Con la sesión de
investidura de hoy se cierra dramáticamente la caída a los infiernos de un
Partido Socialista Obrero Español desnortado y en deriva incesante a merced de
los intereses espurios de ciertos ex dirigentes conversos y de un aprendiz de líder
que, con acelerada prontitud, ha demostrado que el cargo le viene grande. Unos
últimos años cargados de un extremado cacareo en el interior del partido, que
dejó por el camino ideas, personas y objetivos, ha dado como resultado su mutación
a la doctrina mercantilista imperante incapaz de llevar a la práctica aquellas
premisas que le dieron origen. Un bautismo de fuego católico-financiero de
consecuencias imprevisibles oficiado por la representación más radical del
capitalismo, Ciudadanos, y bendecido desde las altas instancias por los
jerarcas financieros nacionales e internacionales.
La historia de este acercamiento
hacia postulados de libre mercado se inició con el mayor timo de la trayectoria
del socialismo español: el congreso de Suresnes, donde unos jóvenes, empachados
de gloria y supuesto activismo, desmontaron todos los postulados sobre los que
Pablo Iglesias cimentó su nacimiento, abandonando el marxismo y la lucha de
clases y perpetrando todo un golpe de estado ideológico. Estas expresiones,
marxismo y lucha de clases, que causaban terror en la Europa posterior a la
segunda guerra mundial, también causaban sobresalto en unos jóvenes dirigentes
ávidos de poder a cualquier precio. Sin querer o, ahora se ve, queriendo,
expulsaron todo recuerdo a su propia historia y el capital humano que había
mantenido al partido en plena dictadura franquista, vomitando un pastiche
sociocapitalista de consecuencias, como ahora se ve, calamitosas. Nada que ver
con la socialdemocracia de rostro humano, aunque esta tampoco satisfizo en su
totalidad las aspiraciones de los ciudadanos europeos, siendo poco a poco
fagocitada por el socialismo de rostro monetario.
Esos jóvenes, que adoraron pronto al
becerro de oro económico, sustituyeron con eufemismos baratos el conjunto de
poder público poniéndolo al servicio de intereses privados en pos de una
modernidad mal entendida y de un progreso envenenado, intentado a duras penas y
con desgana incardinar en un espacio de capitalismo irracional los viejos pero
acertados postulados y las viejas aspiraciones de igualdad y reparto equitativo
de la riqueza que dieran como fruto un progreso económico equilibrado y donde
el interés público y general fuera la seña de identidad de un país en busca de
un futuro solidario más allá de la mera supervivencia. Pero, al contrario, el
resultado de la llegada al poder estatal de aquellos petulantes de pana en
cabestrillo, a caballo de la posterior "beautiful people" socialista de nuevo
cuño afiliada al partido cuando ese hecho no traía ninguna consecuencia, o sea,
después de la muerte del dictador, lo que dice muy poco en su favor, fue el
desmantelamiento de tierra quemada del sector público, la entrega del sistema
productivo en manos del mercado financiero, ese que solamente crea dinero sobre
dinero pero que no fija estructuras productivas sólidas, que no fundamenta los
principios de producción en la equidad del resultado y que, a la postre, una
vez conseguidos sus beneficios, deja en la más absoluta indefensión a los
países que colonizaron. Años donde la más profunda decepción se fue apoderando
de unos militantes y simpatizantes, que después de ayudarles a conseguir el
poder político de la nación, fueron sustituidos por los salones elegantes de la
vieja derecha que consiguió asfixiar el efecto inicial y atraer a su cortijo a
quienes, ya de por sí, poseían vocaciones elitistas, venían con defecto de
fábrica.
El pacto contra natura entre PSOE y
Ciudadanos, supuesta izquierda el primero y derecha cierta el segundo, ha dado
como resultado esta conjura de los necios que supone la investidura. Desde sus
tumbas, Pablo Iglesias, Largo Caballero, Besteiro, Indalecio Prieto y tantos
otros no darán crédito al despropósito de hoy. Pero tampoco quienes murieron en
la guerra civil en defensa de sus ideales y de la República, de los que fueron
represaliados por sus ideas socialistas durante la dictadura, de los que
descansan en las cunetas de carreteras secundarias fusilados por la barbarie
fascista, de los que gritaron de alegría al ver como su lucha daba sus frutos
con la democracia y ahora se ven traicionados.
Curiosamente, esta estupidez
ideológica y sus trágicas consecuencias para el partido y para la ciudadanía de
izquierdas, solamente es defendida por aquellos jóvenes de pana en cabestrillo
convertidos hoy en día en prebostes anquilosados de pensamiento conservador
instalados en los consejos de administración de los grandes emporios económicos
y financieros como invitados a la cena de los idiotas.
Háganle un favor al sentido común: eliminen las palabras “socialista”
y “obrero” de las siglas de su partido, ahora solamente son un insulto a la izquierda
real.
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