Se acumulan los daños en cada
paso de lenta, pero inmisericorde, letanía temporal hacia la finalidad
prescrita por la finitud de la existencia. Depósitos de físicos estragos
después de tanta voluntad de acompasar el tempo con el sonido nigromante de los
hechiceros de la tierra natural. Dolores de punzante generosidad, que como
nuestros miedos, atacan de improviso provocando esa tortura intensa, lacerante,
que nos mortifica el devenir. Tan pronto como llegan ya desaparecen, anunciándose
en esquelas mortuorias, repetitivas, periódicas, y notificando la decrepitud
que nos abruma. Voy adquiriendo la certeza, ciertamente manifiesta, de que en
este instante, apenas nos podemos fundamentar ya en nuestro propio yo y
buscamos no desaparecer, no difuminarnos, en las imágenes que nos recuerden en
los demás. Esqueletos de memoria ajena que no nos permiten ya ser, pero nos
conceden estar.
Ahora los recuerdos apenas dan
para vivir la cotidianidad, pero hacen falta recuerdos para ser y tiempo para
recordar, aunque a veces, con esos mismos recuerdos morimos un poco cuando no
somos capaces de apartarlos en los momentos en los que consumimos nuestros
últimos instantes de una vida que se agota y comienza a gestarse un nuevo
comienzo. En esos fugaces pulsos de la memoria, somos capaces de observar
nuestra propia cara oculta de la luna y coexistir a través de esas
reminiscencias los días que se nos fueron, que se evaporaron, que se diluyeron,
esos días no vividos.
De vez en cuando nos asaltan
desde la impropia belleza de lo desconocido y nos miran con la burla de la
sutil venganza. Nos castigan sus ojos aún cuando saben que siempre hemos
sufrido por su olvido, en este momento en que cada recuerdo se convierte en una
vida no vivida, en una posibilidad escapada, porque los recuerdos no son más
que eso, sustantividades sin gestar que nos hieren porque no supimos ver la probabilidad,
o no fuimos audaces. Y ahora solamente nos queda agonizar con la pasión de lo
que no tiene remedio y, seguramente, sin razón que lo disimule.
Porque el pasado se ha ido y el presente se va con
cada instante de futuro que deseamos. Porque los que nunca supieron declinar
aquella lengua muerta, pueden ahora, en cada segundo que viven, morir
declinando.
Me gusta. Me gusta. Porq el pasado se ha ido y el presente se va con cada instante. Te la voy a tobar. Esa frase dice y lleva escrito todo lo q es mi esencia de vida. Gracias porcella y por el relato. Un abrazo. Noelia
ResponderEliminarBien robado está. A fin de cuentas, el relato, como todo presente, ya se convirtió en pasado. Un abrazo.
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