miércoles, 31 de agosto de 2011

TRATA DE ARRANCARLA, CARLOS (OTRO ABSURDO ENTRE LA FAMILIA GAITON Y EL GAS)

Todos recordareis la famosa frase cruzada entre Carlos Moya y Carlos Sainz, creo que en el rally de Inglaterra, cuando se les paró el coche a pocos kilómetros de la meta y con ello perdieron el mundial de ese año, con la cual ironizo en el título de este comentario. Bueno, pues parecido es lo que nos ha pasado cuando hemos tratado de poner en funcionamiento la caldera de la nueva casa, dando de alta el gas.
Los antecedentes son: casa nueva, inmobiliaria sin ningún tipo de documentación técnica y búsqueda de la misma a contrarreloj. Ante la falta de papeles acreditativos, nos dirigimos al Servicio Territorial de Industria para que nos hicieran copias de las documentaciones entregadas por los distintos instaladores con el fin de poder dar de alta la luz, el agua y el famoso gas. Una vez conseguidas, no sin esfuerzo, ¡¡¡no nuestro, por Dios!!!, sino del funcionario que tenía que bajar al archivo a buscarlas, por eso tardaron seis días, se presentaron ante los distintos responsables de los suministros. Resultado del partido: fácil el agua, difícil la luz e imposible el maldito gas.
Con el fin de tener en una misma suministradora la luz y el gas, como tienen muchos ciudadanos, se decidió ir a la siniestra oficina que nos ha dejado en herencia Ibertrola, donde “dos amabilísimas” colaboradoras de la compañía citada nos informaron de que con la documentación aportada para el gas, la compañía Gas Natural-Endesa, dueña de las instalaciones, no consentiría el alta. Nos pedían dos certificados nuevos, a mayores de los presentados. A todo esto, se nos informó de que Gas Natural había cerrado la oficina de Zamora y que había que remitir la documentación a León, con lo cual la contestación tardaría unos 15 días. ¡¡¡Horror!!! Otra vez los miembros de la familia Gaitón en lucha a muerte con el ejercito del gas, que nos mandaba por delante a unos lacayos como avanzadilla de choque para que desistiéramos de nuestra intención. A veces pienso que tratar con el gas es como desembarcar en Normandía, tal y como sale en la película Salvar al soldado Ryan. Totalmente calamitoso.
Así que empezamos un nuevo peregrinaje, que ríete tú del Camino de Santiago, volviendo a la administración en busca de dichos certificados. Y, por supuesto, caímos en las garras de la Ley de Murphy. Imaginaros el peor escenario, pues ese es el que se produjo. En el S.T. de Industria no estaban los papeles requeridos. Cosa lógica, si como nos dijeron, no era obligatorio para el instalador presentarlos al pasar la inspección de obra nueva. Aquí ya te empiezas a mosquear, porque si no son obligatorios, para que te los piden. Pero, en fin, tiramos para adelante. Tratamos de localizar al instalador, pero éste, según nos comentaron, había desaparecido cerrando el negocio y dejando numerosos pufos. Según las malas lenguas estaba en la República Dominicana. Un poco de cotilleo no viene mal. Para relajar.
¿Qué hacer después de una semana perdida en idas y venidas? Acudimos a un amigo fontanero e instalador de gas para que nos diera consejo. Se ofreció a hacer los certificados requeridos y presentarlos en Industria, pero a la vista de la documentación que obraba en nuestro poder, se extrañaba de todo lo que estaba pasando. Y hete aquí, que haciéndose la luz, fuimos al lugar donde se suponía que había estado la oficina de Gas Natural. Coño, y ahí seguía. Después de unos segundos de reflexión para no ir a la oficina siniestra de Ibertrola y liarnos a ostias con las Brujas de Salem que la atienden, entramos en la oficina de Gas Natural y, aquí sí, una amable señorita nos atendió convenientemente. Pero ahora viene lo bueno. Nos informó de que no era verdad que ellos solicitaran obligatoriamente los certificados que nos habían pedido en Ibertrola y que solamente con la documentación que teníamos, número de cuenta y d.n.i. se podía solicitar el alta. Entonces se produce la pregunta del millón: ¿por qué la distribuidora secundaria pide unos papales en nombre de la compañía titular para dar un alta, cuando la compañía titular de la instalación no los necesita para la misma? Misterio insondable, como el tres en uno, digo la Trinidad.
Una vez más el gas, como el quinto jinete de la apocalipsis, aliado con las Hermanas Dalton que atienden la oficina de Ibertrola, han intentado que esta familia sucumbiera en clara derrota ante su supuesto poderío. Pero hemos triunfado de nuevo. Conseguí dominar a la libertaria de mi caldera de gas (ver post “La República independiente de mi caldera de gas”, en tag: casi personal) y ahora, la familia unida, que, por supuesto, jamás será vencida, ha conseguido dominar al imperio del lado oscuro de la fuerza. Del gas, por supuesto.
En fin, que este sainete de Arniches ha acabado solicitando el alta en Gas Natural-Endesa y la luz, que estaba en Ibertrola, la pasaremos, en clara venganza, también a la primera. Pero juro que como me cambie de casa, será con chimenea. Con ella, la mantita y la añorada bolsa de agua de toda la vida trataré de pasar los inviernos venideros.

miércoles, 24 de agosto de 2011

SUPRIMIMOS O ¿QUE?

La propuesta del Presidente italiano, Silvio Berlusconi, de suprimir ayuntamientos para paliar el déficit de las administraciones públicas, ha causado más revuelo mediático del que cabría esperar dentro del ámbito estrictamente político. Aún siendo una medida encaminada a reducir el gasto no productivo en la administración, se juntan en este caso razones de índole sentimental, de origen y de pertenencia a un lugar, que crean multitud de conflictos entre los habitantes de los diferentes municipios posiblemente afectados.
En España, con unas elecciones a la vuelta de la esquina, ha servido como arma arrojadiza entre los distintos partidos políticos, una vez que el candidato por el PSOE, se decantara por aplicar dicha medida y ampliarla a las Diputaciones Provinciales. Aunque desde el PP se le ha tachado de oportunista, ya el Partido Socialista de Navarra llevó en su programa electoral a las pasadas elecciones municipales y autonómicas dicha propuesta, que valoró con la desaparición de los municipios con menos de 2.000 habitantes y con un ahorro para las arcas públicas de 1.956 millones de euros anuales. Los municipios a desaparecer deberían fusionarse para llegar a la cifra citada y así poder tener unos servicios de calidad.
En Castilla y León, este debate no ha sido ajeno, por cuanto es una de la Comunidades Autónomas con más municipios de España y, al mismo tiempo, con menos población, dando por tanto un ratio por habitante y municipio verdaderamente paupérrimo. En la provincia de Zamora existen 260 pueblos con menos de 100 habitantes y en el año 2.009 se perdieron 1.556 habitantes, lo que supone un 0,8% de la población. Cifras que definen el futuro poco halagüeño de estos municipios e incluso de la provincia en sí. Con estos datos, ¿qué camino tomar?
En principio habría que diferenciar entre tener ayuntamiento y, por decirlo de alguna manera, tener pueblo. La gente está mezclando estas cosas y creyendo que la desaparición del primero trae consigo la desaparición del segundo. Y esto no es correcto. No se puede intoxicar a la población con esta disyuntiva de mediocridad política. Por esa regla, pueblos como Robledo de Sanabria, Ungilde, Ricobayo, Villaflor, etc, no existirían y sin embargo son lugares que existen y en los cuales, si preguntas a sus ciudadanos, no los cambiarían por otro lugar. Porque como se señaló al principio, aunque no exista un ayuntamiento físico, el origen, la pertenencia a un lugar y, sobre todo, las ganas de vivir y luchar por él, no dependen de un caserón con bandera.
En la mayoría de estos pueblos, el edificio consistorial es un almacén de estancias vacías y sin ningún cometido. Lo mismo sirve para un vino en las fiestas que para guardar todo lo que no sirve. En algunos lugares se le pretende dar uso como consultorio médico, sin las mínimas condiciones habitacionales. Solamente fachadas bonitas con banderas, inauguradas con la mayor pompa y boato posible para mayor gloria del los políticos de turno.
Y por aquí puede empezar el ahorro con la medida de suprimir ayuntamientos. No se puede derrochar en la construcción de estos edificios sin vida, salvo que sirva a los intereses de constructores locales. Podríamos seguir con los gastos de personal. La lectura de los gastos de personal, corriente y de inversión, de algunos ayuntamientos es para palidecer. En algunos ayuntamientos con presupuestos de 60.000 € y 70.000 € los gastos de personal, secretario y en algunos un auxiliar, se lleva el 50% del presupuesto. Esto, que de por sí es una aberración, se complementa con otro 30% en gasto corriente, con lo cual queda un 20% para inversión real. ¿Cómo es posible el mantenimiento de ayuntamientos que no son capaces de crear inversión productiva para sus ciudadanos por falta de fondos? ¿Es lícito que haya que mantener estas minúsculas administraciones cuya única función es retroalimentarse a sí mismas? De esta manera quedan a merced de la instancia superior en la administración, y también sujeta al debate de su desaparición, la Diputación Provincial, que puede no invertir en ese municipio por no poder el ayuntamiento sufragar el porcentaje que le corresponde para la ejecución de obras.
No es entonces más lógico agrupar dichos ayuntamientos en uno más grande, que diera sentido al mandato de servicio público de calidad y que no dispersara los fondos en gastos superfluos en su propio funcionamiento. Un ejemplo: si el ayuntamiento de Zamora tiene un secretario, no sé si interventor, para una ciudad de 65.000 habitantes aproximadamente, ¿por qué ayuntamientos de 500 o 1.000 habitantes tienen el mismo número?. Me da igual la clasificación o escala que tengan en cada caso. Porque con un secretario como el de Zamora podríamos atender a 60 municipios fusionados y nos ahorraríamos dicho coste en personal. Municipios agrupados con un centro de salud en condiciones y para un gran número de habitantes, ayuntamientos equipados para dar solución administrativa todos los días del año a sus ciudadanos, etc.
En La Opinión de Zamora, del día 21 de agosto, el Presidente de la Diputación Provincial de Zamora realiza unas manifestaciones sobre este tema, que indican más una cierta inquietud sobre el futuro político de su cargo, que por dar una solución razonable a este tipo de administraciones. Ámbito, el de las diputaciones provinciales que, desde la creación de las autonomías, queda dentro del radio de acción de las delegaciones territoriales de la Junta de Castilla y León. Y si hay que reformar la Constitución, se hace. ¿Por qué ese miedo a tocar su articulado? De paso se podría suprimir el Senado, ¿para qué sirve? y reducir el número de diputados ¿para qué tantos?
Por cierto hay que saber bien que es el gasto corriente y los gastos de personal y diferenciarlos bien de los servicios que como administración se prestan. No hay que vender motos. Y otra cosa para finalizar, señor presidente: si no hay diputaciones ¿se acaba el campo, el mundo rural? Uhm….

miércoles, 17 de agosto de 2011

SANIDAD EN TIEMPOS DE CRISIS: LA VUELTA DEL DOCTOR ROSADO

Salía de Centro de Salud que me corresponde por lugar de residencia, al cual había acudido por un asunto menor, o eso creía yo, cuando me encontré con Juan. Un antiguo amigo.
- Hola Juan, ¿qué haces?
- Nada de particular. Vengo al Centro de Salud. Tengo cita para las once. ¿Y tú?
- Pues nada. Yo ya he tenido la cita. Tenía una cosita en la mano y vine a consulta.
- Pues por la mano vendada, parece que lo que tuvieras te lo han extirpado. ¿Cómo ha ido?
- No sé. Ha sido extraño. Entré y rápidamente el médico me examinó la mano y concluyó que era un papiloma. Luego lo llamó, creo, ojo de gallo. Supongo que será lo mismo. A continuación procedió sin más dilación a la operación.
- Así sin más. Espero que todo bien y sin dolor, supongo.
- Aquí viene lo bueno. Fue al cajón de su mesa y vino con un alicate negro, descascarillado y sucio. Empezó a hurgar en el papiloma y cuando había raspado todo alrededor del mismo, tiró con todas sus fuerzas.
- Pero vamos a ver, Carlos, no me vaciles. ¿Con un alicate de mecánico? ¿Sin anestesia, aunque fuera local? ¿A lo burro?
- Que sí. Un alicate de los que se usan para arrancar tornillos. Créetelo. Y claro, me hizo daño. El tipo no le dio importancia, como si fuera lógico que el paciente sufriera un poco. Te juro que me sentí como si fuera Pedro Picapiedra en Rock City. Como si hubiéramos retrocedido a los albores de la medicina.
- Pues por lo que me cuentas, muy mal tiene que estar la sanidad, para que tengan que utilizar este tipo de material y no el quirúrgico, que sería lo normal. Será para que les dure más, con la crisis que hay no tendrán dinero para muchas compras.
- Lo bueno de esto, Juan, es que si este tipo de intervenciones se realizan así, se puede dar autorización a los talleres mecánicos para que ellos también lo hagan, ellos sí que tienen muchos alicates y todo tipo de herramientas, y así multiplicaremos por miles los centros de salud y acabaremos con los tiempos de espera. Te imaginas: tengo cita para extirparme las amígdalas en los Talleres Ramón. Así se cumple en toda su extensión el dicho de hacerse chapa y pintura cuando vas a una revisión médica. Como auténticos Robocops. 
- Ya, y de paso te pueden revisar el coche. Se podrían hacer las dos revisiones al mismo tiempo y serviría el libro que te dan cuando compras el auto. Creo, Carlos, que hemos dado con una idea revolucionaria. Podríamos añadir a los electricistas y así tendríamos también electroshock.
- Bueno, Juan, no nos dispersemos. De verdad que me sentí como si fuera el hombre biónico. Fíjate que le iba a consultar que me duele una pierna y me lo calle. No siendo que le diera por sacar una sierra. Por cierto, ¿por qué te estás poniendo blanco?
- Porque con tanta charla se me había olvidado a lo que iba a la consulta y al mencionar la sierra me lo has recordado.
- Pero ¿a qué vas?
- Joder, tengo problemas de erección.
- Mmm…., lo siento por ti. Creo que después de hoy te tendré que llamar Juana.
- Menos cachondeo. Aunque siempre podré sacar un dinerito extra haciendo horas extras con mi nueva condición.
- Pues aquí, Juan, perdón, Juana, tendrás a un rendido admirador.
- En fin, me arriesgaré. Puede que tenga suerte y mi médico no sea tan cavernícola como el tuyo.
- Suerte. Hasta la vista.


Esto, que es una fabulación, tiene un poso de verdad, como lo acredita el agujero que tengo en la mano desde que fui al médico el viernes pasado.

miércoles, 10 de agosto de 2011

PROSA DE SOLEDAD (Y DERROTA)

Acababa de llegar a la casa rural que había contratado por internet. Deshizo la maleta de viaje y se aseó un poco. El viaje no había sido muy largo, pero le invadía una sensación de malestar que atribuyó al sudor propio de todo camino. Abrió el mini bar que tenía en la habitación y se sirvió un whisky con agua, que empezó a beber sentado en la terraza cubierta de la habitación. Siempre le había parecido que echarle agua al whisky era menospreciarlo, pero así lo pasaba mejor. Eran las siete de la tarde y a través de los cristales le llegaban los ecos sordos de cohetes de alguna fiesta que se estaba celebrando en el pueblo cercano. Tanta huída para esto, pensó. Pero, ¿de qué huía?   

Al pensar en ello cayó en la cuenta de que era de la soledad de la que huía. Y que para ello había decidido buscarla conscientemente, como si encontrarse cara a cara con ella le reportara las respuestas que siempre estuvo buscando. Aunque no sabía tampoco para que las quería. Si le servirían de algo. Sus pensamientos le llevaron al  principio de su vida, cuando empezó a tener un cierto conocimiento del entorno en el cual se desarrollaba su inocente infancia. Allí ya tuvo el primer atisbo de su presencia. La pre soledad del niño, a caballo entre finales de los setenta y principios de los ochenta, que muchas veces en su infancia no tuvo claro porque debía jugar constantemente a indios y vaqueros, cuando de vez en cuando, le apetecía parar y contemplar la vida que se desarrollaba a su alrededor. La soledad real cuando, armado de valor, se dispuso a realizar lo que realmente le gustaba y fue declarado “raro a la infancia”. Aunque siempre tuvo claro que esos momentos eran importantes en la vida de un niño. Piensa que, quizás, así no estaríamos todavía pegando tiros. Antes a los indios, ahora a la amistad, a la belleza, a la diferencia, al otro…

La soledad del veinteañero, ahora sí, inmerso en los horteras años ochenta, empeñado en su individualidad frente a la inagotable producción en serie de tribus juveniles que enseguida pasaban de moda. Movidas musicales y estéticas sin mucho valor, el que era y es un amante del rock progresivo y el rock urbano de los setenta. Sociedad de un falso progresismo y de un bienestar que estaba lejos de ser real. Lo sabía, pero en la supuesta movida,  no era moderno ser reflexivo. Cambió el vivir en la calle por la lectura, cambió una vida loca por saborear con lentitud lo bueno que tiene la misma. Impasible ante su alejamiento de la corriente dominante del “buen rollo”, siguió con su estilo de vida. Sabía que había tiempo para todo y no dudó nunca, aunque fue declarado “raro a la juventud”.

La soledad del treintañero de los dispersos años noventa y principios de siglo XXI, ya curtido en mil batallas y que, a pesar de haber vencido en muchas, tiene la extraña sensación de que nunca se verá recompensado. Ya duda de si hay tiempo para todo. Puede que sus méritos sean admirables, pero la sociedad inventa nuevas corrientes que aglutinen a la gente para que una vez en ellas, sean más manejables. Su inveterada oposición a difuminarse en la mediocridad de la masa, hace que nunca pertenezca a ninguna de ellas y por tanto a que no sea manejado. Pero eso trae consigo el mismo peaje de siempre: el alejamiento. Y como siempre la declaración de “raro a la pre madurez”.  Es verdad, muchas veces buscado. No sabe adónde pertenece, pero si sabe adónde no. Quizás por eso, por su forma de celebrar la vida, en la que cada momento puede ser el último, nunca tuvo suerte con sus relaciones. Esa vida sujeta a los tiempos marcados por una sociedad que, precisamente, nos controla a través de ellos y que hace caer en la rutina y la vulgaridad cualquier atisbo de plenitud. Ahora calla. Cree que las palabras están sobrevaloradas.

Ahora se encuentra en la madurez. Busca la soledad física porque es más tolerable que sentirse solo en medio de la multitud. Ya es consciente de que ha perdido la guerra y que por mucho que lo intente, por mucho que se relacione, su soledad interior se ha convertido en su estado natural. Eso y una extraña propensión hacia la desilusión y el desencanto. Se ha convertido en un mero espectador de la alegría de los otros. Participa intentando no molestar y quedándose siempre en la periferia de la celebración. El no tiene nada que celebrar. Después de todo, piensa, a lo mejor no era de la soledad de la que huía, sino de la derrota. De la constatación real de que nunca ganaría y que siempre se movería por pequeños círculos intelectuales que al final, no serían más que grupos colaterales de la verdadera corriente triunfante: el pensamiento único y uniforme que como un traje a medida se pone la sociedad para aparentar ser una sociedad moderna.

 Por tanto, solo le queda esperar a que acabe la película de su vida y que alguien tenga la amabilidad de poner: FIN.

miércoles, 3 de agosto de 2011

A FALTA DE CEREBRO, ME TUNEO


Últimamente asisto todas las mañanas a un espectáculo cómico, a la vez que algo peligroso, en el trayecto desde el lugar donde vivo al trabajo. A la misma hora que salgo del garaje de mi casa, viene por la carretera de Salamanca hacia el Puente de Hierro una camioneta de pescado, de esas que llevan caja de refrigeración, con tal prisa, que da la impresión de que la mercancía que lleva está a punto de caducar. Es como si nadie pilotara el cerebro de su conductor.

Los primeros días me causaba extrañeza la velocidad a la que entraba en la ciudad, haciendo eses entre los coches distribuidos entre los dos carriles y adelantando como si le persiguiera el diablo. Y precisamente la camioneta se parecía al camión de la película de Steven Spielberg, El diablo sobre ruedas, ya que se acercaba tanto a los coches que le precedían que más parecía querer sacarlos de la carretera, agobiándolos con sus arremetidas macarras o, tal vez, quería que lo transportaran “de gratis” subiéndose encima. Os recomiendo que veáis dicha película, ya veréis como encontrareis similitudes con algún kamikaze que os hayáis encontrado por la carretera.

Pero,  a diferencia del camión de la película, al que nunca se le ve el conductor, esta camioneta si lo llevaba. Vaya que lo llevaba. Una joya. Iba el bandarra tuneado con pelo mohicano, pendientitos de barbie ejecutiva, camiseta amarilla fluorescente sin mangas y gafas tipo King África, que más que para el sol, parecían que eran para protegerle de una explosión solar. Tengo que reconocer, que ante tal atentado al glamour, estuve a punto de acabar empotrado en la oficina de Caja España. Había decidido dejar que me adelantara intrigado por tamaña conducta al volante. Pero los que me conocéis ya sabéis que para burro yo, y varios días que me lo encontré le hice pasar el citado Puente de Hierro a 20 km, por zoquete. Interpretando los aspavientos que hacía, se debía de estar acordando de toda mi familia. Aunque a lo mejor estaba bailando reggaetón, con esta gente nunca se sabe.

Al verle la indumentaria, me imaginé el porqué de tanta frustración al volante. Debía pensar que el mundo era muy injusto con él. Tener que hacer esa cosa tan vulgar como trabajar, y además en una ciudad como Zamora, cuando durante el fin de semana era el rey de las discotecas de nunca cerrar. Allí sí que era feliz. Con su coche tuneado de mil maneras diferentes, que podría ser cualquier vehículo estrafalario de la serie de dibujos animados de Los Autos Locos, y la música a todo trapo con el último éxito pachanguero, el mundo vulgar dejaba de existir de viernes a domingo. Entraba en el mundo virtual del polígono, en el que reinaban las chonis, como Penélopes de mercadillo y él como cualquier Pedro Bello iniciando sus rituales de apareamiento, solamente para iniciados en ese mundo, dado el carácter de encefalograma plano que tienen su vocabulario y sus comportamientos sociales.

En fin, creo que este hombre solamente será feliz si lo trasladan a repartir el pescado, en cualquiera de sus acepciones, a la ruta de la Malvarrosa. Allí, en ese paraíso de lo hortera, pero lleno de discotecas con muchas lucecitas de colores y karaokes, surgirá toda su personalidad de bacaladero y entre su gente podrá llegar a su plena madurez.

Eso sí, lo echaré de menos. Ya era como de la familia.