miércoles, 30 de mayo de 2012

EL MAYOR ESPECTACULO DEL MUNDO


En este circo de tres pistas en que se ha convertido España, la política, la económica y la judicial, hemos asistido en la pista número tres, la judicial, al bochornoso espectáculo proporcionado por el Presidente del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Dívar, y su enconada negativa a dar explicaciones sobre los gastos originados en sucesivos desplazamientos durante varios fines de semana a la localidad andaluza de Marbella, después de la denuncia presentada por uno de los vocales del propio Consejo, acusándole de la utilización de fondos públicos para la realización de dichos viajes, según él, de carácter privado.
En lugar de dar las explicaciones pertinentes, aun con la reserva legal, de ser cierto que fueron viajes oficiales, como correspondería a un país democrático, en el que los poderes públicos estarían obligados a justificar hasta el último céntimo de sus presupuestos, el señor Carlos Dívar se ha encastillado en el puesto que ocupa, y aduciendo razones de índole reservada, responde con silencio a las pertinentes preguntas que se hacen los ciudadanos. Un silencio respaldado por parte del propio Consejo que, una de dos, saben que la causa de dichos viajes es privada y respaldan de forma pretoriana a su jefe, aunque eso sea pervertir el mandato salido de la soberanía popular, sobre la que ni siquiera el poder judicial debería de estar, o simplemente es una postura sectaria surgida de la propia endogamia de este tipo de organismos, endogamia que, como todos sabemos, solamente proporciona a la larga tontuna sin remedio.
Y tontuna sin remedio es tener que aceptar que un cargo público puede negarse a dar explicaciones sobre las acciones inherentes al mismo, exigiendo aceptación completa por mor de ser quién es. Todo esto nos llevaría a considerar a la judicatura como una nueva forma de religión legal, donde en acto de fe, tendríamos que dar por válidas todas sus acciones, esperando como premio que exista otra vida, donde este señor, como el mesías del derecho, daría todo tipo de explicaciones a las buenas gentes que, con su sumisión, hubieran aceptado de pleno y sin preguntas todos sus actos en esta miserable vida terrenal, ganándose el cielo legal. El resto iríamos al infierno de los exigentes por nuestra manía de saber que se hace con nuestro dinero.
Pero una de las cosas más graves de todo esto es la actitud chulesca de sus manifestaciones. Una actitud que denota que algunos, en este caso el señor Carlos Dívar, pueden llegar a los puestos que ocupan sin que dé la impresión de que por su trayectoria profesional haya pasado la transición democrática treinta y tantos años después de producida, impregnado el órgano que preside del tufillo paternalista de corte orgánico propio del tiempo anterior a dicha transición. Y esto en un órgano judicial es bastante peligroso por lo que puede suponer de regresión legal, de actitud y de aptitud. Sin hablar de la poca credibilidad que a los ojos de los ciudadanos pueden tener a partir de ahora el Consejo y su presidente, y por ende, la justicia en sí.
Sin embargo, todo esto no es nuevo. Hace ya unos cuantos años se produjo la misma historia con el caso de los fondos reservados, célebres por el caso de los GAL. Fondos que escapaban a la más mínima fiscalización y que por tanto podían, como de hecho fueron, ser utilizados para acciones ilegales y de guerra sucia y, lo que es más doloroso, por un estado democrático y de derecho. La férrea negativa del gobierno socialista de Felipe González a dar las justificaciones más elementales sobre el destino de dichos fondos cuando estalló el escándalo, fue quebrada por la voluntad de los ciudadanos y supuso la condena de altos cargos de su gobierno. Fue un triunfo de la sociedad sobre este tipo de actitudes autoritarias de los órganos de gobierno.
Por tanto, es inasumible desde cualquier punto de vista que, de nuevo, casi treinta años después, vuelvan a producirse este tipo de hechos. Debe exigirse desde todos los ámbitos sociales y de comunicación las explicaciones pertinentes y de manera continuada para que el caso no caiga en el olvido. Y en caso de seguir con su contumaz silencio, pedir la dimisión inmediata de este señor y su cohorte de aduladores, que prefieren vivir en la ignorancia, y del fiscal que ha tenido a bien aceptar la postura oscurantista de este señor, degradando su puesto al de mero sirviente del poder en lugar de ser la avanzadilla de los derechos de los ciudadanos que le pagan. Porque al final va tener razón el ex alcalde de Jerez de la Frontera, Pedro Pacheco, cuando declaró, allá por el año ochenta y cinco: “la justicia en España es un cachondeo”. Grave y triste cachondeo, diría yo.       

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