jueves, 26 de abril de 2018

UN PAÍS DE MIERDA

           Me da asco este país. Me da asco su justicia. Si hace ya algunos años era considerada un cachondeo, su trayectoria ha ido descendiendo por el camino de la desvergüenza para terminar, con la sentencia de la Audiencia de Navarra sobre el caso denominado “Manada”, una suerte de retrasados mentales anclados en el machismo secular de este país y pivotando sobre la noria patria del españolismo más cateto, en una suerte de repugnancia y vómito más allá de lo que cualquier ciudadano debe y puede soportar. Esta suerte de justicia provinciana, basada en el elitismo local y ocupando el lugar de las denominadas “fuerzas vivas” de la sociedad franquista, demuestra una vez más el grado de putrefacción en el que se desenvuelven los poderes fácticos de esta nación. Un clientelismo de luz roja y olor a ambientador barato que se nutre de las más retrogradas camadas de “hijos de” para perpetuar un orden basado en la mordaza, en la represión y los privilegios de casta.

            Esta sentencia va en contra, en primer lugar, y más importante, de la víctima, a la que le fue quebrada de forma criminal su derecho, su posición, su prerrogativa personal a decidir. Su dignidad fue denigrada, agraviada, ofendida, pisoteada. Pero también va en contra de todas las mujeres que ven como su individualidad, su derecho a disponer, su integridad, su seguridad, están en entredicho por mor de una justicia veteada de un machismo que no castiga con la suficiente dureza estos comportamientos. Y por último, a todos los hombres a los que no representan, como género, estos hijos de puta, rancios ejemplos de una educación basada en la desigualdad y aplaudida a partes iguales por esa parte de la sociedad de rancia solera y por esos ciudadanos y ciudadanas, la generalidad, que son incapaces de comprender que esa es la trampa en la que están cayendo con su obstinada oposición, o dejadez, a ser conscientes de su papel en una democracia y dueños de un futuro mejor.

            Abuso, agresión. ¿Cuál es la diferencia? Cinco tíos acorralando como alimañas a una joven es, parece ser, para la justicia solamente un abuso. La digresión legal estará ahí, pero únicamente sirve para que la casta leguleya maree la perdiz a la hora de imponer condenas. ¡Quebrantar el derecho a decir no de una mujer eS una agresión, señorías! Y como tal debe ser tratada.  
  
            Se debe recurrir la sentencia en instancias superiores, nacionales o internacionales, para que se repare la barbarie judicial que se ha cometido contra el sentido común. El caso de Cassandra Vera, absuelta en la justicia europea, mostrando las vergüenzas de la justicia patria y su mamporrerismo, y el caso Valtonyc, que se ganará, estoy seguro, en la misma instancia, animan a hacerlo. Solamente una cosa más: para el juez que votó la absolución de estos criminales, pues parece ser que solamente aprecia “jolgorio y regocijo”, mi más profundo desprecio. Su concepto de justicia no es el mío, claro que yo sí creo que la justicia debe ser ciega. A él, a lo mejor, le parece mejor tuerta.

            Este país es una auténtica fosa séptica llena de la mierda que las cloacas del poder van llenando de forma sistemática. Podemos seguir nadando e intentar no ahogarnos en su hedor o salir de ella para exigir una revisión profunda de este lamentable estado institucional. De nosotros depende. No hace mucho que, gracias a los múltiples casos de corrupción y su connivencia con el poder que hace oídos sordos y tiene vista cansada, medios de comunicación extranjeros, como The Finantial Times o Washington Post, nos denominaron como democracia de saldo, tercermundista, bananera. Pero esto es lo que hay.
            Señorías, su justicia es denigrante, ofensiva, infame, bochornosa. Háganle un favor a la ética y todos nosotros: váyanse a su casa y no vuelvan a ejercer nunca más. 

jueves, 19 de abril de 2018

PREFIERO MACERAR LOS AÑOS QUE MADURARLOS

               Vamos viajando con velocidad constante a través de un tiempo, para todos nosotros, finito. Detraemos instantes espaciales que, una vez vividos, se pierden en ese tiempo como lágrimas en la lluvia. Es este paso del tiempo, metódico, sistemático, graduado en unidades lineales de formato anual el que nos invita de forma insistente a asomarnos al abismo consecuente con la muerte más allá de toda creencia religiosa. La nada, al fondo, nos dice, desde la penumbra, que a su lado hay siempre sitio. La vida, todas las vidas, transitan a lomos de una primavera, que nunca es eterna, hacia ese otoño vital que nos espera de forma premeditada, deliberada, desde que nacemos, a fuerza de cumplir años. 

            ¿Maduramos así, de forma estructural, con el paso de los años? Mis años ya son muchos para el estándar temporal vigente pero me niego a madurar si eso significa la obligatoriedad de ralentizar mi vida, de hacerme a un lado para dejar paso al siguiente por el mero hecho postural de la edad. No asumo ni acato actitudes “acordes con la edad” que solamente me sugieren tristeza, abatimiento, desánimo. No respeto esa interpretación con sumisión del estándar vital, ese conjunto de normas decretadas de forma reglamentaria para que, conforme a la edad, ejecutemos la ciudadanía conforme a lo que se espera de unos ciudadanos de bien: ordenados, pulcros de actitud, bastantes conservadores, sin crítica ni protesta.

            Prefiero el verbo macerar. Macerar emocionalmente extrayendo a cada paso todo lo que de excitante puede uno poseer. Y repetir continuamente, hasta la propia extenuación, sin importar el tramo existencial en el que uno se encuentre. Solamente así puede uno sentirse satisfecho con lo realizado. Si ha exprimido el jugo de forma casi irracional para considerar que el tránsito ha merecido la pena, que no se ha dejado nada por experimentar por el que dirán, por las normas, por ser un ciudadano de bien conforme a derecho. Pero, no nos confundamos, nada de todo lo dicho está reñido con la responsabilidad, con la capacidad intelectual, con el acervo social que se le supone, intrínsecamente, a la madurez en la terminología bienpensante. Pero macerar con todos esos ingredientes le da un plus  de verdad, de autenticidad, de propiedad intelectual de uno mismo para dejar de ser uno más de esa masa amorfa, y ciertamente peligrosa, que camina pastoreada por el mayoral florido del consentimiento.

            Hace unos días cumplí 54 años y, de forma impía, he venido macerando en el tiempo con ese adobito justo de orégano, de pimentón, de perejil, de vinagre…Frito en harina de garbanzos, como la buena fritura andaluza. Estoy bueno, ¡y lo sabes!

jueves, 12 de abril de 2018

KALE BORRICA A LA ESPAÑOLA. EL GOBIERNO EN SU LABERINTO

           Parece claro, a tenor de la deriva policial y judicial de este gobierno de derechas, que el final de ETA supuso un antes y un después en su iniciativa política y en su devenir ideológico. Un enemigo que fue la piedra angular sobre la que asentar su espacio electoral en el espectro más extremista y mecha con la que aventar la víscera de sus votantes más recalcitrantes. Una piedra que fue recogida por parte de quienes entendían que la democracia solamente era eso, sin importarles o sin darse cuenta de que la democracia es mucho más de lo que nos han contado o nos han vendido. Un solo problema tapó todas las desvergüenzas con las que han asolado este país estableciendo, de paso, el concepto sibilino por el cual no eras un buen español sino estabas de acuerdo con su proceder.

            Casi desaparecida la banda terrorista, este último vocablo vuelve a estar en candelero por la contumaz actitud del gobierno y el partido que lo sustenta, el P.P., en denominar con dicho vocablo a cualquier persona o grupo que no siga las directrices marcadas por unas leyes hechas con el objetivo de amordazar a la opinión pública y dificultar la protesta y la presión en la calle de los colectivos contrarios a esta política marcada con tintes autoritarios. Grupos musicales, cantantes individuales, manifestantes, activistas callejeros, etc, son inmediatamente señalados con la dichosa palabra o con su variante “enaltecimiento del terrorismo”, forma capciosa de aplicar una justicia ad hoc elaborada por las cloacas de un poder podrido en su fundamento.

            Lo último, la detención y puesta a disposición judicial de la supuesta cabecilla de los denominados CDR, en Cataluña, es el último ancla del gobierno y su partido, el P.P., para detener la sangría de votos que sus múltiples casos de corrupción, que no cesan, como si su trayectoria como partido, o la de sus cargos públicos, no todos, hubiera sido un continuo latrocinio de lo público y una depredación sistemática del estado del bienestar, están provocando en parte de unos votantes, los suyos, que no comprenden, vayan ustedes a saber por qué, la traición a la que han sido sometidos y el engaño continuo en el que han vivido. La fundamentación está clara: una vuelta a los resortes que, en otro tiempo, ETA y Kale Borroka, le daban esa pátina de demócratas que, ahora, va cayendo a jirones a golpe de miseria política.

            Esta banalización del término terrorismo, duro, cruel, inhumano…, intentando asemejar la situación actual a la de los años de plomo ya desaparecidos, es una más de las bajezas a las que, desgraciadamente, nos tiene acostumbrados un gobierno fuera ya de toda realidad y que, para nuestra seguridad, es necesario echar del poder si queremos ser definitivamente unos ciudadanos libres. Es necesario que, de una vez por todas, sepamos manejarnos con una democracia para la que no nos habían preparado y que, posteriormente, nos hemos negado a responsabilizarnos de su desarrollo dejándolo en manos de trileros a favor de su provecho.

            Mientras tanto, el presidente del gobierno español presenta sus respetos a las víctimas del terrorismo de la dictadura argentina olvidándose de las víctimas de la dictadura franquista en su propio país. Una desvergüenza más a las que nos tienen acostumbrados unos políticos que representan, por todo lo dicho, parte del legado espiritual de aquella.

jueves, 5 de abril de 2018

DESMONTANDO A ORTEGA

         Hora: 7:30 A.M. Entro en la cafetería de costumbre con el objetivo de tomarme el primer café de la mañana. Ante mí, el solar del bar se expande vacío e inerte en su actividad, solamente el perezoso y errático trajinar del camarero enturbia el silencio  nada habitual del lugar, normalmente ruidoso y alborotado. Miro a izquierda y derecha con el fin de ubicarme aunque el poso dubitativo de mi actitud no casara con lo observado, como he dicho la barra estaba huérfana total de parroquianos, sorteando mentalmente, como si mi cabeza se hubiera convertido en un bombo de bingo y estuviera a punto de vomitar la bolita, cuál sería el lado al que recurrir. Finalmente elijo la izquierda, cosas de la querencia, y allí me dirijo saludando, casi mentalmente por no quebrar el silencia, al barman.

            Pido la consumición de costumbre aún sabiendo que, posiblemente, haya que poner en marcha el aparato infame que lo muele hasta convertirlo en polvo con un nivel sónico inexplicable. Durante la espera elijo entre el muestrario de prensa a mi alcance. Tomo el más adecuado para esa hora de la mañana y mi estado de ánimo, o sea, el menos denso, el más ligero, simple, inicuo para la mente que se tiene que poner a cien en unos minutos. Opto por el deportivo. Ya llega el café humeante. Estoy en posición de disfrutar de unos minutos de lejana conciencia, de íntima soledad, de un poco de aislamiento. O eso esperaba yo, eso creía yo. Nada dura para siempre, todo es temporalidad. No es un bar un lugar para el lento tiempo.

            Voy dando el primer sorbo al café madrugador, quemándome como es costumbre en esos bares en los cuales prefieren la quemadura de tercer grado del cliente antes que la degustación placentera del brebaje en su punto justo de calentura, y oigo la puerta del local abrirse. Temo lo peor. El nuevo parroquiano, como hice yo unos minutos antes, mira a derecha e izquierda, el orden de factores no alterará el producto, y duda. Yo no tengo ninguna. Sé lo que va a pasar. Estoy seguro. Una vez convencido de su decisión gira a la izquierda y se encamina con paso firme hacia mi posición. Le observo de reojo, su cara sonriente, su gregarismo marcado a fuego en su sociópata sociabilidad y sus claras intenciones. Nada lo parará, me temo.

            Y me pregunto el por qué. ¿Qué mecanismos neuronales se disparan para que en un bar prácticamente vacío, la persona que entra en el mismo vaya a aposentar su culo al ladito mismo del único cliente presente? Y por fin se desarrolla la trama, la sucesión de actos que definen esta actitud. Arrastra un banco al lado del mío, con el consiguiente ruido extemporáneo que interrumpe mi silencio interior. Se sienta y puedo percibir su halo vital. Demasiado cerca, está demasiado cerca. ¡No sé da cuenta! Espero que no quiera entablar conversación, no me conoce y no tengo ganas de sociabilizar. Me importa una mierda lo que él piense. Para cualquier observador, parecería que somos amigos o conocidos, dada nuestras posiciones, pero no es así. Mi cabreo va en aumento.

            Voy acercando a mí la taza de café ya que temo que con tanta proximidad termine por bebérsela. Debo encoger el periódico pues su vitalidad ha ido esponjando en su actitud hasta ir ocupando cada vez más espacio. Al final, acabo arrinconado por una masa corporal insensible al espacio vital ajeno. Todo espacio es de su propiedad si esa propiedad está en manos de otro. Y lo reclama con ese parsimonioso abordaje que despliega como el pitu caleya en su cortejo. Ya está bien. Mi última reflexión es para Ortega. Su pensamiento ha sido superado. En esta sociedad ya nadie es él y su circunstancia sino que somos nosotros y las circunstancias de otros. Esa circunstancia que invade nuestra vida, nuestro espacio vital, aunque sea solamente en un bar una solitaria mañana de marzo.