Desde hacía tiempo lo venía
presintiendo. Aunque sus esperanzas y esfuerzos fueron amortiguando su
desconsuelo, el paso del tiempo iba señalando el camino contrario a lo que
siempre había soñado. Nunca trató de huir de este hecho, sino de explicarse y
convencerse a si mismo de que no estaba equivocado, que desde el concepto intelectual
que le guiaba, era posible hacer un lugar mejor para vivir, que había que
insistir en ese concepto y en ese manual de vida, aunque las circunstancias
actuales hicieran pensar en todo lo contrario. Le ayudaba a insistirse a si
mismo el hecho de que su tierra más cercana, en la que vivía, había sido uno de
los primeros lugares ocupados por la nube gaseosa azul, que ahora amenazaba con
extenderse al resto, hacía ya mucho tiempo. Quizás demasiado. Y esta
circunstancia, la de haber vivido siempre en política al otro lado, le empeñaba
más en su cometido, intentando que no desaparecieran las últimas aldeas
irreductibles donde desarrollar el proyecto, como René Goscinny y Albert Uderzo
imaginaron para los galos en lucha permanente contra el Imperio Romano. Pero el
tiempo se iba agotando y los síntomas eran cada vez peores. El día elegido para
la confrontación final se acercaba con la amenaza manifiesta de arrasarlo todo
a su paso. Por fin llegó.
Estaba sentado en la
mesa con una taza de café humeante en las manos ocultándole el rostro. La
mirada perdida en ninguna parte. En su cabeza martilleaban constantemente las
mismas palabras: “por fin lo han conseguido”. La televisión seguía vomitando
datos y más datos sobre lo acontecido durante la jornada que estaba a punto de
terminar. A cada conexión con el gabinete de crisis, la pesadumbre se iba
adueñando cada vez más de las personas que siempre creyeron hasta el final que
la situación podía cambiar. Durante todo este tiempo atrás, múltiples
organizaciones nacionales e internacionales, foros de internet, redes sociales
y personas a título individual lo habían advertido. Un tiempo que no había sido
corto, pues desde casi más de dos años las advertencias habían ido en aumento
constituyéndose en clamor en el tramo final. Pero los que tenían la solución
para liderar el cambio de rumbo hicieron oídos sordos y, encerrados en sus
castillos de cristal, permanecieron ajenos a las súplicas.
Ahora
no había solución. Él, como muchos que tenían las mismas ideas sobre el mundo,
quedaba definitivamente al otro lado. La nube gaseosa azul, densa, avanzó sobre
la tierra de manera implacable, difuminando todos los contornos y enmudeciendo
a la gente. En su concepción inaprensible, se escurría de las manos de la gente
que intentaba entender cuál era el delito que le obligaba a volver la vista
hacia el pasado. El aire era irrespirable y la constante niebla gaseosa azul,
agarrada con sus garras a la tierra, confundía los sentidos y las distancias,
haciendo más difícil el mero hecho de sobrevivir. Nunca avisaba cuando
golpeaba. Como la peste negra, solamente sabías cuando te golpeaba cuando ya la
tenías dentro de ti.
Incluso
el mundo polícromo en el que habíamos vivido hasta entonces estaba en
entredicho. Se crearon diversas alternativas de colores verde y rojo para
enfrentar la situación en la resistencia, pero el arco iris de la felicidad
caminaba hacia la desaparición. La nube gaseosa azul, omnipresente, lo iba
inundando todo. El cielo, las montañas, los valles, los ríos, los árboles, las
casas, mutaban al color dominante. Cada mañana al levantarse, algo a su
alrededor ya no tenía su color original. La televisión noticiaba sobre la
monocromática mancha, que avanzaba sin piedad.
Una
noche, en su casa, la pantalla de la televisión se volvió completamente azul y
empezó a notar como le aparecían manchas azules en la piel. Se dio cuenta de
que él también estaba contaminado. Aquella sustancia pegajosa, como ámbar, que
le había caído de la rama de un árbol en su paseo vespertino, y a la que no dio
importancia, estaba realizando su trabajo de zapa en todo su cuerpo y amenazaba
con convertirlo en un fósil, atrapado en su interior, para el resto de la
eternidad, salvo que paleontólogos del futuro lo descubrieran y sirviera de
testigo de lo que pudo ser y no fue. Resignado al final que ya asomaba por su
horizonte mental, tomó la decisión de continuar despierto y verlos llegar de
frente. Consumió su último cigarrillo justo cuando vio acercarse el momento. En
ese instante miró a la ventana, que daba a la plaza de La Memoria Histórica, en
cuyo alfeizar se había posado un ave, ¿era una…?, lanzando su graznido de aviso,
pájaro de mal agüero. La reconoció por fin y masculló entre dientes. Comenzaba
la travesía del desierto azul, larga y dolorosa.
Los graznidos de ese pájaro se meterán en nuestros oidos durante cuatro laaaaargos años( de momento).
ResponderEliminarSe avecina la segunda parte de "Los pájaros", atacando al más debil y apoyando al más fuerte...
en fin amigo Carlos, no queda sino seguir luchando para que esto no se repita dentro de cuatro años. Aunque... no las tengo todas conmigo.
Noelia
¿cuanto durarán estos "pajarracos"?, esperemos que poco,pues de lo contrario el azul se irá cambiando poco a poco cada vez mas oscuro y eso.....
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