Llevaban tiempo rondando por su cabeza
ciertos pensamientos que tenían su origen en algunas situaciones que habían
ocurrido tiempo atrás. Hechos nimios que no tenían ni siquiera cierta categoría
como para que le preocuparan más de lo necesario, pero que como cuadriculado
que era de mente, necesitaba reflexionarlos. Quizás el estar leyendo “Los
enamoramientos”, de Javier Marías, había disparado su necesidad de poner en
claro y por escrito lo sucedido.
Como cantaba Asfalto:
“nunca está de más una sonrisa, nunca está de más un gesto cordial”. Había
recibido mucho, quizás demasiado, en estos últimos tiempos. Lo agradecía, pero
en el fondo, él sabía que no era precisamente eso lo que necesitaba de cierta mujer.
En realidad, para él esos gestos no eran más que vías con recorrido limitado,
vías de servicio cuya única dirección era la de circunvalar el extrarradio de
su vida sentimental. Como una gran estación decimonónica, llena del encanto de
un arte en desuso, había quedado apartado de las grandes líneas del recorrido
emocional que lleva a la felicidad.
Su disolución visual por
decisión propia llegaba al absurdo de que fueran sus amigos quienes le dijeran
que estaba siendo observado con interés por alguna mujer. Sin embargo la mirada
insistente, la mirada ocasional, la mirada interpuesta, la mirada invisible,
eran juegos que ya se negaba a jugar. Estrategia artificiosa que se convierte
en banal si no tiene resultado concreto y se convierte en un fin en sí misma.
Como había comprobado muchas veces, la noche estaba llena de este tipo de
movimientos.
Quizás fuera esto lo que
causaba la reflexión que estaba llevando a cabo, con cierta solemnidad en la
forma y en el fondo. Una especie de crítica, con algo de moderado
resentimiento, ante la falta de concreción y de acción directa que se produce
en el juego del amor y del deseo, y que a él, que ya no tenía la habilidad para
la interpretación de los signos, le desesperaba.
Aún
así, despertaba cierto interés. Aunque de esto último, como ya quedó dicho, no
se daba cuenta. Con el paso del tiempo había puesto en cuarentena su corazón y
había dejado entre paréntesis la zona emocional de su cerebro, en un intento de
que no se produjeran más daños irreversibles. Por su naturaleza quijotesca,
había visitado demasiadas veces los talleres del corazón. Él ya no era un
modelo nuevo y resultaba difícil encontrar las piezas originales con las que un
día fue capaz de conquistar el corazón de una mujer. Quizás esto tampoco fuera
así del todo, pero nunca se sabe dónde está la línea argumental que separa la
prudencia del riesgo y el grado de pérdida que uno está dispuesto a soportar.
Le quedaba poco equipaje que llevar, y el último, por si acaso, lo quería
llevar con dignidad camino del ocaso.
……….Estaba de viaje con un grupo de amigos,
entre los que se encontraba ella. No tenía muy claro cuál era el objetivo de
dicho viaje, o acaso no tenía importancia, o acaso le resultaba muy cercano. Ni
siquiera sabía con nitidez la ciudad en la que estaban, aunque tenía cierto
parecido con el lugar en el que había estado en un viaje realizado hacía poco
tiempo. Lo que si tenía claro era que estaba decidido a decirle lo que pensaba
y lo que sentía por ella. Nada de juegos, miradas y estrategias, de las que
estaba ya harto. Todo iba muy deprisa y en un momento eléctrico sus caras se
encontraron, quedando una junto a la otra con la mínima distancia de un
aliento. El estaba decido a besarla, pero fue ella quien tomó la iniciativa y,
rozándole los labios, le dio el beso sentido que tanto había deseado. Toda la
oscuridad desapareció y la luz se hizo más fuerte, brillante y cegadora. El
resto de los amigos no dijeron nada al ver lo sucedido, la nueva situación era
para ellos normal desde antes de que los besados lo supieran……….
En
ese momento se despertó. Perplejo, se preguntó cómo podía ser que siendo tan
real lo que había vivido y sentido, hubiera sido solamente un sueño. Recordó las
reflexiones de la tarde del día anterior, se levantó de la cama y dando tumbos
en la oscuridad, se fue hasta el ordenador, lo encendió y allí estaban
escritas.
Había
dado “su” respuesta a la inquietud que le había llevado a relatarlas. El
inconsciente había venido en su ayuda para cumplir el deseo que no había sido capaz
de realizar en la vida real, exorcizando viejos fantasmas, bello fantasma rojo,
que de vez en cuando, se le aparecía por el camino de los sueños. En el fondo, no
eran las miradas de ellas, los juegos de ellas y las estrategias de ellas, lo
que no entendía. Si no su propia incapacidad para el juego directo en este tipo
de situaciones. Y su moderado grado de resentimiento provenía del hecho de que
todas las miradas, todos los juegos y todas las estrategias vividas, no se
resumieran en una sola mirada, en un solo juego y en una sola estrategia, en la
vida real, de la mujer eclipsada en rojo, que en el sueño le besó.
Apagó
el ordenador y se dirigió nuevamente a la cama. Quería volver al sueño por si
podía conseguir de nuevo estar donde estuviera ella. Era su locura de amor
vivida en un mundo onírico e irreal. Ojeo un momento el libro de Javier Marías
y de entre sus páginas cayó una nota en la que había escrito un pensamiento
escuchado días antes, no recordaba donde: “El amor es como Don Quijote, cuando
recupera la razón es que está a punto de morir”. Más tranquilo, apagó la luz y
se durmió.
Cuando no nos damos cuenta de esas miradas y de esos gestos, nos perdemos la belleza de uno de los momentos, para mi, más mágicos del amar a alguien.
ResponderEliminarCuando todo el mundo sabe que hay amor, menos los interesados, que se niegan a reconocerlo, pero no dejan de lanzar miradas vespertinas a esa persona que se ha metido en su corazón sin ellos haberse dado cuenta.
Creo que es un momento que luego se pierde, tanto si ese amor llega a realizarse, como si se pierde en el cajón del olvido.
Ese momento en el que alguien nos mira como si no hubiera nada más importante en el mundo, como si eclipsaramos todo, como si fueramos la única imagen visible para unos ojos que no ven más allá de un amor que los ciega, o de una pasión nunca sospechada.Ese momento que me encantaría vivir día tras día.
Un saludo.
Noelia
Tienes razón, Noelia. Pero es triste que cuando los ojos, por fin hablan, la palabra enmudezca. Carlos.
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