miércoles, 16 de mayo de 2012

INTOLERANCIA Y XENOFOBIA: LA LETRA PEQUEÑA DE UN PROGRAMA ELECTORAL QUE NADIE LEYO


¿Deberíamos sentir miedo? ¿Preocupación? Sinceramente no creo que debamos sentir miedo. Tengo claro que somos mayoría los que creemos en la tolerancia, los que creemos en el valor de las distintas opiniones, en el mestizaje, en la contaminación positiva y ósmosis intelectual, en la suma de todos más que en la resta o división de las diferentes personalidades que conforman eso que se llama humanidad. Sin embargo, sí que creo que deberíamos sentir preocupación ante los distintos movimientos en auge de la ultraderecha, tanto española como europea, a la vista del incremento de votantes reflejado en las últimas elecciones celebradas en Francia y Grecia.
En España, el hecho de que el Partido Popular abarque todo al arco de la derecha política, difumina las distintas corrientes de ultraderecha, que quedan absorbidas dentro de su espectro electoral. No existe un partido político de ultraderecha con proyección en los medios, pero si un partido que representa a esos sectores de intolerancia y exclusión. Lo que hasta ahora les ha dado un nicho de votos fieles a su política, puede en el futuro rasgar el traje de demócratas que visten desde finales de los setenta, que siempre ha tenido las costuras a punto de reventar, rehenes de un discurso político que con el tiempo de ha ido impregnando de la filosofía de esos sectores inequívocamente reaccionarios.
El parón de la economía y la crisis consecuente ha llevado al poder político a partidos de corte autoritario y ha suscitado la búsqueda de culpables entre las capas más débiles de la sociedad. Inmigrantes y colectivos marginales son señalados con el dedo como parásitos del sistema capitalista y causantes de la debacle económica en la que se encuentra sumida Europa. Como en un círculo vicioso, los ciudadanos sacan lo peor de sí mismos encumbrando en el poder a dirigentes excluyentes y éstos, en reciprocidad, les dan lo que quieren oír: que los culpables son los otros, no ellos. Instalan en el consciente colectivo esta máxima, la cual es absorbida sin ningún tipo de filtro, crítica o reflexión.
Así se produce una pinza ideológica entre una clase dirigente de corte dictatorial y una base extraída de los miembros más ignorantes y de menos capacidad intelectual de la sociedad. Es triste oír, como he oído en un bar, que los médicos de atención primaria atienden primero a los inmigrantes y sin papeles que a los demás ciudadanos, españoles, por supuesto. Este razonamiento arbitrario y falso no es más que una parte del discurso racista programado, por una parte se induce a la gente a pensar de esta manera y por otra parte se les ofrece la solución: como son los culpables, expulsémoslos. Es una vuelta a la Edad Media y a la división entre cristianos viejos y nuevos.
Las expulsiones de gitanos rumanos llevadas a cabo en Francia por el gobierno de Sarkozy, después de reunirlos en zonas de exclusión, que recordaban a los guetos de los judíos en la segunda guerra mundial, las exclusiones legales sobre los homosexuales llevadas a cabo por el gobierno polaco, las políticas de expulsión de Italia y España sin un mínimo amparo legal, la intolerancia hacia las distintas religiones y confesiones venidas de fuera, chocan con la historia de esta vieja Europa, la cual ha sido siempre un crisol de razas y civilizaciones que la han conformado tal y como es y la han enriquecido nutriéndola con diferentes corrientes filosóficas y de pensamiento, que han sido los faros intelectuales para el resto del mundo. Se intenta con ello excluir cualquier aspecto que incomode a la supuesta base cristiana europea e intentar imponer de nuevo dicho calificativo en su construcción, tal y como intentó el gobierno de Aznar, siguiendo las directrices de la FAES, en la redacción de la Constitución Europea.
Incluso las supuestas medidas económicas encaminadas a reducir el déficit público de los distintos países, en el fondo no son más que medidas racistas, fascistas y discriminatorias contra una parte de la sociedad, aquella que vino buscando un futuro mejor, dejando atrás sus países expoliados de sus fuentes de riqueza para mantener nuestro estado del bienestar. Ante todo este discurso, no es de extrañar que se produzcan hechos como los de la isla de Utoya, Noruega, con la matanza de jóvenes de izquierda a manos de un criminal imbuido de ideas fascistas de limpieza étnica. O los asaltos a asentamientos de ambulantes en Italia y Francia, con la muerte de varias personas, linchamientos al margen de toda ley.
Y contra esto, sin miedo, hay que rebelarse. Porque por este camino acabaremos en una gran dictadura europea, recluidos en nuestra fortaleza y empobrecidos económica e intelectualmente ante la falta de contacto con el resto del mundo. Salvo que sean ricos, que esos sí que podrían entrar.

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