El viernes pasado nos
desayunamos con la noticia que publicaba El País sobre la intención del
gobierno de incluir en la reforma del Código Penal la posibilidad de imputar
penalmente a los partidos políticos y sindicatos, si sus afiliados causan daños
en las concentraciones o manifestaciones convocadas por ellos. Aunque ya estaba
incluida en la reforma penal del 2.010 la responsabilidad de las personal
jurídicas, ésta excluía expresamente a los partidos políticos y sindicatos. Si
bien, todas las organizaciones deben velar por el transcurso pacífico de sus
convocatorias, estableciendo los mecanismos de control y prevención adecuados,
no es menos cierto que es imposible controlar lo que hacen todos los asistentes
a las mismas. Si en principio no se debería sospechar de una medida encaminada
a la aceptación de la responsabilidad de los actos producidos, en el contexto
actual de pérdida de derechos, ejecutado de manera vertical y sin consenso por
el rodillo del Partido Popular, cabe deducir que la dirección tomada va en
busca del amordazamiento de la crítica a su acción de gobierno. Resulta
verdaderamente sospechoso que dicha medida se tome en vísperas del 1 de mayo,
en el que están convocadas manifestaciones por toda España en repulsa por los
ajustes excesivos y, sobre todo, partidarios, favoreciendo a los entes
financieros en detrimento de los trabajadores.
En otro paso más en el
control totalitario del aparato del estado, consistente en controlar todos los
medios de difusión, y en especial lo que no comulgan con su nube ideológica, el
gobierno del Partido Popular ha roto el consenso político sobre la designación
del director general de la radio y televisión pública, presionado por el ala
más extremista de su partido, que acusaba al ente de manipulación de las noticias
sobre la crisis económica. Esto, unido a la expulsión por decreto ley de los
sindicatos del Consejo de Administración de RTVE, deja indefensos a los profesionales
del medio, poniendo en entredicho la independencia informativa de dicha empresa
y, en general, al resto de ciudadanos, a los que de ahora en adelante se les
contarán las noticias desprovistas de cualquier matiz que ponga en entredicho su
manera de gobernar. Es irónico leer que la motivación de la medida tomada es el
alto número de miembros de ese Consejo, cuando cinco de los miembros van a ser
elegidos por el Congreso y cuatro por el Senado, o sea, solamente la clase
política tiene derecho a regir los destinos de la televisión pública y no los
trabajadores. Y algo a tener en cuenta, en las dos cámaras legislativas tiene
mayoría el Partido Popular, lo que da de facto un televisión a “su” carta, sin
ninguna posibilidad de veto. Para hacernos una idea de lo que será a partir de
ahora la información política, solamente hay que ver la dirección editorial de
Telemadrid.
En definitiva, una
televisión que, de manera goebbeliana, pueda aplicar postulados del marketing
propagandístico social, ideologizando un medio que debe ser imparcial y de
todos, como: “la censura o manipulación del hecho será aplicable cuando el
conocimiento del hecho pueda producir una reacción indeseada en sí misma”, la
comunicación a la audiencia debe llegar antes que la propaganda competidora”,
“la propaganda debe afectar a la política y a la acción del oponente”, “la
propaganda debe estar perfectamente sincronizada”, etc. Todo un manual de
propaganda, control e intervencionismo.
En conjunto, estas dos
medidas forman parte de las decisiones totalitarias que desde su llegada al
poder, está tomando este gobierno, justificándolas en la crisis que vive este
país y que, en el fondo, no es más que un acto reflejo de su ideario político,
anclado en una forma de gobernar rancia y antigua, que nunca se adaptó del todo
a la democracia. Son reformas ad hoc a su forma de gobernar, que solamente
favorecen los intereses de una parte de la sociedad, dejando al resto como
sujetos pasivos de la misma. Crean alarma, preocupación y, sobre todo,
desmoralización ante el avance imparable, de momento, del conservadurismo
político, cuya máxima ambición es explotar la situación actual para volver a
una sociedad de desarrollo vertical, en la cual, la base ciudadana y
trabajadora soporte sin rechistar las decisiones, que de manera paternalista,
nos ofrezcan como limosnas de caridad de las que, según ellos, no somos
merecedores. Aunque tampoco hay que sorprenderse por eso: es todo como un dejà
vu.
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