jueves, 30 de noviembre de 2017

LA MANADA

         Así, a primera vista, definirse como una manada no deja en buen lugar la posible contextualización humana que sobre sí mismos pudieran poseer todos aquellos que así se proclaman. Y la culpa, permítame que se lo aclare, no es del término en sí, sino de esa asimetría injusta con la cual proyectamos la singularidad humana hacia el resto del reino animal. Si me admite el inciso, luego vuelvo al hilo, siempre me ha resultado extraño el término “reino” para referirse a ese mundo del cual realmente procedemos y seguimos formando parte. Podríamos llamarle, por analogía, república, oligarquía, dictadura, o cualquier otra definición que, téngalo en cuenta, define más nuestra estructura social que las verdaderas relaciones que entre los animales se dan. Total, a ellos se la suda como definamos su escalafón social.

Somos nosotros, y nuestra soberbia sapiens, la que hace que tendamos a “antromorficar” lo ajeno. Sí, el verbo no existe, o eso creo, pero usted me entiende. Pero, a lo que íbamos, ¿manada? Una definición ya en desuso, le agradezco el matiz, explica la manada como una cuadrilla o pelotón de gente y, lo curioso del caso, es que si usted hace encaje de bolillos con este conjunto sustantivo, podríamos llegar al quid de la cuestión. Aunque así se presentaran, no tiene nada que ver con una manada de lobos, ni de leones, ni de tigres, ellos son nobles en su comportamiento en relación con su hábitat, sino, en tal caso, una manada de borregos, en el sentido más peyorativo de la palabra borrego. Tenga en cuenta que hay que completar el significado del término, pues de ello depende la calificación final. Pero, si consiente, le daré una explicación que a mí entender se antoja más certera: manada como simetría de pelotón de tarados mentales, como aquellos pelotones de fusilamiento de la guerra civil asesinado ideas, que ejecuta de forma planificada sus deseos aún en contra de los del contrario e incumpliendo todas las normas de legalidad y humanidad. Y, ahora, estaríamos hablando de una manada de asesinos. Sí, no ponga esa cara, asesinos del presente y del futuro del resto de nosotros.  

            Solamente una digresión más sobre el tema animal, no se impaciente: porque el lobo mata para comer, como el león o el tigre, ¿usted entiende como es posible que se les llame asesinos por ejercer un acto totalmente natural como es matar para comer? ¿Existe alevosía, ensañamiento? ¡No! ¡Hambre! Es una extrapolación maquiavélica que juzga y condena al animal de forma injusta. Y así, otra vez de forma antropomórfica, tachamos de asesino al lobo de Caperucita, por ejemplo, creando un imaginario colectivo sobre su figura que, ya ve usted, casi lo ha llevado a su desaparición. Como a otros muchos. Mientras, la raza humana crece de forma exponencial, sin medida, y, lo más terrible, es que de ella forman parte este tipo de sujetos. Totalmente prescindibles, desde un punto de vista académico, por supuesto. No se alarme.  

            Y, ¿cómo entiende usted el asunto del anonimato que, igualmente, sale a la palestra en todo este tipo de asuntos, siempre desde el punto de vista del acusado, faltaría más? Se exige una circunstancia que a priori no se cumple. Se da publicidad a una forma de actuación pública, por ejemplo, a través de las redes, formato vanidad, que, si el resultado no se ajusta a lo planificado, se niega al público. Y me resulta curiosa esta forma de entender la igualdad, más bien desigualdad, de procedimientos. Se invoca la seguridad, el posible ostracismo social de los sujetos en cuestión, bla, bla, bla. ¡Que no la fastidien! El carácter público de los actos a priori debe ser público a posteriori. Perdone el enfado que me surge de pronto, pero me es inaceptable asumir las distintas varas de medir que se aplica la humanidad según afecte a sus intereses. Incluso, le digo más, pues en algunas circunstancias el mejor anonimato no es la ocultación en sí misma, pues hacer surgir murmullos, rumores, malentendidos, sino aquel anonimato que, aunque público, está amparado por cualquier poder. ¿No lo entiende? Se lo aclaro: de nada sirve saber quién es el culpable, asesino o corrupto, si quien tiene que condenarlos está viciado, está manoseado, afectado de manipulación por quienes deberían ser neutrales, pero a los que, sin embargo, les puede afectar la condena, aunque sea de forma lateral o éticamente subsidiaria. Usted no es tonto y conoce, o debería intuir a lo que me refiero. Es ese anonimato público el que me produce más pavor, pues engendra en el que lo posee esa arrogancia, esa insolencia del que se sabe a salvo de cualquier delito.

            Pero, usted y yo deberíamos saber que esto tiene que finalizar de algún modo. Que desde que estamos en esta consulta ni usted ni yo cumplimos ninguno de los objetivos médicos que nos hemos propuestos. Lleva enseñándome manchurrones negros de formas difusas, aunque intuyo que para usted tienen algún sentido, durante todo este tiempo y yo, por mi parte, le aseguro que definir con una palabra esa geometría me parece castrante. En su lugar he ido exponiendo argumentos, algunos inconexos, lo sé, de forma que conociera mi universo existencial. No se ofenda, pero pretender que crea que unos borrones negros registran y explican mi concepto vital es como pretender estudiar para un test de orina: absurdo. Sin embargo, sobre esto, le propongo una última cuestión: ¿si yo, con las interpretaciones que le he dado, no me considero un loco, no sería más ajustado pensar que es usted, con el teorema del borrón e interpretación subsiguiente, el que está loco realmente? Porque ¿quién le presenta a usted estos lamparones y le diagnostica como a mí? ¿Nadie? Entonces hay que dar por supuesto que su concepción del mundo es la correcta y que, de natural condición, usted está cuerdo. Pues conjugue esta última reflexión: ¿quiénes hicieron los diagnósticos a todos aquellos que formaron parte de cualquier manada y les dieron aptos socialmente o laboralmente? No me responda ahora. En la próxima visita hablamos. 

jueves, 23 de noviembre de 2017

SENTIMIENTO BINARIO. PARTE II.

   Reniego con todas las consecuencias de la obligación, casi imperial, de ser lo que no soy. De tener que parecer lo que, por mucho que lo intente, no soy capaz de conseguir. Acepto sin complicaciones la ocasional predisposición, la realización esporádica del paradigma social que por nacimiento me toca vivir, pero no. Es un tópico al que, tristemente, nos hemos encargado de dotar de naturaleza, de exponer como condición intrínseca de nuestro paisanaje ante el resto del mundo. Pero creo que somos más, más que esa hueca categoría de alegría mediterránea sin fin, de cigarras de un sol elástico que ya se extiende por la mayoría del calendario. No, no quiero que me reconozcan donde vaya por esa condición, por incomodar exportando allí donde vamos nuestra vociferante procedencia. Una forma de apropiarse del cualquier escenario ajeno dando por sentado que allí donde fuéremos se debería cumplir nuestro decálogo existencial. Extrapolamos nuestros términos superponiéndolos a los otros con una ligereza limítrofe con la calamidad aumentando y certificando, dando carta de naturaleza ante los demás, de la exactitud de nuestro tipismo.

            Por otra parte, querido amigo, no soy contrario, como te he expuesto, a la algazara. Esa alma eslava, como nuestro común amigo define, debe salir al exterior de forma alterna entre periodos de tranquilidad pues, de lo contrario, estaríamos ciertamente muertos. Pero la forma es importante. Es una cuestión de sensibilidad, de un aliento profundo, amplio, pasional. De una liturgia donde todo es importante y no solamente practicar un hedonismo vacio, insustancial, carente de profundidad. Todo es un ritual, o debería serlo, y aquí, desgraciadamente, nos estancamos en la simpleza de lo obvio, de lo inmediato, convirtiendo la satisfacción de compartir el lúdico juego de la sociabilidad en papel mojado, en papel higiénico mojado, que no aporta más resultados que la inerte sensación de pérdida temporal posterior.

            De alguna forma, deberíamos reivindicar nuestra condición de heterónimos, versiones de nosotros mismos de igual valor al original puesto que no son más que la muestra palpable de nuestra diversidad emocional y racional. Y esa variedad nos prepararía para no refugiarnos en una grande y libre condición de ser, más propia de seres limitados, coartados, circunscritos a una reducción miserable de su condición humana. Aunque, lo reconozco, es fácil, a veces ineludible, huir hacia alguna de nuestras versiones buscando el refugio y el consuelo que la realidad nos avienta. Aferrarte a ese otro yo que habita en nuestro interior y externalizarlo. Vivir esa parte de tu vida que no aflora por la ubicación arbitraria del nacimiento y el aprendizaje social impuesto como condición de ser, de nacer. Un producto más de encasillamiento formal que únicamente sirve como identificación simple, y falsa, de nuestro yo ante los demás, pues nadie es igual a nadie aunque la simbología diga lo contrario, ni casan los mismo intereses, ni son iguales los procedimientos de comportamiento. Cualquier paraguas, como simbolismo identitario, no es más que un reduccionismo individual sustituido por una colectividad interesada. Y hay que decir no.

            Por eso, en estos momentos de zozobra, en donde la transformación de lo conocido hasta este momento provoca inquietud, es imperativo presentar la individualidad como escudo ante la masa amorfa, indefinida. Una imprecisión que puede arrastrarte hacia el abismo, a diluirte en el lodo del pensamiento único, irreflexivo, dejando a un lado la crítica  y la dialéctica como motor del pensamiento. Necesito alejarme del griterío ensordecedor que nos envuelve y bloquea, de las opiniones camufladas de conceptos, de los argumentos baldíos que no son más que nociones aprendidas de la propaganda partidista y dichas de memoria. Por eso, querido amigo, seré yo siendo otro, siendo otra perspectiva. Porque, a veces, es preciso desprenderse del ropaje cotidiano, unilateral, y aplicar nuestra multilateralidad como forma individual de enfrentamiento ante este caos tan uniforme en su concepción.

            Ya sabes, querido amigo, que no entiendo de fronteras, por eso mismo, daré un paso al lado y cruzaré la que tengo más cerca. Mi heterónimo vecino reclama mi presencia y creo que la propuesta es buena. Sinceramente creo que él es el original de mí mismo.

jueves, 16 de noviembre de 2017

SENTIMIENTO BINARIO. PARTE I.

          Querido amigo, es imposible esconder las ganas que a veces me asaltan de desconectar, de desconectarme de esta circunstancia tan opresiva, tan demoledora, tan difícil de escuchar y entender, aunque la intensidad de su eco escale decibelios en función, es así de triste, de la razón que unos y otros creen poseer. Como si este estado del alma, perdona si me expreso con una palabra de índole religiosa, ya sé que ni tú ni yo somos creyentes, necesitara que se le desconectaran todos los mecanismos que lo mantienen con un halo de consciencia. Una razón o verdad la mayoría de las veces sicótica, bipolar, en mero trance de autodestrucción. Y te aseguro que no quiero participar. No participo ni quiero que me hagan partícipe de su desaforado desequilibrio emocional tan rayano a la locura.

            Es este sincretismo general en posicionarse en oposición a todo lo contrario lo que me agota. Esa idiosincrasia tan particularmente nuestra de convertir la convivencia en un desequilibrado ejercicio de imposición imperativa, en un ejercicio de trazo divisorio en cuarteles menguantes. Necesitamos altavoces para comunicarnos cuando, en realidad, estamos a escasos metros unos de otros. Y eso es así, tú lo sabes, desde que nos levantamos y comenzamos a enfrentarnos a nuestra simple cotidianeidad. En casa, en el trabajo, en el bar, en cualquier lugar somos capaces de emborronar cualquier atisbo sonoro legible implementando el ruido como transmisor de pensamientos. El resultado es una amalgama de frases inconexas, palabras que viajan en busca de un interlocutor que las ubique, fonemas no natos que permanecen ahorcados en las cuerdas vocales de su autor. Y odio este continuo enjambre, este roncón perpetuo e incesante de voces vociferantes sin mensaje, sin contenido, superflua exposición de una forma de ser y de estar tan añeja.

            Y ese temperamento, esa naturaleza tan ajena a mí, me aleja cada vez más de esta comunidad de la que ya, creo, no formo parte. De la que tú, creo, tampoco formas parte. Porque hemos hecho, mejor dicho, han hecho de aquella condición un distintivo autóctono, incorporando esa peculiaridad al ser y trasladándola al ejercicio de cualquier actividad, incluso la pública, con lo que, al final, hemos ido cayendo en la incomunicación más absoluta, en el posicionamiento más abyecto como es la creencia de que cada facción, cada individuo, está investido de un aura de autenticidad que queda muy lejos de la realidad más pragmática. No somos más que piezas tratando de somatizar un contexto que no entendemos pero que creemos entender para así, de esta forma, apaciguar, aunque sea por un momento, nuestro propio destierro.

            A veces me pregunto si esta forma de pensar que te expongo es incompatible con ser muy o mucho. Ya te contesto: totalmente. Te lo digo, porque ya conocerás que, ahora, para ser reconocible como persona aceptable socialmente en este país debes cumplir con ese arquetipo. Y a mí, ya me conoces, me produce cierto repelús, cierta urticaria esos dos vocablos que denotan exageración, exceso, desproporción, deformidad, y, esto es lo peligroso, cierto tufo a autobombo interesado. Puede ser que nuestra historia, jalonada de conquistas, reconquistas, auto-conquistas y des-conquistas nos haya conferido una peligrosa inclinación a dotar cualquier acto u acción en nuestras vidas de un matiz exacerbado, con tendencia a la furia y la exasperación. Y ese es un mundo demasiado sórdido para mí, para mi forma de ver la vida, de vivirla, e, incluso, de morirla. 

jueves, 9 de noviembre de 2017

BANDERA ROBA, PEÓN MUERE

       ¿Quién ha decidido que la mediocridad, cuando no, la más absoluta mezquindad, decida que está bien o mal? ¿Quién ha decidido tirar al pato de la razón y cambiarla por ese rencor instalado en lo más profundo de sus genes? Es imposible aceptar que quienes son incapaces de hacer progresar a un país por los parámetros de una contabilidad ética se erijan en los paladines del control presupuestario de los que sí han hecho sus deberes. La intervención del Ayuntamiento de Madrid, que ha reducido su deuda consiguiendo superávit presupuestario, es una nueva boutade de un gobierno sumido en la más absurda y paralela realidad.

            Es imposible esconder el escenario de que dicha medida obedece más a un concepto de gobierno represivo, autoritario y, porque no, vengativo, que es capaz de restringir la inversión de los ayuntamientos saneados en el bienestar de sus ciudadanos por mor de una falsa política de estabilidad que solamente obedece a sus intereses. Semeja en su concepto con el saqueo que los bancos y cajas hicieron con los ahorros de los depositantes al cuadrar sus cuentas a costa de los mismos, al estructurar la economía del país en el deber de ahorrar de las todas las administraciones que no sean la estatal. Y esto adquiere una importancia capital en estos momentos en los cuales el gobierno del Partido Popular no puede ofrecer una recuperación real de las cuentas públicas al terminar con el desvalijamiento del fondo de pensiones, finalizando el espejismo que nos ha estado vendiendo, e incrementando los recortes presupuestarios para el próximo año. No le queda otra. Lo cual demuestra la falsa recuperación que han ido publicitando a lo largo de estos años funestos de una legislatura implacable con los derechos sociales.

            Y es inquietante pensar que, mientras se prohíbe generar bienestar y amparo social, ese mismo gobierno puede estar comprando armamento para el ejército, desviando gastos ocultos para su sostenimiento y, de paso, incrementado el déficit público que, aquí está la broma macabra, obliga a enjugar a ayuntamientos y comunidades autónomas. Pero, realmente, todo esto no importa. La última encuesta del CIS revela hasta que punto nos hemos convertido todos en unos auténticos retrasados mentales. Un ambiente de esquizofrenia general lo invade todo retratando de forma nítida una sociedad movida más por grandilocuencias, vísceras y automatismos nostálgicos que por lo que realmente importa: su futuro.

            Así, en la más absoluta impunidad, los Gurtel, Púnica y demás miembros de la mafiosa familia que conforma la derecha nos siguen robando, nos siguen metiendo la mano en los bolsillos, nos siguen privando de nuestros derechos, amparados por la impunidad que resulta de una sociedad en estado de metástasis colectiva. Parece ser que, mientras quienes nos roban vayan enfundados en su traje españolista, arrebolados con la bandera de España, no importa. Solamente importa el independentismo aunque puede que al finalizar la función nos demos cuenta de que nos han dejado a todos totalmente desnudos.
    
            Convendría que la razón se impusiera a la desfachatez, declararnos independientes sociales de este gobierno abyecto y, si nos aplica el artículo 155, con las mismas, empotrárselo por el culo.