Va la censura de
fiesta en fiesta, ataviada con su mejores galas y ornamentos, en esta pocilga
llena de mierda que llamamos España. Camina celebradora, entusiasta, fogosa y
exaltada pues de su brazo, consorte calzado a medida, cuelga esa amalgama de
castrados intelectuales, de esterilizados sociales para los cuales cualquier
conato de libertad de expresión es una afrenta a su depravada cosmogonía
interior. Es algo que socava, desequilibra y pone en peligro su pecaminosa y
pornográfica forma de entender las relaciones sociales. Pecaminosa porque, en
el fondo, atacan y condenan actitudes que, en voz baja, son asumidas en la
intimidad de sus babosos entornos y pornográfica por su exposición obscena e
impúdica ante tales acontecimientos censores. Es como si quisieran que quedara
patente su acuerdo con las medidas represoras ante cualquier atisbo de sospecha
por parte de los carroñeros convecinos de su hábitat.
Las medidas creadas por sus
masturbados cerebros y aprobadas en onanísima mayoría parlamentaria han dado
pie a que esa pléyade de ciudadanos reprimidos, que han sido incapaces de
superar el Síndrome de Estocolmo de la represión franquista (y mira que queda
lejos), amenacen diariamente con denuncias y se lancen a la presentación de
querellas si sospechan, en realidad no sospechan porque no entienden nada de lo
que les rodea, que se pone en entredicho la salvación del alma colectiva. De su
alma, más bien. Una Stasi a la española en la que santurrones, beatos,
meapilas, analfabetos, retrasados mentales y su avatar colectivo, el político
reaccionario, apostólico y retrógrado, se han convertido en esa bestia que asola
cualquier estructura social avanzada: la delación. Un chismorreo frenético de
consecuencias desastrosas.
En este andar en una dirección pero
sobre una cinta transportadora que gira en dirección contraria, que provoca la
impresión de ir lo que, en realidad, es volver, lo que nos ha llevado de un
salto temporal a épocas que, se presumía, estaban ya superadas. Y puede que sí,
que las superáramos, pero no caímos en la cuenta de que los gusanos que las
tejieron quedaron inmunes y escondidos en espera de tiempos mejores en los que retornar
a mallar su tela de araña. Esa tela tóxica e infecta con la que atrapar,
envolver, inyectar y absorber, desleído ya el continente, todo movimiento
culturalmente progresista e intelectualmente ético. La libertad de expresión,
valor primigenio de progreso, está en tela de juicio en esta cloaca por mor de
una sociedad funcionalmente analfabeta, el 40% de españoles no lee nunca o casi
nunca y, lo que es peor, se vanagloria de ello, cercenando así su capacidad
para la reflexión libre y razonada.
Este corpus ignorante aún cree en
príncipes y princesas y, por lo tanto, se los ofrecen a bajo precio. Les han
hecho creer que no deben preocuparse de lo público, que para eso ya están
ellos, y les ofrecen el caramelo envenenado de un mundo persistente, inmutable,
heredero, en realida, del patriarcado franquista. Cantantes, actores,
escritores, etc,…son denunciados y enjuiciados sin ningún escrúpulo ante el
asombro internacional y el sonrojo del resto de una ciudadanía que preferiría
ser apátrida. Una pirámide represora: chivatos, policía, fiscales, jueces y
políticos, mantienen la máquina censora engrasada. Ya no hace falta esconderse.
Ese es su “Camino”. Continuarán la escalada, si nadie lo remedia, y patearán
nuestras puertas en busca de libros sospechosos, de soportes musicales
susceptibles de contener letras ideológicamente condenables, todo aquello a lo
que no llega su escaso o nulo intelecto, que quemarán en la hoguera de su
vanidad para cercenar toda “acción contra el espíritu anti-español”.
Nadie sabe lo que pasará en adelante: moción de censura,
elecciones anticipadas, pero cualquier cambio de rumbo pasa por desterrar de
nuestra legislación todas esas leyes, Ley Mordaza la primera, que nos remiten a
un pasado denigrante y, por ende, desterrar de la vida política, social y
laboral a todos aquellos que las han aplicado o aplaudido con tanto rigor y
entusiasmo. Que no quede ninguno.
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