miércoles, 28 de diciembre de 2011

EL DOLOROSO EFECTO SOBRE EL CORAZON DE UN UPPERCUT

            Por fin se había producido. Hacía tan solo unos días, ni siquiera una semana, fue la última vez que volvió al lugar común donde una vez creyó ser feliz. El sabía que no debía, es contraproducente para el equilibrio mental ordinario, pero era imposible resistirse a la única parte de su vida, que aunque falsa, controlaba. Ahora tenía agallas para aceptar la verdad y por fin se había producido el eclipse que esperaba y, como resultado final, se había fundido a negro. Siempre lo supo, el color rojo nunca le había traído nada bueno. Era al fin feliz en la cara oculta de la luna.
            Durante estos días de falsas vanidades y oropeles varios, deseó con todas sus fuerzas que esa chica mala, mujer de mirada encendida y perversa, lo besara bajo el muérdago. Al contrario, recibió una bofetada sutil y discreta, que aunque al principio le dolió, hizo que su autoestima rebrotara de nuevo febril y exigente y le hiciera ver con claridad lo penoso y patético de su situación sentimental actual, obligándole de nuevo a ser él de verdad. Ahora estaba en situación favorable para realizar el necesitado aquelarre de los últimos años de su vida, en el cual se reducirían a cenizas todas las vidas vividas de forma paralela a la real. Un viento frio y helado las llevaría muy lejos de él y la angustia de su anterior estado desaparecería para siempre. Como en una ensoñación violenta, el ritual purificador iría desvaneciendo la máscara que con su cara, la de ella, él había puesto en todas las mujeres a su alrededor y las dejaría ver como son en realidad. Por fin podrían ser ellas y así él, podría enamorase de lo que realmente son. Dejarían de estar secuestradas en su mente por su imagen.
            Ahora podía mirarse al espejo y llorar. Lágrimas caídas que suavizarían su dolor lavándolo como si fueran un aguacero de primavera que deja al final un olor a fresco y una sensación de vigor naciente al ver de nuevo el sol que emerge de entre las nubes, exigiendo el lugar que su nueva fuerza anual le otorga. Después de tantas navidades de pasada, una por fin había traído algo bueno. Ya no necesitaba carreteras de salida, caminos de huida, al contrario, se habían convertido en corrientes de entrada que renovaban el equipaje vital del que estaba hecho. Quería de nuevo todo para poder sumar después de tanto tiempo de restar y de dejar marchar lo mejor de sí mismo. Podía decir no y empezar a contrarreloj la carrera de la felicidad después de visitar el mapa de la tristeza y de la decepción. Iría subiendo la escalera al cielo, de sus adorados Leed Zeppelín, saludando a derecha e izquierda con una sonrisa y las tabernas y tugurios, visitados de nuevo, ya no tendrán el sabor amargo y la tristeza ácida del pasado.
            Como un equilibrista mediocre, al que le han dado la posibilidad de ejecutar su número en la pista central, está dispuesto a ejecutar su personal triple salto mortal. Un salto sin red, pues no se había parado a reflexionar sobre su futuro, ni eso, a fin de cuentas le importaba. El combate amoroso había terminado por ko y deambulaba por el ring medio sonado y desorientado buscando su esquina. Después de tanto dolor y ansiedad, entendía, por la fuerza de los hechos, que no existían las princesas azules. Nunca había tenido ni la más mínima posibilidad de bailar un vals. Al contrario, había bailado un tango descarnado con su (des)amor. Letra construida hace tiempo en un lejano país y que nunca pensó que le pasaría a él. Siempre estará en deuda con la “guionista de sus sentimientos”, que tanto le aguantó y aconsejó. Pero al final, era feliz.
            Ahora había que escribir nuevas canciones y por ninguna circunstancia dejar pasar la oportunidad de hacerlo. Habían sido muchas las que se quedaron en el papel y acabaron en la papelera sin la posibilidad de crecer. Se prometió a si mismo que nunca más dejaría de estar. Miró el reloj y vio que ya era la hora de terminar. Una vez escrito ya no había vuelta atrás. Le esperaba la vida ahí fuera y deseaba disfrutar de la sensación, tan rara como placentera, de no buscarla, en cualquier mujer, nunca más.
          

miércoles, 21 de diciembre de 2011

TRISTE AMOR DE NAVIDAD


          Como todos los años, demasiados, escogía estas fechas para alejarse de su mundo habitual e irse a otra ciudad donde recargarse emocionalmente y afrontar con cierto ánimo el final de año. Normalmente lo hacía solo y esta vez no era diferente. Necesitaba ajustar cuentas consigo mismo y con todo su pasado. El resultado era lo de menos, bueno o malo, según se quisiera mirar, pero nunca definitivo. Fuera de su entorno las cosas cambian y se difuminan sus cortantes aristas haciéndose más amables y más fáciles de soportar. Sin embargo, esta vez serían las entrañas las que debían retorcerse de dolor y hablar, como cuando la veía.
Por eso estaba otra vez frente a ella, aunque lo correcto sería decir frente a su recuerdo. La había visto crecer, la había visto marchar, la había visto volver. Había sido, sin saberlo, testigo de sus horas más bajas y, al mismo tiempo, su curación sin ella saberlo. En su refugio físico y mental la recordaba, otra vez, como en aquel día lleno de luz y de cielo, subiendo al lado de la muralla de la alcazaba que estaban visitando junto al resto de personas que formaban su grupo. Alguien les hizo una foto que nunca vio, pero ese día ya supo que sentía algo por ella. Era primavera y siempre ese recuerdo tendrá los colores vivos, como su pelo, y los olores frescos que la caracterizan, aunque ya el recuerdo se vaya vistiendo de otoño y presienta el olvido del invierno. Ese cruel enemigo que es el tiempo no quiso nunca ser un aliado y pasó impertérrito convirtiéndose en rechazo y verdugo de sus sentimientos.
Ahora, sentado en el banco de su memoria, le rodean mujeres hechas de muchas mujeres que, sin embargo, tienen su misma cara. Cuando uno ha amado a una mujer y ésta le ha rechazado, ¿no es cómo estar muerto y vivir una vida que ya no es la suya, ni el tiempo ni el lugar? Y, como al verse de nuevo, uno es consciente de que ya es pasado para el mundo que una vez creyó, iluso, que podía ser suyo.
A menudo le cuesta sonreír y sobrevivir se convierte en una agonía constante después de la tormenta desatada. Nunca olvida lo que siente y se reconoce vacío con el amor entregado a cuenta y no devuelto. Le gustaría buscarla en su almohada cada mañana y ver su cara, tocarla y teñirse del color de su pelo hasta mimetizarse en ella. Sin embargo en su alma, éter casi sin vida, solamente la desolación se hace presente y la espera se convierte en eterna sin caminos ni carreteras que le conduzcan hasta su corazón, convirtiendo su vida en un laberinto sin salida, en el que el hilo de Ariadna no haría honor a su fama ya que, desgraciadamente, él no es Teseo. Solamente uniría su pasado, su presente y su futuro con el amor que nunca tuvo. 
            Porque fuera de ella, ¡nunca estuvo en ella!, las cosas no tienen el mismo sentido y solamente ha sido uno más entre la multitud. Permanecer vivo tras haberse muerto. Porque por muy mal que le haya ido la vida es peor vivir pensando que ella existe y que no puede ser suya. Y sobre todo, ¿cómo hacer entender al resto de la gente que esta pasión amorosa no es inútil en su fracaso? Sentir el alma tan extraña y dejarse llevar por ella sin oponer más resistencia que los sueños. Unos sueños imposibles de concretar pero que tienen el valor del sentimiento.
            Ahora, en este tiempo de felicidad impostada y consumista, demasiado largo para demostrar una alegría que no tiene, intenta huir y alejarse sin conseguirlo, porque nadie puede huir de sí mismo y de lo que cree. Intenta aceptar la verdad de un amor sin correspondencia, sin resignarse a no tenerlo nunca y sufre de una soledad concurrida, dialéctica y llena de conflictos consigo mismo. ¿Acaso de pensar tan en sí mismo y en su sufrimiento se le haya escapado el sentir de la persona amada?
             Puede que el tiempo futuro sea mejor. Volver a la rutina, que no a la monotonía, y seguir amando. Que el año que está a punto de comenzar le lleve ilusiones nuevas y crecientes, como la luna, hasta convertirse en llenas. Quizás haya otro eclipse y pueda él también eclipsarse en rojo.  

miércoles, 14 de diciembre de 2011

MI EDIFICIO PRACTICA SEXO


           Por distintas razones he vivido a lo largo de mi vida en cuatro viviendas, con la que habito actualmente, más o menos permanentes. En unas el tiempo vivido ha sido largo y en otras menos. Unas estuvieron llenas de alegrías y en otras las tristezas fueron mayores. Pero desde la más antigua a la más moderna, en todas hay un denominador común: parecen que estén hechas de papel. Es como si en la Facultad de Arquitectura los libros de texto hubieran sido sustituidos por el cuento de los tres cerditos y todas las promociones de arquitectos no hubieran pasado de la página del primer cerdito que construyó su casa con paja. Esto unido a la falta de ética de los promotores y constructores de viviendas, cuya máxima es la de mayor plusvalía al menor coste posible, lo que se traduce en la merma de la calidad de los materiales empleados, da como resultado que, a pesar de las paredes construidas, uno crea que vive en una comuna sin separaciones auditivas visibles.
            De hecho es como si el edificio tuviera vida y te hablara. Uno va integrando en su vida la multitud de sonidos y conversaciones que le llegan a través de las paredes pudiendo llegar a establecer con él un dialogo más o menos coherente y convirtiéndose al final en un compañero más. Aquellos corralas antiguas en las cuales bastaba salir al pasillo común y darle una voz a la vecina para que ésta se enterara del recado y de paso que toda la comunidad lo supiera, han dado paso a viviendas en las que no hace falta salir al rellano para dar una voz, basta con darla desde el salón de tu casa para que se propague por el resto del edificio. Es como si los constructores hubieran sustituido, para evitar la incomunicación entre las personas, el aislante de las paredes por materiales conductores de la voz que como un gran eco van propagando las conversaciones hasta el infinito y más allá.
            El edificio donde vivo actualmente es muy versátil en esto de la comunicación. Me ha comunicado el nacimiento de un nuevo miembro de la comunidad y asisto emocionado, “con lágrimas en los ojos”, a sus primeros berrinches que me hacen estar despierto toda la noche pendiente, como un padre más, de sus quejas y exigencias. Me informa de los avances en conocimiento del medio e inglés de otro infante de la comunidad, a pesar de los gritos de desesperación, tarde si y tarde también, que pueden indicar lo contrario. Tiene instalado hilo musical y a pesar de escuchar Radio 3, me ameniza las tardes con los cuarenta subnormales, radio olé o cualquiera de las muchas emisoras de radio fórmula que emiten una especie de sucedáneo de música con letras sacadas del manual del buen sicópata. Como gran comunicador que es, me narra, sin coste alguno, los partidos de futbol más importantes al lado de los seguidores más cafres y que más gritan. Es como ver la televisión por vía telepática donde no hacen falta imágenes, tú lo visualizas conforme te lo están gritando al oído quieras o no quieras. Futbol es futbol.
            Pero como el título de la entrada indica, el edificio ha dado un paso más: también práctica sexo. Estando en el salón de mi casa leyendo tranquilamente, me empiezan a llegar susurros y jadeos que daban la impresión que salían directamente de la misma estructura del inmueble. Nítidamente llega hasta mis oídos la siguiente conversación:

-jadeos….
-(ella, con voz mimosa): lo siento cariño pero creo que no te lo he hecho a tu gusto.
-(él, con voz firme): pero si me ha gustado mucho.
-(ella, otra vez con voz más mimosa): yo creo que no, pero es que me duele mucho la boca.
-(él): tranquila y prueba otra vez.
-jadeos….
            Así como suena. Como si la unión entre una viga y la pared hubiera ido más allá de lo marcado en el plano por el arquitecto y, gracias al cemento unitario convertido en lubricante de ocasión, gozaran voluptuosamente dando un nuevo enfoque al anuncio: una vivienda para sentir.
            En fin, que ya somos una familia en toda regla. Incluso el edificio ladra en diversos tonos y razas. Yo, por si acaso, y para que no me tachen de insolidario, le voy a enseñar a tocar el piano. Bueno, en principio a aporrear el piano. Me gustaría ver la cara de sorpresa y gozo de todas las casas cuando oigan una y otra vez, repetitivamente, mis grandes interpretaciones del do, re, mi, fa, sol. Puedo convertirme en la banda sonora de su vida o en la pesadilla sonora de la misma. Pero que nadie crea que vivo mal. Estoy muy orgulloso de la calidez humana que me aporta la construcción. Es más, creo que más adelante nos alimentará con un menú diario a través del ascensor, ya que este suele oler a comida casi todos los días del año.
            Espero que el edificio no me tenga en cuenta esta indiscreción.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

EL ULTIMO ADIOS DE ISABEL


           Isabel tenía 86 años y toda una vida de sacrificio a sus espaldas. Sin apenas estudios consiguió con sus múltiples trabajos sacar adelante a un hijo y a un marido que pronto tuvo que dejar de trabajar como consecuencia de problemas físicos derivados de su paso por las cárceles franquistas en la posguerra. A la llegada de la jubilación había conseguido tener en propiedad una humilde casita en el extrarradio de su ciudad y su pequeña pensión le llegaba para tener una vida modesta pero digna. Sin embargo, no sabía que el merecido descanso al que tenía derecho como ser humano integrante del estado del bienestar del que presumía su país, estaba a punto de saltar por los aires. El Consejo del Poder Económico Mundial, órgano que regía en la sombra los destinos del mundo y de las vidas humanas que en el habitaban, había puesto sus ojos en ella y su brazo armado, el M.F.I., Mercados Financieros Internacionales, estaba ya de camino para ejecutar la sentencia que sobre ella había sido dictada declarándola, como no podía ser menos, culpable.
            El delito del que se le acusaba era el de haber avalado con su ínfimo patrimonio la compra de una vivienda por parte de su hijo y de que éste no pudiera hacer frente a la hipoteca al quedarse en el paro. Nunca pensó que algo tan ajeno a ella como la crisis del sector de la construcción y la quiebra de las grandes constructoras, posibilitara que lo ganado con años de duro sacrificio y de grandes estrecheces económicas se desvaneciera en manos de quienes, paradójicamente, habían dictado las grandes directrices económicas que nos habían llevado a esta situación. ¿Por qué no podían quedarse, como pago, con la casa que no podía pagar su hijo? ¿Por qué tenían que quedarse también con la suya? ¿No era esta una ganancia sucia, ladrona, usurera? Cabía pedir ayuda a los dirigentes políticos votados en su país, pero pronto se dio cuenta que no eran más que simples marionetas en manos del Gran Hermano Económico y que su verborrea sobre las grandes magnitudes macroeconómicas solamente estaba destinada a esconder la brecha insalvable que se estaba abriendo entre ellos y los ciudadanos a los que decían representar. Todos los sectores políticos y económicos estaban infiltrados de sicarios al servicio de los intereses de los llamados a sí mismos “Los Poderosos”.
            En su desesperación, esperando la hora en que las hordas cobardes y vendidas al poder, llegaran para confiscarle, más bien robarle, sus recuerdos, porque eso era para ella lo que simbolizaban sus pertenencias físicas, la representación material de toda una vida, se preguntaba cómo podía un estado, que se llamara a si mismo justo y democrático, dejar en la calle como un paria a uno de sus ciudadanos. Como no podía importarle que fueran cayendo cada día más y más personas en la trampa urdida por ajenos intereses espurios. Como un estado podía estar tan ciego que fuera fortaleciendo el músculo de los agentes económicos colaboracionistas, sin darse cuenta que, cada vez más fuertes, iban a emplear toda su fuerza contra los ciudadanos más desprotegidos en pos de una victoria que diera al traste con los derechos adquiridos con la lucha obrera de muchos años, para volver a los sistemas económicos casi esclavistas con los que ellos habían vivido cómodamente en la antigüedad.
Isabel no tenía estudios y nunca había leído El Contrato Social, de Jean-Jacques Rousseau, y por tanto no sabía que los políticos y el estado habían roto unilateralmente dicho contrato que establecía los derechos y deberes de los ciudadanos en relación con el estado, quedando casi suspendidos los primeros y aumentando los últimos, cargándose de ese modo toda justicia social y despojándola de toda consideración humana. Ese era su objetivo: convertirnos a todos en unidades de producción teledirigidas formando parte de una gran cadena de producción mundial al servicio de los poderosos. Sin derechos, sin posibilidad de crítica al poder, despojados de dignidad. Dictadura sutil que no tendría oposición porque vendría avalada, contradictoriamente, desde el sistema democrático actual.  
            En su ignorancia, Isabel no sabía que al frente de las grandes instituciones del estado, de todos los estados, El Gran Hermano había conseguido infiltrar a sus secuaces, revistiéndolos de salvadores de la gran crisis mundial, en los puestos claves para la toma de las grandes decisiones que regirían el devenir económico mundial en los años venideros. Todos los políticos, sin distinción, miraron para el otro lado al darse cuenta de que quienes estaban destinados a tamaña misión eran los mismos que, desde sus organizaciones, ramificadas del gran órgano central, habían creado la situación actual. Eran conscientes de que estaban poniendo a los ladrones a cuidar la casa. Aunque aquí habría que matizar que las casas eran las de los demás, nunca la suya, que estaba a salvo gracias a convertirse en títeres de los verdaderos dirigentes y facilitar con sus decisiones la toma del poder por parte de éstos. Ese era su verdadero trabajo: vestir de decisiones democráticas tomadas por ellos, las órdenes emanadas desde el verdadero poder. El gran teatro de una democracia secuestrada por el poder económico y que había renegado de su vocación social y humana.
            Poco a poco Isabel fue empaquetando sus pertenencias y recuerdos. Cajas de cartón en la que se resumía toda una vida y que se convertirían en breve en su único hogar. El día designado para el desalojo llegó y los sicarios al servicio del poder aplicaron el castigo que una la ley sin conciencia había dictado. Incluso la televisión acudió al acto dando fe de que se cumplía con lo estipulado, en una orgía de telebasura sin fin. Llevando a los demás televidentes la sensación de que lo que le ocurría a Isabel le podía pasar también a ellos y de que nadie estaba a salvo. Ella y su familia salieron de su hogar, ahora ocupado, con la dignidad de quienes no han cometido ningún delito, la misma dignidad de la que carecían todos los que actuaban en aquella farsa: desde los políticos que eran incapaces de velar por sus ciudadanos como de los sicarios del poder económico, cuya actitud usurera, rayaba en lo grosero.
            Después del desalojo, el M.F.I., en su retirada, aún tuvo tiempo de violar a una joven de 15 años y robarle 5 euros que pasarían a engrosar los bolsillos de sus dirigentes y de darle una paliza a un inmigrante por solicitar un contrato de trabajo justo que acabara con las 15 horas que trabajaba al día por un salario de 300 euros al mes. Su pista se perdió camino de un paraíso fiscal cercano.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

EN DEFENSA PROPIA


           ¿Quién es más sabio: quién sabe rectificar a tiempo o quién piensa primero en la decisión que va a tomar, consulta con sus allegados, valora los pros y los contras y al final afronta las consecuencias de su acción? Si saber corregir una mala conducta o una decisión equivocada es de sabios no es menos cierto que rectificar es de sabios equivocados y de necios hacerlo a diario y por tanto parece ser más importante la segunda parte de la pregunta planteada. Decía D. Santiago Ramón y Cajal que: “lo peor no es cometer un error, sino tratar de justificarlo, en vez de aprovecharlo como aviso providencial de nuestra ligereza o ignorancia”. Y en esto está la alcaldesa de Zamora: conjugando el verbo justificar.
            En estos tiempos de crisis en los cuales se están produciendo ajustes y recortes en todos los ámbitos de las administraciones públicas y se está intentando desmontar el estado del bienestar por parte de los que nunca aceptaron, o aceptaron a regañadientes, que los trabajadores tuvieran unos mínimos derechos laborales y vitales, nuestra alcaldesa ha intentado subirle el sueldo a un asesor de su gabinete, que no es ni siquiera funcionario de carrera por oposición, y solamente está en ese puesto por designación directa, o sea a dedo, la nada despreciable cifra del 35%. Su razonamiento: si al citado trabajador, que lleva la asesoría de la alcaldía, ahora se le va a acumular la asesoría de todas las concejalías del Ayuntamiento, habrá que subirle el sueldo en dicha proporción. Otro intento de explicación de lo inexplicable: por el mismo trabajo, en la empresa privada cobraría más que lo que percibe actualmente en su puesto público. Suena plausible, pero no cuela. En estos momentos no es razonable ni, sobre todo, ético. Así que desde la ética de los que estamos soportando los efectos de una crisis que no hemos provocado, vamos a desmontarlos.
            Habla la alcaldesa de acumulación de funciones. En estos momentos las ofertas de empleo público de las distintas administraciones están congeladas por falta de presupuesto y por tanto a los profesionales en activo se le están acumulando tareas que quedan sin hacer porque no se cumple con la tasa de reposición. Personal sanitario, profesores, y en general todos los trabajadores públicos, están llevando a cabo tareas que pertenecían a trabajadores que ya han dejado su vida laboral y que no han sido sustituidos por nadie. La administración general, la sanitaria, la de educación, la de seguridad del estado, están llevando a cabo el mismo mandato público de servicio al ciudadano de siempre pero con menos trabajadores. Por tanto, en principio, no existe diferencia entre el citado asesor y el resto de los trabajadores públicos. Pero en lo que no ha caído la ínclita regidora zamorana es que, a diferencia de la subida de sueldo que quiere aplicar por esta acumulación de funciones a su personal de confianza, el resto de los trabajadores públicos lo están haciendo por menos dinero, ya que a ellos se les rebajó el sueldo el 5% dentro del Decreto de medidas económicas contra la crisis que se sacó de la manga el gobierno de PSOE. Entonces por analogía, no habría que subirle el sueldo, sino bajárselo. Así todos iguales y dando ejemplo.
            En cuanto al segundo razonamiento de que en la empresa privada cobraría por este trabajo mayores retribuciones, habrá que contestarle ¿por qué? Eso dependerá de la valía que demuestre en el ámbito del trabajo privado. Si es un inútil, cobrará menos o se quedará en el paro. Como no lo sabemos, es muy peregrino por su parte, suponer que sí y subirle el sueldo. Que deje su puesto, trabaje unos años en la empresa privada, acredite unos conocimientos mínimos y luego vuelva. Por otra parte los médicos, ingenieros, arquitectos, abogados, etc, de la administración, con el mismo razonamiento, también cobrarían más en la empresa privada y que yo sepa no hay ninguna intención por parte del gobierno del estado entrante en subir dichos sueldos. Es más parece ser que los van a bajar de nuevo. Y encima este gobierno es de su propio partido, con lo cual la coherencia política entre los miembros del mismo da la impresión que es escasa. Debe ser lo que ha llamado la alcaldesa acoso político. Además, este trabajador siempre podrá ejercer su derecho a renunciar a su puesto de trabajo por considerar que sus retribuciones no están acordes con su trabajo. Estoy seguro que esto no va a ocurrir, con lo bien que se está al abrigo del partido, pero por si acaso, le hago saber a la alcaldesa que en el ayuntamiento de la capital existen muchísimos funcionarios capacitados para realizar el trabajo encomendado a este señor, ¿para que quiera su asesoría jurídica?, y si no le convence la propuesta, ahí va otra: en el paro hay infinidad de trabajadores cualificados que estarían encantados con poder trabajar por el sueldo de este señor y así normalizar una vida que la crisis destruyó.
            En fin, que después de que todos los actores políticos y sociales de la vida zamorana criticaran la propuesta de la alcaldesa, ésta ha decidido no llevarla a cabo. Incluso no contó con el apoyo de la dirección de su partido, que ya es meter la pata. Pero en vez de asumir el error y aprender de él, como decía D. Santiago Ramón y Cajal, neciamente a tratado de justificarlo y persistir en el mismo argumentado que la tarea de asesorar a las distintas concejalías le saldrá más cara al ayuntamiento, y por tanto a los ciudadanos, al tener que contratar a una empresa externa.
            Y aquí parece estar el quid de la cuestión: no se trataba de la valía del funcionario para su trabajo sino llanamente de subirle el sueldo por la cara, ya que sin subida no se le van a acumular más funciones. Que digo yo que tendrá que ver una cosa con la otra, salvo que sus neuronas funcionen como las máquinas tragaperras y cada vez que se le encomiende un trabajo haya que insertar monedas.
            Aunque se me ocurre otra cosa: que sean los votantes que le dieron la mayoría absoluta en las pasadas elecciones municipales quienes sufraguen la subida de sueldo a su personal de confianza o que sean los concejales a cuyas concejalías pretende asesorar, quienes se bajen sus retribuciones en la misma proporción. A fin de cuentas este señor está ahí porque lo han puesto ellos.
            Zamora, la quiero pero me mata.     

miércoles, 23 de noviembre de 2011

AMARGA CAIDA PARA MORIR EN AZUL


         Desde hacía tiempo lo venía presintiendo. Aunque sus esperanzas y esfuerzos fueron amortiguando su desconsuelo, el paso del tiempo iba señalando el camino contrario a lo que siempre había soñado. Nunca trató de huir de este hecho, sino de explicarse y convencerse a si mismo de que no estaba equivocado, que desde el concepto intelectual que le guiaba, era posible hacer un lugar mejor para vivir, que había que insistir en ese concepto y en ese manual de vida, aunque las circunstancias actuales hicieran pensar en todo lo contrario. Le ayudaba a insistirse a si mismo el hecho de que su tierra más cercana, en la que vivía, había sido uno de los primeros lugares ocupados por la nube gaseosa azul, que ahora amenazaba con extenderse al resto, hacía ya mucho tiempo. Quizás demasiado. Y esta circunstancia, la de haber vivido siempre en política al otro lado, le empeñaba más en su cometido, intentando que no desaparecieran las últimas aldeas irreductibles donde desarrollar el proyecto, como René Goscinny y Albert Uderzo imaginaron para los galos en lucha permanente contra el Imperio Romano. Pero el tiempo se iba agotando y los síntomas eran cada vez peores. El día elegido para la confrontación final se acercaba con la amenaza manifiesta de arrasarlo todo a su paso. Por fin llegó.
Estaba sentado en la mesa con una taza de café humeante en las manos ocultándole el rostro. La mirada perdida en ninguna parte. En su cabeza martilleaban constantemente las mismas palabras: “por fin lo han conseguido”. La televisión seguía vomitando datos y más datos sobre lo acontecido durante la jornada que estaba a punto de terminar. A cada conexión con el gabinete de crisis, la pesadumbre se iba adueñando cada vez más de las personas que siempre creyeron hasta el final que la situación podía cambiar. Durante todo este tiempo atrás, múltiples organizaciones nacionales e internacionales, foros de internet, redes sociales y personas a título individual lo habían advertido. Un tiempo que no había sido corto, pues desde casi más de dos años las advertencias habían ido en aumento constituyéndose en clamor en el tramo final. Pero los que tenían la solución para liderar el cambio de rumbo hicieron oídos sordos y, encerrados en sus castillos de cristal, permanecieron ajenos a las súplicas.
            Ahora no había solución. Él, como muchos que tenían las mismas ideas sobre el mundo, quedaba definitivamente al otro lado. La nube gaseosa azul, densa, avanzó sobre la tierra de manera implacable, difuminando todos los contornos y enmudeciendo a la gente. En su concepción inaprensible, se escurría de las manos de la gente que intentaba entender cuál era el delito que le obligaba a volver la vista hacia el pasado. El aire era irrespirable y la constante niebla gaseosa azul, agarrada con sus garras a la tierra, confundía los sentidos y las distancias, haciendo más difícil el mero hecho de sobrevivir. Nunca avisaba cuando golpeaba. Como la peste negra, solamente sabías cuando te golpeaba cuando ya la tenías dentro de ti.
            Incluso el mundo polícromo en el que habíamos vivido hasta entonces estaba en entredicho. Se crearon diversas alternativas de colores verde y rojo para enfrentar la situación en la resistencia, pero el arco iris de la felicidad caminaba hacia la desaparición. La nube gaseosa azul, omnipresente, lo iba inundando todo. El cielo, las montañas, los valles, los ríos, los árboles, las casas, mutaban al color dominante. Cada mañana al levantarse, algo a su alrededor ya no tenía su color original. La televisión noticiaba sobre la monocromática mancha, que avanzaba sin piedad.
            Una noche, en su casa, la pantalla de la televisión se volvió completamente azul y empezó a notar como le aparecían manchas azules en la piel. Se dio cuenta de que él también estaba contaminado. Aquella sustancia pegajosa, como ámbar, que le había caído de la rama de un árbol en su paseo vespertino, y a la que no dio importancia, estaba realizando su trabajo de zapa en todo su cuerpo y amenazaba con convertirlo en un fósil, atrapado en su interior, para el resto de la eternidad, salvo que paleontólogos del futuro lo descubrieran y sirviera de testigo de lo que pudo ser y no fue. Resignado al final que ya asomaba por su horizonte mental, tomó la decisión de continuar despierto y verlos llegar de frente. Consumió su último cigarrillo justo cuando vio acercarse el momento. En ese instante miró a la ventana, que daba a la plaza de La Memoria Histórica, en cuyo alfeizar se había posado un ave, ¿era una…?, lanzando su graznido de aviso, pájaro de mal agüero. La reconoció por fin y masculló entre dientes. Comenzaba la travesía del desierto azul, larga y dolorosa.            

miércoles, 16 de noviembre de 2011

UNION TEMPORAL GROSERA (PUBLICIDAD)

           Veo poco la televisión. Si no es algo que me atraiga de verdad prefiero realizar otro tipo de actividades, como leer, escuchar música y últimamente escribir en el blog. El amplio abanico de cadenas televisivas que existen en la actualidad, después de las últimas incorporaciones, no ha supuesto una subida del índice de calidad del producto ofertado. Al contrario, la lucha por la audiencia, los está llevando a la producción de programas cada vez más enfocados a la parte visceral y emoticona de la persona, cayendo la calidad de los contenidos ofertados en la más absoluta mediocridad, cuando no en la más odiosa chabacanería. Por otra parte, la eliminación de la publicidad en la televisión pública ha traído consigo que el tiempo de publicidad en las demás cadenas sea exagerado, o por lo menos a mí me lo parece. Mi tiempo televisivo se reduce a La Dos, algo de la Uno y de La Sexta, esta última cada vez menos, después de su prometedor comienzo. De las demás cadenas poco a nada. De Telecinco nada de nada.
            Dentro del poco tiempo dedicado a los espacios visuales es inevitable ver algo de publicidad, aunque cuando llega, rápidamente aprovecho para realizar cualquier otra tarea que hubiera quedado pospuesta. En la publicidad, como en cualquier otro aspecto, cabe de todo y, por eso, ¡hay de todo!: buena, regular y mala. De vez en cuando he visto resúmenes de los premisos internacionales de publicidad y se ven auténticas joyas publicitarias, de entre las que destacan las argentinas. Auténticos mini cortos cinematográficos, que en algunos casos, llegan a oscurecer el producto. Ya sé que esto último va en contra del concepto publicitario, pero si hay que interrumpir un programa interesante, por lo menos que lo que van a venderte venga bien presentado.
            Tengo que reconocer que a mí la buena publicidad no me hace comprar, pero la mala publicidad si me hace no comprar el objeto presentado o dejar de comprarlo. Por ética y sensibilidad artística. Es una publicidad en la que el sujeto receptor, nosotros, somos tratados como seres escasos de inteligencia y nos tuvieran que presentar los productos de manera simple y parvularia: la m con la e, me, la s con la a, sa, ¿lo entendiste?, ¡¡¡compra una mesa!!! Nunca he entendido el anuncio de la mujer que viene del futuro para presentarnos un producto de limpieza que quita todas las manchas. A mí lo que siempre me ha sugerido es que en el futuro las personas serán igual de guarras que en la actualidad. El hecho de que cuando me plantee suscribir un seguro que tenga un amplio abanico de coberturas, tenga que hacerle caso a un erizo, me da grima. Una mujer nos presenta un producto de limpieza extrema que quita la suciedad de los baños y para demostrarlo hace una prueba en el suyo: señora, no haría falta comprar ese producto extremo si limpiara a diario la bañera, que tiene más mierda que los baños de una fonda de tercera división, ¡¡¡guarra!!!  Perros que se llaman rastreator, perros que se fugan con un premio de la lotería, etc. ¿Alguien lo entiende?
            Lo último que me ha hecho renegar de este tipo de publicidad, ha sido un anuncio en el que se da una asociación contra natura, casi ilícita. Todos los productos tienen su corazoncito, y los colchones también. Ellos han asistido silenciosos a nuestros primeros sueños. Esos que íbamos componiendo antes de que nuestros ojos se cerraran y en los que imaginábamos como sería nuestra vida futura. En nuestra infancia, nuestras madres ahuecaban los colchones para que nuestro descanso fuera más placentero, como si fuéramos uno. En la cama, y por tanto encima del colchón, hemos sido arropados en nuestra infancia con amor. Despiertos nos han contado cuentos que llenaban nuestra imaginación de múltiples aventuras. Hemos pasado enfermedades sintiendo que ese era el único lugar donde nos podríamos curar. Asisten impasibles al acto de amor con la mujer amada, discretos, haciéndonos sentir que ese rectángulo mullido es lugar conocido y por tanto ajeno al fracaso. Hasta se apenan, cuando sin querer, hacen algún ruido que pueda perturbar el ritual amoroso. Cuando estamos cansados y caemos rendidos en la cama, nos acogen y nos envuelven para que nuestros cuerpos recuperen su fuerza vital. En ese lugar cerraremos los ojos para siempre, entre la compañía de nuestros seres queridos.
            Entonces ¿por qué cierta compañía lo ha unido al de un presentador televisivo, cuyas iniciales son J.J.V., asociado a programas cuyo concepto está en la más despreciable telebasura? ¿Por qué, si siempre ha intentado vender su producto revistiéndolo de cierto estilo, ahora pretende venderlo como si fuera un producto corriente y vulgar? Realmente el presentador escogido no creo que haya realizado un programa normal en toda su vida. En muchos casos las empresas asocian su producto con el de un personaje conocido que le de cierta capa de credibilidad, pero en este caso la credibilidad de este personaje, envuelto en todas las tramas televisivas de la más baja estofa, está por los suelos para la gente que mira las cosas con sentido crítico. Salvo que la empresa pretenda acercarse al tipo de público que religiosamente asiste al espectáculo vulgar, mediocre y chabacano en el que se mueve como pez en el agua el personaje escogido, para hacer más ventas y más caja. O sea, masificar vulgarizando: la panacea de esta clase de creativo publicitario.
            Bien. Si es así, perfecto. Pero que cambien la campaña publicitaria y se la encarguen a los de Callejeros. Estaría más acorde con la asociación que el público hará al ver al personaje vendedor. La imagen del colchón se acercaría a los que se ven en los poblados chabolistas dedicados a turbios negocios. Yo, por si acaso, no compraré ese colchón, no siendo que tenga pesadillas nocturnas, que ya tengo bastantes con las diurnas.    

miércoles, 9 de noviembre de 2011

EL BESO SENTIDO

          Llevaban tiempo rondando por su cabeza ciertos pensamientos que tenían su origen en algunas situaciones que habían ocurrido tiempo atrás. Hechos nimios que no tenían ni siquiera cierta categoría como para que le preocuparan más de lo necesario, pero que como cuadriculado que era de mente, necesitaba reflexionarlos. Quizás el estar leyendo “Los enamoramientos”, de Javier Marías, había disparado su necesidad de poner en claro y por escrito lo sucedido.
Como cantaba Asfalto: “nunca está de más una sonrisa, nunca está de más un gesto cordial”. Había recibido mucho, quizás demasiado, en estos últimos tiempos. Lo agradecía, pero en el fondo, él sabía que no era precisamente eso lo que necesitaba de cierta mujer. En realidad, para él esos gestos no eran más que vías con recorrido limitado, vías de servicio cuya única dirección era la de circunvalar el extrarradio de su vida sentimental. Como una gran estación decimonónica, llena del encanto de un arte en desuso, había quedado apartado de las grandes líneas del recorrido emocional que lleva a la felicidad.
Su disolución visual por decisión propia llegaba al absurdo de que fueran sus amigos quienes le dijeran que estaba siendo observado con interés por alguna mujer. Sin embargo la mirada insistente, la mirada ocasional, la mirada interpuesta, la mirada invisible, eran juegos que ya se negaba a jugar. Estrategia artificiosa que se convierte en banal si no tiene resultado concreto y se convierte en un fin en sí misma. Como había comprobado muchas veces, la noche estaba llena de este tipo de movimientos.
Quizás fuera esto lo que causaba la reflexión que estaba llevando a cabo, con cierta solemnidad en la forma y en el fondo. Una especie de crítica, con algo de moderado resentimiento, ante la falta de concreción y de acción directa que se produce en el juego del amor y del deseo, y que a él, que ya no tenía la habilidad para la interpretación de los signos, le desesperaba.
            Aún así, despertaba cierto interés. Aunque de esto último, como ya quedó dicho, no se daba cuenta. Con el paso del tiempo había puesto en cuarentena su corazón y había dejado entre paréntesis la zona emocional de su cerebro, en un intento de que no se produjeran más daños irreversibles. Por su naturaleza quijotesca, había visitado demasiadas veces los talleres del corazón. Él ya no era un modelo nuevo y resultaba difícil encontrar las piezas originales con las que un día fue capaz de conquistar el corazón de una mujer. Quizás esto tampoco fuera así del todo, pero nunca se sabe dónde está la línea argumental que separa la prudencia del riesgo y el grado de pérdida que uno está dispuesto a soportar. Le quedaba poco equipaje que llevar, y el último, por si acaso, lo quería llevar con dignidad camino del ocaso.
            ……….Estaba de viaje con un grupo de amigos, entre los que se encontraba ella. No tenía muy claro cuál era el objetivo de dicho viaje, o acaso no tenía importancia, o acaso le resultaba muy cercano. Ni siquiera sabía con nitidez la ciudad en la que estaban, aunque tenía cierto parecido con el lugar en el que había estado en un viaje realizado hacía poco tiempo. Lo que si tenía claro era que estaba decidido a decirle lo que pensaba y lo que sentía por ella. Nada de juegos, miradas y estrategias, de las que estaba ya harto. Todo iba muy deprisa y en un momento eléctrico sus caras se encontraron, quedando una junto a la otra con la mínima distancia de un aliento. El estaba decido a besarla, pero fue ella quien tomó la iniciativa y, rozándole los labios, le dio el beso sentido que tanto había deseado. Toda la oscuridad desapareció y la luz se hizo más fuerte, brillante y cegadora. El resto de los amigos no dijeron nada al ver lo sucedido, la nueva situación era para ellos normal desde antes de que los besados lo supieran……….
            En ese momento se despertó. Perplejo, se preguntó cómo podía ser que siendo tan real lo que había vivido y sentido, hubiera sido solamente un sueño. Recordó las reflexiones de la tarde del día anterior, se levantó de la cama y dando tumbos en la oscuridad, se fue hasta el ordenador, lo encendió y allí estaban escritas.
            Había dado “su” respuesta a la inquietud que le había llevado a relatarlas. El inconsciente había venido en su ayuda para cumplir el deseo que no había sido capaz de realizar en la vida real, exorcizando viejos fantasmas, bello fantasma rojo, que de vez en cuando, se le aparecía por el camino de los sueños. En el fondo, no eran las miradas de ellas, los juegos de ellas y las estrategias de ellas, lo que no entendía. Si no su propia incapacidad para el juego directo en este tipo de situaciones. Y su moderado grado de resentimiento provenía del hecho de que todas las miradas, todos los juegos y todas las estrategias vividas, no se resumieran en una sola mirada, en un solo juego y en una sola estrategia, en la vida real, de la mujer eclipsada en rojo, que en el sueño le besó.
            Apagó el ordenador y se dirigió nuevamente a la cama. Quería volver al sueño por si podía conseguir de nuevo estar donde estuviera ella. Era su locura de amor vivida en un mundo onírico e irreal. Ojeo un momento el libro de Javier Marías y de entre sus páginas cayó una nota en la que había escrito un pensamiento escuchado días antes, no recordaba donde: “El amor es como Don Quijote, cuando recupera la razón es que está a punto de morir”. Más tranquilo, apagó la luz y se durmió.       

miércoles, 2 de noviembre de 2011

NOSOTROS LOS IDIOTAS

A lo largo de la vida de las personas son muchos los adjetivos calificativos, o descalificativos, que sobre sus hombros caen por muy diversas razones. Nuestro comportamiento y nuestras acciones provocan en los demás múltiples reacciones que les llevan a etiquetarnos de muy diversas formas. En este caso, un señor que no me conoce de nada, me ha llamado idiota. Peor aún: idiota al cuadrado. Como suena. El diccionario de la Real Academia de la Lengua define así dicha palabra: Idiota: (del latín idiota, y este del griego) adjetivo. 1.- Que padece de idiocia (trastorno caracterizado por una deficiencia muy profunda de las facultades mentales, congénita o adquirida en las primeras edades de la vida) 2.- que carece de toda instrucción 3.- persona engreída sin fundamento para ello 4.- tonto, corto de entendimiento.
            Realmente, no sé a cuál de las cuatro acepciones se refiere. No tengo deficiencias mentales adquiridas o congénitas, más allá de las que me hubiera podido provocar en mis primeros once años de vida la dictadura impuesta en este país por un sátrapa cretino, gracias a mis padres he tenido la suficiente instrucción para poder pensar por mí mismo, creo que no soy engreído, aunque algunas personas puedan pensar lo contrario, y gracias a la instrucción recibida, lo que se dice tonto tonto, creo que no soy. Entonces ¿Por qué el señor Esteban Pons, miembro del P.P., se atreve a calificarme de esa manera?
            Las palabra exactas han sido: “no hay ningún español tan idiota que quiera al PSOE”. Es verdad que esta crisis se está llevando por delante los afectos de muchos ciudadanos por este partido, pero lo que no puede ignorar el ínclito Esteban Pons, es la tradición de izquierdas que existe en este país y por tanto el gran número de votantes de izquierda, que seguirán votando al Partido Socialista, y a los que ha insultado gratuitamente. Claro que, ¿y si planteamos su frase al revés?: “no hay ningún votante del PSOE tan idiota que sea español”. En cualquier caso el resultado es siempre excluyente por alguna de las partes. Blanco o negro, conmigo o contra mí. Puro ideario político excluyente.
            Por otra parte, este señor se ha cargado el sentido de la palabra democracia. Ésta responde a una forma de participación de todas las personas de un grupo y el poder reside en la totalidad de sus miembros, siendo las decisiones resultado de la voluntad general. Por tanto es esa voluntad la que tiene valor y todas las voluntades, expresadas libremente en forma de voto a cualquier opción política, deben ser respetadas. Esto es lo que en el fondo ha hecho el señor Esteban Pons: no respetar la voluntad de millones de ciudadanos de este país que, quiera o no, van a seguir votando a la izquierda. Y esto en un político de un país democrático y libre es intolerable. De nada sirven las excusas realizadas a continuación, un político que está en la primera línea debe tener la suficiente inteligencia como para pensar un poco antes de hablar. A este por lo visto le falta bastante.
            Y lo curioso del caso es que yo, aunque soy de izquierdas, no voto al Partido Socialista. Por eso me indigna más: me ha llamado idiota al cuadrado, ya que yo voto más a la izquierda. Es bien sencillo: si nos colocamos en una línea y vamos en dirección de la derecha hasta la izquierda nos saldría, siempre según este señor, lo siguiente: los llamados a sí mismos inteligentes a la derecha, los sencillos en el centro, los idiotas a secas en el primer tramo de la izquierda y, por regla de tres sencilla, los idiotas al cuadrado a continuación. Joder con el panorama.
            Vuelvo a repetir, y que quede bien claro, que no entro en los idearios y en las filosofías de los distintos partidos, sino en el hecho de que el voto de una persona que vota a un partido es igual de válido que el voto de otra persona que vota al partido contrario. Y esto es lo que no le entra en la cabeza a este sujeto. Mi voto, señor Esteban Pons, vale igual que el suyo, aunque eso no esté parametrizado en su línea de pensamiento.
Lo mismo que en la película francesa “La cena de los idiotas”, un grupo de amigos se reúne a cenar disputándose el dudoso honor de quien lleva como acompañante al más idiota, la impresión que me da su forma de actuar es la de un político intolerante que ve la política de este país como una gran cena en la que los que piensan como usted son los anfitriones y organizadores y nosotros los invitados idiotas. En este caso millones de invitados idiotas. Sin embargo, nosotros los idiotas, aspiramos a ser como el príncipe Mishkin, el personaje central de la novela de Fedor Dostoievski “El idiota”, que se caracteriza por su inteligencia, bondad, sentido de la corrección y la justicia. Le recomiendo, desde mi más absoluta humildad, que la lea.
Y así, en su infinita inteligencia, quede con “su” dios, porque supongo que, para usted, los dioses de los demás también serán idiotas.    

miércoles, 26 de octubre de 2011

LOS HERREROS: CALLE DESEO

Calle sinuosa como las curvas de la mujer más bella que jamás hayas visto. Corta y difícil como aquellas calles medievales enrevesadas intentando dificultar las acometidas de sus enemigos. Calle putativa que acoge a sus hijos sin preguntarles por su pasado y cobijándolos en su seno de amor y disimulo. Como la gran puta entrada en años, oficia cada día el gran ritual del dios Baco dejando entrar en sus entrañas a las diferentes generaciones de devotos del culto al libre albedrío. Mezclas imposibles de licores con nombres que parecen inventados después de la más cruda y peligrosa resaca. Siempre tiene una palabra de ánimo para los jóvenes que se inician con temor en este arte lujurioso como para los que curtidos en mil batallas ya perdidas, solamente divisan ya la luz del atardecer en su libido otoñal.
            Calle canalla y nocturna, ha sabido a su modo, desarrollar la teoría de la relatividad. En ella todo es lo que parece, pero al mismo tiempo nada es cierto. Maneja sus códigos y se necesita tiempo para aprenderlos. Con ellos puedes circular en ese mundo de grandes verdades y grandes mentiras. Cuando entras en ella, como en un gran agujero negro, el tiempo corre más despacio. La vida, mejor dicho, la noche, tiene otros biorritmos. Su corto metraje es un mundo en miniatura sin nada que ver con el exterior. Cuando sales de ella es como salir de una burbuja de tiempo finito a un mundo mediocre que intenta venderte sus certezas infinitas. Las mismas verdades y mentiras pero revestidas de corrección política y social.   
            Calle democrática por excelencia. En ella cabe de todo: rockeros, hippies, modernos, bacaladeros, chonis, lolitas, maduras y hasta granjeros que buscan esposa. Ricos y pobres, todos juntos, sin que a nadie le importe la clase social, si subes o bajas. Todos ellos quedarán igualados por el ritual sudoroso de conquista, por la exhibición sensual de los cuerpos en busca del goce rápido y sin preguntas. Feria de vanidades superficiales. En sus bares, la calle alcahueta oficia sin descanso el arte de su gremio. Relaciones imposibles más allá de sus límites se tejen y destejen sin descanso al abrigo de sus paredes y de la oscuridad más obscena. Como en un lupanar de posibilidades infinitas, lolitas de cuerpo largo y falda corta coquetean con rockeros pasados de vueltas, maduras que intentan no dejarse vencer por el tiempo dan sus últimos coletazos de amor y sexo prohibido, chonis de mercadillo de todo a cien caminan pisando con fuerza haciendo babear al moderno de pocos años y menos inteligencia. Todo el mundo vende su mercancía en el escaparate del deseo. Nada está diseñado por la razón y ese es su encanto. Calle viva donde la alcahueta te hace jugar a la ruleta rusa de lo prohibido haciendo que los amantes vivan su vida oculta como un tiempo muerto del partido de la negación más absoluta.
            Cuando entras en ella todo te puede pasar. Su música atronadora, que atraviesa sin dificultad las paredes de su cárcel material, te va acunando entre los vapores etílicos del brebaje elegido dándote una nueva identidad. Ahora ya eres un miembro más y si quieres, a nada ella te obliga, puedes pasar el límite que te separa de lo sensual. Juegos y miradas con sabor a sexo que se cruzan y entrecruzan entre unos y otros dando lugar a las más inverosímiles visiones orgiásticas.
            Como toda calle vividora, también es peligrosa. Te puede inyectar vida o muerte, según escojas tú. La alcahueta no se esconde nada y todo lo muestra. Solamente espera de ti que hayas asimilado sus enseñanzas y elijas bien. Nadie es culpable cuando te han advertido. Entre sus paredes también existe el arrepentimiento y va poniendo una vela a Dios y otra al Diablo e intenta purgar sus pecados ganándose el cielo, o intentando evitar el infierno, celebrando a su Virgen en una imposible romería laica llena de jolgorio e inocencia perdida.
            Calle criticada y denostada por no realizar sus trucos con guantes blancos, sino con las manos desnudas, y ser el resultado a contracorriente de una sociedad biempensante en la que se incrusta como un grano en el culo. Aunque se intentase, es imposible que desaparezca. Nadie puede hacer desaparecer su imagen en el espejo. Es la otra cara de la moneda, la más real y la más cruda, de una sociedad unidireccional y de pensamiento único.
            Como cantaba Antonio Vega, el sitio de mi recreo. Bendita tú naces entre todas las calles. Ego te absolvo de todos tus pecados, que son los míos. 

miércoles, 19 de octubre de 2011

EL GUARDIAN DEL TIEMPO

En el devenir cotidiano de la vida uno recorre inconscientemente la ciudad en la que habita por las mismas calles y travesías de siempre, construyendo al azar caminos invisibles por los que discurre su movimiento urbano habitual. Itinerarios circulares grabados en la memoria con los años de uso, pero que solamente tienen principio y fin, sabiendo desde donde salimos y adonde queremos llegar, pero sin que reparemos en las vidas de quienes siempre estuvieron allí, viéndonos pasar cada día. Personas y negocios que han crecido al mismo tiempo que nosotros o que incluso ya estaban aquí cuando nosotros empezamos a hacernos visibles en el entramado de vidas que forman la cadena vital ciudadana. Con el paso del tiempo uno acaba por incluir en su memoria dicho paisaje, sobre todo en este caso, los negocios tradicionales que han resistido a duras penas el empuje del progreso y la modernidad y se niegan, con todo derecho, a desaparecer.
            Y eso me pasa a mí con uno de estos negocios. Todo empezó cuando vi la película La bicicleta, de Sigfrid Monleón. En ella el dueño de un viejo taller de bicicletas del extrarradio, un anciano llamado Mario, antiguo ciclista amateur, construye una bici con diferentes piezas. Cada una tiene su propia historia. Tras regalársela a un niño de su barrio, pasa por una joven mensajera para acabar en manos de una mujer madura que acaba reconociendo en ella la mano de quién fue su amor de juventud y a quién no ha vuelto a ver. Dejando aparte el desarrollo de las historias paralelas que forman la vida de la bicicleta y las etapas del ser humano de adolescencia, juventud y ancianidad, lo que me hizo pensar en todo esto fue la imagen del taller artesanal y su dueño, condenado al cierre por el paso del tiempo y su similitud con uno que se cruza constantemente en mi camino: ciclos Piti.
            Está el local subiendo hacia el Arco de Doña Urraca desde la Puerta de la Feria. Negocio dedicado al arreglo de bicicletas y ciclomotores, como tantos otros que hubo en Zamora. Recuerdo ciclos Tera, en la carretera de la Hiniesta, donde de pequeños íbamos a buscar las gomas de las cámaras que usaban las bicis para hacernos los tirachinas con los que aterrorizábamos a los pájaros. Locales de un tiempo en el que tener una bici era tener un tesoro, pues no estaba al alcance de todos. No te digo ya un ciclomotor o vespino. En los que te arreglaban la bici montándole piezas de otras de desguace, creando híbridos difíciles de ver. Pero que funcionaban.
Vidas y locales alicatados con sucios azulejos blancos que vistieron nuestra niñez y que quedaron atrás acorralados por los nuevos tiempos en color. Olor a grasa acumulada, humo de tabaco y calendarios que, atrapados en el tiempo, siempre tenían el mismo año y el mismo mes. Como si al dueño se le hubiera olvidado el paso del tiempo o nunca hubiera querido pasar del momento allí señalado y lo tuviera de esta manera, siempre presente, intentando esquivar los estragos de la memoria. Tiempo de Los Bravos y su canción “Quiero un motocicleta”, señal de que algo estaba cambiando y con ello el presentimiento de que otras formas de negocio se iban acercando e iban a socavar esta forma artesanal de ganarse la vida.
            Pero volviendo atrás, este local todavía resiste. O eso parece. A veces tengo la impresión de que realmente su actividad cesó hace tiempo. Que su dueño simplemente abre su puerta, se pone el mono de trabajo y recuerda. Simplemente recuerda. Ve pasar a la gente en su ir y venir diario y creo que imagina otros tiempos, llenos de juventud y actividad plena que ya pasaron. Como en un bucle atemporal, creo que si viviera dos vidas, siempre que pasara por este lugar allí me estaría esperando para recordarme de que nada muere si se le recuerda. A veces me paro y lo observo allí de pie delante de su negocio y lo imagino como el último soldado fiel de la princesa Dña. Urraca guardando su puerta y palacio. Y que nos recuerda que nuestro tiempo también pasara y nos quedaremos de pie a las puertas de nuestra vida intentando no hacernos invisibles.
            Como el guardián cansado de un tiempo pasado y caduco. De un tiempo ya gastado.

miércoles, 12 de octubre de 2011

BAJO DUERO EXPRESS: CONEXION BIAR

Viernes, 31 de septiembre. Los integrantes de la Asociación Etnográfica Bajo Duero nos disponemos a realizar el último ensayo y dar los últimos retoques de chapa y pintura a la actuación que realizaremos al día siguiente “aquí cerca”: en Biar (Alicante). Nada extraño por otra parte ya que, sin proponérnoslo, hemos inventado una nueva forma de llevar la tradición de nuestra provincia a los lugares más lejanos: el folclore exprés. Como cualquier compañía de paquetería que se precie, aseguramos el envío dentro de las 24 horas siguientes. Ciudades como Málaga, Sevilla, Lisboa, etc, han sentido como el aguijón etnográfico del grupo Bajo Duero ha llegado, picado y desaparecido, dejándoles el deseo de haber tenido más tiempo. Pero así somos, rápidos como el viento. Eligieron la compañía más fiable del ranking de transportes etnográficos.
            Hay que decir que este tipo de viajes exprés nos hace subir la adrenalina y vamos poseídos por el espíritu de la diversión. Como siempre, tomamos unas cervecitas después del ensayo, no había prisa, ya que lo de ir a dormir unas horas se notaba que no entraba entre nuestros planes. Y en ese momento de euforia por los efectos de la pócima mágica, el núcleo duro decidió quedar para sumergirnos totalmente en el espíritu del viaje y empezar a disfrutar desde el primer momento. Así que nos encomendamos a mahou y bajamos con el tiempo justo de recoger el traje y eliminar líquidos no deseados.
            A las cuatro de la mañana del uno de octubre, veintiocho miembros del grupo subían al autobús que nos había de llevar a nuestro destino, no sin antes dar a conocer el viaje que íbamos a llevar a cabo a nuestros vecinos del local de ensayo y que así lo proclamaran a los cuatro vientos, ya que los medios de esta ciudad no se ocupan lo suficiente de nuestra gran labor de promoción del folclore. Eso vecinos tan comprensivos y que siempre saben, sin quererlo, cuando entramos y salimos. Les damos todas nuestras bendiciones.
            Ya estamos rumbo a Biar. Como no hay barco sin polizones, a nosotros nos colocaron dos por la cara y en nuestra cara. A veces parecemos una ONG del transporte. Con la lógica preocupación de a qué hora haríamos la primera parada, ya que la pócima mágica hace sus efectos de manera fulgurante, y este grupo siempre ha tenido gran preocupación en todos los viajes, fuimos tragando kilómetros al mismo tiempo que los más cansados, iban cayendo en los brazos de Morfeo. Para nuestra sorpresa, a las dos horas hicimos la primera parada, así que gran celebración por visitar el baño y primer desayuno de la mañana. Después de dar un rodeo por Badajoz, que es donde casi te lleva la M-50 para no entrar en Madrid, y coger todos los peajes habidos y por haber, a mayor gloria de las compañías concesionarias, atravesamos la estepa manchega hasta la segunda parada del viaje. Otra visita al baño para disipar temores y segundo desayuno de la mañana. Por bien alimentados no iba a quedar. Para entonces el autobús era ya un ir y venir de gente por el pasillo, conversaciones cruzadas de planes para la noche y comentarios varios. Y así, cerca de la una de la tarde, llegamos a Biar.
            Allí nos esperaban Joan Lluís y Ana, que se ocuparon de llevarnos a nuestra residencia, donde ¿dormiríamos? y comeríamos. Aquí hay que hacer un inciso: la organización de las habitaciones siempre ha sido divertida en este grupo. Se hicieron varias proposiciones no excluyentes: por matrimonios, por parejas asimiladas, por edad, por ganas de fiesta, por frecuencia de ronquidos y por intensidad de estos últimos. Un galimatías que siempre tiene final feliz, pero que cuesta encajar. Llegaron Manuel y Rodrigo, que los tenemos expatriados por ahí, y comenzamos una carrera contrarreloj en la que se descubre el significado de la expresión no tener un minuto de descanso. Visita por Biar, comida, visita bis, preparación de indumentaria, para terminar vestidos para la ocasión.
            Aquí hay que hacer un inciso. Durante la visita al museo etnográfico de Biar, Lolo y yo decidimos crear una comparsa de moros y cristianos. Evidentemente iremos de moros, ya que solamente nuestros cuerpos elegantes y altivos pueden portar los ricos trajes con que aquéllos se adornaban. Grupo restringido y con examen para entrar en él. Los demás serán nuestros cristianos. Del harán ya hablaremos.
            Gran actuación, vive Dios. Si el viaje a Biar era exprés, la duración de la actuación que había preparado nuestro presidente no fue precisamente corta. Fue lo más parecido a aquellos trenes correo que hacían paradas en todas las estaciones: nosotros paramos en todas las comarcas de Zamora. Pero a nosotros nos va la marcha y nos gusta, y por dejar el grupo y su tradición en el lugar que le corresponde, somos capaces de estar bailando toda la tarde. Así que con el deber cumplido y con las felicitaciones del público por nuestro quehacer, volvimos a la residencia para una ducha reparadora y cenar. Para entonces, algunos llevábamos más de 36 horas sin dormir, pero debe ser que con la mezcla de ganas de juerga con el baile tradicional puedes llegar hasta el infinito y más allá. Y como ya imaginareis, algunos y algunas llegaron, llegamos, vaya que lo hicimos. Alegría de vivir.
            Después de la cena, nuestros anfitriones nos tenían preparada una fiesta a la que nos sumamos con mucho gusto. Nuestros cuerpos estaban castigados pero con unos licorcitos preparados al efecto y unas “pilas” de la marca Alhambra, no cabe duda que nos nombrará embajadores de honor, nos vinimos arriba y entre pitos y flautas estuvimos bailando hasta las cinco de la mañana. Dos actuaciones en una. De nada, un placer. Con la división de habitaciones que tanto nos había costado conseguir nos fuimos a la cama a intentar conciliar el sueño durante las pocas horas que quedaban hasta el amanecer.
            La mañana del domingo la abrió Lolo con sus espectaculares madrugadas, esta vez aderezada con unas ardillas que deben madrugar tanto como él, y que le hicieron compañía. Algunos la dedicamos, otros se vinieron abajo con excusas de “BAR”, a visitar el castillo de Biar. Después del trajín del día anterior, para despejar la empanada mental, nada mejor que meterse para el cuerpo diez minutos de empinada cuesta muy semejante al Angliru. O por lo menos a mí me lo pareció. Se te quita la tontería de tal manera que no necesitas ninguna pastilla para el dolor de cabeza. Pero mereció la pena. Al bajar recargamos “pilas”, no tenemos remedio, en el bar del pueblo, nos despedimos de Manuel y Rodrigo y sin solución de continuidad, vuelta para Zamora. De camino, buscando un lugar donde comer, casi merendamos. Pero nos salvó el conductor que encontró “su” sitio y así pudimos darle gusto al cuerpo. Pero este viaje nos tenía preparada otra sorpresa. Aunque no era martes, ¡¡¡había mercadillo!!! Nos dimos cuenta cuando, entre voces y risas, empezaron a volar por los aires calcetines, vestidos y polos que había en una gran caja de cartón, dentro del bar donde hicimos la segunda parada: Grandes Almacenes El Gasolinero Feliz. Predisposición a la fiesta que no falte. Y así, como si viniéramos de una excursión a los mercadillos portugueses, llegamos a Zamora. Dos destinos en uno.
            Viaje duro pero divertido. Estamos acostumbrados y nos gusta el folclore de nuestra provincia y darlo a conocer. Así que ya estamos preparados para la siguiente salida. ¿Quiénes serán los agraciados con la nueva picadura?
            P.D. Agradecer a Joan Lluís, Ana y todas las personas que estuvieron siempre pendientes de nosotros.  

miércoles, 5 de octubre de 2011

TRILOGIA INFANTIL: LA ROCA ESCONDIDA

Pasaba el tiempo y nos hacíamos mayores. La civilización y el supuesto progreso iban sitiando al bosque, convirtiéndolo en un espacio de tránsito y aglomeración, y con ello, nuestros refugios fueron despojados del halo de misterio y secreto del que les habíamos dotado. Se imponía un paso más en nuestra búsqueda y exploración de un espacio físico y vital que fuera solamente nuestro. La salida más lógica era en dirección hacia la ermita del Cristo de Valderrey, y hacia los dominios de ese lugar totémico y de peregrinación para una amplia capa de la sociedad zamorana nos encaminamos.
            Vagando por el valle del arroyo y las laderas adyacentes descubrimos una encina majestuosa a media ladera que atrajo nuestra atención. Subimos y nos dimos cuenta que aquella encina ocultaba una roca enorme de la que el mismo árbol parecía nacer, dando la impresión de que lo estéril podía engendrar vida. Allí nos situamos tomando posesión del nuevo enclave, repartiéndonos las distintas ramas de la encina como habitaciones individuales para cada uno de los miembros de nuestra sociedad secreta. Pero ya todos sabíamos que nuestro pequeño mundo infantil había pasado.
            Las tardes pasaban demasiado lentas, como si la imaginación, que nos había guiado hasta entonces no dejando desfallecer nuestra infancia, se hubiera secado y quisiera salir en busca de otros espacios. En nuestros pensamientos anidaba ya la sensación de que la expulsión de la roca inclinada era más que una expulsión física. Era una expulsión de un tiempo y de una sociedad que estaba cambiando a gran velocidad, dejando atrás una forma de vivir condenada al olvido, junto con nuestras pequeñas aventuras infantiles, y que nos ofrecía, a cambio, otras oportunidades más acordes con nuestra nueva etapa de juventud.
            Ya ese lugar no era una tierra de frontera que defender, sino el lugar de destierro donde quedaría arrinconada nuestra niñez. Un largo y cálido verano en el que poco a poco fuimos asumiendo que un nuevo mundo estaba naciendo delante de nuestras narices y que debíamos formar parte de él. Que otras generaciones debían coger el testigo y defender, si eran capaces, el mundo de imaginación que nosotros habíamos creado. Alegre final de los setenta y principio de los ochenta donde dejamos atrás tantas cosas.
            Un medio tiempo en el que con nuevas ganas cambiamos el rumbo de nuestras vidas y le dimos la espalda a la infancia natural para explorar y conquistar la juventud urbana de la ciudad, que desde nuestro barrio nos atraía con falsas promesas de modernidad, como compradas en los factory de moda de temporadas pasadas. En busca de la naciente “movida” y con las movidas ocasionadas por el choque entre diferentes formas de entender el nuevo mundo que nos rodeaba, lleno de baratijas y oropeles de cartón piedra, peligrosos travestidos de oscuras épocas felizmente terminadas, pero que daban sus últimas bocanadas.
            Al final, cualquier etapa de la vida, no es sino simplemente la exploración y conquista de innumerables islas, rocas inclinadas y rocas escondidas. Cada uno tendrá sus nombres propios. La búsqueda del Santo Grial del imposible lugar perfecto donde desarrollar una vida plena y satisfactoria. Con el tiempo, haciendo balance, cada uno habrá explorado y conquistado numerosos objetivos y habrá sido explorado y conquistado a su vez. Habrá tenido éxitos y fracasos. Pero el balance siempre saldrá en positivo, porque positivo es todo lo vivido y experimentado.
            Y por eso este caminar en el recuerdo por los lugares de la infancia, provenientes de un recorrido actual por esos mismos lugares y con la nostalgia que dan unos cuantos años más a la espalda.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

TRILOGIA INFANTIL: LA ROCA INCLINADA

Dentro del constante deambular que nuestra infancia nos marcaba, llegamos a la roca inclinada. Fue el resultado lógico de nuestra afición a los descubrimientos. Una vez asentados en la isla, necesitábamos nuevos retos que conseguir y decidimos ir más allá en el territorio. Esta vez deseábamos alcanzar las cumbres que desde la isla veíamos en lo alto y que cierran el bosque de Valorio por sus laterales. Así que allí nos encaminamos.
            La roca inclinada no es más que lo que su propio nombre indica, un peñasco enorme, como un rectángulo puesto de pie, plano en su cumbre, inclinado peligrosamente sobre la ladera que da a la zona de la alamedilla, pero independiente del resto. Se ve desde todos los rincones y, más que un refugio, era como una atalaya desde la cual divisar todo el horizonte y el ir y venir de la gente. Además no era preciso escalar para encaramarse en lo alto porque desde uno de los laterales del terraplén contiguo, con un simple saltito, se podía llegar. Eso sí, con un pequeño tropiezo, tenías muchas posibilidades de caer por el otro lado. Y ahí sí que había metros de sobra para hacerse uno bastante daño.
Aunque descubríamos los nuevos territorios como verdaderos exploradores, la toma de posesión de esta roca, más se asemejó en este caso a la toma de un castillo por un ejército armado de ilusiones. Nos convertimos en los nuevos señores y, desde nuestro feudo, extendíamos nuestro poder sobre las nuevas tierras bajo su dominio. Habíamos llegado más lejos y nos convertimos en los defensores de la nueva frontera. Tierra, que en nuestra imaginación desbocada, estaba llena de escaramuzas y en permanente vigilancia ante posibles conquistadores.
Como los castillos importantes, nosotros también teníamos nuestro pueblo al que defender de los invasores de más allá. (Siempre de más allá, como nos enseñaban en la escuela. Educación de tintes épicos y falsa realidad histórica de aquel tiempo). En el fondo del valle, pasado el puente de la vía férrea, está un antiguo restaurante, hoy sin funcionamiento y en ruinas, pero que en aquel tiempo era muy frecuentado. Desde nuestra posición vigilábamos su devenir cotidiano, sin saber ellos que más arriba sus defensores estaban alertas para que nada interrumpiera su quehacer.     
 Tenía en sus instalaciones un circuito de motocrós en el cual se disputaban carreras los domingos, y que en su parte cimera lindaba con nuestra roca. Era el único momento en el que dejábamos profanar nuestra casa. A fin de cuentas, nadie sabría interpretar lo que suponía aquella especie de monolito.
 Tardes de verano encaramados a la roca hablando de nuestras cosas y comiendo el bocadillo, siempre más pan que chocolate, como ya sabéis, haciendo alguna incursión hasta el arroyo para proveernos de agua. Como la isla, aquella roca no tendría más de dos por dos, y allí tres o cuatro personas son muchas. Así que imaginaros la escena de tres o cuatro muchachos moviéndose a cámara lenta, por miedo a caer. Así nos veía la gente desde la carretera que va al Cristo de Valderrey preguntándose qué demonios hacían allí esos niños. A diferencia de la isla, a la que íbamos por los senderos del bosque, a la roca inclinada también se podía ir por el camino que salía a la derecha de los antiguos gallineros. Así teníamos dos caminos de llegada, pero también, por si acaso, de salida (seguíamos teniendo de postre melón o sandía prestados por nuestros súbditos).
Ahora todo ha cambiado. La gran invasora, que es la construcción incivilizada, ha cercado nuestro dominio por su lado norte, construyendo sus nuevos castillos de poder y dejándolo sin su aurea de dominador del entorno, convirtiéndose en los nuevos señores. Todo se ha vulgarizado con la vida cotidiana de los nuevos amos, incapaces de dotar a su entorno de la magia y la ilusión con la que nuestras mentes infantiles llenaron ese rincón. Incapaces de ver más allá de la inmediatez de los objetos y sin saber que hubo un tiempo en que una roca no fue una roca, sino un castillo. Que una lagartija no fue una lagartija, sino un dragón. Y que unos niños no fueron simplemente unos niños, sino guardianes de la imaginación y la fantasía, que los convirtió por un tiempo en caballeros andantes.