Como todos los años, demasiados,
escogía estas fechas para alejarse de su mundo habitual e irse a otra ciudad
donde recargarse emocionalmente y afrontar con cierto ánimo el final de año.
Normalmente lo hacía solo y esta vez no era diferente. Necesitaba ajustar
cuentas consigo mismo y con todo su pasado. El resultado era lo de menos, bueno
o malo, según se quisiera mirar, pero nunca definitivo. Fuera de su entorno las
cosas cambian y se difuminan sus cortantes aristas haciéndose más amables y más
fáciles de soportar. Sin embargo, esta vez serían las entrañas las que debían retorcerse
de dolor y hablar, como cuando la veía.
Por eso estaba otra vez
frente a ella, aunque lo correcto sería decir frente a su recuerdo. La había
visto crecer, la había visto marchar, la había visto volver. Había sido, sin
saberlo, testigo de sus horas más bajas y, al mismo tiempo, su curación sin
ella saberlo. En su refugio físico y mental la recordaba, otra vez, como en aquel
día lleno de luz y de cielo, subiendo al lado de la muralla de la alcazaba que
estaban visitando junto al resto de personas que formaban su grupo. Alguien les
hizo una foto que nunca vio, pero ese día ya supo que sentía algo por ella. Era
primavera y siempre ese recuerdo tendrá los colores vivos, como su pelo, y los
olores frescos que la caracterizan, aunque ya el recuerdo se vaya vistiendo de
otoño y presienta el olvido del invierno. Ese cruel enemigo que es el tiempo no
quiso nunca ser un aliado y pasó impertérrito convirtiéndose en rechazo y
verdugo de sus sentimientos.
Ahora, sentado en el
banco de su memoria, le rodean mujeres hechas de muchas mujeres que, sin
embargo, tienen su misma cara. Cuando uno ha amado a una mujer y ésta le ha
rechazado, ¿no es cómo estar muerto y vivir una vida que ya no es la suya, ni
el tiempo ni el lugar? Y, como al verse de nuevo, uno es consciente de que ya
es pasado para el mundo que una vez creyó, iluso, que podía ser suyo.
A menudo le cuesta
sonreír y sobrevivir se convierte en una agonía constante después de la
tormenta desatada. Nunca olvida lo que siente y se reconoce vacío con el amor
entregado a cuenta y no devuelto. Le gustaría buscarla en su almohada cada
mañana y ver su cara, tocarla y teñirse del color de su pelo hasta mimetizarse
en ella. Sin embargo en su alma, éter casi sin vida, solamente la desolación se
hace presente y la espera se convierte en eterna sin caminos ni carreteras que
le conduzcan hasta su corazón, convirtiendo su vida en un laberinto sin salida,
en el que el hilo de Ariadna no haría honor a su fama ya que, desgraciadamente,
él no es Teseo. Solamente uniría su pasado, su presente y su futuro con el amor
que nunca tuvo.
Porque
fuera de ella, ¡nunca estuvo en ella!, las cosas no tienen el mismo sentido y
solamente ha sido uno más entre la multitud. Permanecer vivo tras haberse
muerto. Porque por muy mal que le haya ido la vida es peor vivir pensando que
ella existe y que no puede ser suya. Y sobre todo, ¿cómo hacer entender al
resto de la gente que esta pasión amorosa no es inútil en su fracaso? Sentir el
alma tan extraña y dejarse llevar por ella sin oponer más resistencia que los
sueños. Unos sueños imposibles de concretar pero que tienen el valor del
sentimiento.
Ahora,
en este tiempo de felicidad impostada y consumista, demasiado largo para
demostrar una alegría que no tiene, intenta huir y alejarse sin conseguirlo,
porque nadie puede huir de sí mismo y de lo que cree. Intenta aceptar la verdad
de un amor sin correspondencia, sin resignarse a no tenerlo nunca y sufre de una
soledad concurrida, dialéctica y llena de conflictos consigo mismo. ¿Acaso de
pensar tan en sí mismo y en su sufrimiento se le haya escapado el sentir de la
persona amada?
Puede que el tiempo futuro sea mejor. Volver a
la rutina, que no a la monotonía, y seguir amando. Que el año que está a punto
de comenzar le lleve ilusiones nuevas y crecientes, como la luna, hasta
convertirse en llenas. Quizás haya otro eclipse y pueda él también eclipsarse
en rojo.
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