martes, 29 de marzo de 2016

DIOS ES ATEO

                Estoy convencido de que Dios, cualquier dios, es ateo. Y entendamos todos este concepto, “Dios”, como la noción suprema de cualquier religión, secta o comunidad de creyentes que vertebre o acaudille cualquier manifestación social o de devenir histórico. Lo podemos llamar Dios, fuerza, energía, o cualquier otro vocablo que vista de forma “ad hoc” nuestra vocación, devoción o adoración. Todos los dioses son ateos, no puede ser de otra forma, a la vista de lo que en su nombre perpetran cada día sus más fieles y acérrimos seguidores y la pasividad, vestida con el casposo traje de la endogamia, con la que el resto del rebaño, cada uno a lo suyo, acepta y asume esos comportamientos tan cerriles y silvestres. Incluso si no nacieron, ellos, los dioses de los que hablamos, o los nacieron, como a Leopoldo Alas Clarín en Zamora, o surgieron de un fogoso y fecundador big bang espiritual, como ateos reconvertidos no les ha quedado más remedio que virar en su apostolado universal de cualesquiera de los universos conocidos y desconocidos, que para eso son dioses, hacia posiciones en las que ni ellos mismos deben creerse su propia naturaleza divina y su posible existencia.

            Pero, ¿por qué no manifestarlo sin miedo?, eso les ha pasado por ingenuos y crédulos, ¡qué ironía!, por dejar en manos de la humanidad los asuntos del negociado del culto, con la propensión que tienen los seres humanos a tergiversar cualquier verdad, o mentira, en beneficio propio y dar por absoluto e incondicional su credo en detrimento de los demás dogmas, que, para ellos, no son más que infieles y perjuros que arderán en los calderos de los satanes particulares que cada religión pone al servicio de los más herejes de su rebaño y de los sediciosos que componen las otras religiones, que para la subjetividad chovinista que gastan las distintas facciones religiosas que habitan nuestro mundo, son siempre unas falsarias o “no verdaderas”.

            Debe ser divertido asistir a las reuniones de la Convención Universal de Dioses y Otros Entes Espirituales, la Theos-con, un lugar de presentación de las últimas novedades y de las nuevas y piadosas tendencias en creencias varias, intentando captar cuantos adeptos mejor, el negocio así lo exige, para cada una de las múltiples causas espirituales y observar como la incredulidad y el pasmo van inundando las almas cándidas de estos seres infantiles, los jefes superiores de la cosa, que no saben que monstruos creaban cuando se pusieron a jugar con los dados. Caras descompuestas, eso sí, si tienen cara, ya que no he tenido la suerte o la desgracia de percibir ninguna aparición milagrosa, tipo Fátima, para descubrirlo y la otra alternativa, según los distintos creyentes, es palmarla, y, en estos momentos, vaya usted a saber porqué, no estoy por la labor, aunque digamos que he tenido mis momentos, ¡humano que es uno!

            Que los practicantes de las distintas religiones tengan la fe suficiente para aceptar que los seres humanos estamos hechos a semejanza de sus dioses particulares, es, aparte de meritorio, por candidez e ingenuidad más que nada, reconocerse uno mismo, bueno, ellos, en una de las mayores chapuzas de la historia de la construcción en todas sus variantes edificativas. Conviene razonar que, si visto lo visto a lo largo de la historia, realmente sí somos el reflejo exacto de sus divinas presencias, no cabe la dicotomía entre el bien y el mal, ya que el primero quedaría sobrante en este aquelarre de despropósitos con el que nos conducimos a su imagen y semejanza, ya que la similitud abarcaría tanto el aspecto facial como el de la conducta. Crear toda una serie de manuales para el buen comportamiento y que este nos lleve al cielo “celestial” no deja de ser una broma pesada, como una especie de juego virtual en el cual el objetivo es engañar a cuantos más incautos mejor, vistas las interpretaciones maniqueas que los intermediarios celestes en la tierra hacen de los mismos. Y si no, ¿Cuándo los dioses volvieron la cabeza y no se dieron cuenta de que su invento se les iba de las manos? ¿Cómo fue ese momento de pasmo en el que, sin dar crédito a sus ojos, observaron con estupor como la humanidad hacía de su capa un sayo y se dedicaba a interpretar a golpe de garrota, mandoble, espada, pistola o bomba, sus supuestas enseñanzas?

            Se produjo entonces un desequilibrio evidente de la percepción del mal. Como el médico inocula el antibiótico en el enfermo, las religiones inocularon en los hombres la extraña condición de sentir el dolor por distancia y colectivo: cuando les ocurre a los otros, o esos otros están lejos, el dolor pasa como una brisa que se justifica de forma cómoda en su supuesta barbarie, pero cuando el dolor afecta a los nuestros, aunque esos nuestros estén lejos, es un atentado contra todo el orden establecido, contra todo lo que representamos y nos acabamos indignando pomposamente. Una vara de medir a escala particular, una ley del embudo xenófoba. ¡París! ¡Bélgica! ¿Pakistán? Hipocresía.

martes, 22 de marzo de 2016

NO MODIFICARÉ MI OPINIÓN

             Existen múltiples muros, justificados o no, inexplicables o explicables. Existe el muro físico, el más común, aquel construido con elementos de la propia naturaleza o con materiales fabricados artificialmente por el hombre, visible, palpable, y, por lo tanto, con la posibilidad de derribarlo, destruirlo, o, al menos, con la posibilidad de intentarlo. Incluso existen el muro de sonido de la Motown y The Wall, de Pink Floyd, si se me permite la frivolidad. Pero existen otras clases de muros más sutiles en los cuales la línea divisoria entre las partes que dividen y separan es más delgada, es más tenue, es más etérea. Son esos muros sociales, económicos, sicológicos, religiosos, mentales…, que son aprovechados por los más privilegiados o por los poseedores del poder y de los resortes de la fuerza, ya sea militar o policial, para fijar en niveles estancos a quienes son considerados los “otros”, “los enemigos de su bienestar”, aquellos que, menos favorecidos por las circunstancias y por el acontecer histórico, aspiran a dignificar su vida compartiendo, por derecho, algún fragmento que equilibre la balanza.

            A lo largo de la historia, la humanidad ha ido alzando infinidad de muros de todo pelaje y condición que, en el fondo, solamente han servido para ir añadiendo al bagaje de la humanidad capas y capas de mierda que, como estratos geológicos, conforman el vergonzoso devenir temporal de esta humanidad tan miserable. En relación con todo lo anterior, hace ya unos cuanto meses que realicé un curso sobre la estructura y funcionamiento de la Unión Europea, dentro de mi formación como profesional de la administración pública. Durante el mismo se produjo el pico de humillación económica y política sobre el pueblo griego realizado por la famosa Troika, ese ente pelele en manos de intereses políticos y financieros espurios, algo de lo que los españoles sabemos, para nuestra desgracia, un poco. Según iba avanzando el curso se iban formando dos frentes contrapuestos: el de los alumnos, que según progresábamos en el estudio de la legislación y los Tratados fundacionales de la U.E. nos íbamos dando cuenta de que, en realidad, no eran más que brindis al sol, fuegos de artificio baratos y propagandísticos que no se correspondían con la realidad que conocíamos día a día en las noticias, y el de los profesores tratando de justificar lo injustificable aunque, supongo, que le iba en el sueldo.

            Pues bien, en estos días asistimos al sepelio pomposo y recubierto de boato, con premeditación y alevosía, de todo aquello que los bienintencionados profesores defendían. El derecho de asilo, el estatuto de refugiado, o, simplemente, el socorro y la asistencia a quienes han sido expulsados de sus países de origen por guerras, persecución política o/y religiosa, etc, pues bien, todos estos derechos humanitarios han sido violados y quebrantados por quienes tienen la obligación moral de cumplirlos en virtud del Tratado de los DD.HH. Han puesto por delante el privilegio absurdo de nacimiento y el estatus del bienestar geográfico, circunstancias meramente arbitrarias en el acontecer histórico, sobre el derecho a la vida de cualquier ser humano, sea de donde sea, levantando uno de los muros más vergonzantes que han existido y existirán siempre: el de la xenofobia, el mero desdén y menosprecio de aquellos que no como nosotros. ¡Y todo basado en la soberanía política y la inviolabilidad del solar patrio! ¡Valientes cerdos! Las devoluciones en caliente aprobadas por la U.E. y acordadas con Turquía, más propias de países fascistas, sin ninguna garantía sobre la vida de las personas y conculcando todos los derechos habidos y por haber inherentes a la condición humana, pone de manifiesto el grado de degradación e infamia al que ha llegado la misma Europa que nació del pensamiento filosófico griego, que pasó por Roma, el Renacimiento, la Ilustración y la Revolución Francesa, pero que parece ser que se encuentra más a reconfortada en manos de la Inquisición. Hoy la foto de Europa es la de los hooligans holandeses humillando a unas mujeres que pedían limosna en la Plaza Mayor de Madrid, tratando a los inmigrantes como mercancía, como animales de circo para solaz  y regocijo de una supuesta superioridad de corte totalmente racista.

            La humillación, el desprecio, la ofensa sobre los que solamente intentan salvarse de la desgracia y, al mismo tiempo, la ignominia y la deshonra de los políticos y no pocos ciudadanos, que justifican y dan carta de naturaleza a estos comportamientos falaces, son el síntoma de que a la vieja Europa se le revientan las costuras del traje con el que han estado engañando al resto del mundo, un mero disfraz que apenas disimula su adn excluyente e intolerante, incluso para una parte de sus propios ciudadanos. En esta semana en la cual las televisiones sustituirán las imágenes de muerte y degradación humana en la frontera sur de Europa por las imágenes más pomposas y asumibles de la Semana Santa del mundo católico, convendría no olvidar que el problema no desaparece por esconder con cobardía la cabeza en nuestra miserable rutina habitual del “yo pecador”, tan mentiroso y farsante. Se seguirán produciendo muertes absurdas y evitables de las cuales, nosotros, seremos un poco responsables, por cómplices.

martes, 15 de marzo de 2016

EL TRÁGICO SUICIDIO DE SICARIO FUENTES

          Sicario Fuentes, pues así le habían bautizado sus padres, estaba perplejo. ¿Qué demonios había pasado para que, de pronto, se encontrara en esta situación tan, digámoslo, anormal? Vagaba por las calles sin un rumbo concreto con la única compañía de la soledad más absoluta, de una soledad que se le fijaba al cuerpo, que se le adhería a su vestimenta, como si fuera la última mortaja que le engalanaría de aquí en adelante hasta el óbito irrefrenable. Nadie más a su alrededor, nadie más allá. Pensó que, tal vez, todos los habitantes de aquella ciudad que conocía tan bien se habían refugiado en sus moradas, en sus castillos de naipes ante un peligro acechante que él desconocía, ante una amenaza inminente de consecuencias catastróficas que él ignoraba, aunque el día anterior ninguna noticia en los medios de comunicación había dado cuenta de algún hecho constatable de tal magnitud calamitosa. Sin embargo, ningún movimiento, ningún síntoma hacía pensar que detrás de aquellas ventanas, de aquellas persianas enrolladas en las vidas de sus dueños, hubiera alguien o alguien con vida, al menos. Confuso y desorientado por el nuevo escenario que se abría ante sus ojos intentó encontrar, buscar algún indicio, alguna señal del origen de aquella desbandada, de aquella huída, de algo que, en su fuero interno, comenzó a designar como “la gran desaparición”.

            Su vacilante tránsito lo llevó arbitrariamente por el callejero de lo que, hasta ayer mismo, había sido su ciudad. Una ciudad repleta de vida, de un ir y venir anárquico a primera vista, en el que él jugaba su papel, nada significativo por otra parte, para el devenir de la misma, pero del cual él se sentía orgulloso, como, así mismo, se sentía orgullosos de pertenecerle, de haber sido aceptado en aquella marabunta humana, pésimamente organizada, pero que funcionaba en el caos acostumbrado con la precisión que da la locura, la enajenación laboral y vital de una sociedad que no parecía, en principio, destinada a perecer tan abruptamente. Subido en la azotea del “España” oteó el horizonte con la esperanza de encontrar algún extraviado congénere que, como él, hubiera sobrevivido a aquel hecho ciertamente sobrenatural e increíble. Su ansiedad, trufada de angustia y agitación, iba minando su delicado equilibrio mental, ya de por si socavado por aquel extraño ambiente de incomunicación y aislamiento, obligado por las circunstancias.

            Descendió meditabundo de lo alto del edificio y, como si una voz interior lo conminara a seguir escrutando su destino con el convencimiento de que, más adelante, encontraría la verdad oculta en toda aquella representación de un solo actor, de que descubriría el origen de aquel texto escrito, parecía ser que escrito para él, continuó de recorrido errático. Sorprendido por su despiste, por no haber caído antes en aquella solución tan de su tiempo, buscó su teléfono móvil en el bolsillo interior de su americana y marcó sucesivamente números conocidos que unos días antes habían tenido un interlocutor al otro lado, pero sin resultado alguno, en vano. Indefectiblemente todos daban apagados o fuera de cobertura, como si la humanidad entera, o solamente la que formaba parte de su vida, hubiera dejado de tener presencia y hubiera pasada a formar parte del obituario virtual. La ciudad asemejaba a un decorado a medio construir, o derribar, en la cual los operarios hubieran abandonado su faena dejando la escena a medio hacer, como si fueran al volver al tajo a finalizar su trabajo, recuperando la normalidad perdida. Todavía, en algunos escaparates, las imágenes seguían escupiendo algún pedazo de realidad agotada de los noticieros del día anterior, como en bucle sin fin, y, atónito, comprobó como todas las imágenes coincidían en el tiempo y en el mensaje: la última reunión para formar gobierno de los líderes de los partidos políticos había concluido con otro sonoro fracaso.

            ¿Y si los demás países, cansados del “pause” en el que se encontraba el suyo hubieran decidido borrarlo del mapa de la realidad con la facilidad con la que se presiona la tecla “delete” en el teclado del ordenador? ¿Y si, ante la falta continuada de gobierno se hubiera decidido, él no acertaba a descubrir por qué o por quién, que desapareciera igualmente el objeto gobernado, o sea, él y todos los demás habitantes al considerarlos como realidades indivisibles? Todos estos pensamientos perturbados, paranoicos, le brotaban a cada paso asaltando y sustrayendo la poca cordura que aún le quedaba aquella mañana. Pero, de pronto, subiendo por la Carrera de San Jerónimo, el fino olfato que con su profesión había adquirido, en este caso el nombre había hecho al hombre, le rebelaba que algo iba a ocurrir. De improviso, como surgiendo de la nada, y lo que era peor, como si no hubiera pasado nada, saliendo de su penúltima reunión para llegar a un acuerdo que posibilitara al gobernabilidad de este país, cuatro rostros conocidos comenzaron a asomarse por la puerta del Congreso de los Diputados, o de las Diputadas, algo había leído días atrás sobre aquel asunto de género convertido en la madre de todas batallas, en los que reconoció a los líderes de los principales partidos políticos surgidos de las últimas elecciones generales.

            Un exacerbado furor se fue apoderando de él. Una cólera infinita le invadió todo su ser. Caminó en su dirección con la convicción de que solamente tenía dos opciones: ser gobernado como único ciudadano por unos tipos incapaces de ponerse de acuerdo para gobernar o pegarse un tiro. Optó por la segunda. 

martes, 8 de marzo de 2016

SOLANUM PERVESIO

          Sonó el despertador. A duras penas y con desgana fue abriendo los ojos. El sueño profundo de aquella noche había sido excesivamente agitado oníricamente y le había lacrado con cemento legañoso aquellos párpados que protegían con indiferencia unos ojos que ya, apenas, querían ver y conocer. Siempre aquellas pesadillas recurrentes en vísperas del día señalado en el calendario, como augures del peligro, como profetas del posible desastre. ¿Pero que más se podía hacer en la estandarizada vida impuesta por el gran predicador entronizado en el poder máximo? Este, poco a poco se fue apoderando de las inquietudes, de los gustos, de los anhelos del pueblo triturándolos hasta no dejar más que una fina pasta sin color, sin sabor, sin textura reconocible, sustituyendo dichos atributos por la insulsa rutina del ser mínimo, aquel sin pensamiento, sin actitud crítica, alimentado con las píldoras deshidratadas de la servidumbre.

            Sin voluntad alguna, pero como si su cuerpo fuera movido por los hilos titiriteros de una energía superior, alcanzó la ventana de su cuarto, un cuchitril de apenas diez metros cuadrados donde desde hacia tiempo esperaba el final arrinconado por los pocos recuerdos y las escasa pertenencias que aún poseía. Descorrió las sucias cortinas que apenas impedían la entrada de la luz artificial y mortecina de una ciudad convertida en una gran valla publicitaria y recibió el saludo plomizo y gris de una metrópoli caótica, macerada en la herrumbre de un futuro mal entendido y un progreso peor asimilado. De forma autómata se dirigió a la esquina del aquel habitáculo inhabitable, donde tenía instalado una especie de lavabo y realizó sus abluciones diarias. Mecánicamente se vistió con el único traje que conservaba y resistía tenazmente el paso del tiempo y, después de apagar la luz del cuarto, salió.

              El recorrido hasta el portal del edificio, a través de unas escaleras oscurecidas por las mugrientas paredes, le mostraba el ir y venir diario del sinsentido, direcciones que se amontonaban en una inmensa encrucijada sin destino. Quehaceres repetitivos que estructuraban aquel mundo regido por la mecánica, por la máquina hacedora de vidas semejantes e iguales en esa cartesiana epifanía futurista en la que se convirtió el mundo hacía ya muchos años, cuando el ser humano dejó de importar salvo como mero productor y consumidor. Salió al callejón al que daba su portal y se confundió con la ingente muchedumbre que abarrotaba diariamente la calle ocupando el lugar designado en el orden del día, desarrollando su papel en el engranaje establecido dentro del enorme mecanismo del mundo. Quehaceres delirantes en pos de una disciplina espartana que impidiera soñar al populacho con aviesos delirios de libertad, esa cualidad extinguida salvo en pequeños reductos secretos, a uno de los cuales él pertenecía. La única esperanza que le quedaba para no pegarse un tiro y ser libre por fin en la muerte.

            Confundido entre el gentío, subidas las solapas de la americana del traje que portaba y calado el sombrero hasta las orejas, caminó deambulando a posta, intentando engañar y despistar a los posibles perseguidores, a los bocazas de la mediocridad, a los chivatos de la propia sordidez. Continuamente esperaba la acometida final del poder alimenticio sobre su secreta maquinación mensual. Una rutina vital de perseguidor y perseguido que le estaba volviendo un poco paranoico, embridando a cada paso el ímpetu y la crítica del cometido. Después de dos horas de paseo conscientemente errático, de pronto, varió la intención y puso un rumbo determinante hacia el destino que le estaba aguardando desde que puso los pies sobre el suelo aquella mañana. Ya no sentía la presión del descubierto, el apremio de la angustia, sino la llamada de la última rebeldía que se podía permitir, la que sostenía aquella vida destinada a vileza del desconocimiento, a la simpleza de la aceptación más miserable, como todas las vidas de todos los habitantes de aquel Orden Terrenal instaurado como garantía y policía del poder genético pactado en el último y más mezquino tratado internacional que vistió al mundo con la más absoluta uniformidad.

            Por fin llegó a su destino. Por la puerta trasera de un supuesto colmado de alimentación, denominado Monte-Santo para mayor vacile, y situada en un callejón apartado de la arteria principal por la que había llegado, se perdió por ella después de recitar la contraseña convenida. Uno a uno fueron llegando los elegidos para el banquete y, una vez completado el número asignado, comenzó la ceremonia. Allí, dispuestos sobre platos inmaculados, cuchillo y tenedor en sus laterales, resplandecían unos tomates hermosos, llenos de vida, repletos de aromas y sabores. Cultivados secretamente en huertos ecológicos, con semillas no modificadas genéticamente, en su tiempo y con los ritmos naturales de su desarrollo, abastecían a esta sociedad secreta que había decidido ignorar el orden comercial establecido, contraviniendo cualquier tipo de imposición mercantilista.

            Se sabían proscritos pero eso es lo que les mantenía vivos. Sabían que caerían, pero nada ni nadie les quitaría el haber podido degustar y disfrutar de algo que un día se les sustrajo al resto de sus congéneres: el placer. 

martes, 1 de marzo de 2016

EL TIMO DE SURESNES: DEL MARXISMO A LOS CONSEJOS DE ADMINISTRACIÓN

              Con la sesión de investidura de hoy se cierra dramáticamente la caída a los infiernos de un Partido Socialista Obrero Español desnortado y en deriva incesante a merced de los intereses espurios de ciertos ex dirigentes conversos y de un aprendiz de líder que, con acelerada prontitud, ha demostrado que el cargo le viene grande. Unos últimos años cargados de un extremado cacareo en el interior del partido, que dejó por el camino ideas, personas y objetivos, ha dado como resultado su mutación a la doctrina mercantilista imperante incapaz de llevar a la práctica aquellas premisas que le dieron origen. Un bautismo de fuego católico-financiero de consecuencias imprevisibles oficiado por la representación más radical del capitalismo, Ciudadanos, y bendecido desde las altas instancias por los jerarcas financieros nacionales e internacionales.

            La historia de este acercamiento hacia postulados de libre mercado se inició con el mayor timo de la trayectoria del socialismo español: el congreso de Suresnes, donde unos jóvenes, empachados de gloria y supuesto activismo, desmontaron todos los postulados sobre los que Pablo Iglesias cimentó su nacimiento, abandonando el marxismo y la lucha de clases y perpetrando todo un golpe de estado ideológico. Estas expresiones, marxismo y lucha de clases, que causaban terror en la Europa posterior a la segunda guerra mundial, también causaban sobresalto en unos jóvenes dirigentes ávidos de poder a cualquier precio. Sin querer o, ahora se ve, queriendo, expulsaron todo recuerdo a su propia historia y el capital humano que había mantenido al partido en plena dictadura franquista, vomitando un pastiche sociocapitalista de consecuencias, como ahora se ve, calamitosas. Nada que ver con la socialdemocracia de rostro humano, aunque esta tampoco satisfizo en su totalidad las aspiraciones de los ciudadanos europeos, siendo poco a poco fagocitada por el socialismo de rostro monetario.

            Esos jóvenes, que adoraron pronto al becerro de oro económico, sustituyeron con eufemismos baratos el conjunto de poder público poniéndolo al servicio de intereses privados en pos de una modernidad mal entendida y de un progreso envenenado, intentado a duras penas y con desgana incardinar en un espacio de capitalismo irracional los viejos pero acertados postulados y las viejas aspiraciones de igualdad y reparto equitativo de la riqueza que dieran como fruto un progreso económico equilibrado y donde el interés público y general fuera la seña de identidad de un país en busca de un futuro solidario más allá de la mera supervivencia. Pero, al contrario, el resultado de la llegada al poder estatal de aquellos petulantes de pana en cabestrillo, a caballo de la posterior "beautiful people" socialista de nuevo cuño afiliada al partido cuando ese hecho no traía ninguna consecuencia, o sea, después de la muerte del dictador, lo que dice muy poco en su favor, fue el desmantelamiento de tierra quemada del sector público, la entrega del sistema productivo en manos del mercado financiero, ese que solamente crea dinero sobre dinero pero que no fija estructuras productivas sólidas, que no fundamenta los principios de producción en la equidad del resultado y que, a la postre, una vez conseguidos sus beneficios, deja en la más absoluta indefensión a los países que colonizaron. Años donde la más profunda decepción se fue apoderando de unos militantes y simpatizantes, que después de ayudarles a conseguir el poder político de la nación, fueron sustituidos por los salones elegantes de la vieja derecha que consiguió asfixiar el efecto inicial y atraer a su cortijo a quienes, ya de por sí, poseían vocaciones elitistas, venían con defecto de fábrica.

            El pacto contra natura entre PSOE y Ciudadanos, supuesta izquierda el primero y derecha cierta el segundo, ha dado como resultado esta conjura de los necios que supone la investidura. Desde sus tumbas, Pablo Iglesias, Largo Caballero, Besteiro, Indalecio Prieto y tantos otros no darán crédito al despropósito de hoy. Pero tampoco quienes murieron en la guerra civil en defensa de sus ideales y de la República, de los que fueron represaliados por sus ideas socialistas durante la dictadura, de los que descansan en las cunetas de carreteras secundarias fusilados por la barbarie fascista, de los que gritaron de alegría al ver como su lucha daba sus frutos con la democracia y ahora se ven traicionados.

            Curiosamente, esta estupidez ideológica y sus trágicas consecuencias para el partido y para la ciudadanía de izquierdas, solamente es defendida por aquellos jóvenes de pana en cabestrillo convertidos hoy en día en prebostes anquilosados de pensamiento conservador instalados en los consejos de administración de los grandes emporios económicos y financieros como invitados a la cena de los idiotas.

            Háganle un favor al sentido común: eliminen las palabras “socialista” y “obrero” de las siglas de su partido, ahora solamente son un insulto a la izquierda real.