miércoles, 21 de diciembre de 2011

TRISTE AMOR DE NAVIDAD


          Como todos los años, demasiados, escogía estas fechas para alejarse de su mundo habitual e irse a otra ciudad donde recargarse emocionalmente y afrontar con cierto ánimo el final de año. Normalmente lo hacía solo y esta vez no era diferente. Necesitaba ajustar cuentas consigo mismo y con todo su pasado. El resultado era lo de menos, bueno o malo, según se quisiera mirar, pero nunca definitivo. Fuera de su entorno las cosas cambian y se difuminan sus cortantes aristas haciéndose más amables y más fáciles de soportar. Sin embargo, esta vez serían las entrañas las que debían retorcerse de dolor y hablar, como cuando la veía.
Por eso estaba otra vez frente a ella, aunque lo correcto sería decir frente a su recuerdo. La había visto crecer, la había visto marchar, la había visto volver. Había sido, sin saberlo, testigo de sus horas más bajas y, al mismo tiempo, su curación sin ella saberlo. En su refugio físico y mental la recordaba, otra vez, como en aquel día lleno de luz y de cielo, subiendo al lado de la muralla de la alcazaba que estaban visitando junto al resto de personas que formaban su grupo. Alguien les hizo una foto que nunca vio, pero ese día ya supo que sentía algo por ella. Era primavera y siempre ese recuerdo tendrá los colores vivos, como su pelo, y los olores frescos que la caracterizan, aunque ya el recuerdo se vaya vistiendo de otoño y presienta el olvido del invierno. Ese cruel enemigo que es el tiempo no quiso nunca ser un aliado y pasó impertérrito convirtiéndose en rechazo y verdugo de sus sentimientos.
Ahora, sentado en el banco de su memoria, le rodean mujeres hechas de muchas mujeres que, sin embargo, tienen su misma cara. Cuando uno ha amado a una mujer y ésta le ha rechazado, ¿no es cómo estar muerto y vivir una vida que ya no es la suya, ni el tiempo ni el lugar? Y, como al verse de nuevo, uno es consciente de que ya es pasado para el mundo que una vez creyó, iluso, que podía ser suyo.
A menudo le cuesta sonreír y sobrevivir se convierte en una agonía constante después de la tormenta desatada. Nunca olvida lo que siente y se reconoce vacío con el amor entregado a cuenta y no devuelto. Le gustaría buscarla en su almohada cada mañana y ver su cara, tocarla y teñirse del color de su pelo hasta mimetizarse en ella. Sin embargo en su alma, éter casi sin vida, solamente la desolación se hace presente y la espera se convierte en eterna sin caminos ni carreteras que le conduzcan hasta su corazón, convirtiendo su vida en un laberinto sin salida, en el que el hilo de Ariadna no haría honor a su fama ya que, desgraciadamente, él no es Teseo. Solamente uniría su pasado, su presente y su futuro con el amor que nunca tuvo. 
            Porque fuera de ella, ¡nunca estuvo en ella!, las cosas no tienen el mismo sentido y solamente ha sido uno más entre la multitud. Permanecer vivo tras haberse muerto. Porque por muy mal que le haya ido la vida es peor vivir pensando que ella existe y que no puede ser suya. Y sobre todo, ¿cómo hacer entender al resto de la gente que esta pasión amorosa no es inútil en su fracaso? Sentir el alma tan extraña y dejarse llevar por ella sin oponer más resistencia que los sueños. Unos sueños imposibles de concretar pero que tienen el valor del sentimiento.
            Ahora, en este tiempo de felicidad impostada y consumista, demasiado largo para demostrar una alegría que no tiene, intenta huir y alejarse sin conseguirlo, porque nadie puede huir de sí mismo y de lo que cree. Intenta aceptar la verdad de un amor sin correspondencia, sin resignarse a no tenerlo nunca y sufre de una soledad concurrida, dialéctica y llena de conflictos consigo mismo. ¿Acaso de pensar tan en sí mismo y en su sufrimiento se le haya escapado el sentir de la persona amada?
             Puede que el tiempo futuro sea mejor. Volver a la rutina, que no a la monotonía, y seguir amando. Que el año que está a punto de comenzar le lleve ilusiones nuevas y crecientes, como la luna, hasta convertirse en llenas. Quizás haya otro eclipse y pueda él también eclipsarse en rojo.  

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