No
pudo soportarlo. Cuando ella anunció su partida le invadieron unas ganas de
escapar que fueron más fuertes que sus lazos con el mundo que había conocido
hasta ese momento: su vida, sus amigos, su ciudad. Daba igual que su ausencia
fuera temporal, la de ella, su hastío estaba producido por las circunstancias
en que se realizaba dicho viaje. Para él había sonado el pistoletazo de salida
de una carrera de fondo de la que deseaba que nunca hubiera una llegada, pues
nunca sería loado con la corona de laurel del triunfador. Correr sin razón para
no tener tiempo de razonar. Movimiento continúo en espiral hasta el fin de sus
días.
Invadido
por la ausencia aterradora de una incierta certeza, en busca de la luz cegadora
de lo que debió ser el inicio de los amores sencillos, tomó rumbo al sur
siguiendo el camino de quienes un día decidieron dejar su lugar en el mundo a
los otros y desvanecerse entre las nubes camino del origen de los días. Cada
mañana tendría el privilegio de ser el primero en ver amanecer el nuevo día
general del mundo y ser espectador de su completo fracaso. Su fracaso personal
y el fracaso diario de los días amargos de aquellos que aman sin respuesta, sin
esperanza y sin sueños. Siguiendo la
estela de Paul Gauguin y, sobre todo, de su adorado Jacques Brel, llegó hasta
las antípodas de sus años vividos, amándola, esos años que le quedaban por
vivir, amándola también. Como Jacques, le susurraba a su recuerdo que no lo
olvidara nunca.
Ahora
todo está en su sitio, y es desdichadamente feliz. Desde su nuevo destino le
escribe sin cesar cartas de amor que nunca llegarán. Pequeñas botellas de
naufrago con su mensaje dentro que son rechazadas por el mar, que se niega a
ser el mensajero de su tristeza, y acaban estrellándose sobre las rocas de los
acantilados de su destierro. Pero eso a él le da igual. Hace tiempo que sabe
que escribir nunca le podrá curar y que cuando pudo ser, no fue. Sin la
esperanza de recibir respuestas, se contenta con escribirle mientras dibuja con
su mente su rostro en el papel. Siguiendo con la escritura el contorno de sus ojos,
de su boca, de su pelo. Cada rasgo de su cara se convierte en una declaración
de amor. A veces, cuando la tormenta azota sin tregua los atardeceres
cotidianos descargando su aguacero purificador, su cuerpo tiembla desangelado y
se refugia en su cuerpo tantas veces añorado y nunca tenido, y sus letras se
llenan de deseo mientras las escribe siguiendo la estela de sus pechos rotundos,
su cadera reconfortante y su orgiástico sexo.
Su
nuevo destino no fue escogido al azar. En este mundo que todo lo cuantifica y cualifica,
decidió vivir junto al punto fijo. Ese punto sobre el que pivota la medida del
tiempo y que para él sería el ancla que lo salvara del naufragio. Meridiano
180º que ejecuta el pasar de los días, en definitiva, del tiempo. Vanuatu y Taveuni
como observadoras del día que declina y del nuevo día que comienza. Ahora puede
amarla dos veces. Amarla en días distintos a la vez. Oportunidad y privilegio
que todos los amantes deberían tener alguna vez. Despertar a un nuevo día y
poder corregir los errores cometidos viajando al día anterior que aún no ha
terminado. Y volver al día que despunta desde el atardecer vivido de nuevo.
Oportunidad para corregir una lágrima, un desencuentro, un enfado o una
tristeza, cometidos todos por la torpeza que recubre el amor loco. Un mismo
lugar pero con dos días distintos a la distancia de un paso. Dos tiempos a su
disposición para poder jugar con ellos como con su rojizo pelo. Pero para poder
hacerlo realidad la necesita a su lado. Sin ella dicho privilegio queda
oscurecido por la ausencia. Sin embargo fue su elección.
Al
final solamente queda la certeza de que todo el mundo debería poder llevar su
meridiano 180º consigo. Poder, en el instante mismo de la causa, viajar al
momento anterior, al día anterior y subsanar su descuido. El no vio su
meridiano entre sus sombras. No consiguió retroceder en el tiempo y aprovechar
su momento. Ahora es insuficiente con recorrer hacia atrás un día en el tiempo.
Ni su carrera sin final serviría para devolverle al calendario la oportunidad
de repetirse de nuevo y con ello poder subsanar su falta de valentía en el
momento dichoso que la vida le puso ante sus ojos y él, ciego y timorato, no se
atrevió a hablar, a decir, a expresar, a confesar que desde mucho tiempo atrás
estaba enamorado de ella, desde cuando ese amor sentido era clandestino y no se
lo podía permitir.
Ahora
suma atardeceres y amaneceres rojos que va impresionando en su cerebro
dibujando punto a punto su recuerdo para que no muera jamás. Porque aunque ella
no sepa que la sigue queriendo, ella no será nunca parte de su problema, sino
su absolución.
Muy muy muy especial ,sutl y elegate,hasta tiene un toque de erotismo. Quien fuera ella.
ResponderEliminarUn beso.