé con una actuación de ¿música
árabe? ejecutada por un grupo de jóvenes más voluntariosos que efectivos,
sobresaliendo la joven aporreadora de castañuelas que, más bien, parecía que
había descubierto el instrumento aquella misma mañana, tal era el grado de falta
de técnica en su ejecución y falta de criterio musical del que hacía gala. Una
pena.
Pero como ya sabéis, si está por
estropearse se estropeará y allí sentado, bien es verdad que un poco aturdido
ya de tanta melodía árabe, le diré a Moncho que ponga de nuevo a Génesis en el
viaje de vuelta, necesitaré progresivo en vena para recuperarme, y ante otra
foto en el puente, esta vez de una despedida de soltera, ¡qué se les pasará por
la cabeza a estas chicas para creer que pueden quedar bien en una foto de La
Alhambra con penes de plástico en la cabeza!, vino el aquelarre.
En
la mesa de al lado de la mía, en donde estaba solazándome en soledad viendo el eterno
continuo de turistas hacía el Albaicín, aposentaron sus reales dos turistas,
creo que inglesas, de mediana edad y rojas como el tomate, con un curso de
risoterapia en sus cuerpos manifestado con grandilocuencia y esperpento hacia
el resto de los mortales. Tomaron posesión de la mesa, y, por ende, de la terraza
entera, y descubrí al fin la causa de tanta extroversión: las jarras de sangría
que solicitaron al camarero denotaban que no eran las primeras, yo creo que
había desayunado eso mismo, convirtiéndose aquella situación por momentos en un
terremoto galopante, brexit ya, que agotó mi paciencia y mis ganas de seguir
disfrutando de aquella mañana tan apetecible unas horas antes. Ya sé que no es
culpa de la ciudad pero no quise prolongar más aquel estupor y que se cerrara
definitivamente mi nueva relación urbana con Granada.
Volveré.
Mi relación no terminará hasta que consiga encontrar y acomodar ese paso justo
entre lo verdadero de sí misma y ese decorado “sui generis” en que la
convierten por mor del turisteo, cuerpos sin alma, deambulantes sin sentido y
carentes de ósmosis que les haga volver a casa diferentes.
Para eso, vete a Benidorm.
No hay comentarios:
Publicar un comentario