Últimamente asisto todas las mañanas
a un espectáculo cómico, a la vez que algo peligroso, en el trayecto desde el
lugar donde vivo al trabajo. A la misma hora que salgo del garaje de mi casa,
viene por la carretera de Salamanca hacia el Puente de Hierro una camioneta de
pescado, de esas que llevan caja de refrigeración, con tal prisa, que da la
impresión de que la mercancía que lleva está a punto de caducar. Es como si
nadie pilotara el cerebro de su conductor.
Los primeros días me causaba
extrañeza la velocidad a la que entraba en la ciudad, haciendo eses entre los
coches distribuidos entre los dos carriles y adelantando como si le persiguiera
el diablo. Y precisamente la camioneta se parecía al camión de la película de
Steven Spielberg, El diablo sobre ruedas, ya que se acercaba tanto a los coches
que le precedían que más parecía querer sacarlos de la carretera, agobiándolos
con sus arremetidas macarras o, tal vez, quería que lo transportaran “de gratis”
subiéndose encima. Os recomiendo que veáis dicha película, ya veréis como
encontrareis similitudes con algún kamikaze que os hayáis encontrado por la
carretera.
Pero, a diferencia del camión de la película, al que
nunca se le ve el conductor, esta camioneta si lo llevaba. Vaya que lo llevaba.
Una joya. Iba el bandarra tuneado con pelo mohicano, pendientitos de barbie
ejecutiva, camiseta amarilla fluorescente sin mangas y gafas tipo King África,
que más que para el sol, parecían que eran para protegerle de una explosión
solar. Tengo que reconocer, que ante tal atentado al glamour, estuve a punto de
acabar empotrado en la oficina de Caja España. Había decidido dejar que me
adelantara intrigado por tamaña conducta al volante. Pero los que me conocéis
ya sabéis que para burro yo, y varios días que me lo encontré le hice pasar el
citado Puente de Hierro a 20 km, por zoquete. Interpretando los aspavientos que
hacía, se debía de estar acordando de toda mi familia. Aunque a lo mejor estaba
bailando reggaetón, con esta gente nunca se sabe.
Al verle la indumentaria, me imaginé
el porqué de tanta frustración al volante. Debía pensar que el mundo era muy
injusto con él. Tener que hacer esa cosa tan vulgar como trabajar, y además en
una ciudad como Zamora, cuando durante el fin de semana era el rey de las
discotecas de nunca cerrar. Allí sí que era feliz. Con su coche tuneado de mil
maneras diferentes, que podría ser cualquier vehículo estrafalario de la serie
de dibujos animados de Los Autos Locos, y la música a todo trapo con el último
éxito pachanguero, el mundo vulgar dejaba de existir de viernes a domingo.
Entraba en el mundo virtual del polígono, en el que reinaban las chonis, como
Penélopes de mercadillo y él como cualquier Pedro Bello iniciando sus rituales
de apareamiento, solamente para iniciados en ese mundo, dado el carácter de
encefalograma plano que tienen su vocabulario y sus comportamientos sociales.
En fin, creo que este hombre
solamente será feliz si lo trasladan a repartir el pescado, en cualquiera de
sus acepciones, a la ruta de la Malvarrosa. Allí, en ese paraíso de lo hortera,
pero lleno de discotecas con muchas lucecitas de colores y karaokes, surgirá
toda su personalidad de bacaladero y entre su gente podrá llegar a su plena
madurez.
Eso sí, lo echaré de menos. Ya era
como de la familia.
Vaya plaga!! Si solo fuera ese!!! hay tantos macarras asi que no entrarían en todas las citadas discotecas de la Malvarrosa! Lástima, porque si se puediera lograr yo cerraria todas con candao y tiraria la llave al Duero, al Mediterráneo o por el WC, y que quedaran alli escuchando bakalao hasta que les reventaran los oidos.!! así se le quitarían las ganas de poner en peligro al resto de los pobres humanos que no saben valorar esa música tan estupenda que es el bakalao.
ResponderEliminarUn SaaaluudoooHHH CaarlOOsssHHH!!! ( asi escriben estos macarras para identificarse y que el resto del mundo cibernético les reconozca)
oIe PrImO Ke EnTraDa Mahs ReSulOnAhHh kE no?
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