martes, 7 de octubre de 2014

LA ÚLTIMA CONVERSACIÓN

Se acumulan los daños en cada paso de lenta, pero inmisericorde, letanía temporal hacia la finalidad prescrita por la finitud de la existencia. Depósitos de físicos estragos después de tanta voluntad de acompasar el tempo con el sonido nigromante de los hechiceros de la tierra natural. Dolores de punzante generosidad, que como nuestros miedos, atacan de improviso provocando esa tortura intensa, lacerante, que nos mortifica el devenir. Tan pronto como llegan ya desaparecen, anunciándose en esquelas mortuorias, repetitivas, periódicas, y notificando la decrepitud que nos abruma. Voy adquiriendo la certeza, ciertamente manifiesta, de que en este instante, apenas nos podemos fundamentar ya en nuestro propio yo y buscamos no desaparecer, no difuminarnos, en las imágenes que nos recuerden en los demás. Esqueletos de memoria ajena que no nos permiten ya ser, pero nos conceden estar.

Ahora los recuerdos apenas dan para vivir la cotidianidad, pero hacen falta recuerdos para ser y tiempo para recordar, aunque a veces, con esos mismos recuerdos morimos un poco cuando no somos capaces de apartarlos en los momentos en los que consumimos nuestros últimos instantes de una vida que se agota y comienza a gestarse un nuevo comienzo. En esos fugaces pulsos de la memoria, somos capaces de observar nuestra propia cara oculta de la luna y coexistir a través de esas reminiscencias los días que se nos fueron, que se evaporaron, que se diluyeron, esos días no vividos.

De vez en cuando nos asaltan desde la impropia belleza de lo desconocido y nos miran con la burla de la sutil venganza. Nos castigan sus ojos aún cuando saben que siempre hemos sufrido por su olvido, en este momento en que cada recuerdo se convierte en una vida no vivida, en una posibilidad escapada, porque los recuerdos no son más que eso, sustantividades sin gestar que nos hieren porque no supimos ver la probabilidad, o no fuimos audaces. Y ahora solamente nos queda agonizar con la pasión de lo que no tiene remedio y, seguramente, sin razón que lo disimule.

        Porque el pasado se ha ido y el presente se va con cada instante de futuro que deseamos. Porque los que nunca supieron declinar aquella lengua muerta, pueden ahora, en cada segundo que viven, morir declinando.



2 comentarios:

  1. Me gusta. Me gusta. Porq el pasado se ha ido y el presente se va con cada instante. Te la voy a tobar. Esa frase dice y lleva escrito todo lo q es mi esencia de vida. Gracias porcella y por el relato. Un abrazo. Noelia

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    1. Bien robado está. A fin de cuentas, el relato, como todo presente, ya se convirtió en pasado. Un abrazo.

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