lunes, 27 de enero de 2014

A UN METRO DE LA CAMA


           Te dejas caer a un metro de la cama. Allí te quedas observando su esqueleto paralepípedo como si ella te pudiera decir algo, como si tuviera las respuestas que buscas y no encuentras. Acaso piensas, trastornado y convulsionado tu cerebro, que esas últimas horas que pasaste en ella, pocas por cierto, han supuesto la transpiración, la ósmosis, el trasvase de tus angustias a su piel; a esas sábanas arrugadas y deshechas que denotan agitación de un sueño desvelado y, ahora, contra toda lógica, pudieran responder el por qué de ese nudo en el estomago que te atenaza.
            No sientes miedo, pero te preguntas por ese sentido último que te recela el pensamiento, que te lo araña y te lo sangra. El recuerdo postrero de todo lo pasado y, sobre todo, la deriva implacable hacia ese big-bang laudatorio de brebajes y elixires, falsos testigos de la prueba de cargo dispuesta por haber creído que la mañana nunca llegaría. ¿Piensas en quedarte allí y dejar pasar las horas? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Sirve, quizás, para confortar el espíritu?
            Intentas desinfectar la mirada y hacer recular hacia un extraño olvido esa realidad que no representa más que esquivas percepciones grabadas en el iris de los ojos durante el aquelarre ebrio de la noche. Variaciones de una consciencia más efectista que cierta, más imaginada que material, más obstruccionista que fluyente. Pero sigues allí y así, permaneciendo quieto, o quieta, ¿quién es el realidad el sujeto?, ¿no hemos pasado todos por ello?, acurrucado e indefenso con la cabeza apoyada en las rodillas, soliviantando hechos y texturas y maldiciendo cronologías y risas.
            Y todo pudiera ser cierto, de hecho crees que lo fue, pero aunque lo hubiera sido no representaría más que una realidad paralela, que sirve oficiosamente mientras acontece esa cotidianidad superpuesta, esa cronología de absurdos sucesos alterados, falsarios e intrigantes. Fugaces destellos que nos aprisionan y limitan en un paréntesis de virulenta felicidad. Conga perfecta al ritmo de mil músicas lodosas que gira en si misma en ajustada elipsis interminable. Perfecta, precisamente, porque no va a ninguna parte, porque carece de sentido salvo cuando llega la mañana y advertimos la derrota.
            En ese instante, ahora estás en él, el sin fin de los hechos parece irradiar derivaciones y salidas que en la realidad de la vigilia sobrevenida no son más que miradas de aflicción desde la racionalidad recuperada al subversivo mundo pasado. Un racimo de uvas que necesitan ser deglutidas con ira, una a una, dándoles el sentido concreto que en realidad encierran. Desgajar las incongruencias edificadas dando paso al holocausto de la razón menos indulgente de la claridad, esa que pone ante tus ojos el lacerante recuerdo.
            Necesitas recorrer ese trecho y medir bien los pasos andados. Ir posicionando en sujetos y verbos cada uno de los predicados resultantes. Analizar cada oración despojándola del sentido suplicativo del rezo. Apartar las alteraciones posteriores de congojas y arrepentimientos. Y ahora, cuando la explosiva luminosidad te obliga a abrir los ojos dentro de ella, descubrir el sentido terrible de la vida por ser única para cada uno de nosotros, un espejismo de otras vidas que creemos protagonizar en los libados momentos de falsa libertad que, como obra teatral, representamos.
            Esas dos realidades que se funden y permanecen solapadas mientras te conducen por la senda que te lleva irremediablemente al alboreo de la mañana y que te amenaza. Es en ese momento, sentado y derrotadas tus fuerzas a un metro de la cama, cuando esas dos realidades que tú percibías como únicas se expulsan una de la otra de forma violenta, catártica y dolorosa, como dos electrones del mismo signo orbitando tu núcleo ya sin masa.
            Permanecer quieto enumerando los detalles que se desajustan al recordar. Dejar pasar las horas hasta el ocaso y, por fin, llegue la noche que te sospecha y camufla. Mientras tanto y entra tanta confusión piensas: perdón e indulgencia.

martes, 21 de enero de 2014

¿PARA QUÉ NOS SIRVE EL FISCAL GENERAL DEL ESTADO?


          No por cotidiano resulta menos doloroso hojear los periódicos por la mañana y desayunarse un día sí y otro también con la miserable actitud de confrontación contra los ciudadanos de este país de un gobierno empeñado en demostrar que cualquier tiempo pasado fue mejor. En los periódicos se acumulan cada día decenas de noticias que ponen de relieve el grado de agresividad gubernamental en su ataque feroz al estado del bienestar y al consiguiente despojamiento de cualquier derecho reconocido a las clases más desfavorecidas. Desahucios y detenciones se convierten en el pan de cada día junto con innumerables casos de corrupción, recortes continuos en sanidad, educación, libertad de expresión, etc.
            Pero esta mañana, una noticia publicada en El País me ha llamado la atención, bien es verdad que ya era algo que se estaba sedimentando desde hacía tiempo y sobre lo que habría que hablar o escribir algún día, también por la identidad del personaje. Me refiero al Fiscal General del Estado, el señor Torres-Dulce, sí, aunque parezca mentira, el mismo personaje que destilaba sensatez y ecuanimidad en aquella tertulia de cine dirigida por José Luis Garci: ¡Qué grande es el cine!
            Dicha noticia se titulaba de esta forma: “Los fiscales del Constitucional truncan la injerencia de Torres-Dulce”. Hacía referencia a la presión ejercida por este señor en un caso que hubiera supuesto, posiblemente, que el T.C. hubiera sentado jurisprudencia en casos de Memoria Histórica. Ya es de todos sabido la aversión que tiene el gobierno del partido popular a este acto de justicia para aquellos que perdieron a algún familiar durante la Guerra Civil española.  
            Si por algo se ha caracterizado el ministerio fiscal a lo largo de estos dos años de gobierno popular es en el ahondamiento del desprestigio que dicho ministerio está acumulando ante los ojos de todos los ciudadanos y, sobre todo, ante juristas de prestigio. Su continua obstaculización del trabajo de los jueces en los importantes casos de corrupción, tanto política como económica, que salpican este país es ya una marca de la casa, convirtiéndose de hecho en el brazo legal del gobierno y no en el garante de los derechos de los habitantes.
            Esta figura recogida en la Constitución Española en su artículo 124º, siempre ha levantado recelos al ser un nombramiento del gobierno de turno, haciendo sospechar de su verdadera independencia, oído el Consejo General del Poder Judicial, órgano éste que se nutre de jueces propuestos por los partidos políticos. Todo este galimatías jurídico hace pensar que la separación de poderes está muy lejos de ser una realidad democrática. En el citado artículo 124º de la C.E. se dice: “El Ministerio Fiscal, sin perjuicio de las funciones encomendadas a otros órganos, tiene por misión promover la acción de la justicia en defensa de la legalidad, de los derechos de los ciudadanos y del interés público tutelado por la ley, de oficio o a petición de los interesados, así como velar por la independencia de los Tribunales y procurar ante éstos la satisfacción del interés social”.
            Una vez visto y oído los casos en los que ha intervenido el F.G.E. y sus fiscales en las CC.AA., uno duda mucho si lo que se defiende es la legalidad o la legalidad interesada del gobierno y sus protegidos, los derechos de los ciudadanos o los derechos particulares del gobierno y sus protegidos o el interés público tutelado por ley o, por el contrario, la manipulación de la ley en beneficio del gobierno o sus protegidos.
            Una figura, la del F.G.E., que dudo mucho que pueda recuperarse una vez pasada esta legislatura y a la que solamente querrán acceder aquellos a los que no les importe que se les identifique con ser una mera correa de transmisión del gobierno.

martes, 14 de enero de 2014

GAMONAL: VERDADERA MARCA ESPAÑA (LA DE SUS CIUDADANOS)


Los sucesos en el barrio burgalés de Gamonal están poniendo de manifiesto la reiterada y, a veces, grotesca criminalización de cualquier protesta ciudadana ante los hechos consumados de los políticos de turno. Las continuas manifestaciones de los altos cargos del partido popular y de sus voceros en los medios afines, serviles de sus amos, intentando definir la notable actuación de un colectivo vecinal en una reducción a “atentados violentos”, solamente refleja la obsesiva y sicótica inclinación de dicho partido a asimilar cualquier protesta social en contra de sus intereses, espurios la mayoría de las veces, por no decir todas, con las actuaciones de grupos terroristas y sus atentados. Objetivo que lleva consigo el poner en contra de una acción simple y democrática, de carácter legal, a una sociedad que sufrió en sus carnes la salvajada terrorista de ETA.
La nueva Ley de Seguridad Ciudadana malparida por las mentes represivas de los titulares del Ministerio de Interior, mentes legales: sí, pero dañinas para la convivencia democrática de cualquier país que no sea una república bananera o, en este caso, un reino bananero, únicamente tiene la misión de contentar a las gentes bienpensantes, sumisas, sin ideas ni opiniones, clasificadas así bajo la decimonónica estratificación social que aún impera en el siglo XXI en el ideario del partido (im)popular. Ciudadanos vulgares que justifican la represión policial por una más que discutible tranquilidad. Tranquilidad que no es más que una mordaza, falta de libertad de expresión y manifestación y un precio demasiado caro ante la consecuente anulación de cualquier atisbo de progreso social.
Sin embargo, el estallido de las gentes de Gamonal es todo lo contrario, es la intranquilidad del simple ciudadano ante la falta de escrúpulos de unos políticos nefastos a los que les importa un bledo el bienestar de sus conciudadanos, despilfarrando el dinero público mientras se exigen sacrificios  a los que, en teoría, deberían defender. Ejemplo que podríamos extrapolar a cualquier rincón de esta España en descomposición, empezando por un gobierno manifiestamente cómplice.
La realidad de todo lo que está sucediendo en Gamonal es bien clara: el miedo de los políticos a un levantamiento ciudadano general ante la piratería, tanto política, económica y social, en la que ha sumido el mandato de la población en las últimas elecciones generales y el estado de excepción y represión en el que se ampara.
           P.D.: En Zamora, esta ciudad a la que quiero pero me mata, también nos hicieron un bulevar, perdón, un asfaltado nuevo, en el que desaparecieron numerosas plazas de aparcamiento, precisamente al lado de un parking subterráneo deficitario. Poca protesta, aquí llevamos la marca España bien visible, como la llevan los bovinos grabada a fuego. La tranquilidad de la que hablábamos antes, la que será definitiva por inanición social.

viernes, 3 de enero de 2014

BAILE EN MÍ (YO) MENOR

Es difícil comenzar. Es difícil creer, que una vez traspasada en forma de frontera la convención formal del tiempo dividido por los hombres, cambiaremos de ropajes, perderemos la vieja maleta en la cada vez más vetusta estación en la que nos vamos convirtiendo, cada uno siendo el único viajero de si mismo, que parte y que llega a su edificio con la puntualidad matemática del silencio y del recuerdo.

Es difícil asimilar que es posible olvidar, aparcar, obviar, soslayar, todo lo acontecido para que, como si no hubiera pasada nada, como si nunca hubiera ocurrido, empezar de cero algo que tiene su pasado, sus orígenes, sus causas y que, por mucho que se quiera y que se desee, sobre todo se desee, es lo que se interpone, lo que impide aceptar la falsa naturalidad y la mentirosa espontaneidad de la progresión de posibles sucesos venideros.

Porque el tiempo nunca comienza de nuevo, sino que nos mira de reojo y nos ve venir y se asombra con la facilidad del hombre para intentar embalarlo, etiquetarlo y olvidarlo en la estantería del año pasado, ese tiempo anual ya gastado. Y se asombra aún más ante la fútil banalidad del mísero intento de, con la excusa del apartamiento de dicho tiempo, alejar de nosotros la materia, su densidad, todo aquello que rellenó sus días, sus horas, acaso aquel último segundo. Y sin embargo, es todo lo acontecido en el pasado el trampolín desde el que saltaremos al vacío del tiempo que se avecina, y es todo lo acontecido en el pasado lo que hará que la mayoría de nuestras decisiones tengan alguna base sobre la que decidirlas.

Porque al llegar el temido comienzo, se está más cerca del ¿inevitable? final. De todo o de algo, nunca es posible saberlo de antemano, aunque se puede sospechar. Y es que esa sinrazón nunca razonada nos hace imaginar que se alejan de nosotros, cada vez más, los mismos objetivos compartidos tras tantos pasos dados, abandonos pasados y futuros. Y las personas que representaban esos objetivos. La ofuscación, la tristeza y la pena sobrevenidas hacen mella y esconden los resortes que harían remontar el vuelo otra vez. Nos quedamos inmovilizados en la zona cero creyendo ver la destrucción, el derrumbe de todo lo querido, esperando salir indemnes, sin que ningún cascote en forma de lágrima lodosa nos alcance.

¿Y si no fuera así? Y si realmente fuéramos nosotros quienes nos estuviéramos alejando, faltos de fuerzas ya ante la incomprensión y la sucesiva (des)integración. Acaso, solamente sea la proyección de nuestro propio alejamiento en los demás lo que nos hace creer que se nos alejan. Acaso, solamente sea la ausencia de sincronía en el movimiento lo que nos hace recular y apartar. Al final puede que las botas de siete leguas nos lleven más rápido y más lejos de lo que habíamos esperado, pero puede que nos lleven en la dirección contraria a la deseada.

           Nunca querremos que pare la música, así que hagamos, a duras penas quizás, que siga tocando el músico y este no sea nuestro último vals.