miércoles, 22 de junio de 2011

BREVE RECUERDO


¿Porqué no subir siempre al avión?
Hacía tiempo que la ciudad gris en la que vivía había virado hacia colores amarillos y terracotas. La primavera tocaba a su fin y el verano entraba con toda la energía de un sol en su plenitud, abrasador en algunos momentos. Se respiraba otro aire, aunque no se podía asegurar que fuera más puro. Aún así, tenía más ganas de que lo improbable se hiciera realidad, de ir en contra de los pronósticos y salir a la calle, a pesar de que los acontecimientos ocurridos en el país en el último año habían ensombrecido la vida cotidiana, instalando el miedo y la resignación en el futuro por llegar.

Fue así como la recordó de pronto. ¿Qué habría sido de ella? ¿Qué habría sido de los dos, si él hubiera tenido el valor de hacer saltar por los aires su vida y empezar una nueva a muchos kilómetros de aquí? La distancia y la propia dinámica vital de cada uno habían establecido la incomunicación lógica de este tipo de situaciones difíciles y complicadas de llevar al éxito. De todas formas, ninguno de los dos había hecho mucho por su relación. Él, desde luego, nada.

En aquellos días lejanos, le había pedido a la Diosa que le concediera la dicha de tenerla para siempre, respira su aliento y espiar su alma. Aunque nunca se había hecho muchas ilusiones. Pensaba que ella no tenía nada en común con él. No se dio cuenta de que una de las causas de la atracción entre dos personas es encontrarse uno mismo en ese otro elegido y desde allí, amar sus diferencias. En su descargo podía decir que lo suyo había sido amor real, y no enamoramiento, que es egoísta. Pero su tendencia a la desesperanza lo había desmovilizado emocionalmente y se había quedado quieto aguardando el tiempo en que ella, cansada, diera el paso a un lado.

Desde entonces no había hecho mucho más. Los pájaros de su cabeza le hacían vivir muchas vidas al mismo tiempo, olvidándose de vivir la suya real. Aún así, se sentía, relativamente feliz, buena persona. Disfrutaba de las pequeñas cosas, paseaba por el parque y se sentaba a ver pasar esa serpiente marrón, que llaman Duero, corriendo hacia el ocaso, intentando ganar al sol en su carrera.

Alimenta su alma con trozos de vidas imaginarias que nunca se convierten en realidad. No se arrepiente de cómo es, incluso siente la alegría propia del que sabe que no está solo, porque hay muchas personas como él: melancólicas, románticas, con un toque de desesperanza, para las que todo amor, es el gran amor. Detenidas por no sentirse partícipes de un mundo cretino y material, en el que lo emocional carece de valor.

Él todavía busca la belleza, aunque sea en un charco de barro y mira insolente y altivo a la vida mecánica y al amor convencional, sin riesgo ni exigencia, sin pasión, comprado en los saldos de unos grandes almacenes, en los cuales se oye una voz en off: “hagan su compras en la quincena del amor, descuentos de hasta el 70%”.    

En una de sus vidas imaginarias la veía de nuevo y se encontraban. Era lo único que le quedaba.

miércoles, 15 de junio de 2011

LA SOLEDAD DESHABITADA

Con esta soledad alevosa, tranquila.
Con esta soledad inservible, vacía.
Se puede algunas veces entender el amor
(Mario Benedetti)
Cuando la noche caía sobre los restos de otro día gastado en su cotidianeidad particular, la luna le sorprendió en la terraza, mirando al horizonte infinito de sus pensamientos. Los acontecimientos de las últimas semanas habían removido sin piedad sus recuerdos y habían sacado de su olvido sentimientos que, a pesar de estar bajo llave emocional, se obstinaban en vivir de nuevo. Se daba cuenta de que su melancolía tenía su origen en la certeza de que estando todo por ser, pudiera ser que no fuera nunca. Incluso, en su mundo de locura, había llegado a mezclar la vida real con sus sueños, confundiendo un mundo con otro y no sabiendo cual era lo real y cual lo soñado.

La luna, eclipsada en rojo, como ella, le venía bien para indagar sobre cuál era la relación que tenía con aquella mujer. Relación de un solo sentido, igual que las carreteras que conducen a ninguna parte. Como las mareas, que hacen que el agua baile un tango de ida y vuelta, ella aparecía y desaparecía de su vida con la misma constancia, haciendo que su estado de ánimo sufriera tantas alteraciones como sus momentos de presencia y ausencia.

La conocía desde hace años y se había enamorado de ella con naturalidad, con el convencimiento de que ese era el camino a vivir. ¿Quién no se ha enamorado así alguna vez? Un día se dio cuenta que aquella mujer era como una promesa de vida. Intentó hacerla realidad una y otra vez. Pero su cobardía le había impedido insistir en su intención. Realmente, solo lo había intentado de verdad, no en su imaginación, una vez y fracasó. En esas presencias, algunas veces le descubrió una mirada furtiva, pero ¿era realmente de verdad o solamente una interpretación de algo deseado? ¡Había gastado tanto tiempo en su vida! Pensaba que, quizás, pudiera tener otra.

El desconcierto durante estos años había sido su compañero solidario y pertinaz. Contradictorio en el fondo, ya que, cuando ella estaba, serenaba su dolor, aumentándolo al mismo tiempo al saber que luego se convertiría en ausencia. Llevándose un pedazo de tiempo que ya nunca volvería. Intentaba encontrar una salida que le pudiera ayudar, deteniéndose, buscando refugio en lo material. Aunque sabía que estaba herido sin piedad, solamente por lo que sentía y no tenía remedio.

Como la luna esa noche, pensaba que todo los años así vividos pudieran ser eclipsados y quedarán fuera incluso de su mirada. Pero sabía que los eclipses empiezan y acaban, esconden y muestran de nuevo. Quizá entonces, ese fuese, realmente, su camino. Tener sentido a través de ella, sin que ella lo supiera. Y encontrar ese lugar para vivir, trabajar y morir. Incluso pudiera ser que por primera vez en la historia de la astronomía, hubiera dos lunas. Una para ella y el mundo y otra, la que estaba viendo, para él. Así no le daría vergüenza estar pensando en ellas, ella y la luna, y esta última le pudiera transmitir sus sentimientos ocultos.

Terminó el eclipse y le vinieron a la memoria versos sueltos de una canción, de la cual no recordaba su autor: “Amo tanto la vida, que de ti me enamore, y ahora espero impaciente, ver contigo amanecer. Estás tan bonita esta noche, te sienta el pelo recogido tan bien”.

Los tarareó bajito y sonrió. Se daba cuenta de que no tenía remedio.           

martes, 7 de junio de 2011

¿ME GUSTARIA QUE NOS ENCONTRASEMOS?


Dedicado a Juanma y Alba. Ellos ya se encontraron en Ítaca.


Dice Ismael Serrano en la presentación de uno de sus conciertos: “en 1927 un matemático formuló el principio de incertidumbre. Venía a decir algo así como que… nada se puede predecir con exactitud, siempre queda un margen de incertidumbre en el conocimiento humano.”

En este principio podemos incluir todo lo que se nos ocurra, pero hay algo que hace que la vida se dé la vuelta como un calcetín viejo: la ilusión. Le he puesto este nombre y podía ponerle otro, pero… Cuando para asegurar aquélla, la llenamos de rigideces y controles, que nos dan la falsa ilusión de que caminamos seguros, la última hace que todo salte por los aires. Y de hecho provoca en nosotros una subida de adrenalina que, luego siempre tenemos que reconocerlo, nos hace sentir más vivos.

El hecho de dar todo por perdido es una equivocación, siempre surge algo que nos pone en marcha. Un viaje, una reunión, una cercanía, una promesa por vivir. Cualquier motivo es bueno para reavivar la ilusión adormecida, pero que nunca se apaga. ¿Deberíamos darle más importancia al viaje que al resultado de llegar, ya que esto último puede que no ocurra nunca?: “quizás llegar a Ítaca sea lo de menos”. O a lo mejor no. Y las dos cosas sean igual de importantes. Siempre la incertidumbre.

Aunque también existe riesgo. Si el viaje es infinito, puedes llegar a tomarlo como algo rutinario y entonces la ilusión desaparece y se convierte en un lastre que hace que el barco no avance. Sin embargo ese riesgo puede ser, también, motor de vida. La solución adoptada, la decisión final que totaliza una vida. Porque cuando se encuentra lo que, inconscientemente, se ha buscado desde siempre, el sentido terrible de la vida, que cantaba Bloque, se desvanece para dar paso a la sensación de que hemos llegado al final del viaje y que, como decíamos antes, el viaje y el final del mismo han merecido la pena.

A pesar de que alguien lo hay encontrado antes, o en sentido contrario, haya tenido la suerte de haber sido encontrado por lo buscado. Porque no hay nada más desesperanzador que la desaparición por ausencia. Cruel ausencia, porque no es total, porque ésta, de cuando en cuando, se convierte en presencia, como queriendo decir, sin querer decirlo, que tu viaje fue muy largo o que los rumbos de tu vida no te dejaron encontrar el camino correcto o que, más sencillo, no te esperaba. Y por eso nunca deja llegar al olvido aliviador del alma rota y de un cuerpo, que aunque vestido de lujosos ropajes, solamente esconde las ruinas de la vida.  

Volverás al viaje surcando otros mares, a fin de cuentas uno no deja nunca de viajar, de buscar, de anhelar, de querer, de... Cruzarás tormentas y zonas de calma. Habrá frio y calor en el alma. Pero siempre en tu carta de navegación estarán fijas las palabras del poeta Kavafis: “No hallarás otra tierra ni otra mar. La ciudad irá en ti siempre. Volverás a las mismas calles, pues la ciudad es siempre la misma”.
Tierra, mar, ciudad, calle... amor.
Después de todo, que queda sino ser valiente y responder a la pregunta inicial. Con rotundidad y sin vacilar, pues es lo que has elegido, inquiriendo a la vez:

Sí. ¿Y tú?