miércoles, 16 de noviembre de 2011

UNION TEMPORAL GROSERA (PUBLICIDAD)

           Veo poco la televisión. Si no es algo que me atraiga de verdad prefiero realizar otro tipo de actividades, como leer, escuchar música y últimamente escribir en el blog. El amplio abanico de cadenas televisivas que existen en la actualidad, después de las últimas incorporaciones, no ha supuesto una subida del índice de calidad del producto ofertado. Al contrario, la lucha por la audiencia, los está llevando a la producción de programas cada vez más enfocados a la parte visceral y emoticona de la persona, cayendo la calidad de los contenidos ofertados en la más absoluta mediocridad, cuando no en la más odiosa chabacanería. Por otra parte, la eliminación de la publicidad en la televisión pública ha traído consigo que el tiempo de publicidad en las demás cadenas sea exagerado, o por lo menos a mí me lo parece. Mi tiempo televisivo se reduce a La Dos, algo de la Uno y de La Sexta, esta última cada vez menos, después de su prometedor comienzo. De las demás cadenas poco a nada. De Telecinco nada de nada.
            Dentro del poco tiempo dedicado a los espacios visuales es inevitable ver algo de publicidad, aunque cuando llega, rápidamente aprovecho para realizar cualquier otra tarea que hubiera quedado pospuesta. En la publicidad, como en cualquier otro aspecto, cabe de todo y, por eso, ¡hay de todo!: buena, regular y mala. De vez en cuando he visto resúmenes de los premisos internacionales de publicidad y se ven auténticas joyas publicitarias, de entre las que destacan las argentinas. Auténticos mini cortos cinematográficos, que en algunos casos, llegan a oscurecer el producto. Ya sé que esto último va en contra del concepto publicitario, pero si hay que interrumpir un programa interesante, por lo menos que lo que van a venderte venga bien presentado.
            Tengo que reconocer que a mí la buena publicidad no me hace comprar, pero la mala publicidad si me hace no comprar el objeto presentado o dejar de comprarlo. Por ética y sensibilidad artística. Es una publicidad en la que el sujeto receptor, nosotros, somos tratados como seres escasos de inteligencia y nos tuvieran que presentar los productos de manera simple y parvularia: la m con la e, me, la s con la a, sa, ¿lo entendiste?, ¡¡¡compra una mesa!!! Nunca he entendido el anuncio de la mujer que viene del futuro para presentarnos un producto de limpieza que quita todas las manchas. A mí lo que siempre me ha sugerido es que en el futuro las personas serán igual de guarras que en la actualidad. El hecho de que cuando me plantee suscribir un seguro que tenga un amplio abanico de coberturas, tenga que hacerle caso a un erizo, me da grima. Una mujer nos presenta un producto de limpieza extrema que quita la suciedad de los baños y para demostrarlo hace una prueba en el suyo: señora, no haría falta comprar ese producto extremo si limpiara a diario la bañera, que tiene más mierda que los baños de una fonda de tercera división, ¡¡¡guarra!!!  Perros que se llaman rastreator, perros que se fugan con un premio de la lotería, etc. ¿Alguien lo entiende?
            Lo último que me ha hecho renegar de este tipo de publicidad, ha sido un anuncio en el que se da una asociación contra natura, casi ilícita. Todos los productos tienen su corazoncito, y los colchones también. Ellos han asistido silenciosos a nuestros primeros sueños. Esos que íbamos componiendo antes de que nuestros ojos se cerraran y en los que imaginábamos como sería nuestra vida futura. En nuestra infancia, nuestras madres ahuecaban los colchones para que nuestro descanso fuera más placentero, como si fuéramos uno. En la cama, y por tanto encima del colchón, hemos sido arropados en nuestra infancia con amor. Despiertos nos han contado cuentos que llenaban nuestra imaginación de múltiples aventuras. Hemos pasado enfermedades sintiendo que ese era el único lugar donde nos podríamos curar. Asisten impasibles al acto de amor con la mujer amada, discretos, haciéndonos sentir que ese rectángulo mullido es lugar conocido y por tanto ajeno al fracaso. Hasta se apenan, cuando sin querer, hacen algún ruido que pueda perturbar el ritual amoroso. Cuando estamos cansados y caemos rendidos en la cama, nos acogen y nos envuelven para que nuestros cuerpos recuperen su fuerza vital. En ese lugar cerraremos los ojos para siempre, entre la compañía de nuestros seres queridos.
            Entonces ¿por qué cierta compañía lo ha unido al de un presentador televisivo, cuyas iniciales son J.J.V., asociado a programas cuyo concepto está en la más despreciable telebasura? ¿Por qué, si siempre ha intentado vender su producto revistiéndolo de cierto estilo, ahora pretende venderlo como si fuera un producto corriente y vulgar? Realmente el presentador escogido no creo que haya realizado un programa normal en toda su vida. En muchos casos las empresas asocian su producto con el de un personaje conocido que le de cierta capa de credibilidad, pero en este caso la credibilidad de este personaje, envuelto en todas las tramas televisivas de la más baja estofa, está por los suelos para la gente que mira las cosas con sentido crítico. Salvo que la empresa pretenda acercarse al tipo de público que religiosamente asiste al espectáculo vulgar, mediocre y chabacano en el que se mueve como pez en el agua el personaje escogido, para hacer más ventas y más caja. O sea, masificar vulgarizando: la panacea de esta clase de creativo publicitario.
            Bien. Si es así, perfecto. Pero que cambien la campaña publicitaria y se la encarguen a los de Callejeros. Estaría más acorde con la asociación que el público hará al ver al personaje vendedor. La imagen del colchón se acercaría a los que se ven en los poblados chabolistas dedicados a turbios negocios. Yo, por si acaso, no compraré ese colchón, no siendo que tenga pesadillas nocturnas, que ya tengo bastantes con las diurnas.    

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