Dice un refrán que “en
el país de los ciegos el tuerto es el rey” o, dicho de otro modo, es cuando un
personaje mediocre parece bueno entre gente sin valor erudito. Igualmente
podríamos definirlo de forma general como lo que es mediano, ¡con mucha caridad!,
pero parece bueno entre lo malo. Incluso podríamos relacionarlo, de forma no
exhaustiva, aquí cada cual que lo haga como pueda, con el dicho “loro viejo no
aprende a hablar”. Siempre he pensado que todo lo anteriormente escrito fueron
las primeras notas que tomó en su libreta el señor Rajoy, presidente en
funciones, que no funcional, eso nunca lo ha sido para desgracia nuestra, del
gobierno español, a la hora de confeccionar sus gabinetes. Un atisbo de luz
marginal en su empañado concepto de la inteligencia que le permitió emerger,
aunque solamente sea sacando la cabeza de forma ridícula, entre tanto
despropósito intelectual del que se rodeó.
Una de las grandes figuras que
conforman este arquetípico universo acultural del que estamos hablando,
desprovisto de todo razonamiento lógico y vaciado de toda reflexión crítica, es
el ínclito ministro de Interior en funciones, que no funcional, eso nunca lo ha
sido para desgracia nuestra, el señor Jorge Fernández Díaz. Este señor que se
puso a la cabeza de quienes justificaron la detención de los titiriteros por
enaltecimiento del terrorismo, justificando una detención cargada de
oscurantismo y basada en una ley de corte claramente fascista más propia de
otros tiempos, no tuvo reparo en condecorar con la mayor distinción que existe
en el Cuerpo Nacional de la Policía a la Virgen, distinción que solamente
reciben quienes han muerto en acto de servicio o han sido mutilados. Estas
analogías entre hechos que en principio no tienen una relación ni siquiera
casual es el modus operandi de quien depende la seguridad interna de un país y
un claro ejemplo, aquí podríamos situar al ministro de Exteriores,
concretamente de los asuntos galácticos, localización espiritual y cerebral en
la que se sitúa el señor Margallo, de
los ciegos que rodean al tuerto en cuestión y discutible en grado sumo.
Pues bien, el señor Fernández Díaz
lo ha vuelto a hacer. En recientes declaraciones ha puesto en entredicho la
imparcialidad de los jueces al relacionar la posible formación de gobierno por
parte de la izquierda, ¡hasta en esto no tiene ni idea de lo que pasa a su
alrededor!, con la salida a la luz de los múltiples casos de corrupción que
afectan al partido al que pertenece, el Partido Popular. Parece que quiere dar
a entender que existe un frente común entre la izquierda y, quizás, eso
solamente lo sabe él, y jueces afines con el objetivo de perjudicar a su
formación política. Para su adentros, debe pensar, los casi 500 imputados de su
partido no tiene nada que ver. Son solamente mártires del frente judeo-másonico,
víctimas de una legalidad, de un ordenamiento jurídico, que como se ve,
claramente no es el suyo.
La respuesta de Jueces para la Democracia
ha sido contundente, aunque mucho me temo que en mentes tan adustas estas
respuestas tan definitivas en contra de sus creencias son como leerle El
Quijote a un cerdo: pondrá cara de pasmo. Por eso es indispensable, vuelvo a repetir
el mantra: urge formar un gobierno de izquierdas que expulse al ostracismo
estos últimos residuos intelectuales de una época, a la que ¡mira que
coincidencia!, casi volvimos en un día como hoy hace 35 años. Por sus actos y
declaraciones los conoceréis y creo que a algunos no les importaría pero, ¡QUE
SE JODAN!
Al final de lo que se trata es de liquidar de una vez por
todas los primeros escraches a la democracia y los españoles que realizó el
Partido Popular con el nombramiento como ministros de este tipo de personajes
tan pemanianos.
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