A la izquierda
española, y más concretamente a Izquierda Unida, se le ha llamado de todo a lo
largo de los años, incluidos sus simpatizantes, entre los cuales me encuentro,
pero que nos definan como pitufos gruñones entra dentro de la categoría de
talent shows, tan de moda en la televisión actual y matricula al autor de dicha
definición en la misma categoría que Cañita Brava (véase Youtube).
Define
el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española a la soberbia como:
“Apetito desordenado de ser preferido a los otros”. También se puede definir
como: “Sentimiento de superioridad frente a los demás que provoca un trato
distante o despreciativo hacia ellos”. Esta cualidad de soberbio, altanero o
altivo, sinónimos éstos últimos del primero, se convierte demasiado a menudo en
la carta de presentación de ciertos individuos, que tras un ascenso rápido, capitalizan
de forma torticera el éxito colectivo y común y lo convierten en un éxito
individual simbolizado en su persona e imagen, apropiándose del mismo, presentándose
ante la sociedad civil travestidos en los nuevos mesías de la política. Su
puesta en escena, su discurso, sus argumentos, expelen acritud y desprecio de
lo que no sea su monolítica concepción de la realidad, llegando en algunas
ocasiones a rozar el apartheid ético.
Su
excesiva satisfacción por la contemplación propia menospreciando a los demás, les
hace burlarse de sus contrarios, minimizando sus ideas y propuestas. Están
encantados de haberse conocido y verborrean ante su auditorio mitinero de su
éxito continuo, incapaces de aceptar las críticas que ellos convierten en
ataques carentes de razón. Obsesos del control, necesitan tener todo bajo su
mando, convirtiéndose en fiscalizadores universales de cuánto y cuantos no
comulgan con su ideario.
Pablo
Iglesias, hasta la fecha, cabeza visible de la formación política Podemos,
desprende ese tufillo sospechoso al que nos hemos referido y rezuma un cierto
estalinismo conceptual, agresivo, con una deriva sospechosa e incierta hacia la
arterioesclerosis política prematura, quedándole poco para convertirse, de
facto, en el cacique de dicha entidad, enfrentado a parte significativa de las
bases, contrarias a que se prostituya el origen de la misma. El destilado de
ego y vanidad con el que nos obsequia en cada una de sus intervenciones
públicas deja entrever una posible patología de tipo obsesivo: o conmigo o
contra mí. Principio, por otra parte, que centra con gran habilidad en su
persona, agrupando todos aquellos canales de representación y marginando al
resto de correligionarios no coincidentes con sus ideas, provocando en el resto
la actitud de sumisión y culto al líder supremo. Talantes de tintes tiránicos,
con el consiguiente abandono de los postulados horizontales de decisión, que se
asemejan en gran medida a otros históricos personajes, que llevaron al caos y a
la destrucción todo aquello que tuvieron alrededor, perseguidos por el mismo
concepto: individuos que se creen llamados a salvar la historia sin más razón
que su propio yo. Ese yo freudiano, el súper yo, el súper ego, conductista
moral de una sociedad que quieren y exigen a su imagen y semejanza. Lo(s) demá(s),
para ellos, sobra(n).
Pero
no aprende, no comparte. El supuesto éxito, del que tanto se jacta, en las
últimas elecciones autonómicas y locales, fue, curiosamente, con las
candidaturas que englobaban a distintas formaciones de izquierda, además de
Podemos. Sin embargo, su soberbia, le impide reconocer que ese éxito fue fruto
de la colaboración y el entendimiento de la izquierda y sus diversas
sensibilidades. Con la perspectiva de las elecciones generales, vuelve a caer
en el error del discurso prepotente y vanidoso, otro error, que le llevará a
formar parte, si nadie lo remedia, de la Unidad de Destrucción en lo Universal,
trasunto cómico de aquella otra, igual de perversa, Unidad de Destino en lo
Universal, juguete franquista a mayor gloria de su estupidez y ceguera.
Así
que aquí le esperamos, en esta aldea a la izquierda, perdida al oeste del
oeste, que resiste como puede el embate del entorno azulado y cosmético. Pitufos
gruñones con ganas de pitufarle a Don Pablo como se puede ser de izquierdas y
no morir, de éxito, en el intento.
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