viernes, 11 de septiembre de 2015

FUSIÓN RESIDUAL

       Es incuestionable que el reciclado de residuos es una parte fundamental para la pervivencia del medio natural, tanto el más cercano, aquel que disfrutamos todos los días como parte de nuestro propio yo o como parte de nuestra propia circunstancia vital, como aquel tan lejano que no consideramos que su degradación física nos afecte, a veces por cuestiones de desconocimiento y a veces por cuestiones de pura ignorancia. Es innegable pensar que esas pequeñas acciones que todos podemos realizar, separación de residuos, utilizar medios de transporte público, etc, son ineficaces ante el grado de contaminación que se ve en los medios provocado por las grandes empresas y conglomerados industriales y ante los que parece que no existe ningún poder político que les pueda oponer ninguna traba cuando en multitud de casos sería justo sospechar la connivencia entre unos y otros.

Sin embargo, también cabe señalar que este es un caso de asimilación, aceptación e incorporación al ejercicio vital y personal que, como muchos otros, debería empezar desde abajo, desde nosotros mismos, para poder exigir a los gobiernos una mayor diligencia en este tipo de asuntos en los que, valga la redundancia, nos jugamos el tipo. Por ahora el nuestro y dentro de poco, si no es ya, el de las generaciones futuras.

            Todo esto viene a cuento del desarrollo de una escena que vi hace días y que me quedó totalmente perplejo. Enfrente de la casa familiar existe el tipo de contenedor de basuras clásico, el verde marrón de toda la vida, aquel que se reconoce porque está siempre lleno de mierda y con la tapa rota o desvencijada. Pues el día en cuestión salía por la puerta del portal, después de una visita a la familia, cuando una vecina de una casa contigua se dirigía al citado contenedor con tres bolsas de basura de un tamaño similar. El caso es que este hecho tan natural captó mi atención, no sé por qué, algunas veces la mente dirige su atención a las cosas más insospechadas llenando mi disco duro cerebral de información carente de interés. Cosas de la dispersión. Tuve tiempo de fijarme en el contenido de la primera bolsa de basura que estaba introduciendo en el contenedor y, así me pareció a mí, su contenido correspondía a lo que se denomina residuo orgánico. Hasta aquí todo correcto, pero cual no fue mi sorpresa al verle actuar con las otras dos bolsas de basura.

            Antes de todo, en este momento del relato hay que reflejar que a menos de setenta y cinco metros, metro arriba metro abajo, existe una batería de contenedores soterrados que incluyen depósitos para cualquier tipo de residuo, bien es verdad, que muy dados a la monumentalidad en esta ciudad al oeste del oeste, muchas de esas baterías se han colocado en las inmediaciones del afamado románico zamorano o en los pocos paseos o plazas con encanto que quedan. Aunque bien mirado puede ser una nueva experiencia de fusión entre el pasado y el presente, aunque chirríe por los cuatro costados y, en considerables ocasiones, estropee la foto del turista de turno, que se ve incapaz de captar la imagen sin el contenedor allí en medio. Frikada a la zamorana, como los urinarios portátiles en la fachada de la iglesia de San Juan, del siglo XII, en cualquier evento en la Plaza Mayor. 

            Pues bien, en este estado absurdo de las cosas pensaba yo que la vecina retrocedería unos pasos e iría a depositar las otras dos bolsas de basura en los contenedores especificados para ello, ya que había observado que una contenía envases de plástico y cartones de leche, de hecho llevaba en la mano una garrafa de cinco litros de aceite, y la otra contenía papel. Pero ¿qué conjunción catastrófica de astros ocurrió en ese momento, ¿qué trágica desestabilización del cosmos, de las leyes del universo, aconteció para que la buena señora depositara las dos bolsas restantes en el mismo contenedor de residuos orgánicos?

            Llevo pensando varios días en esto y no se me ocurre una explicación plausible. A veces pienso que a la mujer le venció la pereza de tener que recorrer un trecho más arriba para depositar el resto de residuos, vencida por la vaguedad intrínseca del ser humano. A veces pienso que, como indicaba en el comienzo de esta disertación, le saltó un resorte en el cerebro y se preguntó si, realmente, su gesto iba a servir para algo. A veces pienso que a esta persona no le ha llegado la información completa sobre la forma de reciclar los residuos domésticos y solamente le llegó la primera parte, la de la separación de los mismos, sin que luego sepa que hacer con ellos. O, simplemente, le importe un pimiento todo y, haciendo de su capa un sayo, separe y una en un comportamiento significativo de libre albedrío ciudadano, linaje abundante por la polis, ya que dan ganas de llorar por la poca conciencia ciudadana sobre este tema. Solamente hay que fijarse en los depósitos de los contenedores.

            Así que al final he llegado a la conclusión, más absurda pero más bonita, de que la mujer es en realidad una física experimental del doméstico residuo que a fuerza de repetición cuántica ha dado el paso decisivo en la búsqueda de la fusión de la materia: fisión para empezar, separación, expansión, para una vez realizado el proceso, con la consiguiente producción de calor, obtener la fusión de la materia residual en el contenedor de neutrones y, a semejanza de la aceleración de la nave Enterprise, teletransportar la materia oscura, mejor dicho marrón, al infinito, ese vertedero de quimeras, falsas esperanzas, y, desde este momento, basura vecinal.

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