Resulta arduo, a
veces extremo, encontrar la explicación justa a las señales que, como sombras dispuestas
de equipaje, amortajando nuestro pensamiento desde el inicio prometedor, se nos
aparecen por la superficie circular del horizonte en esa travesía dilatada, que
a veces nos autoimponemos, empeñados en arrastrar por la caleidoscópica y
asamblearia tiranía del caos más pueril, una responsabilidad no correspondida,
quizás, no entendida, o, simplemente, ignorada. Sombras señaladas con la cruel
perversidad de la autocomplacencia y oposición de la futilidad otrora, que nos
impide razonar y deducir nuestra propia caducidad, cuando ya conocemos de
antemano, sin saberlo, que conviene regresar a la otra orilla para no ser
engullidos por el ostracismo: el producto resultante de las secuelas señaladas
por la indiferencia absoluta.
A veces hacen daño y dejan secuelas
las ausencias, solamente las justas, las sentidas, provocando la ausencia
propia. A veces es complicado explicar, escrutar los rostros ajenos, que como
extranjeros condicionales, judicializan las percepciones inquisitorialmente. A
veces es espinoso sospechar en cada facción la plena colmatación del hastío más
profundo. Acusaciones subrogadas en una generalidad cínica y mediocre, amparada
en una insolente y jerarquizada obediencia debida, que renace en cuanto huele
la debilidad subyacente y profunda de una sobreexposición agónica y no solicitada.
Comportamientos intrusos envueltos en papel de estraza, como se envuelve la
casquería humana agresiva y despreciable, hasta que su contenido se muestra en
toda su verdadera magnitud, publicando las vísceras del continuado y silencioso
descuartizamiento que, imperceptiblemente, se ha ido consumando en las formas,
en los fondos, en los comportamientos.
Demasiado a menudo, como en un sueño,
hemos dirigido nuestros pasos, presos de la cotidianidad aprendida y, en un
tiempo, deseada, hacia esa ágora, ahora infernal, valle repleto de caídos, penetrando
en sus entrañas malsanas al mismo tiempo que en nuestros oídos se van clavando
las voces que, como flechas, van zahiriendo la solidez de una acepción,
pronunciadas sin remordimientos, carentes de la más mínima caridad. Rodeados de
ángeles adustos y de mirada fiera, ángeles que no cagan arco iris sino que
vomitan fuego mientras blanden su espada justiciera en pos de una realidad
antigua; convertidos de motu propio en paladines de la mediocridad inocente,
nos convertimos en los reos del producto nacido de nuestra propia incomodidad y
limitación. Somos juzgados sin legalidad compasiva alguna, mudados en
sambenitos de pim, pam, pum, señalados por el tribunal popular como símbolos de
la infamia, al negar el capricho arbitrario como forma de presentación:
¡CULPABLES!
No llueve, pero los paraguas se
abren a la menor señal de peligro. Paraguas ¿protectores? y serviles, hechos
jirones de tanta agitación. Sus varillas, convertidas en lanzas agresoras,
horadan sin el menor rubor los cuerpos avejentados por el paso, no del tiempo,
sino de la monotonía repetitiva, casuística barata del anarcosimplismo. A fin
de cuentas, son solamente paladines de una mediocridad nada inocente. Mentira, egoísmo,
expolio, abandono,…adjetivos adyacentes de los sujetos sin predicado alguno,
sin verbo transitivo que coordine tanto sustantivo insustancial. De paso, ahora
rezuma el fango escondido entre las costras resecas de este apocalíptico estío,
al acecho, y se ofrece barato y taimado: en un plis, plas, solucionada tanta deserción.
Algo estará buscando la corneja, algún brillo estará tronando en la lejanía.
Rezar y besar el santo como conductismo irracional contra aceptación resignada
por cobarde. ¡NO!
P.D.
“Estimado cliente, nos ponemos en
contacto con usted para agradecerle, una vez más la desconfianza depositada en
nosotros e informarle que disfrutará, como todos los años, de un merecido
descanso en estas fechas veraniegas. Estamos siempre a su servicio y nosotros
trabajaremos por usted.
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