miércoles, 22 de agosto de 2012

MERIDIANO 180º


No pudo soportarlo. Cuando ella anunció su partida le invadieron unas ganas de escapar que fueron más fuertes que sus lazos con el mundo que había conocido hasta ese momento: su vida, sus amigos, su ciudad. Daba igual que su ausencia fuera temporal, la de ella, su hastío estaba producido por las circunstancias en que se realizaba dicho viaje. Para él había sonado el pistoletazo de salida de una carrera de fondo de la que deseaba que nunca hubiera una llegada, pues nunca sería loado con la corona de laurel del triunfador. Correr sin razón para no tener tiempo de razonar. Movimiento continúo en espiral hasta el fin de sus días.

Invadido por la ausencia aterradora de una incierta certeza, en busca de la luz cegadora de lo que debió ser el inicio de los amores sencillos, tomó rumbo al sur siguiendo el camino de quienes un día decidieron dejar su lugar en el mundo a los otros y desvanecerse entre las nubes camino del origen de los días. Cada mañana tendría el privilegio de ser el primero en ver amanecer el nuevo día general del mundo y ser espectador de su completo fracaso. Su fracaso personal y el fracaso diario de los días amargos de aquellos que aman sin respuesta, sin esperanza y sin sueños.  Siguiendo la estela de Paul Gauguin y, sobre todo, de su adorado Jacques Brel, llegó hasta las antípodas de sus años vividos, amándola, esos años que le quedaban por vivir, amándola también. Como Jacques, le susurraba a su recuerdo que no lo olvidara nunca.

Ahora todo está en su sitio, y es desdichadamente feliz. Desde su nuevo destino le escribe sin cesar cartas de amor que nunca llegarán. Pequeñas botellas de naufrago con su mensaje dentro que son rechazadas por el mar, que se niega a ser el mensajero de su tristeza, y acaban estrellándose sobre las rocas de los acantilados de su destierro. Pero eso a él le da igual. Hace tiempo que sabe que escribir nunca le podrá curar y que cuando pudo ser, no fue. Sin la esperanza de recibir respuestas, se contenta con escribirle mientras dibuja con su mente su rostro en el papel. Siguiendo con la escritura el contorno de sus ojos, de su boca, de su pelo. Cada rasgo de su cara se convierte en una declaración de amor. A veces, cuando la tormenta azota sin tregua los atardeceres cotidianos descargando su aguacero purificador, su cuerpo tiembla desangelado y se refugia en su cuerpo tantas veces añorado y nunca tenido, y sus letras se llenan de deseo mientras las escribe siguiendo la estela de sus pechos rotundos, su cadera reconfortante y su orgiástico sexo.

Su nuevo destino no fue escogido al azar. En este mundo que todo lo cuantifica y cualifica, decidió vivir junto al punto fijo. Ese punto sobre el que pivota la medida del tiempo y que para él sería el ancla que lo salvara del naufragio. Meridiano 180º que ejecuta el pasar de los días, en definitiva, del tiempo. Vanuatu y Taveuni como observadoras del día que declina y del nuevo día que comienza. Ahora puede amarla dos veces. Amarla en días distintos a la vez. Oportunidad y privilegio que todos los amantes deberían tener alguna vez. Despertar a un nuevo día y poder corregir los errores cometidos viajando al día anterior que aún no ha terminado. Y volver al día que despunta desde el atardecer vivido de nuevo. Oportunidad para corregir una lágrima, un desencuentro, un enfado o una tristeza, cometidos todos por la torpeza que recubre el amor loco. Un mismo lugar pero con dos días distintos a la distancia de un paso. Dos tiempos a su disposición para poder jugar con ellos como con su rojizo pelo. Pero para poder hacerlo realidad la necesita a su lado. Sin ella dicho privilegio queda oscurecido por la ausencia. Sin embargo fue su elección.

Al final solamente queda la certeza de que todo el mundo debería poder llevar su meridiano 180º consigo. Poder, en el instante mismo de la causa, viajar al momento anterior, al día anterior y subsanar su descuido. El no vio su meridiano entre sus sombras. No consiguió retroceder en el tiempo y aprovechar su momento. Ahora es insuficiente con recorrer hacia atrás un día en el tiempo. Ni su carrera sin final serviría para devolverle al calendario la oportunidad de repetirse de nuevo y con ello poder subsanar su falta de valentía en el momento dichoso que la vida le puso ante sus ojos y él, ciego y timorato, no se atrevió a hablar, a decir, a expresar, a confesar que desde mucho tiempo atrás estaba enamorado de ella, desde cuando ese amor sentido era clandestino y no se lo podía permitir.

Ahora suma atardeceres y amaneceres rojos que va impresionando en su cerebro dibujando punto a punto su recuerdo para que no muera jamás. Porque aunque ella no sepa que la sigue queriendo, ella no será nunca parte de su problema, sino su absolución.

1 comentario:

  1. Muy muy muy especial ,sutl y elegate,hasta tiene un toque de erotismo. Quien fuera ella.
    Un beso.

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