Hoy no he vuelto a ti, pero si al lugar común, nuestro
particular Edén, del que no hizo falta ningún dios, mayúsculo o minúsculo, para
echarnos, porque nos fuimos expulsando el uno al otro, poco a poco, hasta que
no hubo vuelta atrás. Hoy no he vuelto a ver el fondo del espejo tras mi
imagen, o acaso, son mis ojos opacos, recubiertos por fin por la tela de araña
de la vida desgastada, los que ya no tienen la profundidad propia del amor. Haber
sido trascendido por la vida, pasado por ésta a la reserva, y solamente ser un
espectador más formando parte del público anónimo que asiste desolado al
comienzo de los amores nuevos, esos de los que ya, tu sí, no formaré parte. De
forma imparable, contundente, han ido desmontando, ¿quiénes?, el andamio que
sustentaba nuestras vidas. Luego, nosotros mismos nos hemos ido desnudando sin
fortuna, despojándonos de la fina capa que protege la ilusión y… el amor de las
agresivas acometidas del tiempo que desgasta, que adormece y que, sobre todo,
pasa. Sin misericordia ni piedad, como solamente lo pueden hacer los carentes
de todo corazón.
Hemos sido
absorbidos por la perniciosa teatralidad de la sociedad, aquella que prometimos
subvertir en nuestro favor, haciendo de la excepción la normalidad de lo normal.
Provocar para salir airosos del trance, expuesto como los malos números de
magia, a los ojos de los mirones, escrutadores del posible error ajeno. Hemos
cancelado nuestro comienzo y ahora duelen los comienzos ajenos, nos hacen ver
que cada vez es más difícil uno nuevo entre nosotros y ponen ante nuestros ojos
su ironía al recordarnos que ya solo tenemos finales. Nos hemos convertido en
actores secundarios de su gran obra, aquella que debimos protagonizar y que
nunca hicimos, yo si quise y tú no. Hemos cruzado nuestras vidas en infinitos
lazos neutros con los otros, para no volver a pensar en aquella nota. Se cruzan
las miradas y se rozan los cuerpos con la impropia, nunca debió ser así,
esterilidad hospitalaria, anestesiados nuestros deseos y desprogramadas
nuestras neuronas del deseo. La soledad es alevosa en esa compañía, hace
retroceder al pasado y suena con el mismo sonido de un reloj, tic, tac, tic,
tac, que nos recuerda que no es un tiempo general el que pasa, sino el escaso
tiempo que nos queda. En realidad el que me queda, tú todavía eres joven, como
lo fui yo.
¿Es
posible, todavía, acompasar nuestros contratiempos? ¿Ajustar el perfil del
horizonte para que en la siguiente puesta de sol se recorten juntas nuestras
sombras? Como Gary Cooper en “Solo ante el peligro”, no hay nadie más solo que quien
está frente a su destino, semejante a la muerte, del amor crudo, descarnado,
brutal, posesivo en su ausencia, inmisericorde e…indiferente. Ni acaso llorar
vale cuando las lagrimas no limpian el alma, cuando su sabor salobre nos
recuerda la improbable felicidad del dulce otoño improbable. Salir a la calle
cuando más arrecia la lluvia otoñal para camuflar el dolor de dichas lágrimas
con el agua que cae y, diluidas, sean arrastradas por el perfil pétreo del asfalto
hasta las alcantarillas que desaguan los amores de frontera, aquellos que
sucumben de forma violenta ante la bala perdida de un brutal rechazo. Que ya
nadie pregunte, que ya nadie se extrañe, porqué cuando llueve hay gente en la
calle, estamos en la calle, estoy en la calle…sin ti, en este paraíso de
alquiler, de cartón piedra que ni siquiera esconde lo barato de su atrezo. Y
siempre temiendo al inconmovible invierno que solidifica en el rostro esas
lágrimas traicioneras, exponentes del desánimo incrustado en la voluntad, que
nos hacen ser más visibles ante los ojos de quienes las han provocado. Quizás
nuestro destino sea convertirnos en estatuas silentes, blanquecinas por el
tiempo, que flanquean el camino sin retorno hacia el olvido.
Pero, ¿qué
hacer cuando vuelva de nuevo la primavera? La soledad del alma no encaja con su
perfil vigoroso, creador de vida y de promesas. En realidad no importa, a nadie
le importa, a ti no te importa. Nuestro tiempo fuera de lugar se quebró y
solamente la vida nos da golpe tras golpe, remedio ancestral para romper los
corazones endurecidos, para poder volver a sentir algo. Un largo camino en
blanco y negro hacia una eterna promesa incumplida.
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