jueves, 19 de abril de 2018

PREFIERO MACERAR LOS AÑOS QUE MADURARLOS

               Vamos viajando con velocidad constante a través de un tiempo, para todos nosotros, finito. Detraemos instantes espaciales que, una vez vividos, se pierden en ese tiempo como lágrimas en la lluvia. Es este paso del tiempo, metódico, sistemático, graduado en unidades lineales de formato anual el que nos invita de forma insistente a asomarnos al abismo consecuente con la muerte más allá de toda creencia religiosa. La nada, al fondo, nos dice, desde la penumbra, que a su lado hay siempre sitio. La vida, todas las vidas, transitan a lomos de una primavera, que nunca es eterna, hacia ese otoño vital que nos espera de forma premeditada, deliberada, desde que nacemos, a fuerza de cumplir años. 

            ¿Maduramos así, de forma estructural, con el paso de los años? Mis años ya son muchos para el estándar temporal vigente pero me niego a madurar si eso significa la obligatoriedad de ralentizar mi vida, de hacerme a un lado para dejar paso al siguiente por el mero hecho postural de la edad. No asumo ni acato actitudes “acordes con la edad” que solamente me sugieren tristeza, abatimiento, desánimo. No respeto esa interpretación con sumisión del estándar vital, ese conjunto de normas decretadas de forma reglamentaria para que, conforme a la edad, ejecutemos la ciudadanía conforme a lo que se espera de unos ciudadanos de bien: ordenados, pulcros de actitud, bastantes conservadores, sin crítica ni protesta.

            Prefiero el verbo macerar. Macerar emocionalmente extrayendo a cada paso todo lo que de excitante puede uno poseer. Y repetir continuamente, hasta la propia extenuación, sin importar el tramo existencial en el que uno se encuentre. Solamente así puede uno sentirse satisfecho con lo realizado. Si ha exprimido el jugo de forma casi irracional para considerar que el tránsito ha merecido la pena, que no se ha dejado nada por experimentar por el que dirán, por las normas, por ser un ciudadano de bien conforme a derecho. Pero, no nos confundamos, nada de todo lo dicho está reñido con la responsabilidad, con la capacidad intelectual, con el acervo social que se le supone, intrínsecamente, a la madurez en la terminología bienpensante. Pero macerar con todos esos ingredientes le da un plus  de verdad, de autenticidad, de propiedad intelectual de uno mismo para dejar de ser uno más de esa masa amorfa, y ciertamente peligrosa, que camina pastoreada por el mayoral florido del consentimiento.

            Hace unos días cumplí 54 años y, de forma impía, he venido macerando en el tiempo con ese adobito justo de orégano, de pimentón, de perejil, de vinagre…Frito en harina de garbanzos, como la buena fritura andaluza. Estoy bueno, ¡y lo sabes!

No hay comentarios:

Publicar un comentario