jueves, 28 de diciembre de 2017

LA ASIMETRÍA DEL TIEMPO QUE HABITAMOS

        Dormir, trabajar, descansar. Desayunar, comer, cenar. Acciones yuxtapuestas o entrelazadas o tejidas sin descanso en un intento baldío de estabular el tiempo del que disponemos, de aprehenderlo en píldoras coercitivas de ingesta prescrita en intervalos de ocho horas. Posología humana que determina la dosis de espacio temporal a administrar para no enfermar, o recaer, en la certeza de su inasibilidad, de la inaprensibilidad de su condición. Acaso, mister Felton, le parezca exagerada mi exposición, pero creo que vivimos encadenados a un tiempo, mejor dicho, a una representación del tiempo que no es más que el traje a medida que nos hemos tejido para hacer más llevadero que ese mismo tiempo al que queremos, deseamos, necesitamos domesticar, es libre, elástico, dúctil. Todo lo contrario a nuestra rígida concepción del mismo.

            Permítame, si acaso, un ejemplo. Hemos dividido nuestro tiempo en anualidades repetitivas que van disminuyendo al paso de nuestro propio ocaso. Si proyectáramos este último hacia el futuro, ¿cuántos años nos quedarían? Hecha la cuenta, la propia condición de ser va restando tiempo, es inevitable, cada vez que ese intervalo se repite, implantando en nuestra conciencia la impresión de finitud de nuestra vida, la escasez temporal para realizar esas múltiples tareas que, en realidad, nunca haríamos aunque tuviéramos mil vidas más de regalo. Es esa construcción artificial del tiempo, como una colmena de celdas separadas que se expresan en sí mismas, segundos, minutos, horas, días, meses, años, décadas…la que hace que, siempre, sin excepción, tengamos la sensación de que el tiempo se nos escapa de las manos. Usted, como yo, sabe la cantidad de locuciones, sentencias o dichos que tratan el tema.

            Y creo, sinceramente, que es un mal, casi propio, de esta sociedad occidental, capitalista, consumista, en la que vivimos. Nuestro sistema productivo, basado en la producción sistemática y exponencial de bienes de consumo, ha encapsulado el tiempo de todos nosotros con el fin de que nuestra productividad sea la más adecuada para que el sistema no decaiga. Necesitar para producir, producir porque necesito, no es más que la ecuación del ritmo sobre la que se asientan nuestras vidas. Al necesitar, tengo que trabajar, tengo que producir y así, acepto las condiciones impuestas por los verdaderos dueños del tiempo, depositando en diversos paréntesis el tiempo general y haciéndolo finito en ellos. No sé si estará de acuerdo conmigo, míster Felton, pero creo que así morimos cada vez que uno de estos paréntesis termina, que morimos infinitas veces antes de la definitiva, que por esa razón no saboreamos nuestra vida de forma más o memos plena, porque nos la han robado, o la hemos entregado a cuenta, y nos la administran de forma artificiosa para que creamos que somos felices y dueños de ella.

            Contra esa concepción arquetípica del tiempo occidental le opongo esa otra que lo circunscribe al hecho natural de vivir como una continuidad en la que toda acción inscrita en ella no tiene más importancia que la que se desprende del efecto de la misma acción, no siendo más que un sumando más en la gestión de un tiempo lineal y único. Al nacer no comienza el tiempo, el tiempo ya viene comenzado de antemano, nos transporta en el pequeño relevo que realizamos y sigue una vez que entregamos el testigo. No se necesita producir más y más para vivir y, por tanto, no hace falta dividir el tiempo asignando partes de él en cada tarea, sino que es la tarea fundamental la que marca el tiempo que necesita. De esta forma, creo yo, el tiempo se hace, de alguna forma, infinito, largo, continuo, como cuando éramos niños, recuerde Míster Felton, y teníamos la sensación de eternidad, de que el tiempo nunca pasaba, que así continuaríamos para siempre. La niñez, se lo digo con total convencimiento, es esa parte de la vida que más se acerca a la ley natural antes de que nos compriman la vida en un almanaque del que solamente arrancamos hojas secas como si un perpetuo otoño se hubiera instalado en nuestras vidas.

            Es en lo natural, créame, donde la verdadera vida se expresa en total plenitud, el lugar en el cual seremos libres al fin, donde la ley obtiene su verdadera expresión humana. Adquiriendo el conocimiento de que la verdadera eternidad es ser conscientes de que no somos más que una parte de un tiempo único, nacido con el Big Bang, que se expande infinitamente y que, por lo tanto, no necesitamos medir y calcular. O hacerlo lo menos posible. Es simplemente vivir.

jueves, 21 de diciembre de 2017

EL CAMELLO TRAJO DEMASIADO DIACEPAM

           Le aseguro, doctor, que mi falta de empatía con este tiempo cíclico que nos anega todos los años no proviene, principalmente, de mi ateísmo confeso, que también, sino por esa efervescencia social humanitaria, aparentemente; solidaria, supuestamente; fraternal, teóricamente; que convierte al apostolado del amor universal a cualquier miembro de la raza humana, cristiana se entiende, incluso, créame, a aquellos hijos de puta reconocidos que, durante el resto del año, son capaces de pisarte el cuello, hundirte en la miseria, sin más remordimiento que el que emana de su asistencia semanal a los actos eucarísticos de su congregación. A fin de cuentas, y en esto estará de acuerdo conmigo, grandes personajes del hampa se persignaban con una mano mientras con la otra decretaban muertes de forma caprichosa. Siempre me he preguntado, no ponga esa cara, para donde miraría el cura de turno.

            Reflexiono, ya sé que usted no está de acuerdo con esta capacidad que me atribuyo de modo unilateral, que no es posible separar los estados mentales, cerebrales, de comportamiento, que rigen los actos de estos individuos durante el resto del año y que, por arte de magia, para mí no deja de ser magia esta representación ocasional del acerbo religioso occidental, se conviertan al buenismo, he leído que esta palabra ha sido aceptada por la R.A.E, aunque usted crea que me aíslo del mundo durante este trecho temporal, de forma tan parecida a la conversión del centurión de la Biblia. Una especie de halo místico se apodera de estos personajes y reparten sonrisas, saludos y deseos como viviendo por encima de sus posibilidades en ese estado extático que les posee.

Ya sé que cree que, en estos temas, soy un poco inflexible, pero quien es un cabrón es un cabrón, quien es un gilipollas es un gilipollas y que la mezquindad no revierte en amor por mucho belén, árbol o camellos que pongas. Bueno, quizás con camellos. ¡Eh!, no se ponga así, es una broma, ustedes los siquiatras andan escasos de humor. De hecho, lo que no me explico es porque no hay más homicidios, o suicidios, ese homicidio contra uno mismo, la respuesta más contundente y a la vez más hermosa del castigo autoinfringido, con el atronador mundo musical que nos violenta en forma de villancicos y canciones melosas para babeantes estados de pasmo navideño. Le digo que no puede ser bueno pasar tanto tiempo escuchando tanta sarta de incongruencias: peces que beben, aunque aquí creo que son sobre todos los gordos, ratones que roen calzoncillos y esa melodía azucarada en vena que nos llega del mundo anglosajón convirtiéndonos a todos en posibles diabéticos musicales. A veces, créame, según van pasando los días, me dan ganas de coger al panderetista de turno, arrebatarle el instrumento del diablo, acepto su sugerencia de que el instrumento no tiente la culpa y que, en todo caso, sería su tocador quien se mostraría atorrante, y estampanárselo en la cabeza a modo de lechugilla o gorguera cervantina.

Y puede, pero de esto que le voy a comentar hablaremos, quizás, más adelante, la culpa sea por esa manía que tiene la humanidad desarrollada de encapsular el tiempo en píldoras que se repiten cíclicamente. Nos acostumbramos a ser lo que el calendario marca, en realidad quien crea los calendarios que nos rigen y manipulan a su antojo, y, en este caso, nos comportamos, falsariamente, usted también, como personas de bien durante el periodo de tiempo que nos indican, sabiendo que el resto del año tenemos esa libertad controlada para ser unos perfectos cantamañanas. Singermorning en inglés, ya ve que progreso adecuadamente gracias esas clases de idiomas financiadas por el estado para personas especiales como yo y que solamente sirven para tenernos entretenidos y que no discurramos maldades. Esa es la verdadera razón de todo este teatro del absurdo, en ese caldo de polvorones y mantecadas en el que nos sumergen y nos sumergimos de forma descaradamente irracional.

           Ya veo que la consulta toca a su fin. No se preocupe por mi conducta social durante mi estancia aquí y en este tiempo de Natal. Mientras dure el jolgorio participaré con entusiasmo ejemplar en los actos programados por el centro. De hecho, espero con ansiedad, siempre bajo el control del diacepam, el belén viviente en el que seremos protagonistas los internos. Un grupo de locos, de desequilibrados, de trastornados que intentan representar un acto, lo acepto, muy importante para parte de la humanidad. Creo, sinceramente, que es la mejor y más grande metáfora de la excentricidad y la mentira en la que se mueve este asqueroso mundo.