jueves, 14 de abril de 2016

EL PASAPORTE SIRIO

        De pronto dejaron de existir. Dejaron de constar, no como seres humanos físicos, químicos, espirituales, sino como acusación colectiva sobre nuestras conciencias sociales, sobre nuestra presunta condición humana. Su visibilidad permaneció mientras sirvió como escusa a la sociedad occidental para purgar sus más íntimos pecados, creyendo que con dos golpes de pecho, un padrenuestro y dos avemarías, todos ateos, faltaría más, seríamos absueltos de nuestra falta de solidaridad, apoyo y defensa con los inmigrantes. Grandes muestras de confraternización, adhesiones inquebrantables a la causa que, como brindis al sol, se fueron por el desagüe de la cloaca política europea en el momento justo en que esta cayó en la cuenta de que esa misma solidaridad podía poner en entredicho, amenazar, el aparente y fraudulento estado del bienestar  alcanzado.

            No hizo falta mucho. Esta misma sociedad de la información, atragantada de noticias y siempre a punto de vomitar sucesos, se encargó de suplantar el desastre humanitario que se desarrollaba en nuestras mismas narices con la celeridad acostumbrada, reemplazándolo por nuevas y más frescas informaciones. Curiosamente, cuanto más informados se supone que estamos, menos procesamos los acontecimientos, menos razonamos sobre ellos y su repercusión en nuestras vidas, o menos tiempo tenemos o menos le dedicamos. Es este un mundo de titulares informativos, de letra gorda, como se decía antiguamente. Como si la evolución de los mecanismos informativos, capaces de producir y llevar noticias en el momento a cualquier rincón del mundo, tuviera como contrapartida la incapacidad de nuestro cerebro para procesar toda este amontonamiento noticiable, de separar el grano de la paja, como si cada paso tecnológico hacia el futuro supusiera, por el contrario, un paso atrás en nuestra evolución como especie, en nuestra capacidad de reflexión y crítica, involucionando del homo sapiens al australopiteco simplón, merodeador poligonero en ciento cuarenta caracteres.

            Tal cantidad de paquetes informativos se almacenan, inservibles ya, uno sobre otros en estratos geológicos-informativos, trazando en el tiempo el perfil de los acontecimientos históricos que vamos relegando sin ningún tipo de “mea culpa” por nuestra parte, proscritos para hacer sitio a nuevos sucesos que serán arrinconados con la misma rapidez que aquellos que, ellos mismos, ayudaron a arrinconar. No nos interesa ni lo más mínimo observarnos en el espejo. Quizás descubramos que la imagen que nos devuelve no es la nuestra sino la de aquellos a los que hemos enterrado, informativamente hablando, en este momento tan crítico y determinante de nuestra historia. Con rebosante frivolidad hemos cambiado de nacionalidad en multitud de ocasiones: hemos sido franceses y hemos sido belgas con gran aflicción, hemos sido sirios, eso sí, a tiempo parcial con gran naturalidad, y, desgraciadamente, no hemos sido pakistanís porque, parece ser, que no vestía tanto dentro del backstage de los ambientes del undeground social. Un gran aquelarre de nacionalidades en pos de una fútil bacanal de solidaridad bizarra de red social.

            Y así, con tanta mudanza de nacionalidad intencionada de cliché solidario, no caímos en la cuenta, tan ocupados estábamos, de la cruel y criminal decisión, que gracias a nuestro innato aborregamiento, tomaba la vieja y decrépita Europa. Buscó en los estantes de su historia, en su estratigrafía sentimental, el papel a desempeñar después de su traidor paso atrás con el pueblo sirio, pero, ignorando de nuevo su pasado más aborrecible, ha errado de nuevo en su decisión, desenterrando su lado más oscuro: campos de concentración simulados en diferido como campos de refugiados donde esconder su vergüenza. Guetos cercados y vigilados policialmente por el estado mamporrero contratado al efecto y que se cobrará, antes o después, su servilismo. Expulsiones, detenciones…todo un ignominioso catálogo, un Guantánamo a la europea. ¿Cuántos muertos? ¿Cuántos desaparecidos? ¿A alguien le importa?

            Ya nadie se acuerda. Como único indicio solamente quedarán en los pasaportes virtuales de los profesionales de la solidaridad los sellos aduaneros de aquellos países de los cuales, por unas horas, fueron ciudadanos de salón. 

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