martes, 29 de marzo de 2016

DIOS ES ATEO

                Estoy convencido de que Dios, cualquier dios, es ateo. Y entendamos todos este concepto, “Dios”, como la noción suprema de cualquier religión, secta o comunidad de creyentes que vertebre o acaudille cualquier manifestación social o de devenir histórico. Lo podemos llamar Dios, fuerza, energía, o cualquier otro vocablo que vista de forma “ad hoc” nuestra vocación, devoción o adoración. Todos los dioses son ateos, no puede ser de otra forma, a la vista de lo que en su nombre perpetran cada día sus más fieles y acérrimos seguidores y la pasividad, vestida con el casposo traje de la endogamia, con la que el resto del rebaño, cada uno a lo suyo, acepta y asume esos comportamientos tan cerriles y silvestres. Incluso si no nacieron, ellos, los dioses de los que hablamos, o los nacieron, como a Leopoldo Alas Clarín en Zamora, o surgieron de un fogoso y fecundador big bang espiritual, como ateos reconvertidos no les ha quedado más remedio que virar en su apostolado universal de cualesquiera de los universos conocidos y desconocidos, que para eso son dioses, hacia posiciones en las que ni ellos mismos deben creerse su propia naturaleza divina y su posible existencia.

            Pero, ¿por qué no manifestarlo sin miedo?, eso les ha pasado por ingenuos y crédulos, ¡qué ironía!, por dejar en manos de la humanidad los asuntos del negociado del culto, con la propensión que tienen los seres humanos a tergiversar cualquier verdad, o mentira, en beneficio propio y dar por absoluto e incondicional su credo en detrimento de los demás dogmas, que, para ellos, no son más que infieles y perjuros que arderán en los calderos de los satanes particulares que cada religión pone al servicio de los más herejes de su rebaño y de los sediciosos que componen las otras religiones, que para la subjetividad chovinista que gastan las distintas facciones religiosas que habitan nuestro mundo, son siempre unas falsarias o “no verdaderas”.

            Debe ser divertido asistir a las reuniones de la Convención Universal de Dioses y Otros Entes Espirituales, la Theos-con, un lugar de presentación de las últimas novedades y de las nuevas y piadosas tendencias en creencias varias, intentando captar cuantos adeptos mejor, el negocio así lo exige, para cada una de las múltiples causas espirituales y observar como la incredulidad y el pasmo van inundando las almas cándidas de estos seres infantiles, los jefes superiores de la cosa, que no saben que monstruos creaban cuando se pusieron a jugar con los dados. Caras descompuestas, eso sí, si tienen cara, ya que no he tenido la suerte o la desgracia de percibir ninguna aparición milagrosa, tipo Fátima, para descubrirlo y la otra alternativa, según los distintos creyentes, es palmarla, y, en estos momentos, vaya usted a saber porqué, no estoy por la labor, aunque digamos que he tenido mis momentos, ¡humano que es uno!

            Que los practicantes de las distintas religiones tengan la fe suficiente para aceptar que los seres humanos estamos hechos a semejanza de sus dioses particulares, es, aparte de meritorio, por candidez e ingenuidad más que nada, reconocerse uno mismo, bueno, ellos, en una de las mayores chapuzas de la historia de la construcción en todas sus variantes edificativas. Conviene razonar que, si visto lo visto a lo largo de la historia, realmente sí somos el reflejo exacto de sus divinas presencias, no cabe la dicotomía entre el bien y el mal, ya que el primero quedaría sobrante en este aquelarre de despropósitos con el que nos conducimos a su imagen y semejanza, ya que la similitud abarcaría tanto el aspecto facial como el de la conducta. Crear toda una serie de manuales para el buen comportamiento y que este nos lleve al cielo “celestial” no deja de ser una broma pesada, como una especie de juego virtual en el cual el objetivo es engañar a cuantos más incautos mejor, vistas las interpretaciones maniqueas que los intermediarios celestes en la tierra hacen de los mismos. Y si no, ¿Cuándo los dioses volvieron la cabeza y no se dieron cuenta de que su invento se les iba de las manos? ¿Cómo fue ese momento de pasmo en el que, sin dar crédito a sus ojos, observaron con estupor como la humanidad hacía de su capa un sayo y se dedicaba a interpretar a golpe de garrota, mandoble, espada, pistola o bomba, sus supuestas enseñanzas?

            Se produjo entonces un desequilibrio evidente de la percepción del mal. Como el médico inocula el antibiótico en el enfermo, las religiones inocularon en los hombres la extraña condición de sentir el dolor por distancia y colectivo: cuando les ocurre a los otros, o esos otros están lejos, el dolor pasa como una brisa que se justifica de forma cómoda en su supuesta barbarie, pero cuando el dolor afecta a los nuestros, aunque esos nuestros estén lejos, es un atentado contra todo el orden establecido, contra todo lo que representamos y nos acabamos indignando pomposamente. Una vara de medir a escala particular, una ley del embudo xenófoba. ¡París! ¡Bélgica! ¿Pakistán? Hipocresía.

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