lunes, 9 de noviembre de 2015

EL POLÍTICO QUE SOÑABA CON PELUCHES GIGANTES

Un ruido ensordecedor despertó bruscamente a los vecinos del pueblo. Era de mañana, muy de mañana, en esas horas donde despuntan las tenues luces del alba, y los vecinos, alarmados por el estruendo continuo, el cual se iba incrementando cada vez más, como si el murmullo sónico se estuviera acercando desde un lugar lejano, salieron a la calle en tropel. Inmediatamente, casi sin querer, se fueron suscitando entre ellos los comentarios más variopintos sobre la procedencia de la insoportable eufonía, un eco metalúrgico, fabril, industrial, férrico, hasta que por la línea del horizonte se fueron dibujando la siluetas, todavía algo difusas, que lo provocaban: sobre la carretera que unía la capital de la provincia con el pueblo, distantes apenas unos kilómetros, avanzaban como un ejército futurista gigantescos buldozers, retroexcavadoras, camiones, y, en definitiva, toda suerte de maquinaria pesada utilizada en las grandes obras públicas, que como dijo burlonamente un vecino, más parecían los cuatro jinetes del apocalipsis cabalgando hacía el pueblo con el objetivo de difuminarlo de la faz de la tierra, a lo que otro vecino contestó, socarrón: - pues sí, pecados no nos faltan.

Al frente de la comitiva, un coche negro, de alta gama y con los distintivos oficiales del estado, comandaba tan singular procesión. Pasado el tiempo y el primer susto, los vecinos, reunidos de forma instintiva en la plaza mayor, tuvieron al fin ante sus ojos el gran cortejo y, por fin, tuvieron la oportunidad de ver de cerca a quien iba dentro de aquel vehículo que con tanta pompa y boato lideraba tan grandilocuente pelotón: era su alcalde, quien después de saludar con gran entusiasmo a sus atribulados y sorprendidos vecinos se introdujo en el edificio consistorial cuya corporación él presidia, saliendo al balcón del mismo con el objetivo de facilitar las explicaciones pertinentes que dieran a conocer, urbe et orbi, la buena nueva con la que había sido agraciado el pueblo gracias a sus megalómanas dotes políticas. Subido en el balcón y micrófono en mano, comenzó su explicación: “queridos convecinos, estas máquinas que hoy me acompañan, son la avanzadilla de lo que, dentro de poco tiempo, será la entrada de nuestro pueblo en la plenitud del siglo XXI. Aprovechando la llegada del tren de alta velocidad a la capital, he conseguido el compromiso de la ministra de Fomento, con el visto bueno de nuestro amado Presidente del gobierno, para que se incluyan en los presupuestos generales del estado una partida con el objetivo de construir un ramal de dicho tren de alta velocidad desde la capital hasta nuestra villa. Con ello alcanzaremos una comunicación fluida con la capital y atraeremos poderosas empresa que se instalarán en nuestros terrenos, convertidos en polígonos industriales, proporcionándonos el nivel de riqueza que, hasta mi llegada a la alcaldía, no podíais ni soñar”……

La voz dulce de la megafonía del tren lo arrancó de su sueño. Sentado en los mullidos asientos del enésimo tren de alta velocidad que inauguraba la línea férrea hasta la capital zamorana, esbozó una sonrisa. Acababa de tener la madre de todos los sueños, la suave epifanía de lo que podría ser su mayor logro en política, algo que daba sentido a su tendencia por los proyectos mastodónticos, tendencia que nunca supo explicar muy bien, pero que con este sueño, sin duda provocado por los grandes histriones de la historia, quedaba justificada en toda su extensión. Aunque, pensándolo bien, tampoco sabía muy bien qué hacía allí.

¿Por qué a él, que no ocupaba un puesto político publico que tuviera una referencia cercana con el tren de alta velocidad, su cargo actual estaba dentro de la esfera privada del partido y el municipio del que era alcalde no quedaba en la línea férrea a inaugurar, se le había invitado a tan suculento banquete de vanidades? La ministra de Fomento, una versión 3.0 de Paseando a Miss Daisy, quizás lo había seleccionado como una especie de chofereso o guía ferroviario, o solamente era la natural propensión de su partido a convertir en un hecho político privado lo que no dejaba de ser algo público y de todos. En cualquier caso, el viaje le había proporcionado uno de los placeres más intensos jamás experimentados.

            “Un ramal de alta velocidad a Casaseca de las Chanas. No iría nadie, sería un auténtico despilfarro, sería deficitario, pero quedaría tan bonito en mi curriculum politicae”. 

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