martes, 22 de marzo de 2016

NO MODIFICARÉ MI OPINIÓN

             Existen múltiples muros, justificados o no, inexplicables o explicables. Existe el muro físico, el más común, aquel construido con elementos de la propia naturaleza o con materiales fabricados artificialmente por el hombre, visible, palpable, y, por lo tanto, con la posibilidad de derribarlo, destruirlo, o, al menos, con la posibilidad de intentarlo. Incluso existen el muro de sonido de la Motown y The Wall, de Pink Floyd, si se me permite la frivolidad. Pero existen otras clases de muros más sutiles en los cuales la línea divisoria entre las partes que dividen y separan es más delgada, es más tenue, es más etérea. Son esos muros sociales, económicos, sicológicos, religiosos, mentales…, que son aprovechados por los más privilegiados o por los poseedores del poder y de los resortes de la fuerza, ya sea militar o policial, para fijar en niveles estancos a quienes son considerados los “otros”, “los enemigos de su bienestar”, aquellos que, menos favorecidos por las circunstancias y por el acontecer histórico, aspiran a dignificar su vida compartiendo, por derecho, algún fragmento que equilibre la balanza.

            A lo largo de la historia, la humanidad ha ido alzando infinidad de muros de todo pelaje y condición que, en el fondo, solamente han servido para ir añadiendo al bagaje de la humanidad capas y capas de mierda que, como estratos geológicos, conforman el vergonzoso devenir temporal de esta humanidad tan miserable. En relación con todo lo anterior, hace ya unos cuanto meses que realicé un curso sobre la estructura y funcionamiento de la Unión Europea, dentro de mi formación como profesional de la administración pública. Durante el mismo se produjo el pico de humillación económica y política sobre el pueblo griego realizado por la famosa Troika, ese ente pelele en manos de intereses políticos y financieros espurios, algo de lo que los españoles sabemos, para nuestra desgracia, un poco. Según iba avanzando el curso se iban formando dos frentes contrapuestos: el de los alumnos, que según progresábamos en el estudio de la legislación y los Tratados fundacionales de la U.E. nos íbamos dando cuenta de que, en realidad, no eran más que brindis al sol, fuegos de artificio baratos y propagandísticos que no se correspondían con la realidad que conocíamos día a día en las noticias, y el de los profesores tratando de justificar lo injustificable aunque, supongo, que le iba en el sueldo.

            Pues bien, en estos días asistimos al sepelio pomposo y recubierto de boato, con premeditación y alevosía, de todo aquello que los bienintencionados profesores defendían. El derecho de asilo, el estatuto de refugiado, o, simplemente, el socorro y la asistencia a quienes han sido expulsados de sus países de origen por guerras, persecución política o/y religiosa, etc, pues bien, todos estos derechos humanitarios han sido violados y quebrantados por quienes tienen la obligación moral de cumplirlos en virtud del Tratado de los DD.HH. Han puesto por delante el privilegio absurdo de nacimiento y el estatus del bienestar geográfico, circunstancias meramente arbitrarias en el acontecer histórico, sobre el derecho a la vida de cualquier ser humano, sea de donde sea, levantando uno de los muros más vergonzantes que han existido y existirán siempre: el de la xenofobia, el mero desdén y menosprecio de aquellos que no como nosotros. ¡Y todo basado en la soberanía política y la inviolabilidad del solar patrio! ¡Valientes cerdos! Las devoluciones en caliente aprobadas por la U.E. y acordadas con Turquía, más propias de países fascistas, sin ninguna garantía sobre la vida de las personas y conculcando todos los derechos habidos y por haber inherentes a la condición humana, pone de manifiesto el grado de degradación e infamia al que ha llegado la misma Europa que nació del pensamiento filosófico griego, que pasó por Roma, el Renacimiento, la Ilustración y la Revolución Francesa, pero que parece ser que se encuentra más a reconfortada en manos de la Inquisición. Hoy la foto de Europa es la de los hooligans holandeses humillando a unas mujeres que pedían limosna en la Plaza Mayor de Madrid, tratando a los inmigrantes como mercancía, como animales de circo para solaz  y regocijo de una supuesta superioridad de corte totalmente racista.

            La humillación, el desprecio, la ofensa sobre los que solamente intentan salvarse de la desgracia y, al mismo tiempo, la ignominia y la deshonra de los políticos y no pocos ciudadanos, que justifican y dan carta de naturaleza a estos comportamientos falaces, son el síntoma de que a la vieja Europa se le revientan las costuras del traje con el que han estado engañando al resto del mundo, un mero disfraz que apenas disimula su adn excluyente e intolerante, incluso para una parte de sus propios ciudadanos. En esta semana en la cual las televisiones sustituirán las imágenes de muerte y degradación humana en la frontera sur de Europa por las imágenes más pomposas y asumibles de la Semana Santa del mundo católico, convendría no olvidar que el problema no desaparece por esconder con cobardía la cabeza en nuestra miserable rutina habitual del “yo pecador”, tan mentiroso y farsante. Se seguirán produciendo muertes absurdas y evitables de las cuales, nosotros, seremos un poco responsables, por cómplices.

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