Por distintas razones he vivido a lo largo de mi vida en cuatro viviendas, con
la que habito actualmente, más o menos permanentes. En unas el tiempo vivido ha
sido largo y en otras menos. Unas estuvieron llenas de alegrías y en otras las
tristezas fueron mayores. Pero desde la más antigua a la más moderna, en todas
hay un denominador común: parecen que estén hechas de papel. Es como si en la
Facultad de Arquitectura los libros de texto hubieran sido sustituidos por el
cuento de los tres cerditos y todas las promociones de arquitectos no hubieran
pasado de la página del primer cerdito que construyó su casa con paja. Esto
unido a la falta de ética de los promotores y constructores de viviendas, cuya
máxima es la de mayor plusvalía al menor coste posible, lo que se traduce en la
merma de la calidad de los materiales empleados, da como resultado que, a pesar
de las paredes construidas, uno crea que vive en una comuna sin separaciones
auditivas visibles.
De
hecho es como si el edificio tuviera vida y te hablara. Uno va integrando en su
vida la multitud de sonidos y conversaciones que le llegan a través de las
paredes pudiendo llegar a establecer con él un dialogo más o menos coherente y
convirtiéndose al final en un compañero más. Aquellos corralas antiguas en las
cuales bastaba salir al pasillo común y darle una voz a la vecina para que ésta
se enterara del recado y de paso que toda la comunidad lo supiera, han dado
paso a viviendas en las que no hace falta salir al rellano para dar una voz,
basta con darla desde el salón de tu casa para que se propague por el resto del
edificio. Es como si los constructores hubieran sustituido, para evitar la
incomunicación entre las personas, el aislante de las paredes por materiales
conductores de la voz que como un gran eco van propagando las conversaciones
hasta el infinito y más allá.
El
edificio donde vivo actualmente es muy versátil en esto de la comunicación. Me
ha comunicado el nacimiento de un nuevo miembro de la comunidad y asisto
emocionado, “con lágrimas en los ojos”, a sus primeros berrinches que me hacen
estar despierto toda la noche pendiente, como un padre más, de sus quejas y
exigencias. Me informa de los avances en conocimiento del medio e inglés de
otro infante de la comunidad, a pesar de los gritos de desesperación, tarde si y
tarde también, que pueden indicar lo contrario. Tiene instalado hilo musical y
a pesar de escuchar Radio 3, me ameniza las tardes con los cuarenta
subnormales, radio olé o cualquiera de las muchas emisoras de radio fórmula que
emiten una especie de sucedáneo de música con letras sacadas del manual del
buen sicópata. Como gran comunicador que es, me narra, sin coste alguno, los
partidos de futbol más importantes al lado de los seguidores más cafres y que
más gritan. Es como ver la televisión por vía telepática donde no hacen falta
imágenes, tú lo visualizas conforme te lo están gritando al oído quieras o no
quieras. Futbol es futbol.
Pero como el título de la entrada
indica, el edificio ha dado un paso más: también práctica sexo. Estando en el
salón de mi casa leyendo tranquilamente, me empiezan a llegar susurros y jadeos
que daban la impresión que salían directamente de la misma estructura del
inmueble. Nítidamente llega hasta mis oídos la siguiente conversación:
-jadeos….
-(ella,
con voz mimosa): lo siento cariño pero creo que no te lo he hecho a tu gusto.
-(él,
con voz firme): pero si me ha gustado mucho.
-(ella,
otra vez con voz más mimosa): yo creo que no, pero es que me duele mucho la
boca.
-(él):
tranquila y prueba otra vez.
-jadeos….
Así
como suena. Como si la unión entre una viga y la pared hubiera ido más allá de
lo marcado en el plano por el arquitecto y, gracias al cemento unitario
convertido en lubricante de ocasión, gozaran voluptuosamente dando un nuevo
enfoque al anuncio: una vivienda para sentir.
En
fin, que ya somos una familia en toda regla. Incluso el edificio ladra en
diversos tonos y razas. Yo, por si acaso, y para que no me tachen de
insolidario, le voy a enseñar a tocar el piano. Bueno, en principio a aporrear
el piano. Me gustaría ver la cara de sorpresa y gozo de todas las casas cuando
oigan una y otra vez, repetitivamente, mis grandes interpretaciones del do, re,
mi, fa, sol. Puedo convertirme en la banda sonora de su vida o en la pesadilla
sonora de la misma. Pero que nadie crea que vivo mal. Estoy muy orgulloso de la
calidez humana que me aporta la construcción. Es más, creo que más adelante nos
alimentará con un menú diario a través del ascensor, ya que este suele oler a
comida casi todos los días del año.
Espero
que el edificio no me tenga en cuenta esta indiscreción.
muy bueno, je je je. No en todos los sitios y lugares suceden estas cosas, ja ja ja
ResponderEliminarjiji... mi edificio se dedica al bricolaje a las 00.00 horas, tiene un reloj de péndulo que da las horas sin despistarse ni una, también ladra y tiene unas conversaciones por teléfono con su hija... increibles! pero lo de la viga y la pared... eso solo lo hacen los edificios con categoría, como el tuyo.
ResponderEliminarjijiji me hubiera encantado ver tu cara ....!! jijiji
Noe
yo creo que te estas haciendo viejo, si hicieras lo que yo, PISAR LO MINIMO EN CASA, ¡¡NO TE ENTERARIAS DE NADA¡¡
ResponderEliminaryo creo que eso ocurre en todas partes,en mi edificio hay un vecino mayor y sordo que le da a las pelis porno de madrugada y tiene a todos los de alrededor a ciennnnnnnnnnnnnnnnn
ResponderEliminarBueno no es para tanto. Es como el "Gran hermano", pero sin TV. Ademas es una señal de vitalidad. En mi edificio sólo se oye una flauta a la hora de la siesta. Yo como buen "voyeur", la cambiaría por una buena sesión radiada de sexo. Ánimo con el piano. Rick Wakeman a tu lado... se va a quedar pequeño.
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