lunes, 11 de agosto de 2014

LA ELÍPTICA PELIGROSA DEL COMETA

Desde luego, no a todos les satisfacía aquella reunión. Puede que algunos de los allí presentes hubieran olvidado la difícil situación que meses antes se había producido con aquellas manifestaciones pronunciadas al desaire traídas hasta nuestros oídos por el boca a boca, ya que nunca nadie los implicados dio la cara en aquel asunto, o por el contrario, quisieran pasar una página complicada que conlleva toda evolución. Estoy seguro de que aquéllos que lo provocaron ni siquiera fueron conscientes de la crítica situación que originaron y la consecuente y preocupante propagación hacia el exterior del núcleo de lo que, sin duda, era un ¿conflicto? de intereses interno, o no, simplemente una nueva forma de entender nuestro mundo.

De hecho, cierto runrún corrió por los círculos más cercanos, algunos de éstos con satisfacción mal disimulada esperando en vano la culminación de su agorero vaticinio postrero. Sin embargo, parte de nosotros no podíamos dejar de pensar en cuan poco está valorado el recuerdo, ese recuerdo que deja marca, cicatriz visible del mal trago pasado. Y sobre todo lo natural que le resulta a cierto tipo de personas convivir con la doble condición de ser partícipes del origen del caos y de la naturalidad de, transcurrido el tiempo, transformar su conducta hasta llegar al “no pasa nada”. Ni siquiera una disculpa, un “lo siento”, un “no tenía razón”. Pero nada, comportarse como si jamás hubiera existido el riesgo, esperando con la faz de la esfinge que todo quede en el olvido.

Ni siquiera el voto de confianza desde del hastío de los largos años programados. Poder desterrar el conocimiento repetitivo circulando hacía la nada, hacia cierta inacción visual. Ni siquiera el voto de la confianza de la experiencia, la experimentación estética y evolutiva de lo atávico hacia un nuevo posicionamiento lúdico. Ni siquiera una alternativa dialéctica a la proposición expuesta salvo el abandono amoral del compromiso adquirido, la huida perdedora de la ignorancia. El miedo a lo nuevo, ese miedo que actúa como pegamento de la rutina, que no les deja probar una nueva exposición provocativa y que los sume en la mediocridad y la incapacidad para iniciar un nuevo aprendizaje hacia, quizás, lo desconocido.

Con el tiempo sobrevuelan los cometas alrededor de la ilusión renovada. Cada uno a su ritmo, es verdad. Algunos describen sus órbitas elípticas en un itinerario que les lleva a ser avistada su presencia tras un largo periodo de tiempo. Algunos orbitan de forma más frecuente, aún así, unos y otros trascienden ya muy poco con su núcleo, cansado éste de enfocar su poder gravitatorio sobre cuerpos tan difusos, tan carentes de masa, de silueta comprobable. Otros solamente muestran su caro contorno en los ocasionales choques que dan lugar al eventual aquelarre celebratorio de supuesta alcurnia. Bosones de Higgs de aletargada y vaga intención.

Aún así, la masa del núcleo no se modifica ante este desequilibrio sustantivo, se retuerce y se recoloca en cada disminución en el índice masivo de presencias estelares. Por necesidad e intención se configura más densa y cualitativa en su voluntad existencial. Acaso ya no sea nutricionalmente productiva tanta fatiga de atracción quimérica y sea, finalmente, propicia la ocasión para la transformación orgánica del cuerpo sustentador. Quizás un adiós definitivo alimente más el espíritu que un “de vez en cuando”.

Ahora, infiltrado el núcleo de futuro, que ha mitigado los dolores de tanta articulación gastada por el tiempo, abocada como estaba, sin remedio, a la nostalgia de un tiempo pasado ya perdido, luce una y otra vez, pero en este momento desde la certeza que dan ya las ausencias definitivas, las que forman parte, no ya de la opción de los ausentes, sino de quién ya definitivamente no espera. Ya no hacen falta, la propia dinámica los ha sustituido. Y no se nota.

Por fin.

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