miércoles, 19 de octubre de 2011

EL GUARDIAN DEL TIEMPO

En el devenir cotidiano de la vida uno recorre inconscientemente la ciudad en la que habita por las mismas calles y travesías de siempre, construyendo al azar caminos invisibles por los que discurre su movimiento urbano habitual. Itinerarios circulares grabados en la memoria con los años de uso, pero que solamente tienen principio y fin, sabiendo desde donde salimos y adonde queremos llegar, pero sin que reparemos en las vidas de quienes siempre estuvieron allí, viéndonos pasar cada día. Personas y negocios que han crecido al mismo tiempo que nosotros o que incluso ya estaban aquí cuando nosotros empezamos a hacernos visibles en el entramado de vidas que forman la cadena vital ciudadana. Con el paso del tiempo uno acaba por incluir en su memoria dicho paisaje, sobre todo en este caso, los negocios tradicionales que han resistido a duras penas el empuje del progreso y la modernidad y se niegan, con todo derecho, a desaparecer.
            Y eso me pasa a mí con uno de estos negocios. Todo empezó cuando vi la película La bicicleta, de Sigfrid Monleón. En ella el dueño de un viejo taller de bicicletas del extrarradio, un anciano llamado Mario, antiguo ciclista amateur, construye una bici con diferentes piezas. Cada una tiene su propia historia. Tras regalársela a un niño de su barrio, pasa por una joven mensajera para acabar en manos de una mujer madura que acaba reconociendo en ella la mano de quién fue su amor de juventud y a quién no ha vuelto a ver. Dejando aparte el desarrollo de las historias paralelas que forman la vida de la bicicleta y las etapas del ser humano de adolescencia, juventud y ancianidad, lo que me hizo pensar en todo esto fue la imagen del taller artesanal y su dueño, condenado al cierre por el paso del tiempo y su similitud con uno que se cruza constantemente en mi camino: ciclos Piti.
            Está el local subiendo hacia el Arco de Doña Urraca desde la Puerta de la Feria. Negocio dedicado al arreglo de bicicletas y ciclomotores, como tantos otros que hubo en Zamora. Recuerdo ciclos Tera, en la carretera de la Hiniesta, donde de pequeños íbamos a buscar las gomas de las cámaras que usaban las bicis para hacernos los tirachinas con los que aterrorizábamos a los pájaros. Locales de un tiempo en el que tener una bici era tener un tesoro, pues no estaba al alcance de todos. No te digo ya un ciclomotor o vespino. En los que te arreglaban la bici montándole piezas de otras de desguace, creando híbridos difíciles de ver. Pero que funcionaban.
Vidas y locales alicatados con sucios azulejos blancos que vistieron nuestra niñez y que quedaron atrás acorralados por los nuevos tiempos en color. Olor a grasa acumulada, humo de tabaco y calendarios que, atrapados en el tiempo, siempre tenían el mismo año y el mismo mes. Como si al dueño se le hubiera olvidado el paso del tiempo o nunca hubiera querido pasar del momento allí señalado y lo tuviera de esta manera, siempre presente, intentando esquivar los estragos de la memoria. Tiempo de Los Bravos y su canción “Quiero un motocicleta”, señal de que algo estaba cambiando y con ello el presentimiento de que otras formas de negocio se iban acercando e iban a socavar esta forma artesanal de ganarse la vida.
            Pero volviendo atrás, este local todavía resiste. O eso parece. A veces tengo la impresión de que realmente su actividad cesó hace tiempo. Que su dueño simplemente abre su puerta, se pone el mono de trabajo y recuerda. Simplemente recuerda. Ve pasar a la gente en su ir y venir diario y creo que imagina otros tiempos, llenos de juventud y actividad plena que ya pasaron. Como en un bucle atemporal, creo que si viviera dos vidas, siempre que pasara por este lugar allí me estaría esperando para recordarme de que nada muere si se le recuerda. A veces me paro y lo observo allí de pie delante de su negocio y lo imagino como el último soldado fiel de la princesa Dña. Urraca guardando su puerta y palacio. Y que nos recuerda que nuestro tiempo también pasara y nos quedaremos de pie a las puertas de nuestra vida intentando no hacernos invisibles.
            Como el guardián cansado de un tiempo pasado y caduco. De un tiempo ya gastado.

1 comentario:

  1. Ciertamente llama la atención, arrinconado contra la muralla, chaparrico, con el letrero pintado sobre la fachada....da la impresión de tener la soga ya echada en torno al cuello...

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