lunes, 23 de enero de 2017

EL OBRERO VERTICAL

             Las preguntas serían: ¿puede un obrero votar en función del PIB, del IPC, del IBEX, o de cualquiera de las grandes magnitudes macroeconómicas que definen el modelo productivo de un país y que son manejadas por los mercados  y los poderes económicos a su antojo? ¿O sería mejor votar en función de si el gobierno de turno ha hecho llegar a la mayoría de la población el resultante de las posibles plusvalías conseguidas en periodos de bonanza o la protección adecuada en periodos de crisis económica? En definitiva, ¿un obrero debe votar en función de cómo va su economía familiar o en función de cómo le va a la economía de los más ricos, la cual, da igual como sople el viento, irá siempre bien? Y esto no es baladí, pues resolviendo los interrogantes podríamos saber porqué hay tantos obreros que votan a la derecha, o sea, al Partido Popular.

            En España, esta disyuntiva se mezcla con la sempiterna letanía de “yo siempre voto a los míos”, independientemente de su quehacer, lo que da como resultado el hecho de que votando siempre a los míos, los míos pueden hacer lo que les venga en gana, ya que nunca sufrirán ningún castigo en las urnas. El hecho de votar a un partido político porque su ideario general sea coincidente, en una primera impresión, con el particular de cada uno, no debería, al menos eso pienso yo, desviarnos de la cuestión principal: ese ideario general debe traducirse en la gobernanza a favor del ciudadano, ya que lo contrario sería gobernar contra natura y cargar sobre las economías domésticas el mantenimiento de la estructura del estado y las prebendas y privilegios de la clase económica y financiera.

            Por eso leemos o escuchamos noticias sobre la evolución positiva de la economía española y que, de seguir así, saldremos de la crisis más fortalecidos, sin que esa evolución positiva se traduzca en una mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos. Los políticos del gobierno alardean de dichas cifras, pero esa macroeconomía no se traduce en bienestar general, en una mejora de la microeconomía que cohesiona el tejido social,  sino en mayores beneficios para las grandes empresas y corporaciones mercantiles a base de desproteger cada vez más a los trabajadores. El hecho de que el rescate a los bancos, pagado por todos, el rescate a la autopistas, pagado por todos, el saqueo continuado de los bancos con las clausulas suelo, que permitieron todos los órganos reguladores en la materia, y que el gobierno de turno se ha dado prisa en legislar para que, de nuevo, los bancos no devuelvan todo el dinero robado, y la práctica, ahora declarada ilegal, de la carga de los gastos de hipoteca a costa del comprador, dan una idea clara de cuál es el verdadero interés general del gobierno de Partido Popular, lo cual aumenta la incomprensión y la estupefacción sobre el voto obrero a un partido de derechas.

            Y es que nuestra tendencia a la verticalidad viene de lejos. En la dictadura fascista y criminal que nos gobernó durante cuarenta años se implantaron una seria de sindicatos, llamados verticales, en donde confluían patronos y obreros como si de una gran familia se tratara y sus intereses fueran comunes, siendo, de facto, en el mecanismo de control de la clase obrera adormilada con la engañifa de pertenecer al mismo grupo social. La proclama de que cuanto mejor le fuera al empresario, mejor le iría al trabajador, solamente sirvió para desactivar la lucha obrera e inocular en la clase trabajadora ciertos tics paternalistas que son, eso creo yo, los que ahora inducen a pensar en ciertos ciudadanos que la derecha tratará por igual al empresario y al trabajador. Porque para que se produzca la máxima antes citada deberíamos tener una clase empresarial digna, cosa que, a la luz de los acontecimientos, no parece que se cumpla (corrupción, evasión fiscal, etc.).

            Por eso tenemos los resultados electorales que tenemos y que no cambiarán, ahí está la intención de voto de las últimas encuestas del CIS, si parte de la clase trabajadora cree que forma parte en igualdad de condiciones del sistema productivo y la ciudadanía piense que la derecha hará recaer en los más ricos, ellos, la mayor parte de la aportación del sostenimiento del estado. Si fuera así no seríamos más que unos ilusos, los invitados, más que merecidamente, a LA CENA DE LOS IDIOTAS, de Francis Veber, o, más localmente, PLÁCIDO, de José Luis García Berlanga, en la que, con la escusa de mostrar la caridad cristina del régimen franquista, parte práctica del catolicismo rampante, solamente esconde la limpieza de las conciencias burguesas, simetría determinante con la situación actual: allí donde debería llegar el estado se ponen en marcha telemaratones, carreras solidarias, etc.

            Así que hay que elegir: obrero o borrego. Vosotros mismos. Luego no toquéis los cojones.

martes, 17 de enero de 2017

A PESAR DE TODO, ¡BENDITOS BARES!

         Que los bares son un universo en sí mismos no es algo que se discuta. Ágora variopinta en la cual se suceden y por la que transcurren momentos temporales de cada uno de sus parroquianos según sean las circunstancias personales que les perturben en el momento de su presencia o las realidades externas que les afecten. Se podría decir que cada bar es un parlamento, un foro en el cual, todos los días, se ponen de manifiesto las diversas susceptibilidades íntimas de cada uno de sus feligreses, ya sean estas nacionales, o regionales, o locales. Se podría decir que cada bar es un templo en el que cada día se celebra la eucaristía social del reconocimiento, la comunión grupal, el santo sacramento mutuo. Se podría decir, en suma, que cada bar es como la consulta del sicólogo, pero gratis, donde sin dificultad, con la facilidad que da la confianza adquirida, se producen sin interrupción confesiones, desahogos, confidencias, atemperando, a veces, el ánimo posiblemente quebrantado.

            Por eso, para un observador, el espacio barístico es como un mosaico de actitudes y comportamientos, cuando menos, originales, ciertamente curiosos en algunos casos, pequeños microcosmos de postureo y autocomplacencia. Desde la persona apartada, física y mentalmente, del mundo alrededor suyo, quizás construyendo ficticiamente el suyo. O esa otra, apostada en la barra, posiblemente exponiéndose, mostrándose, esperando un reconocimiento que siempre creyó suyo y nunca recibió. También están aquellos yonquis de la prensa diaria de gorra, ávidos de lectura, que son capaces, como usureros lectores, de apresar varios ejemplares, convertirlos en rehenes, amontonarlos e, inmediatamente, como sagaces encubridores, abrir uno de ellos encima del resto y usurpando, de paso, la lectura rápida con un café expreso a los demás partícipes de dicha liturgia. Asimismo, incluso, podíamos incluir a aquellos padres abnegados y aburridos, que por mor de la demagogia medicinal, ven corretear a sus infantes por el escenario tasquero, convertido en vulgar guardería, asimilando éstos, de forma tan simple, el hecho social de la bebida alcohólica. Dicotomía pulmonar o hepática resuelta a favor de la segunda por el progresismo político.

            Pero a mí, reconozco que observo y acepto y asumo ser observado, el grupo que más me interesa y, a la vez, me intriga, es el de esas personas que, aún entrando físicamente en esos templos de la libación, en realidad no son más que vehículos, porteadores de los verdaderos protagonistas: los abrigos, las trencas, las gabardinas… Una situación que se manifiesta de forma bastante intensa en los meses de invierno, cuando estas grandes estrellas del vestuario masculino y femenino inundan los bares formando verdaderas colinas textiles entre las cuales cavamos trincheras que nos permitan cierta movilidad, cierta interacción entre las distintas áreas del espacio: ir al lavabo, mismamente. En concreto, me refiero a esas personas que, con movimientos estudiados y milimetrados, se despojan de la prenda en cuestión y con sumo cuidado la depositan en la banqueta o taburete, colgándola del mismo para que no sufra ninguna arruga, mientras ellos se quedan de pie o cogen otra banqueta o taburete y se sientan a su lado, como si de su pareja sentimental se tratara. A veces esto no es suficiente, o no hay taburetes, y, entonces, buscan cualquier mesa en la cual descansar la prenda.

            De esta guisa nos encontramos con clientes haciendo malabares con la copa de vino o cerveza en una mano y la tapa en la otra sin poder acomodarlas en la mesa instalada por los dueños para ello, con clientes cansados que se debaten entre solicitar al caradura que les deje el asiento o dejar caer, por supuesto sin querer, la comanda en la ropa, con cara de no entender el porqué de la situación. ¡Y eso es una falta de solidaridad tabernaria que solamente se entiende desde la admisión de estos advenedizos, de estas criaturas sin cultura del vermú, del poteo, del alterne social! Ni aunque les dirijas miradas de rayos exterminadores son capaces de unir los conceptos, salvo cuando se van, que, con gran cinismo e hipocresía, son capaces de ofrecerte lo que en realidad deberías haber disfrutado desde tu entrada.

            Mientras tanto, el perchero arrinconado en algún ángulo del local, observa impotente tanta maldad, tanta perversidad, convertido en un esqueleto al que le hubieran despojado de toda su carnalidad, transformado en un conjunto vacio, transmutado en un ser inerte y sin función laboral conocida, destinado al paro del contenedor de las cosas inútiles. Reconvertido en una interrogante crítica y acusadora: ¿no entiendes, gañan de caspa larga, meapilas de misal a juego, que tu actitud no es la correcta? ¿Qué si estoy aquí es por algo? ¡Joder, si no sabes, no entres y deja a los verdaderos profesionales!

            A pesar de todo, ¡benditos bares!

lunes, 9 de enero de 2017

NO SON NUTRIAS SON MARMOTAS

                     Pues otro año más en el que no me he convertido en un superhéroe. Y eso que he probado todas las colonias y perfumes publicitados. Nada de volar sobre las olas agarrado a unas anillas ancladas en la inmensidad del cielo como un nuevo Spiderman capaz de vencer a los villanos con mi fragancia más masculina. Nada de deslizarme por el polvo níveo de las montañas más altas y salvajes como un nuevo Silver Surfer preparado para someter a los infames con mi perfume más fresco. Nada de pilotar mi nave hasta las guaridas de los despreciables sin que nada se interponga en mi camino como el nuevo Batman que somete a los indignos que pululan por la oscuridad de nuestras vidas. Pero, sobre todo, he sido incapaz de enajenarme con la nueva fragancia para cuerpos musculosos, atléticos y robustos y he atravesado las paredes con la cabeza como si Hulk, o un imbécil cualquiera, se hubiera reinventado y convertido en un Adonis griego. Y, finalmente, no he ganado la copa con mi olor a hombretón deportista ni he provocado, por eso mismo, la caída de bragas más acojonánte de la historia de la humanidad con la promesa de sexo infinito. En definitiva, que soy una puta pena de superhéroe. Creo que si chasqueo los dedos, en lugar de caerme en los brazos de una delicada y libidinosa mujer, me caigo de la cama. En cualquier caso, lo intentaré el año que viene, pero esta vez, como Obelix, mezclaré todas las fragancias en una marmita y me bañaré en ella, a ver si así lo consigo o, por el contrario, muero por inhalación tóxica.

            Y también, como cualquier año, incluso los bisiestos, nuestra propensión a considerarnos clase media hace que pasemos por alto el atraco a mano armada que cada año perpetra el gobierno disfrazado de Reyes Magos. Una subidita de la luz por aquí, un copago por allá, un rescate de autopistas y bancos por acullá. Pero como estamos saliendo de la crisis, falso concepto similar a las colonias de superhéroes, seguimos ignorando el verdadero calado de las medidas que se adoptan sumergidos en la burbuja navideña y que más tarde nos estalla en la cara y con las manos atadas a la espalda. Resulta curioso ver la última encuesta de CIS y la intención de voto que revela. Y, todavía, resulta más curioso, cuando no patético, las protestas de los pensionistas por la paupérrima subida de las pensiones del 0,25%, cuando son ellos uno de los nichos de votantes más fieles al partido que los ejecuta. Debe ser amor al maso. Pérdida de poder adquisitivo continua como duradero es el tropiezo en la misma piedra de un país anclado en la picaresca y en el sálvese quien pueda, cuyos dirigentes, en la mayoría de los casos escasos de bagaje intelectual, bien podrían ser los salvamatanzas del verano o los salvamantecados del invierno social, saqueando la despensa de los abuelos sin ningún tipo de rubor.

            Así que, como no me ha salido bien lo de convertirme en el héroe multifragancias, me acomodaré al día de la marmota en la que vive este país y, como tareas para este año que empieza, me propongo dejar de fumar, aprender inglés, hacer ejercicio, ponerme a dieta, etc. Aunque debéis saber que no soy un ángel, que unos días estaré y otros no, que unos días me amaréis y otros me odiaréis, que soy un macarra y hago lo que quiero y tú lo aguantas porque para eso me pongo mi colonia de machote cuando escribo, porque yo soy Chloe, jajaja. ¡Joder!, otra vez abducido por el lado oscuro de la fragancia. Si es que donde esté una Varón Dandy.

            Por cierto, ¿para qué te lo preguntas, Maíllo de nuestros desvelos? Pues claro: a Perejil. Si no sabía inglés estando de embajador en Reino Unido, tampoco hace falta que sepa hablar con las cabras y nos hará el mismo servicio.    
           
              ¡Viva Honduras!