lunes, 27 de julio de 2015

DISPARANDO AL PIE CON EL QUE BAILAS

            Creo que, quizás, el folclore actual o la interpretación de su tradición, no sea más que un asentamiento temporal en el que solamente podemos estar el tiempo suficiente para iniciar un nuevo viaje. Y es esta trashumancia continua y vital la que lo empapa, lo renueva y así éste consigue pervivir adaptado al tiempo que lo reinterpreta desde la perspectiva de quien no lo vivió, sino que lo tiene en herencia, una herencia a veces peligrosa, sobre todo cuando no se sabe muy bien que hacer con ella.

            La mera repetición, anodina la más de las veces, de los cantos y bailes antiguos, ha envejecido aún más lo que ya de por sí era anciano, pervirtiendo su muestra y provocando el rechazo, cuando no la huída misma, de todo cuando tenga que ver con ello. Algunas posturas folclóricas han intentado vivificar el folclore haciendo un refrito de bailes y danzas, a veces contrapuestas, a veces inasumibles a la vista, parece ser que avergonzados de lo que de genial tiene: su simpleza, su originalidad, su inocencia; con el objetivo de darle más postureo, más aceptación, digamos, extranjera.  Por otra parte, y en el lado contrario, nos damos de bruces con las supuestas modernizaciones o puestas al día que se han quedado demasiado pronto por el camino, no se sabe si por cansancio o por hartazgo.

            El interés sobre el folclore ha descrito una curva descendente desde los años ochenta, punto de origen de la gran revolución etnográfica. En aquel momento, se abandonan las esclerotizadas muestras adoptadas por las huestes de la infumable sección femenina y se vuelve a lo verdadero. Se viaja y se recogen los bailes, los cantos y las tradiciones tal y como son, tal y como lo pueden contar quienes las han vivido. A partir de aquí, se estructuran toda una serie de postulados, que, más o menos intactos, han permanecido hasta nuestros días. Si bien es cierto que la música, y su interpretación, ha seguido un camino más ágil a los largo de estos años hasta conseguir una aceptable fusión con los sonidos más actuales, el baile y su presentación han viajado con mucha mayor lentitud, convirtiéndose de facto en aquello que un día se consiguió desterrar. Las nuevas perspectivas convertidas en antiguas en apenas treinta años.

Es en este contexto folclórico de todo a cien, en donde das una patada y, ¡chas!, aparecen como por arte de magia decenas de agrupaciones folclóricas cuyo origen no está en la investigación etnográfica y su puesta en valor, sino en la copia barata del trabajo de los que vinieron antes, carentes de rigor y, sobre todo, de calidad para subirse a un escenario, donde conviene volver a preguntarse: ¿por qué hacemos esto? y, lo más importante: ¿merece la pena seguir? Muchas pueden ser las causas, alguna ya entre líneas apuntada, para que este mundo haya perdido el vigor cualitativo y cuantitativo. Unas están en los propios grupos de representación folclórica y otras están en los propios espectadores de estos espectáculos. La pérdida de valor de la representación etnográfica, deflacionaria a todas luces, ha traído consigo un peligroso abaratamiento de dichos espectáculos, llegando incluso al coste cero, en detrimento de una calidad que se ha ido yendo poco a poco por el desagüe. Este peligroso posicionamiento ha sido aprovechado por los diversos estamentos contratantes de este tipo de espectáculos para solicitar agrupaciones baratas, destajistas, con pocos escrúpulos escénicos, cerrando el círculo de la mediocridad en pos de programas festivaleros que lo único que pretenden es llenar las horas con actividades varias, sin dar el valor que se merecen estas actuaciones y asimilando el hecho folclórico a la fiesta de la espuma o a la disco móvil.

Por otra parte el tipo de espectador medio de estos actos ha ido variando con los años al ir desapareciendo aquella gente que si vivió todo lo que se representa y lo aprecia en su justa medida. Gente a la que no puedes dar gato por liebre y que sabe cuando un grupo ejecuta el baile tal y como es, sin crear y coreografiar, con pasión por lo que están haciendo, sin permitirse reduccionismos de mercadillo que solamente dan como resultado la merma del original. Estos espectadores han venido siendo sustituidos por los nacidos en  la cultura del hilo musical, del sonido ambiente. Asisten al baile con la impronta de que hay que estar porque así ha sido programado, sin entusiasmo, como simples actores de las fiestas estivales de su pueblo, ejerciendo su papel, reduciendo la representación etnográfica a una mera representación turística y sin respeto al hecho cultural.

          Puede que el problema, a la vista de todos los años, no sea general y si más particular. Menos nacional que provincial y menos provincial que local, pero ante esta crisis del valor etnográfico, acelerada por una sobreabundancia de oferta barata en detrimento de la calidad, es incuestionable que conviene no aferrarse a fórmulas que están gastadas o a punto de agotarse, llevándose consigo al hecho etnográfico a una muerte lenta y conviene reinventarse de nuevo, como en los inicios, con nuevas propuestas alternativas, provocativas, que sacudan el polvo y la caspa que se está acumulando en torno al baile tradicional. Liberarse de cualquier tipo de ataduras y dirigirse hacia nuevos postulados, ¡ya probados, que cojones!, que marquen la diferencia entre la involución y la evolución.

 Vamos, que para los que me conocen, lo digo A Pelo  

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