Confieso que soy un
clásico, un clásico moderno, como se definía así mismo, debo decir que con
acierto, uno de los hombres más elegantes que han paseado por Zamora y que
regentaba una tienda de ropa en la Avenida de Portugal, ahora desaparecida.
Nacido en los sesenta, yo, no el dueño de la tienda, mi juventud se desarrolló
en plena efervescencia setentera y ochentera lo que, a la larga, supuso en
aquella generación una pervivencia en nuestro interior de unos principios muy
arraigados, no de usar y tirar, sobre todo en cuestiones políticas, musicales o
intelectuales. Así que, a mi alargada edad, son ya mayoría las batallas pasadas
sobre las que narrar algo que las que me puedan quedar por vivir y relatar.
Por
eso, aún a riesgo de que mi pareja me llame de nuevo abuelo cebolleta, debo
dejar constancia, porque así lo creo, de que, en cuestiones publicitarias sobre
la lotería de navidad, cualquier tiempo pasado fue mejor, mucho mejor,
muchísimo mejor. No me refiero a la campaña publicitaria del año pasado, la más
embustera y farsante de todos los tiempos, ni a la parada de monstruos que
realizaron la campaña anterior a ésa, sino a las campañas realizadas por el
entrañable calvo de la lotería que, junto con Lobato, eterno narrador de la
Formula Uno en España, han formado parte de nuestra más entrañable y cercana
realidad, realidad alopécica por otra
parte.
La
presente campaña publicitaria de la lotería de Navidad, en consonancia con la
decadente y debilitada calidad instalada en Televisión Española, es el canto
sentimentaloide, sensiblero, melodramático, manipulador y rancio, de una forma
sesgada de entender la realidad actual. Va directo a las vísceras del
espectador como cualquier vulgar telenovela, relatando una historia, que como
las malas películas, suena a impostada, irreal, con un lenguaje visual
anticuado, más propio de una antigua película de Disney, melifluo, candoroso,
ingenuo, queriendo hacer aflorar los componentes de generosidad, amor,
solidaridad, etc, que, efectivamente, posee la ciudadanía, pero que en este
caso son utilizados de forma grosera para engrosar los ingresos del tragaldabas
económico en que se ha convertido el Estado.
Da
la sensación inequívoca de que el gobierno intenta por todos los medios difundir
una sensación de normalidad social y laboral que, de todos es conocido, no es
cierta. No existe ese lugar de trabajo que refleja el anuncio. La realidad
indica que el protagonista, que se pasa la vida moviendo maniquíes de un lado a
otro, ¿por qué?, ¿para qué?, ya hubiera sido despedido hace tiempo a través de
cualquiera de las fórmulas algorítmicas que tan graciosamente ha legislado este
gobierno de derechas para mayor solaz y gloria del empresariado español. Y de
nada le hubiera servido su perseverancia en intentar, eso cree él, hacer feliz
la vida a los demás. Esos otros que, después de encontrarse un día tras otro
los maniquíes en los lugares más insospechados de la fábrica, lo llamarían al
orden, después de que el Jefe les hubiera hecho recogerlos y volverlos a su
sitio. ¡Pues no tienen ellos otra cosa que hacer para que venga este moñas a
tocarles las narices! Por cierto, ¿no hay demasiada gente en la fábrica? ¡Cómo
se nota que es virtual! En las reales los ajustes de plantilla a gusto del
empresario, amparados por el brazo tonto de la ley del gobierno, hubieran
reducido a la mitad su número a mayor beneficio de los mercados. Y en cualquier
caso, ¿nos quieren hacer creer que esta fábrica está en España, aquí que van
cerrando una tras otra, y no en cualquier país con mano de obra barata?
Por
todo ello, exijo la vuelta del mítico calvo de la lotería. El sí supo
entendernos. Nunca nos engañó porque nunca dijo palabra alguna. Sabiendo de la
imposibilidad de que nos toque el premio a todos, haciéndonos millonarios, nos regalaba con una pose de absoluto
lucimiento y derroche, esos polvos blancos redentores de la navidad que,
seguramente, nos hacían olvidar el anual fracaso aleatorio y lotero,
alejándonos mentalmente de la doméstica realidad, llevándonos por mundos
siderales, volviendo a la era de Acuario, intuyendo el futuro en su bola de
cristal donde llovía con fruición el maná de la resurrección como si de un gran
airbag repleto de risas se tratara. Soplo a soplo, convertidos en huracán, nos
devolvía y sumergía en la blanca y nívea Navidad.
¡Vuelve héroe calvo, vuelve
por navidad! Soplen y vuelvan a soplar de nuevo tus polvos mágicos que
arranquen de esta casposa realidad publicitaria actual el síndrome de la
víscera fácil, la solidaridad falsaria y la corsaria generosidad.
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