miércoles, 26 de junio de 2013

LA ESTUPIDEZ INFINITA


          Hay un dicho italiano que dice: “la madre de la ignorancia está siempre embarazada”. Aquella, la ignorancia, parece ser que en España, entre sus clases más señaladas, recibió de manos de los próceres gloriosos de la dictadura el premio a la fertilidad, aquel que se daba a las familias numerosas del desarrollismo de los años cincuenta y sesenta cuando se incrementaba la familia, como si un hubiera un mañana, para mayor gloria del método Ogino, el preferido por la iglesia católica. Aquella coneja de clase alta, opusdeística, de embarazo continuo, bilateral y, a veces, multilateral, gozosa que siempre fue y es, nos legó a los españoles de hoy en día un abanico de generaciones que, sin haberlo merecido, estamos sufriendo en la actualidad en mayor o menor medida.
Llamados sus hijos a formar parte con el paso de los años de las clases dirigentes de este país, muchos de ellos eligieron la carrera política como forma de vida. Una carrera, dicho sea de paso, que parece ser que estudiaron hasta el final sin solicitar una beca que llevarse a la boca, debe ser cosa de la estirpe, carpetovetónica diría yo, como ha dicho el nunca suficientemente ponderado presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, y entre los ratos libres que les dejaban el partido de tenis de la mañana y el cóctel de la tarde. En caso de dificultad, ya haría papa una llamada provocadora de matrículas de deshonor. Realmente, la beca para ricos. Pero de entre todos los hijos de la mama ignorancia, uno ha destacado, si eso es posible entre tanto sabio de barrio alto, por encima de los demás: el actual ministro de educación, José Ignacio Wert.
Para alguien como él, que ha mamado la exclusividad de la universidad española en sus años de estudiante, tiempos de dictadura y expulsión, debe ser difícil de digerir que en la actualidad los hijos de los trabajadores puedan asistir a ella, con no poco sacrificio de sus padres, a través de las becas concedidas por el estado. Su intento de suprimir dicha vía de acceso no es más que la constatación de facto del ideario partidista que la sustenta desde el gobierno del que forma parte, un ideario plagado de tics de supremacía, intolerancia, exclusividad y discriminación de los menos afortunados en sus ingresos. Un peldaño más en la escalada de descalificaciones de la educación pública, en sus más diversos estratos, con el objetivo de su minimización y posterior eliminación, instaurando el imperio de la riqueza y la renta como medida de inteligencia y valoración de expediente escolar.
Pero lo que su propuesta sobre las becas demuestra es que esta forma de selección universitaria, a la que solamente pueden acceder los más ricos, no por su inteligencia, sino por su dinero, no funciona. Y este personaje es un ejemplo. Sus continuas propuestas de reforma de la educación española han encontrado, no ya el rechazo de la mayoría de los ciudadanos, que se sienten expulsados del sistema, sino de dirigentes de su propio partido, sobre todo en las autonomías, que deben sentir repugnancia y asco ante la desfachatez de lo obvio: la expulsión radical del sistema educativo universitario de la mayoría del pueblo español en beneficio de una clase social, la suya, parasitaria y oligarca del trabajo de aquellos a los que expulsa. Estos últimos no sin cierta culpa, ante la resignación con la que reciben en su mayoría las continuas resoluciones del gobierno que les impiden el acceso a aquellos derechos que toda democracia debe proteger: educación, sanidad, justicia, trabajo, etc.
Al final, ya no sé si fue la madre de la ignorancia, la madre de la estupidez o la madre que lo pario, la culpable de todo esto. Pero cuando después de casi dos años de este gobierno y de todo lo dicho anteriormente, todavía consigue un veintitantos por ciento de intención de voto, algo deberemos estar haciendo mal o es que todos somos hijos de la misma madre. A  fin de cuentas, como dijo el poeta Boileau: “un imbécil siempre encuentra a otro imbécil que le admira”.  

viernes, 14 de junio de 2013

NAVEGAR CUANDO EL MAR ES INFINITO


             Realmente, sin duda, ha sido un largo camino. O un largo paseo por el lado oculto, íntimo y personal que todos llevamos dentro. Una catártica y esclarecedora perspectiva sobre nuestros más profundos anhelos, aquellos que dejamos crecer en nuestro interior, aquellos que amamantamos, aquellos que cuidamos con mimo, porque en el fondo sabemos que nunca tendrán vida propia, salvo la que puedan vivir dentro de nuestros sueños. Esos personajes tan distintos entre ellos,  nuestros “yos” paralelos, que cohabitan con el yo que dejamos ver a los demás desde las bambalinas de nuestra falsa obra teatral. A veces pienso que toda esta locura proviene de llevar dentro tan variados personajes, cada uno con su libreto, intentado llevar a cabo la función que creen firmemente que deben representar, pero cuya voluntad choca de plano con la de los otros actores de nuestro yo real, haciendo que nosotros, ese cajón de sastre de voluntades propias y ajenas que somos, no sepamos de verdad hacia que lugar dirigir nuestra mirada real.
            Al igual que Fernando Pessoa, cuya obra está escrita y desarrollada bajo diversos heterónimos, seudónimos de si mismo, ese largo camino o paseo recorrido ha sido vivido o, más bien, protagonizado en sus diversos espacios temporales, en función del personaje que predominó durante su proyección principal. Creación de distintas vidas colaterales y diferentes a la principal, que sirvieron de apoyo a ésta última en su constante peregrinar, intercambiando estilos, modos y voces que de algún modo ayudaron a dificultar ante los demás la percepción de la verdadera voluntad de llegar del yo principal, haciendo cada vez más problemática la resolución del enigma en el que se convierte una realidad interpretada por quienes queremos ser en lugar de por quienes somos. Una plenitud irreal en cuyo absurdo literal se llega a la criminalización de lo realizado por un personaje amortizado cuando el siguiente prevalece, trayendo como resultado, ya que todos son uno mismo, que el yo principal llegue, a ojos de los demás, a renegar y abjurar de un tramo de su vida que un día les mostró como exitoso, consiguiendo que los demás lleguen a dudar de si alguna vez mostró su verdadero yo o si ha sido todo un engaño.
            Este camino o paseo puede servir, posiblemente, como travesía introspectiva, de conocimiento de uno mismo a través de los diversos personajes bajo los que se ha actuado, en el sentido más perdonable de la palabra. Sentados en formación circular, cada uno en su silla alrededor del yo principal, en rueda de interrogatorios, se pueden eternizar las conversaciones sobre los papeles asignados a cada uno de ellos. La autocrítica como regla principal y la crítica proyectada como recurso de escape. Hablar de uno mismo a través de nuestras creaciones más personales, enfrentarlas entre ellas sin que ni ellas se den cuenta de que todas son falsas. Y la preguntas surgen como puñales que cortan la sinceridad puesta en entredicho con la suavidad y la eficacia de un bisturí en manos de un cirujano: ¿actuó alguna vez el verdadero yo? En ese caso, ¿queda algo que guardar como verdadero? La única posibilidad de saberlo es enfrentar la realidad misma con la realidad ficticia y recoger las migas de la batalla.
            Así que llega el tiempo de terminar con la lateralidad consustancial de nuestra vida. Aunque ese hecho suponga perder parte de lo vivido, de manera ficticia, sí, pero vivido, es hora de volver al inicio despojándose de cualquier ropaje inadecuado. Regresar de la paranoia y hacerse preguntas sobre lo que de verdad hubiéramos hecho de no actuar bajo el paraguas de otra personalidad. De esta forma quizás sepamos quienes somos de verdad y los demás nos vean por fin fuera de las tablas. Pero eso es otra historia.