¿Se ha convertido este
país en un burdel de promesas políticas? No sé porque hoy me ha dado por
relacionar las palabras proxeneta, promesa y política. Puede ser que leer
continuamente las noticias sobre ajustes y recortes, señalándome como el
responsable de la crisis haya influido en mi ánimo. Mundos quizás en principio
sin relación, pero que a poco que uno consulte el significado de las dos
primeras y las acciones habituales de la tercera, acaban dándose la mano como
buenos compañeros, creadores de preocupación e incertidumbre en el resto de los
ciudadanos. Realmente ¿puede haber proxenetas de la promesa política? Los
hechos recientes, con las medidas tomadas por el gobierno actual del partido
popular, puede que inclinen la balanza hacia el sí.
Cuando uno consulta el
significado de la palabra promesa encuentra, entre varias, las siguientes
definiciones: “expresión de la voluntad que alguien se impone de cumplir algo”
y “ofrecimiento solemne de cumplir con las obligaciones de un cargo”. Estas dos
definiciones son las que con gran pomposidad y boato, realizan los miembros de
un gobierno cuando inician su mandato. Uno nunca sabe los verdaderos
pensamientos de dichas personas cuando juran o prometen. Puede ser que, ya en
ese momento, tengan claro que van a incumplir con lo jurado o prometido o
simplemente su ignorancia les impida ver más allá de los que prometer
significa.
Los sinónimos de la
palabra promesa son numerosos: propuesta, palabra, convenio, compromiso,
obligación, deber, garantía… y sobre todo, pacto. Si ya algunos de los primeros
serían suficientes para exigir a la clase política fiabilidad entre lo que
prometen y sus acciones posteriores ya en el poder, la palabra pacto resume con
frialdad la falta de consideración que aquellos tienen con quienes les votan,
en función de unas promesas repetidamente incumplidas. Parece ser que no saben,
o no quieren saber, lo que significa la palabra pacto: “tratado o acuerdo entre
personas o entidades en el que se obliga
a cumplir alguna cosa”.
Cuando estos políticos
que nos gobiernan entraron en campaña electoral, elaboraron un programa de
promesas electorales a cumplir si llegaban al poder. Sus repetidas
manifestaciones en los medios de comunicación en el sentido de separarse de su
oponente político, PSOE, el cual había tomado decisiones impopulares en contra
del ciudadano, así lo atestiguan. A modo del Contrato Social, ese compendio de
promesas, escritas e impresas en programas electorales, deberían ser
considerados “contratos” o “pactos”
de obligado cumplimiento, como los folletos de las agencias de viaje pueden ser
presentados como prueba ante el incumplimiento de lo ofertado en los mismos.
Porque no hay nada más incongruente que gobernar tomando acciones totalmente
contrarias a lo prometido en campaña electoral. Del incumplimiento de unas de
las partes, se debería extraer la disolución de dicho contrato o pacto y por
tanto la posibilidad de contratar con otra formación política el desarrollo
sostenible del país. En caso contrario, se estaría legitimado para definir la
acción del gobierno como engaño o estafa a la ciudadanía.
Pero, ¿dónde entra la
palabra proxeneta? Según reza en el diccionario de la Real Academia Española,
el proxeneta es “la persona que induce a otras a prostituirse o que vive de las
ganancias obtenidas por una prostituta”. Ahora cambiemos la palabra prostituta
por promesa y veremos que el significado último no cambia. Esta gobierno ha
conseguido prostituir la palabra promesa, quebrándole su sentido más poético y
emotivo, desposeyéndola de cualquier contenido contractual y de futuro.
Arrinconándola en burdeles de palabras, donde son explotadas hasta que ya
pierden toda la dignidad que la historia y su etimología le dieron. Como aquél,
sus ganancias políticas derivan del significado primigenio de la palabra
promesa, aquel que nunca debieron perder, pero todas las promesas realizadas
son como prostitutas haciendo la calle en campaña electoral, dando los réditos
buscados cuando se consigue el poder.
En este momento
podríamos añadir a esta trilogía la palabra verdad. Porque si se incumple una promesa, en este caso política,
se está faltando a la verdad. Aunque quién utilizó groseramente la palabra
promesa, quizás ocultara de manera oscura la palabra verdad, escondiendo sus
verdaderas intenciones. También puede ser que perdieran esa verdad en algún
momento de su vida política. O, en definitiva, quizás nunca tuvieran una verdad
que ofrecer.
Ahora es el momento de
exigir que se cumplan las promesas ofrecidas y plantar cara ante quien gobierna
sin cumplir la legitimidad de lo establecido en el contrato moral que todo
político realiza con los ciudadanos en unas elecciones. En caso contrario, nosotros
también estaríamos incumpliendo nuestra parte, la de restituir a la palabra
promesa la dignidad que nunca debió perder.
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